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jueves, 8 de julio de 2010

Rituales (ficción)


He recibido un correo electrónico que me ha evocado otro tiempo y otro lugar. He cambiado el nombre del remitente y os lo ofrezco a vuestra consideración.

Hola, Joselu:

No sé si se acordará de quien soy. Fui alumno suyo hace veinte años en el antiguo COU. Yo me acuerdo perfectamente de usted y de sus clases. Se podría decir que han marcado mi vida para bien y para mal. Lo que hoy soy se lo debo a usted que me abrió caminos insospechados y poco transitados. Me gano la vida con la palabra como usted nos enseñó a hacer. Escribo elegías fúnebres para funerales civiles y religiosos. Desde sus clases me interesé por el tema de la muerte de la que tanto nos hablaba. Recuerdo las salidas que organizó en el instituto a ver diferentes cementerios, a algún tanatorio, a funerales, a una fábrica de ataúdes ecológicos… Usted decía que éramos fugaces y que pasaríamos mucho más tiempo muertos que vivos. Pensaba en ello en aquella experiencia surreal que supuso la visita al mundo subterráneo de Barcelona, al mundo de las cloacas, alumbrados con linternas. Ese submundo me afectó profundamente. Vi que las cosas tenían varios ángulos y que el lado oscuro no suele ser nunca alumbrado porque la gente le teme. Recuerdo también aquel happening extraordinario en que simulábamos ser una secta necrófila que evocaba la belleza de los rituales de la muerte –perdida totalmente ante el pragmatismo antipoético contemporáneo-. Aparecimos en las calles del pueblo de Berga ataviados de negro, con hachones encendidos y tocando varios de los compañeros tambores con ritmo fúnebre. Llevábamos un ataúd fabricado por nosotros. El ejercicio teatral era conseguir que alguien del público se metiera dentro del ataúd. Entonces vimos el terror que inspira la muerte. Nosotros decíamos a la gente -el texto lo habíamos compuesto entre todos los de la clase- que la muerte era bella. ¡Qué profundo escalofrío lograban nuestras palabras entre los espectadores que ante solo un gesto nuestro salieron corriendo despavoridos por la calle Mayor de Berga!

He de decirle que usted fue genial. Organizamos otra salida, que no fue autorizada por el centro, a un centro anatómico forense de la comarca. Fue la culminación extraordinaria de un año alucinante. No estaba autorizada ni por padres ni por la dirección pero fuimos la mayoría. Todos aquellos muchachos nos sentimos fascinados en aquel curso dedicado a la muerte y la literatura de aquel COU singular. Yo me acostumbré a visitar cementerios a horas sombrías y buscar las tumbas de niños a los que empecé a dedicar reflexiones que redactaba cuidadosamente. Hay todo un arte en las tumbas infantiles. La muerte es un tema magnífico. Durante un tiempo pensé dedicarme a organizar funerales al estilo antiguo, pero observé que la gente estaba demasiado metida en el consumismo para ponerse a pensar en el único acto en que seremos importantes en nuestra vida. Imaginé que me dedicaba al arte sepulcral o al maquillaje de difuntos que en otros países tiene bastantes posibilidades y requiere una enorme imaginación.

He viajado por múltiples países de África, Sudamérica y Asia conociendo rituales funerarios que todavía mantienen su capacidad poética. Aquí hemos olvidado totalmente la maravilla que desarrollan los ritos de la muerte. Hay países en que el funeral dura más de quince días en que la gente come, baila, bebe, habla, ríe… Y el muerto está presente. No se lo tiene por macabro o desagradable. La muerte es un tránsito hacia el enigma como usted nos explicó. En Mexico participé en las fiestas llenas de alegría del día de los muertos. La muerte no tiene por qué ser triste o fea. De ahí la importancia de los rituales de transición. Nada hay más hermoso que un buen funeral en el que no debe faltar el banquete fúnebre con platos afrodisiacos. Nada hay que estimule más el eros que un funeral. Me aficioné a ir a funerales, a visitar los tanatorios y me di cuenta de que la gente necesitaba palabras para expresar su dolor, palabras que no debían ser sólo sentidas sino literarias en las que la retórica es esencial. Escribo en tercetos libres y me adapto a cualquier idiosincrasia y estilo. Lo importante es convertir ese acto del que la gente huye, porque le recuerda tal vez con fastidio su propia muerte, en algo digno, inolvidable, profundamente literario y lleno de emoción. Me empapo de la vida de los fallecidos, hablo con sus deudos y en pocas horas redacto una elegía que no desdice de la que dedicó Jorge Manrique a su padre. Nadie olvida un funeral en que yo sea el escritor del sermón. Me apasiona llevar el consuelo a los familiares y amigos del difunto pero no con los tópicos de rigor. Me inspiro en los surrealistas para tejer un discurso que sale del más profundo inconsciente. Es detestable convertir un acto repleto de potencialidad estética en un bodrio fastidioso. Los que oyen un panegírico fúnebre mío no lo olvidan jamás. Es un arte que llevo en la sangre. Creo que no podría haber sido otra cosa, y todo se lo debo a usted y su espléndida intuición de olvidar el programa oficial de COU y dedicarnos a investigar la muerte en todos los sentidos. Descender a las cavernas extraoficiales y al mundo de las tumbas te proporciona un glamour y una penetración intelectual muy distinta a la de los que se dedicaban a leer libros convencionales recomendados por las editoriales. Sé que es la época del pensamiento correcto y que lo que usted hizo no puede de nuevo llevarse a cabo, pero deberían organizarse más salidas a los cementerios, componer cantos fúnebres, ver un cadáver al menos durante el curso y escribir la impresiones de los alumnos. Pero intuyo que hoy día, desgraciadamente, es más tabú llevarles a disfrutar estas experiencias extraordinarias que repartirles preservativos o llevarles a sex shops. Pero ¿cómo entender el arte del sexo sin haber pensado alguna vez profundamente la muerte?

