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miércoles, 27 de febrero de 2013

El éxito artístico y la rendición a las circunstancias.



Soy profesor de segundo de bachillerato además de varios cursos de la ESO. Las horas que paso en bachillerato me infunden un extraño bienestar y me resultan infinitamente más fáciles que las que paso en la ESO. La literatura es un lenguaje, un código de señales que exige un alineamiento de modelos, de movimientos, de corrientes literarias que es interesante hilvanar mostrando su continuidad y sus procesos de renovación.

Hoy hablábamos del teatro anterior a 1936 en el que brillan dos dramaturgos excepcionales: Valle y Lorca. Sin embargo, Valle no triunfó en su momento y su teatro fue condenado a la lectura de unas minorías hasta que triunfó en los escenarios en los años sesenta cuando fue redescubierto (él había muerto en 1936).  Y es que el teatro innovador necesita de un público acorde a él. Y el público de los primeros años del siglo era conformista y convencional y no iban desde luego al teatro para que los inquietaran, los confundieran o los maltrataran. No, se iba al teatro como ceremonia social, como momento de distracción amable... y desde luego no se esperaba que allí se cuestionara al espectador abriéndole abismos y pasadizos ocultos. Así triunfaron dramaturgos de segundo orden como Echegaray, Benavente (ambos obtuvieron además sendos premios Nobel), los hermanos Álvarez Quintero, Carlos Arniches, Pedro Muñoz Seca, Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa... El público no estaba para experimentos estéticos o ideológicos y apostaba por obras que reprodujeran un mundo estable en que tuviera en el mejor de los casos ocasión la ironía suave, la crítica moderada... que hiciera creer al espectador que era inteligente lo que fue la especialidad de Jacinto Benavente que aprendió a moderar su teatro tras su primera obra que fue criticada por el público.

Lorca fue un caso aparte, porque su teatro rural andaluz triunfó en Madrid, en Barcelona y en Buenos Aires con obras como Yerma y Bodas de sangre. Sin embargo, sus obras más difíciles y comprometidas se mantuvieron ocultas y solo mucho tiempo después vieron la luz. Nos referimos a El público y Así que pasen cinco años. De igual modo, La casa de Bernarda Alba no vio la luz en vida de Lorca pues fue terminada y leída en público a finales de junio de 1936 poco antes del asesinato del poeta.

El debate estaba servido. Les he planteado a mis alumnos qué les parecía esa rendición de los dramaturgos para satisfacer al público de modo que el teatro fuera amable y adecuado a las circunstancias. Pongamos el ejemplo de un buen dramaturgo como Benavente que alcanzó el éxito teatral y comercial obteniendo buenos beneficios por derechos de autor. Les he preguntado si merecía la pena ser fiel a unos principios estéticos e ideológicos si ello conllevaba el fracaso en su tiempo, aunque la posteridad reconociera la genialidad de una obra. Les he preguntado si es lógico o deseable prostituirse artísticamente para obtener el éxito, teniendo en cuenta que el éxito de la posteridad no está asegurado y tampoco ofrece ninguna ventaja al que escribe porque ya está muerto. En definitiva, ¿tiene algún sentido ser coherente hasta el final o es lógico rendirse a las circunstancias?

Todos los que han hablado no han sentido ninguna afinidad por la coherencia si ello supone el fracaso. El principal objetivo del arte no es iluminar la oscuridad, desvelar mundos ocultos, golpear al espectador, no. Todos entendían la traición, el conformismo, la rendición al convencionalismo para obtener el éxito. La imagen del genio solitario no parecía seducirles en absoluto a pesar de su índole romántica. Todos los que han hablado defendían la necesidad de la adecuación de la obra al público de modo que permita ganar dinero, y se veía como algo insólito y anómalo la posición de artistas comprometidos que quedaron en soledad escénica por el carácter revulsivo y revolucionario de sus obras.

