
Hoy hemos iniciado las sesiones de lectura silenciosa en clase de cuarto de ESO con los libros que compraron la semana pasada. He querido encontrar un espacio para el silencio y la lectura en hora de clase de lengua. Ignoro si es perder una hora de clase de práctica o teoría de la lengua o ganar una de intensa concentración en los libros recomendados.
En general los he visto inmersos en los libros que estaban leyendo. Algunos, no obstante, me han hecho conocer las dificultades que estaban teniendo con la lectura de algunos de ellos. ¿Qué diablos pasa en La espuma de los días de Boris Vian? La acción no acaba de empezar y todo es descripción –se quejaba una alumna-. Recuerdo la intensa fascinación que causaba este libro en las generaciones de hace quince años. Había un antes y un después de leer La espuma de los días, a pesar de sus descripciones surrealistas en que los objetos tienen vida como los seres humanos. El impacto emocional que provocaba dio lugar a reflexiones densas sobre la vida, la muerte y el amor. A la alumna le he pedido un poco de paciencia y que espere a que el libro se le abra lo que en los mejores textos puede ser una decenas de páginas.
Otro alumno se quejaba de que Viaje alucinante de Isaac Asimov era demasiado científico y que ese lenguaje no le gustaba. Le he pedido también paciencia para esperar que el libro comience a funcionar. Es una aventura en que unos científicos se meten en un submarino que es miniaturizado para ser inyectado en el sistema circulatorio con el objetivo de operar un coágulo en el cerebro de un famoso científico que guarda un importante secreto para la supervivencia del mundo libre. Las aventuras en el interior del organismo son trepidantes. Confío en que le gustará pero ha de tener paciencia.
Otros leían a gusto a pesar de estar metidos en volúmenes de quinientas páginas como la alumna que leía Drácula de Bram Stocker o alguna novela de John Steinbeck como Las uvas de la ira.
El experimento, porque es un experimento, es incierto. Los adolescentes de nuestro tiempo son imprevisibles y sobre todo muy impacientes. Quieren conocer inmediatamente lo que va a pasar. Quieren ver resultados inmediatamente. Resultados y acción. Pero no cualquier acción. Tiene que interesarles. Me ha sorprendido ver enormemente concentrados a los lectores de La metamorfosis y La carta al padre de Franz Kafka. Estos libros son unas propuestas enigmáticas para mí. Los “vendí” como libros para pensar, igual que Oscar y mamie Rose del dramaturgo francés Erich-Enmanuel Schmitt. Su lectora parecía vibrar con el libro recomendado como reflexivo.
La clase de hoy ha sido provechosa. Han sido cincuenta y cinco minutos de fuerte concentración. Espero que continúen los libros en casa. Esta clase sólo es una pequeña ayuda en que como en las sesiones de meditación budistas, la concentración de uno ayuda a la concentración de los demás. Y viceversa: la desconcentración de algunos afecta también a los demás. Pero hoy ha habido silencio, silencio gozoso que he disfrutado con ellos.
En general los he visto inmersos en los libros que estaban leyendo. Algunos, no obstante, me han hecho conocer las dificultades que estaban teniendo con la lectura de algunos de ellos. ¿Qué diablos pasa en La espuma de los días de Boris Vian? La acción no acaba de empezar y todo es descripción –se quejaba una alumna-. Recuerdo la intensa fascinación que causaba este libro en las generaciones de hace quince años. Había un antes y un después de leer La espuma de los días, a pesar de sus descripciones surrealistas en que los objetos tienen vida como los seres humanos. El impacto emocional que provocaba dio lugar a reflexiones densas sobre la vida, la muerte y el amor. A la alumna le he pedido un poco de paciencia y que espere a que el libro se le abra lo que en los mejores textos puede ser una decenas de páginas.
Otro alumno se quejaba de que Viaje alucinante de Isaac Asimov era demasiado científico y que ese lenguaje no le gustaba. Le he pedido también paciencia para esperar que el libro comience a funcionar. Es una aventura en que unos científicos se meten en un submarino que es miniaturizado para ser inyectado en el sistema circulatorio con el objetivo de operar un coágulo en el cerebro de un famoso científico que guarda un importante secreto para la supervivencia del mundo libre. Las aventuras en el interior del organismo son trepidantes. Confío en que le gustará pero ha de tener paciencia.
Otros leían a gusto a pesar de estar metidos en volúmenes de quinientas páginas como la alumna que leía Drácula de Bram Stocker o alguna novela de John Steinbeck como Las uvas de la ira.
El experimento, porque es un experimento, es incierto. Los adolescentes de nuestro tiempo son imprevisibles y sobre todo muy impacientes. Quieren conocer inmediatamente lo que va a pasar. Quieren ver resultados inmediatamente. Resultados y acción. Pero no cualquier acción. Tiene que interesarles. Me ha sorprendido ver enormemente concentrados a los lectores de La metamorfosis y La carta al padre de Franz Kafka. Estos libros son unas propuestas enigmáticas para mí. Los “vendí” como libros para pensar, igual que Oscar y mamie Rose del dramaturgo francés Erich-Enmanuel Schmitt. Su lectora parecía vibrar con el libro recomendado como reflexivo.
La clase de hoy ha sido provechosa. Han sido cincuenta y cinco minutos de fuerte concentración. Espero que continúen los libros en casa. Esta clase sólo es una pequeña ayuda en que como en las sesiones de meditación budistas, la concentración de uno ayuda a la concentración de los demás. Y viceversa: la desconcentración de algunos afecta también a los demás. Pero hoy ha habido silencio, silencio gozoso que he disfrutado con ellos.