He descubierto su blog por casualidad, y he visto que no habla de aquel año inolvidable. Quiero hacerle llegar mi afecto y mi recuerdo, por una de las experiencias más motivadoras en las que he participado en mi vida. La nueva pedagogía tendría que reflexionar sobre ello. Pero prefiere vivir en el mundo de Canal Disney.

Sergio Caballero (poeta y artista funerario).

miércoles, 7 de julio de 2010

Matar a Platón



Estoy haciendo pruebas con una nueva herramienta que he conocido a través de Antonio en su blog Repaso de lengua. Pienso que ofrece unas posibilidades extraordinarias, mucho mayores que las que ofrecían los glogs, pero de momento soy muy inexperto. Quede aquí el ejercicio hecho en este inicio de verano. Estoy impaciente por seguir experimentando. Todavía no sé cómo insertar vídeos. Es un recurso altamente interesante y de manejo muy intuitivo.

En la derecha hay una opción de Autoplay en la que, si clicáis, se abrirá el proceso de reproducción. También lo podéis ver en pantalla completa en Fullscreem.

Es sólo un experimento.

Feliz verano.

jueves, 1 de julio de 2010

El general della Rovere

Me atraen los sistemas de pensamiento, los edificios ideológicos que se sustentan en razonamientos lógicos y coherentes con una cosmovisión elaborada, me fascina el crecimiento orgánico de un modo de pensar. Es la historia de la filosofía y el pensamiento en la que pensadores destacados –a veces genios- han desarrollado una estructura de ideas sólidamente establecida.

Me atraen más los pensadores pesimistas que los optimistas, aunque estos no dejan de suscitar mi atención, sobre todo cuando tras una visión luminosa del mundo bien hecho evolucionan hasta pensar que no estaba tan bien hecho. Ese momento de cambio me hechiza. Creo que de los sistemas de pensamiento me interesa más cuando entran en crisis, cuando se convierten en otra cosa, poniendo en cuestión todo lo que eran convicciones firmes. Llega un momento que la exactitud me cansa, me cansa que alguien tenga tan claro todo como para no ponerle comillas a sus convicciones. Suelo leer a Fernando Savater. Lo conocí en persona y lo he admirado desde que leí La infancia recuperada, pero he observado que ha llegado a fatigarme. Me lo sé demasiado, me gustaría que entrara en crisis y que sus argumentos se contradijeran con los anteriores.

Del mismo modo, los que poseen patrias a las que ser fieles no despiertan mi curiosidad, más bien mi hastío, reconociendo, no obstante, sus razones. Me gustaría que algún día se encontraran sin esperanza basada en un trapo o unos colores que les ayudan tanto a resolver la desazón existencial.

Los que poseen sistemas ideológicos firmes suelen hablar con seguridad, con dignidad, con suficiencia, con conciencia de moralidad. Saben dónde está el bien y exactamente dónde está el mal. Me da igual si son a favor de algo o en contra de algo. Lo noto en sus palabras, en su modo de hablar engolado y solemne. Da igual que la realidad sea diferente a lo que ellos juzgan. Ya vendrá la historia –la necesidad histórica- a poner las cosas en su lado moral, limpio, auténtico, puro…

Me interesan las crisis, me gustan las personas en crisis, en eterno proceso de aprender sabiendo que nada es absolutamente firme. No sé si será porque no puedo presumir de pureza racial, ni ideológica, ni nacional… Me siento profundamente impuro y me atrae la impureza, la presencia de la sombra entre las luces. Nunca diré con mucha convicción viva algo, ni me declararé fan de nadie, ni siquiera de mí mismo, de mí menos que de nadie… pero pienso que está bien, no deja de ser un modo de entender las cosas que no se toma demasiado en serio a sí mismo. Son temibles los que se toman demasiado en serio a sí mismos, los que creen en algo con absoluta convicción. No sé en un momento extremo quién me tendería una mano, quién me hundiría hacia el fondo o quién se hundiría conmigo para salvarme, y yo no sé a ciencia cierta qué haría yo. Parto de esa radical falta de convicción en casi cualquier cosa, salvo mi familia, y algunas cosas que sí tengo claras y que se resumen en dos principios que enunció Borges: sé justo y sé feliz. No tengo claro mucho más. Ni falta que hace. ¿Las banderas? ¿Los himnos? ¿Los sistemas filosóficos? ¿Los libros de autoayuda? ¿Las convicciones inconmovibles? Bah. Cuando veo a alguien seguro de sí mismo, me hace gracia, observo su mirada clara, su postura, su posicionamiento moral, sus gestos seguros… Es aleccionador. Supongo que por eso me atrae Dostoievski y todos aquellos escritores que han hecho de la fragilidad humana el eje de su literatura salvando a todos, porque todos tienen de alguna forma sus razones. No hay una Razón, sino infinitas razones, que el observador escéptico mira con ternura y con cierta sonrisa divertida, tampoco irónica y menos sarcástica o burlona. Cada uno vive como puede, adquiere certezas si eso le ayuda a vivir, despliega banderas si eso le proporciona consuelo existencial… pero a mí quien me atrae es el mangante y chorizo que da cuerpo a la película El general della Rovere (1959) dirigida por Roberto Rossellini. Un cabrón que se convierte en héroe y muere con dignidad después de ponerse en la piel del general que la policía nazi le había hecho suplantar para delatar a sus colaboradores en la cárcel.