Les he dicho que probablemente las series que ellos veían en televisión eran series convencionales, no problemáticas, que no les cuestionaban... y que seguramente el cine más experimental no les llegara. Les he hablado de Amor de Michael Haneke que acaba de ganar un oscar, contradiciendo mi planteamiento de que la honestidad y la calidad están reñidas con el triunfo. A veces es cierto que lo experimental, lo radical, lo abismático... tiene éxito, aunque no esté trufado con eso llamado sentimentalismo que es el mecanismo más poderoso para manipularnos, porque es cierto, y ellos me lo han confirmado, que les atrae el sentimentalismo más que la mirada fría y despojada de manipulación. Los seres humanos se rinden en general a lo fácil, pero hoy día existe un público potencialmente abierto a experimentos y a la renovación del lenguaje teatral o cinematográfico.

Me he quedado sorprendido, sin embargo,  porque entre mis alumnos ninguno se identificara con el genio solitario que prefiriera la coherencia artística antes que el triunfo de lo convencional. Sencillamente no lo entendían y lo veían absurdo. Para ellos era mucho más estimable Benavente que Valle porque supo aprovecharse de las circunstancias y ganar dinero. Y además el genio ¿qué es? ¿para qué sirve? 

domingo, 6 de mayo de 2012

El espacio vacío



Durante unos meses hemos estado leyendo en clase Bodas de sangre de Federico García Lorca. Mis alumnos han interpretado con placer papeles buscando cierta dramatización de las escenas. Les gustaba leer y seguir los meandros de esta tragedia de tierra y sangre. Nos sentábamos al final de la clase y buscábamos un espacio diferente para la lectura dramatizada. Les ha gustado.

Como colofón he proyectado una versión de José Luis Gómez alojada en Youtube en la pizarra digital de la clase. Los alumnos -mayoría inmigrantes latinos y magrebíes- han podido seguir la representación con los textos delante. Han sido dos días y medio de proyección que han complementado la lectura. Luego ha venido el debate sobre la experiencia. Es aquí donde quiero hacer hincapié sobre lo vivido en clase. Bastantes han sentido traicionado el texto que habían leído por la representación teatral. Han visto confrontada su interpretación y su imaginación con la puesta en escena. Han encontrado la interpretación exagerada, han considerado que la Novia era más fea de lo que ellos habían imaginado, algunos decían que era antigua, que parecía que gritaran... En definitiva, no era como se lo habían imaginado y la representación les confrontaba con una visión que no les gustaba.

He pensado que mis alumnos no tienen noción de lo que es una representación dramática. Bodas de sangre, igual que todos los textos teatrales, no está ideado para ser leído sino para ser representado, y representado en un espacio dramático, el espacio vacío del que habla Peter Brook, y supone una experiencia vivida frente a los espectadores que pueden implicarse o no en el espectáculo. Mis alumnos no han visto teatro. No lo han visto nunca. No saben qué es una representación teatral. Como sustituto les he proyectado una versión en la pantalla de la clase, pero esto es una componenda porque el teatro es una experiencia única e irrepetible, arriesgada, que se vive en directo. ¿Cuál es el problema? Que el teatro es económicamente inabordable para mis alumnos. Esto añadido a que en Cataluña es difícil ver teatro en castellano. Es caro, muy caro. Una representación escolar les cuesta unos siete euros. Estas representaciones son elementales y situadas en un entorno escolar lo que no contribuye a lo que es la experiencia del teatro. El teatro hay que verlo en sesiones para adultos, en un ambiente apropiado. No es ideal juntar a doscientos adolescentes por la mañana y llevarlos a ver una función teatral. No, el teatro supone ciertas circunstancias que implican una experiencia total que llevan a que la realidad representada nos envuelva. Y no es tampoco una garantía.

El teatro es un hecho complejo. Durante unos años yo asistía en Barcelona a dos representaciones a la semana. Ello iba unido a mi experiencia como actor en grupos de aficionados. Veía el teatro en función de mi punto de vista pero también en función del de mis alumnos de clase media. Hubo años en que vieron entre cinco o seis espectáculos teatrales, la mayoría por la noche, en funciones para adultos. Algunas representaciones inolvidables fueron en el Instituto del Teatro de Barcelona de carácter gratuito consistiendo ellas en talleres de los propios alumnos que interpretaban frente al público.

