Esta idea me ha venido de un titular de Babelia en que se da cuenta del premio Sor Juana Inés de la Cruz a la mexicana Daniela Tarazona. Me hubiera gustado que desarrollara más esta idea pero me he quedado entusiasmado con la carcasa y me aplico ahora a intentar acotarla y ampliarla.
Hay diferentes maneras de ver a los demás: a larga distancia, a media distancia y de cerca, y son maneras totalmente distintas de considerar a la humanidad.
De lejos, la humanidad se nos representa como una masa dividida en colores y formas. Es cuando consideramos a las personas como parte de colectivos geográficos, nacionales, étnicos, sexuales, políticos, estadísticos... Salen entonces nuestros prejuicios a mansalva: los negros son así, los heterosexuales son así, los hombres son así, los franceses son así, los habitantes de las montañas son así, los niños son así, los jóvenes son así, los de la derecha son así, los progresistas son así, los profesores son así..., y así sucesivamente. Estas valoraciones nos dan idea de nuestra perspectiva y nos sitúan a nosotros en un ángulo de la galaxia que nos permite juzgar y contemplar. Por otra parte, es una visión que en cierta manera, unida a los prejuicios, sostiene paradójicamente el humanitarismo y de él se financian numerosas ONGs que difunden la solidaridad hacia los más desfavorecidos, los refugiados, los niños sin hogar, los afectados por las enfermedades o la guerra... Mi padre me decía que es fácil amar a los hombres en abstracto pero es menos posible amarlos en el plano concreto. Esta idea de mi padre, en tantas formas, tan distante de mí, me ha hecho pensar con frecuencia.
La media distancia es más esclarecedora, es la forma de mirar a las personas que tenemos concretamente en nuestra vida cotidiana pero que los conocemos lejos de su intimidad, como los vecinos, la gente de nuestro barrio, los tertulianos de un bar, el conjunto de compañeros en el trabajo, la gente que está en el mercado comprando, los alumnos de un instituto, los lectores de un blog -muchos en la sombra: lo que daría por saber quién exactamente me lee y no se identifica mediante los comentarios-, los clientes del supermercado a los cuales se puede mirar atentamente pero no los vemos más que externamente o a través de unos rasgos externos o unas manifestaciones poco definitorias... En este sentido la mayoría de la gente nos parece “normal” salvo algún caso exótico que nos sorprende. Esta mirada es más cercana que la general y a distancia y se centra en las personas próximas a nosotros... Esta visión nos permite hacernos ideas generales y juicios sobre el carácter e idiosincrasia de los demás, pero no deja de ser una imagen abierta a prejuicios, errores y tópicos, simpatías y antipatías más o menos justificadas...
La mirada más desafiante es la de cerca, la que solo puede dar la intimidad más decisiva y en esta, nadie es normal. Hay diferentes distancias asimismo en la visión de cerca que nos hace sentir a las personas como únicas a la vez que complejas. Un caso paradigmático es la amistad que está unida al afecto, y aplicamos un filtro de aprecio a nuestros amigos que no busca interpretarlos sino amarlos, es la distancia que se da, por otra parte, en el amor de pareja siempre que esa distancia no se convierta por la relación en una lejanía inabordable y hostil -hay tantas separaciones que implican rencor y odio hacia el otro tal vez por conocerlo demasiado...-. Sin embargo, en la mirada de cerca se abre camino el enigma y es la mirada más compleja porque en el fondo nunca nadie puede comprender totalmente al otro. Solo hay acercamientos a un microcosmos único. Dos personas pueden convivir juntas durante treinta años y seguir siendo un misterio el uno para el otro. Dos personas pueden desconocerse totalmente pese a su convivencia en común, lo que no impide que se puedan amar profundamente pese a dicho desconocimiento...
Nadie es normal en esa distancia, esta idea me fascina, todo el mundo es particular, irrepetible, único, insustituible, su olor personal es inequívoco, igual que el tacto de su piel o el tono de su voz...
Cada persona no deja de ser un misterio muchas veces impenetrable, es inútil hacernos juicios sobre ellas porque siempre podremos equivocarnos. Detrás de cada uno -intuimos-, estamos nosotros mismos; detrás de cada uno está la humanidad en conjunto; detrás de cada uno, pese a la distancia infinita, siempre está un ser que vive profundamente un viaje existencial interior y exterior, entre el nacimiento y la muerte, en el que no tiene referencias de ningún tipo y que sufre Las gigantescas lejanías que parecen ser infinitas encubren una identidad de fondo que sigue siendo profundamente misteriosa, luminosa y oscura simultáneamente.