Me atraen los hombres sin atributos; los que tienen seguridades absolutas me producen miedo, desconfianza y un profundo aburrimiento, aunque los respete y me diga que la naturaleza humana es así. Pero me quedo con los oscuros, los tristes, los ingenuos, los descreídos, los que adquieren la fe tras un proceso de oscuridad, los que pasan a la oscuridad tras poseer una fe.

Y también en los que creen en que puede haber un mundo mejor como el barbero que enseñó a Victorio Emanuel Bertone a saber que se podía esperar en el hombre y el coraje y el valor necesario para serlo en consecuencia.

lunes, 28 de junio de 2010

Catalunya

Acaba de salir la sentencia sobre el estatut catalán. No la he leído, pero tampoco he leído el estatut. O sea que da igual lo que diga. Yo no lo voté. Me he tomado una copa de cava y a continuación escribo sin pretensión de lo que diga tenga la más mínima importancia. No me hagan caso. Me he tomado una copa de cava y estoy un poco ido. Que nadie me tome demasiado en serio. Quiero pensar en Catalunya. La tierra donde vivo, la tierra donde nacieron mis hijas y mi mujer. A la vez siendo totalmente ajeno porque yo nací en otra tierra de la cual apenas me acuerdo. Pero ya lo he dicho otras veces. No sé de dónde soy. Vivir en Catalunya supone cierta esquizofrenia porque el que ha llegado de afuera nunca acaba de situarse. Puede identificarse con los fantasmas de la tribu o no. Yo no me he identificado. Vivo y dejo vivir, pero nunca en mis treinta y un años en estas tierras me he sentido menospreciado o marginado. Es un espejismo lo que se hacen los que juzgan la realidad desde fuera. La realidad catalana es extraordinariamente compleja. Siempre me he entendido bien con los nacionalistas catalanes sin dejar de ser lo que soy, un español galdosiano, tal vez cervantino. A la vez he aprendido a apreciar a Raimon Llull, a Joanot Martorell, a Ausias March, a Narcis Oller, a Frederic Soler Pitarra, a Foix, a Carner, a Papasseit, a Joan Brossa… Nunca he aguantado el sentimentalismo edulcorado de Martí i Pol. Entre mis lecturas preferidas está el Quadern Gris de Josep Pla, heterodoxo donde los haya y al que nunca se concedió el Premi a las Lletres catalanes por su desviacionismo. Admiro a Boadella, el glosari de Eugeni D’Ors, a Pedrolo, a Pere Calders, a Quim Monzó… todo mezclado y heterorodoxo. No es el nacionalismo el que me guía en mi elección sino la calidad literaria. Creo que la literatura catalana es un valor muy estimable en el conjunto de la literatura de España.

Pero esto no es suficiente. Asisto con temor al desprecio que suscita la realidad catalana en los comentarios que abundan en la prensa digital. Nunca me he identificado con el nacionalismo catalán, pero tampoco con el antinacionalismo radical que abunda a veces disfrazado de racionalismo extremo. Jordi Pujol lo explicó en multitud de ocasiones. Nunca le voté, pueden tenerlo por seguro, pero he de reconocer que fue un estadista formidable y que siempre actuó con responsabilidad en la política española. La forma de ser españoles los catalanes es siendo ellos mismos. O sea que la forma de ser español es ser catalán. Esto no se entiende y leo comentarios que muchas veces son hirientes, muy hirientes. Hace unos días mantuve una polémica en un blog que estimaba, por su sectarismo, por su maniqueísmo, por su anticatalanismo radical que apelaba a la falta de moral de la pedagogía catalana, acompañado de una senyera y argumentos sesgados y faltos de rigor. Me hirió. No porque yo sea un nacionalista, que no lo soy, sino por la falta de sensibilidad que en nombre del racionalismo ofende una forma de sentir nacionalista que es la que predomina aquí y que he aprendido a respetar, aunque no a compartir.

Pero es absurdo que yo defienda esto aquí porque yo soy un antinacionalista y no concuerdo en absoluto con el nacionalismo catalán. Pero sí que entiendo su forma de sentirse herido ante muchos comentarios o formas de juzgar una realidad compleja y plural.

Les confesaré que hace años en un famoso pub gay de Barcelona coincidí con una excompañera de facultad de la especialidad de Filología Hispánica en Zaragoza. Se llamaba Carme. Ella, tras unas cuanta copas, me confesó que militaba en un partido independentista catalán pero ella lo que ansiaba era ser andaluza, sentir como los andaluces. No espero que concedan crédito a lo que escribo ni que entiendan que en un viaje que hice a Andalucía con un compañero nacionalista -herido en su niñez por la prohibición y desprecio del catalán- hace más de veinte años, él me hablara en catalán hasta que salimos de los Països Catalans y luego me torturara con cassettes de himnos de la legión o del cuerpo de infantería y que su sueño era hacer el amor con una muchacha andaluza.

Las palabras hieren más de lo que parecen. Es fácil menospreciar, juzgar o condenar lo que uno no conoce. A veces uno piensa que no se dan cuenta de que los catalanes serán españoles siempre que se les respete ser catalanes, en alguna forma diferentes, eso no implica aquiescencia con la política nacionalista catalana con la que soy muy crítico. Pero no estaría mal pensar que uno de los problemas fundamentales de este conflicto es la sensación –muy confirmada- de aversión a los catalanes que sobre todo ansían ser estimados pero siendo lo que son. Y duele leer muchos comentarios que esquematizan la situación. Los que vivimos en ambas riberas –entendiendo los argumentos de unos y de otros- podemos contribuir a una forma superior de entendimiento alejada de los prejuicios y los lugares comunes. No acepto los nacionalismos provengan de Salamanca o de Vic.