El teatro es un género muy caro. Una entrada a un espectáculo cuesta entre 20 y 30 euros. No lo pongo en cuestión. Supongo que debe ser así. Sin embargo, no llego a imaginar que todo el teatro de Sófocles, de Eurípides, de Esquilo, de Shakespeare, de Molière, de Lope, de Calderón, de Tirso... fue representado ante el público popular de su tiempo en el que había hambre de teatro no existiendo ni facebook, ni la televisión, ni  internet ni el cine. El teatro ocupaba un lugar en el imaginario colectivo que es difícil considerar por nosotros. Quizás yo he vivido situaciones que me ayudan a comprenderlo. Fue en Indonesia hace más de 25 años. Asistí a espectáculos de marionetas o de sombras que duraban toda la noche. A ellos asistían masivamente niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que reían viendo la representación del Ramayana, que era totalmente conocida por ellos, pero cada vez era diferente y reían con igual ganas.


El teatro es una experiencia inigualable, pero yo no puedo ofrecérsela a mis alumnos por su elevado coste. No puedo pedirles siete euros para ver un espectáculo escolar (que no me gusta) en un contexto ya condicionado, y, por supuesto, no puedo llevarles a ver por la noche representaciones que cuestan 25 euros.

El teatro es un lujo cultural, solo apto para clases media ilustradas. Durante la transición del franquismo a la democracia, los actores se agrupaban en compañías cuyo único placer e interés era transmitir emociones, crítica, alternativas y estaban sustentados por la idea de repulsa a la dictadura y la aspiración a la revolución.  Eran sesiones económicas en que se percibía en los espectadores esa hambre de teatro y se producían la mímesis y catarsis colectiva que llevaba al clímax teatral.

Vivir el teatro es participar de una ceremonia, de un rito, de una vivencia colectiva en la que deben combinarse el ansia y la magia del escenario. Los actores y sus personajes deben vivir con intensidad y llegar a los espectadores produciendo algo que es inigualable, único, singular. El espectáculo total. Y eso no depende del presupuesto del espectáculo. No. Es otra cosa. Es el alma. El teatro es una experiencia mágica.

Que mis alumnos no podrán vivir.

Pero seguiremos leyendo textos teatrales. 

jueves, 11 de febrero de 2010

Historia de un bufón

Reconozco que Albert Boadella (Barcelona, 1943) es uno de mis héroes. Para los que no lo conozcan diremos que es un hombre de teatro provocador y polémico que fundó en 1962 con otros compañeros (Carlota Soldevila y Antoni Font) el grupo Els Joglars en que ha participado como director, actor y dramaturgo a lo largo de más de cuatro décadas. Esta compañía siempre ha tenido una relación crítica y satírica con el poder establecido. Su obra La torna (1977) le supuso un encarcelamiento, tras un consejo de guerra, por injurias al ejército. Se fugó de la cárcel y huyó a Francia donde se refugió durante un tiempo.

Fue especialmente crítico con el nacionalismo catalán que empezó a imponerse tras la victoria de Jordi Pujol al que satirizó genialmente -levantando ampollas- en sus montajes Operació Ubú y Ubú President. El nacionalismo se convirtió en el régimen dominante y toda la sociedad catalana tuvo que irse mimetizando sobre los mitos constituyentes de lo específicamente propio. Y Boadella tuvo la osadía de parodiar los símbolos nacionales de su país que forman lo que el llamó el nacionalismo montserratino: la senyera, la Moreneta, el Barça y Jordi Pujol… Sus programas para TVE en 1988 Som una meravella! enervaron a buena parte de la sociedad catalana de la época. Recuerdo la indignación de mis alumnos de BUP en un instituto del Maresme cuando emitieron alguno de estos programas. Les hice escribir su opinión sobre la producción de Boadella y pude constatar que su ácida parodia hería en lo más hondo el sentimiento del nacionalismo catalán, más viniendo de uno de ellos de cuyo pedigrí no cabía duda.

