No voy a hablar de Esperando a Godot. Hoy voy a referirme a Boris Vian y su imaginación patafísica que se proyecta en todas sus creaciones geniales: La espuma de los días, El otoño en Pekín, El arrancacorazones, La hierba roja, El lobo-hombre, una colección magnífica de cuentos titulada: Los perros, el deseo, el amor y la muerte, amen de aquella novela negra escrita con el sobrenombre de Vernon Sullivan, Escupiré sobre vuestra tumba…El universo de Boris Vian es un universo surreal que no encubre una concepción pesimista de la existencia. Hay pocas cosas que merezcan la pena, comienza una de sus novelas, el amor con chicas hermosas y la música de jazz de Duke Ellington o de Nueva Orleáns. El resto es feo, y debería desaparecer. En el mundo de Boris Vian todo es posible, la realidad es fragmentaria y trágica y el tiempo ocupa en su capacidad devastadora un lugar fundamental. De ahí ese título desolador que es La espuma de los días, una historia de amor trágica, como todas las grandes historias de amor, entre Colin y Chloé.
Recuerdo que esta obra que acabo de citar fue lectura obligatoria durante varios años en los años ochenta y noventa del siglo pasado en segundo de BUP, lo que es el equivalente de cuarto de ESO. Otras veces era lectura orientada y luego posteriormente objeto de intercambio con los compañeros de clase. Su lectura, especialmente en las chicas y los chicos sensibles resultaba demoledora. Pocas obras he visto que desgarraran tanto la sensibilidad de los adolescentes como La espuma de los días. Había un antes y un después de la lectura de la obra. Esta historia triste les sugería la levedad de la vida, la fragilidad de la existencia humana y el amor como uno de los resortes que dan sentido a nuestro devenir. Colin se arruina comprando flores para contrarrestar el nenúfar maligno que Chloé tiene en el pulmón. Se ha de poner a trabajar y tiene ocupaciones terribles como la de anunciar a la gente las desgracias que le van a pasar. Había quienes consideraban a la obra como extremadamente cruel y quienes veían una cierta dosis de esperanza. El final era sombrío. El universo se desmorona y nada queda en pie de todo lo que ha tenido vida. A ninguno les dejaba indiferente y la sensación que yo sentía era la de auténtica conmoción espiritual que percibía a través de sus varios folios enteros que escribían intentando describir el estado emocional que había dejado en ellos la novela.
Traigo esto a colación, recordando otro tiempo, porque en varias ocasiones en los últimos años he intentado recuperar la magia de aquellas lecturas. Hay quienes han dicho que La espuma de los días es una obra juvenil, que se identifica con las turbulencias existenciales de ese periodo de la vida. Sin embargo, he de reconocer que la lectura impuesta como obligatoria en cuarto de la Eso hace tres años, como la de éste en que ha sido una lectura orientada para intercambiar, ha sido un completo fracaso. En general y casi sin excepción, la obra les aburría, les parecía ininteresante y, sobre todo, demasiado imaginativa. Les molestaba esa transgresión de la realidad que se opera constantemente en ella y que lleva a que los ratones hablen o las paredes de una casa tengan vida y se encojan según la evolución de la enfermedad. Los adolescentes percibían algo como muy cruel dentro de ella, pero reconocían que ese universo que enseguida comenzaron a llamar “surrealista” les desbordaba y llegaba a producirles tedio lector. La desrealización de la novela y de los personajes les exasperaba, la fragmentación del espacio y del tiempo les producía irritación, la imaginación desbordante del texto les confundía y producía distanciamiento y animadversión. Aún así reconocían que la novela, críptica para ellos, era demasiado imaginativa y que ellos carecían de la imaginación necesaria para leerla.
Vida, amor, muerte, deseo, mutación… son componentes literarios de la mejor literatura. Mis alumnos actuales, sin duda, son mucho más terrenales, más concretos, más realistas, más tecnológicos, más pragmáticos y los modelos han cambiado. Harry Potter es un héroe que se identifica con muchas de sus inseguridades y tormentas adolescentes, pero es un héroe lógico, hay magia pero no hay surrealidad, ese componente detonante de pasiones en otras generaciones.
A cada época sus libros; a cada tiempo, su imaginación particular; a cada adolescente, su sueño perturbador. Pero qué lástima que el mundo transgresor de Boris Vian les caiga tan lejano e incomprensible. Creo que no me he resignado a este cambio y espero anhelante que algún chaval descubra alguna vez de nuevo el universo cruel y poético de Boris Vian. No sé…