Una vez, hace años, en Alcázar de San Juan, haciendo la ruta cervantina, asistí consternado a la destrucción de un azulejo que reseñaba el nombre de un molino. Era el único que estaba roto. Se llamaba Barcelona. Me hirió sobre todo habiendo leído las palabras de un manchego llamado Miguel de Cervantes, extraordinariamente elogiosas con los barceloneses y los catalanes en general.

Pero estoy en un terreno raro que no será entendido por muchos, porque no soy un modelo de catalán ni de español, de hecho no creo que sea modelo de nada. Pero está bien así.

jueves, 24 de junio de 2010

Fragmentos de interior

Dicen que en España no se prodiga la literatura memorialística, aquella que se dedica a indagar en la memoria explorando el pasado, aquello que tal vez ocurrió o que se nos dibuja con algunos colores especialmente densos en nuestra intrahistoria. También es lugar común que no abunda la literatura intimista, aquella que ahonda en los parajes del alma, en los vericuetos de la intimidad, en esas galerías de las que hablaba Antonio Machado. Quiero pensar que son géneros que no concuerdan demasiado con nuestra forma de ser, o que consideramos que son expresión de paisajes que no deben ser mostrados, entre otras cosas por un pudor que juzga que mostrar lo íntimo es algo pornográfico. Sin embargo, en otras literaturas como la francesa y la inglesa son abundantes los libros de memorias y el desnudamiento del yo más íntimo ofreciendo documentos llenos de interés, puesto que dichos ejercicios, cuando van más allá de lo meramente anecdótico, abren campos inesperados y tal vez nos ayudan a iluminar nuestra propia vida.

Es lo que yo llamaría –sin excesiva originalidad- una literatura de la experiencia. Hablar de nosotros mismos no es necesariamente una muestra de vanidad, de falta de recato, de exhibicionismo. Depende, no toda vida ofrece ángulos interesantes y el mostrar aspectos sin el filtro preciso de lo oportuno, de lo que excede a lo trivial, puede ser enojoso. Puede ser que a nadie importe que un día cuando eras pequeño, a los cuatro años, ibas por una calle que te parecía inmensa de la mano de tu madre. Y en ese exacto momento miraste una pastelería llena de exquisitos dulces. Aquella mirada pareció evadirte por unos instantes del desierto que era tu niñez. Sentiste una dulzura triste -extraña- y tuviste una intuición que por alguna razón comunica con el momento presente y que has revivido en algunas ocasiones. ¿A quién puede interesar lo que sentiste hace tantos años? ¿A quién puede sugerirle algo lo que soñaste cuando eras niño, o la vergüenza que sentías cuando llegó la adolescencia y olías tus pantalones anticuados manchados de orines tras llevarlos semanas enteras? Esa humillación no expresa nada en sí misma, pero es reveladora. No depende exactamente de la épica de nuestra vida, no es necesario haber hecho nada en especial importante en el transcurso de nuestra existencia. Todas la vidas son parecidas, todas pasan por momentos semejantes. La suma de emociones humanas no es tan elevada, ni la variedad de sentimientos posibles es tan extensa. Lo que distingue el interés de lo íntimo es una apelación a la universalidad. No es tan importante que caminaras por una calle y vieras una pastelería. No, eso da igual. Es ese momento en que te dabas cuenta de que estabas atado a una mano que no te ofrecía refugio, era una mano que podía convertirse en un cuchillo algunas noches, y en tu visión de niño conectaba con el alma de la tragedia, con la desolación tan profunda del ser humano que luego leíste con emoción intensísima en los dramas ¿tragedias? de Beckett o Valle. Ese sentimiento de exaltación trágica del yo, de anegamiento y ruptura del núcleo duro de nuestro ser, ofrece perfiles que te irán acompañando durante toda la vida. Es duro ser hombre. Es duro crecer pero es imprescindible dotar de sentido a nuestros actos cuando todo lleva a sospechar que somos un grito en el universo que no adquiere excesiva relevancia.

Por eso pienso que esa inmersión en el yo íntimo a veces produce sutiles resonancias, un juego de espejos en que seres distantes se sienten próximos compartiendo ecos, fragmentos de interior, como los llamó Carmen Martín Gaite.

Profesor en la secundaria, tras cinco años en la red, pienso que consiste precisamente en ese proceso de exploración de la identidad, una especie de diario personal en que se mezcla la memoria, la evocación, el arte, la literatura, la poesía, los viajes… Son fragmentos que leídos aisladamente no tienen mucho sentido. ¿Qué pretende éste profesor vanidoso y exhibicionista? Yo también me lo pregunto. Cuando Anna Jordà rediseñó el formato del blog, yo le sugerí la figura de un equilibrista que caminaba por la cuerda floja sorteando el abismo. Pienso que cada aportación que hago no es relevante especialmente, pero sí que aspira a significar, a dotar de sentido a la experiencia, pese a que rozo inevitablemente el ridículo, la sensiblería, a un nivel de parvulario, como alguien ha calificado este blog. Puede ser. Yo también me lo digo y pienso que tiene razón. Nivel de parvulario a mucha honra tal vez. No hay ningún pensamiento denso, peligroso, exaltante, trágico, deicida, sacrílego, amoroso y erótico, compasivo o intensamente doloroso o anarquista que no pueda anidar en la mente de un niño de parvulario. Al menos así lo recuerdo yo.