Me interesa su figura porque somete a crítica implacable los fundamentos de una ideología nacionalista y lo hace enfrentándose a lo que pudiéramos llamar su propia tribu de la que será expulsado siendo considerado un renegado y un traidor. Y yo me pregunto que por qué corrió el riesgo de ser excluido, aborrecido y expulsado de su tierra pudiendo haber vivido cómodamente, como tantos, de las subvenciones oficiales, haciendo teatro más conforme con el régimen dominante o simplemente callando. Nadie hubiera puesto en cuestión su figura y hubiera podido llegar a ser director del Teatre Nacional de Catalunya. Hay que saber adaptarse convenientemente a las circunstancias. Lo han sabido hacer muchos que tuvieron habilidad para conseguir pingües subvenciones. Pero Boadella –ácrata conservador- eligió ser crítico demoledor con el poder y ello le llevó progresivamente al ostracismo en su tierra, mientras que sus montajes triunfaban en el resto de España levantando enorme entusiasmo.

Me seduce esta figura del renegado y traidor. Yo no dudo que Boadella se sienta profundamente catalán, como lo fueron también otros disidentes como Eugeni D’Ors, Salvador Dalí o más discretamente Josep Pla, el mejor prosista en lengua catalana, pero que fue duramente criticado por su falta de convicción nacionalista. Para formar parte de la tribu hay que participar de ciertos mitos fundacionales, cierta concepción de la historia concebida en clave victimista, y unas emociones compartidas que te hacen formar parte de la gran familia. Se llega a ser entonces “uno de los nuestros”. Y ello implica considerar siempre lo español enemigo de lo catalán.

Pero, ojo, no pienso que este mal nacionalista sea una enfermedad sólo propia de Cataluña. Pienso que si hubiera surgido –que no ha surgido- un Boadella andaluz que hubiera parodiado a la virgen de la Macarena o la del Rocío, se hubiera reído sarcásticamente del Betis, y de la figura de Blas Infante, o burlado de la feria de Abril y la Semana Santa sevillana, también hubiera sido odiado y desterrado de Andalucía. Y lo mismo pasaría con un aragonés que parodiara a la Pilarica, la fabla, y el Zaragoza F.C… Hacen falta arrestos para arremeter paródicamente contra las ideologías oficiales y los mitos o leyendas nacionales, más en un país en que nos fascinan las banderas, el sentimiento nacional y patriótico por el cual algunos llegan a perpetrar matanzas arropados por la seguridad de pertenecer a la tribu elegida.

Pienso que el nacionalismo se ha extendido a todas las autonomías, que hablan de su historia con arrobo, de su literatura, de su lengua propia (si la tienen), su cultura, sus valores, sus tradiciones, su bandera… y no admiten que nadie ose disentir de esas convicciones y sentimientos que se consideran esenciales. Y nacionalistas hay tanto en Andalucía como en Aragón, en Asturias y en Navarra o en Valencia o Madrid.

Nunca me ha emocionado una bandera, aunque reconozco que siento alguna predisposición a ello ante la bandera republicana. Cuando me encuentro con un patriota -también los españoles- , tengo la impresión de que no tenemos mucho de qué hablar. No me interesan sus emociones ni su cosmovisión ni su apego a las raíces. No tengo patria sentimental y la que me vio nacer en algún sentido puede considerarme también un renegado. No me siento de ningún lugar. Ello es una carencia, puede ser, por mi falta de raíces y señas de identidad, pero me permite considerar como míos la mayoría de los espacios geográficos por que paso. No siento orgullo nacional ni me emociona ninguna historia ni me enardece ningún himno que establece quiénes son de los nuestros y los otros, los de fuera. Pienso que hay que reírse de los valores solemnes especialmente los patrióticos. Por eso admiro a Boadella porque pudiendo haberse convertido en el dramaturgo oficial de Cataluña, eligió la disidencia vitriólica que le ha llevado a exiliarse en Madrid donde espero que no sucumba ante los halagos que recibe, y siga siendo crítico con el poder que ahora le sostiene. Tiene que seguir siendo el bufón, nuestro bufón, y los bufones están junto al poder pero lo atacan ferozmente. Espero que siga siendo así. Que Boadella no se resigne al aplauso tan interesado como circunstancial que recibe de Esperanza Aguirre.

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