Quizás haya seres muy sabios que no cuentan nada de sí mismos porque trascienden el ego, pero otros no lo hacen porque no tienen nada que contar. Su yo íntimo es equivalente a un neumático viejo y deshinchado, roído por las ratas que se carcajean de su suficiencia.

lunes, 21 de junio de 2010

Diecisiete años después

No es muy habitual reencontrarte con exalumnos en una cena una porción significativa de años después, casi veinte años, la duración canónica de un viaje. En este caso eran diecisiete. Los alumnos de aquel tercero de BUP ahora rondan los treinta y cuatro años. La convocatoria había sido a través del facebook y en cuanto me enteré, me apunté con alegría por la posibilidad de saber de ellos, de rastrear su trayectoria, de conocer su modo de encarar la vida, sus circunstancias familiares y profesionales...

No acudimos muchos. Éramos en total unos diez. Diversas vicisitudes habían ido tachando nombres de la lista. Pero allí estábamos: Klaudia, David, Rubén, Mari Carmen, Clara, Lourdes, Eva, Rafa, Ezequiel... y yo. Me gustó porque compartimos unos momentos de alegría y también hubo lugar para hablar de nuestro modo de sentir, de vivir, de reflexionar el mundo presente ahora que la vida ya ha dejado huellas profundas en todos nosotros. Varios tenían hijos y ya podían ver la vida del otro lado. A veces me pregunto sobre la importancia que tienen esos años pasados en el instituto en un momento clave de la vida, qué leve poso pueden dejar las palabras de un profesor, su actitud, su presencia. Además compartimos en 1993 y 1994 un viaje a Tenerife, quizás no un destino muy sofisticado, pero quien llena de densidad los viajes somos nosotros. Aquellos días de convivencia sobre los que hice un reportaje fotográfico, que me llena de satisfacción, fueron fecundos y dichosos. Y, como tuve ocasión de ver, también inolvidables para ellos.

Yo era uno más, tan maravillado como golpeado por la vida. La cena en un restaurante gallego y luego un par de horas que pasamos en un pub fueron momentos para conversar, para intercambiar. Klaudia habló conmigo sobre mi crisis como profesor -ella también es profesora- y me animó a seguir luchando, a seguir apasionándome como me recordaban. Tal vez, me decía, no es el nivel lo fundamental, sino esa profunda relación, ese poder acercarte a la vida de esos muchachos y proyectarles un modo de ver la realidad. Es lo que recordaba de mí, es lo que en sus palabras yo les di. No era tanto la literatura sino una presencia, una reflexión sobre la vida y las cosas, un modo de ser, de estar, de vivir...

Eva se ha convertido en una viajera extraordinaria. Ha viajado por todo el mundo: Etiopía, Namibia, Bostwana, Túnez, Zambia, Zimbabwe, Irian Jaya (Guinea Papúa), Indonesia, Cuba, Estados Unidos, Centroamérica, diversos países de Europa. Es sobre todo una enamorada de África. Quizás el viaje que más le haya impresionado -viajando siempre en plan aventurero y acercándose a las culturas que visita- ha sido el que le llevó durante tres semanas por Etiopía. Compartimos nuestro interés y pasión por África, y lo que más me atrajo fue su frase “África es algo que se inyecta en vena. Siempre me pregunto cuándo podré volver de nuevo”. Pero para ella -y para mí- los africanos no son esos pobrecitos desgraciados a los que hay que llevarles ayuda. Su modo de vida es simplemente diferente, viven con lo esencial, mientras que nosotros nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia y el exceso, tal vez en la banalidad. El mundo africano es profundo y denso, repleto de una extraordinaria riqueza. Tal vez sea el pasado, pero para Eva, ojalá fuera el futuro, por la complejidad y dimensión de su relación con el mundo y los demás. También hablamos de la corrupción que introduce el turismo en África por su desconocimiento de las culturas y la tendencia al complejo de culpa occidental o la lástima que se suele sentir por aquellos a los que se menosprecia.

Lourdes es directora de una escuela infantil y le apasiona su trabajo y su relación con los pequeños. La vi muy ilusionada y llena de creatividad y energía, igual que Mari Carmen que trabaja en el sector turismo; a Clara, que ha trabajado para editoriales, le fascinan las relaciones publicas. Ha cursado la licenciatura de Humanidades y ahora, estudios de Protocolo en la universidad de Elche.

Con David estuve hablando de la crisis económica que, a su juicio, es profunda y va a poner en jaque nuestro sistema de vida por el recorte de derechos sociales que va a suponer. Yo le sugerí que de esta crisis podemos aprender a colaborar y tirar hacia delante o luchar y aplastarnos en una jungla de sálvese el que pueda. David reconocía que su generación no va a salir a la calle, pero presiente que los jóvenes de dieciocho años, que son los más perjudicados, tampoco van a hacerlo. Esta crisis va a transformarnos y ya nada volverá a ser como antes, opiné yo. Los tiempos están cambiando de nuevo.

Con Rubén y Ezequiel, no tuve ocasión de hablar en profundidad, pero me hubiera gustado tener un espacio para hacerlo. Rubén, aparte de su labor profesional, es un imitador espléndido. Imita a más de noventa personajes públicos con una exactitud y gracia alucinantes. Ezequiel compartía conmigo la afición a las marchas y caminatas. Sin saberlo, habíamos coincidido en varias marchas organizadas por la asociación de mi barrio a Montserrat, sólo que él llega cuatro horas antes que yo.

Rafa, en paro, me acompañó hasta casa andando. Él era el único que había cursado ESO en lugar de BUP, y era ocho años más joven que los demás a los que no conocía por ser de generaciones anteriores. Me di cuenta de que esa cena también había sido importante para él precisamente porque no estaba pasando un buen momento.

Conclusión. Pasa la vida. Los que fueron algún día tus alumnos se convierten en compañeros, en maestros, en aventureros, en padres y madres, en luchadores, en seres reflexivos, que también pueden llamarte la atención y te dicen: no te rindas. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo”. Seguimos adelante. Lo que pasó hace diecisiete años tuvo su importancia porque nos confirmó en ser buenas personas, en implicarnos en nuestro mundo, en hacernos lúcidos y consecuentes...

En ser generosos, en no creer que lo sabemos todo, en aprender a conocer y respetar a los diferentes.

A ser críticos y exigentes, rebeldes, inquietos, sanos...

¡Viva Saramago!

martes, 15 de junio de 2010

Oblómov

No soy un buen ejemplo y no voy a alardear de ello. Una vez, hace bastantes años, era profesor de segundo de BUP, y tenía que explicar a mis alumnos por qué iba a estar un trimestre de permiso (sin sueldo, por asuntos propios). Tenía preparada la respuesta. Llevaba un radiocassette y les puse una canción de Los rebeldes: No me gusta trabajar. Sé que mis alumnos se sintieron desconcertados por mi explicación. Entonces no tenía obligaciones familiares y me solía pedir un permiso de tres meses cada cierto tiempo y me iba a realizar algún proyecto vital. En aquella ocasión empaqueté más de cincuenta libros de literatura y de historia y me fui a Las Alpujarras de Granada, a un pueblecito llamado Bérchules y allí me recluí en una pensión con vistas al valle, a las montañas y al río Grande de Los Bérchules. Estuve pasando enero, febrero y marzo, el duro invierno -a más de 1300 metros de altitud- y los inicios de la primavera. Leí, escribí, soñé mucho, hice largas caminatas, hablé con los pastores, aprendí los nombres de las montañas, de las distintas plantas, conocí la historia de la comarca, me identifiqué con Gerald Brenan en su estancia en Yegen, muy cerca de Los Bérchules en los años veinte y treinta del siglo pasado, observé el cielo y el paisaje, contemplé las estrellas por la noche, dibujé, llevé un minucioso diario de lecturas y reflexiones sobre lo que estaba viviendo, escribí cartas, charlé con la señora de la fonda Rafael… y no lamenté haber dado aquella respuesta impertinente a mis alumnos. Era cierto que no consideraba el trabajo como la clave existencial de mi vida. Aquel tiempo de distensión me permitió la observación del mundo y de mi interior en combinación con la buena literatura. No pienso que fuera un tiempo perdido, y sin embargo, luchaban en mí la tendencia a la acción y la abulia. Entiendo los personajes abúlicos barojianos, los contemplativos de Azorín, los desgarrados por las contradicciones de Unamuno… Y sobre todo me identifico con la indolencia oblomoviana. A veces me viene a la mente la tentación de meterme en la cama y no levantarme más como el aristócrata Oblómov, la novela magistral de Iván A. Goncharov. Creo que soy un fiel partidario del oblomovismo. ¿Luchar? ¿Para qué? ¿Para cambiar el mundo? ¿Para conseguir metas personales? ¿Para realizarse? ¿Para ganar más dinero? ¿No es acaso un esfuerzo el solo hecho de levantarse y ponerse las zapatillas? ¿Hay algo que merezca la pena ser conseguido y luchar para ello? Seguro que ante esta pregunta, muchos de vosotros diréis: claro que merece la pena luchar, pero...

... perdonadme estas reflexiones, surgen de lo más hondo de mí. Hoy el sistema productivo capitalista nos ha inoculado que hemos de ser cambiantes, flexibles, adaptables, ambiciosos y, sobre todo, productivos. Hemos de estar toda nuestra vida adaptándonos, reciclándonos, dejando como inservible el pasado… Todo estado contemplativo es entendido como inútil, hay que moverse, producir más por menos salario. Todo el que no logre adaptarse al tiempo, que cada vez se percibe como más frenético, será orillado, aplastado, marginado, triturado… Más tras esta crisis en que el único criterio que va a contar será la productividad. Los conocimientos son considerados circunstanciales por el sistema educativo, no especialmente necesarios. Importa más la velocidad de cambio y de adaptación que la densidad; el enriquecimiento rápido y el consumo frenético que la dimensión del ser. No en vano se percibe en los escritores del pasado una fuerza y un magma infinitamente superior en profundidad que los escritores del presente. Vivimos a velocidad creciente, importa moverse rápido para dar la impresión de que vamos a alguna parte aunque no tengamos ni idea de hacia dónde o intuyamos que sencillamente vamos camino del desastre.

Mi forma de resistencia es negarme a participar en este caos frenético, a reivindicar la indolencia, la pasividad, mi negativa a sentirme productivo. No quiero obtener títulos, no quiero ser catedrático, no quiero adaptarme, no quiero crecer hacia fuera, quiero crecer hacia dentro, hacia la tierra, quiero detenerme y observar el cielo, mis manos, escuchar los latidos de mi corazón, acompasar mi tempo a los de autores que me hablan hace centenares de años como Montaigne y para entenderlos es necesario ser un poco –o un mucho- inútil, perezoso, indolente, pasivo, abúlico, contrario a conseguir metas u objetivos

Sé que el mundo no puede progresar con individuos como yo, pero es que la misma noción de progreso como fuerza ciega e incontestable me produce aversión. Creo que soy un individuo improductivo, sin ambición, nada adaptable, lento, sumergido en ensoñaciones poco prácticas y desde luego nada preparado para la sociedad que estamos viviendo en que todo ha de ser ligero, burbujeante, cambiante cada diez minutos, lleno de imágenes vertiginosas que no aspiran a tener significado y cuyo poso es cercano a cero. Pienso que el llamado progreso produce una saturación brutal de basura que es tomada como fundamental. No me gusta la basura pero progresar implica una producción gigantesca de desechos que se adornan y se consumen como si fueran alimentos nutritivos y hay que exclamar con entusiasmo que son riquísimos y que queremos más, muchos más. Estar toda la vida devorando desechos a ser posible con kepchup.

Pero no.

¿Entienden a Oblómov?

sábado, 12 de junio de 2010

Mi barrio

Escucho a través de spotify The man I love interpretado por Lionel Hampton en su álbum Revisited. Me serena y me anima a escribir un nuevo post que lleva unos días rondando por mi cabeza. Me encanta observar a la gente y a través de sus gestos, fisonomía, aspecto, forma de andar o de sentarse, hacerme una composición de su vida y de su interpretación del mundo. A veces me fijo en alguien e imito su modo de caminar sin que se dé cuenta. Hay multitud de maneras de hacerlo y todas reflejan algo muy nuestro, que tiene que ver con el núcleo de nuestra personalidad.

Hay un camarero de unos treinta años con gafitas, que lleva un largo delantal negro que camina cómicamente. Pasa por las mañanas por mi calle. Yo le sigo y me encanta imitar su forma patosa de andar que parece que va apoyándose en muelles, algo así como el pato Donald. Abre los pies marcadamente hacia fuera, y sus manos se bandean fuertemente hacia delante y hacia atrás. Otras veces me lo encuentro de frente o está parado en la papelería viendo los titulares de los periódicos y le saludo. No nos conocemos de nada salvo que he ido varias veces a su restaurante, pero nunca hemos cruzado palabra. Sin embargo, le saludo: Bon dia. Él se queda desconcertado unas décimas de segundo -tengo la impresión de que es muy despistado- y de pronto, como una flor, se abre en una sonrisa hermosa y unos ojos llenos de brillo y me contesta con una voz modulada y cálida también Bon dia. Es tan expresivo y hay tanta alegría en su saludo que pienso si no será un maestro zen o un samurai porque es difícil de llenar de tanto contenido una fórmula tan trivial como un buenos días.

(...)

El otro día en el consultorio de mi barrio, mientras esperaba para que me hicieran una ecografía abdominal que miraría por dentro mi hígado, mi pancreas y demás vísceras, llegó una pareja ya mayor, cercanos a los setenta años. Caminaban con dificultad, arrastrando los pies, y su gesto estaba lleno de enorme cansancio. El rostro de los dos era feo y triste como reflejando una vida desaprovechada y llena de aburrimiento o de desolación. No podía infundir su fisonomía, ajada y maltrecha, mayor melancolía o amargura. Sin duda allí había una vida enormemente triste y la relación entre ellos estaba marcada por la desilusión, la rutina y un infinito desfallecimiento o grisura. Sentí lástima. Sin embargo, hubo algo que cambió todo. El hombre se puso unas gafas bifocales pequeñitas y sacó un libro que llevaba en el bolso de su mujer. Me lo quedé mirando fijamente intentando atisbar qué estaba leyendo. Soy un curioso impenitente y me fascina lo que lee la gente. La mayor parte son bestsellers que no son nada significativos, pero a veces hay alguna sorpresa. Por ejemplo, en aquel hombre gris cuya vida había juzgado: estuvo leyendo durante diez minutos, hasta que le llamaron, La sonata a Kreutzer de Lev N. Tolstoi. Si recuerdan el argumento de aquella pequeña pero corrosiva novela, trata de la historia de Pózdnyshev, un hombre que se casa enamorado pero pronto descubre el fracaso de su matrimonio ante la rudeza de la vida cotidiana. Es una disección en que se enjuicia el matrimonio como una prostitución legalizada por la iglesia. Es un libro que levantó ampollas y que hirió profundamente a la mujer de Tolstoi. Pózdnyshev termina asesinando a su mujer. Aquel hombre que estaba observando se me iluminó con una nueva luz. ¿Qué sabía en definitiva de él? Estaba leyendo un libro poco común en que se arremetía contra el contrato del matrimonio y acababa dramáticamente. ¿Qué había en la mente de aquel hombre aparentemente gris? Seguía leyendo extraordinariamente concentrado y entonces su mujer le hizo un gesto para indicarle que les llamaban poniendo sus manos en las suyas en un gesto de ternura y compañerismo. Cerró el libro, se puso de pie con dificultad y entraron ambos a la consulta del médico. Me quedé pensando en lo sorprendentes que son las personas.

Hoy, ir más lejos, he ido a la bodega de mi barrio a comprar unas cervezas y un tetrabrik de vino barato para cocinar, Don Simón, el vino español más vendido en el mundo. Me gusta esta bodega porque allí la gente se toma un vasito de vino o una cerveza y pega la hebra con la bodeguera o los paisanos que recalan por allí. Es como un remanso de sosiego y comunicación que me encanta aunque yo no soy muy dado a hablar. Me cuesta enhebrar el hilo. Prefiero, como Galdós, observar maravillado a la gente, escuchar sus historias. Como la de aquel hombre comunicativo y parlanchín que a propósito del vino barato que yo compraba, se ha puesto a recordar cuando tenía dieciocho años y se iba a trabajar a la obra. Su madre le hacía, según ha contado, un bocadillo de barra de medio kilo a la que le quitaba solamente el coscurro. La llenaba de los ingredientes del cocido: ternera, chorizo, morcilla, pollo, y le añadía escalivada… Él paraba a las nueve a almorzar y sacaba su enorme bocadillo, iba al bar donde se pedía una botella de vino fresquito y se sentaba a comer con un placer propio de los dioses que me ha evocado en una imágenes que eran un cuadro precioso de su juventud cuando podía meterse una grandísima barra de pan bien rellena, y que ahora a sus sesenta años y su prominente barriga, le serviría para toda la semana.

Las personas son extrañas. Observarlas es uno de los ejercicios artísticos más extraordinarios que existen. En el fondo tengo una vocación de actor que me llevó en tiempos a interesarme por los gestos y actitudes de las personas con que me cruzaba e intentar penetrar discretamente en su vida para llevarlos a escena. Detrás de cada persona hay un misterio al que se tiene acceso si uno es capaz de observar cuidadosamente. Hay tanto que comunicamos con nuestras miradas, nuestra forma de caminar, con nuestra voz… que entiendo que algunas personas aprendan a neutralizar sus movimientos, sus tonos, sus gestos… para que no los capten, pero hasta eso es revelador. Y a mí me gusta indagar en ese mundo inmenso que es la otredad.

jueves, 3 de junio de 2010

Oh, Israel

No quería escribir sobre este tema, pero algo me impele a ello a pesar de que sé que levanta pasiones encontradas, y que no seré comprendido por la mayoría de lectores de este blog.

Siento simpatía por Israel, no puedo evitarlo. Desde que de niño viví la amenaza de guerra en 1967 en que se difundió públicamente que los árabes querían arrojar a los judíos al mar, tuve conciencia de que era un pueblo pequeño rodeado de centenares de millones de enemigos. Desconocía entonces la dimensión del holocausto y de los siglos de persecución y pogromos que habían vivido a lo largo de la historia. Pero mis sentimientos se unieron a ese estado minúsculo que luchaba por la supervivencia. Ello, sin embargo, no ha evitado mis enfados con su política con los palestinos, y ser consciente de su tremendo espíritu de superioridad –fundamentado en un miedo atávico a su desaparición, que no es una idea retórica sino una constante en la historia que todos conocemos-. Ser judío representa ser odiado, no sé por qué pero así es. En todos los sitios donde han estado han sido en alguna manera los mejores, pero fueron odiados, perseguidos y expulsados. También en España en 1492 como todos sabemos, para nuestra desgracia puesto que perdimos a la élite que podía haber dado soporte al poder financiero de España.

Triste sino el de ser judío, pero que lleva a un profundo sentimiento de unión entre ellos frente siempre a la amenaza exterior. Se les culpa ahora de ser como los nuevos nazis. Todo lo que tiene que ver con ellos levanta una oleada de pasiones muy intensas. Estos días he leído la prensa digital y he sido consciente de la división frontal de opiniones que desencadenan los hechos que todos conocemos. Para algunos ha sido un acto de piratería frente a una flota humanitaria y desarmada que revela el carácter genocida del estado de Israel que mantiene un bloqueo ilegal sobre la franja de Gaza que se ha convertido en una cárcel a cielo abierto. Otros, quizás un tercio de las intervenciones sostenían que si Israel no se defendiera como lo hace, pronto sería exterminado y manifestaban su adhesión al único país democrático en Oriente Medio frente a las tiranías dominantes en la zona.

He leído multitud de artículos y oído tertulias en la radio y en todos los sitios levantaba la misma polarización. No obstante es más fácil en este caso ser propalestino –solidarizándose con el padecimiento de la franja de Gaza y denunciando la brutalidad israelí- que intentar comprender las razones de este pequeño pueblo que le lleva a cometer estúpidos errores como ha sido el violento asalto a esta flota internacional y que le ha llevado al mayor aislamiento de su historia y ha reforzado todavía más a su mayor enemigo que es Irán y que ha proclamado reiteradamente su voluntad de destruir Israel.

¿Cómo sobrevivir en un entorno en que todos te odian? ¿Cómo hacerse respetar? ¿O Israel ha elegido –sabiendo que nunca podrá ser estimado haga lo que haga- ser temido?

Mucho me temo que esta es la verdadera clave. Si te odian, mejor será que te teman también. Tras el padecimiento espantoso del holocausto, algunos reprocharon a los judíos haber sido mansos y haberse dejado llevar sin oponer resistencia a las cámaras de gas. Y digámoslo claro, en Europa existía –y sigue existiendo- un profundo y arraigado sentimiento antijudío o antisemita, como quieran llamarlo. La mayor parte de los países en que se extendió la contienda mundial colaboraron activamente en detener y deportar judíos a los campos de exterminio, y el Vaticano no hizo lo suficiente para defender al pueblo culpable del deicidio. Los judíos saben que no pueden esperar demasiado de Europa. Tienen una buena experiencia de ello. Millones creían ser ciudadanos alemanes, austriacos, franceses, holandeses, húngaros, italianos… pero todos se convirtieron en alimañas judías a exterminar. Siempre se han extendido bulos sobre ellos: que si asaban a niños cristianos para comérselos, que si extendían epidemias con sus conjuros, que eran avaros de nariz ganchuda, que si dominan la banca mundial, que son los verdaderos gobernantes de Estados Unidos, que son malvados, genocidas, peor que los nazis –sus verdaderos maestros-.

He leído a los intelectuales judíos Amos Oz y David Grossman y ambos lamentan el trágico incidente como un crimen y un error innecesario que ha llevado a la muerte de nueve personas, y ambos abogan por hacer la paz con los palestinos -levantando el bloqueo a Gaza- confrontándose a una opinión pública que se siente asediada y amenazada y que está dispuesta a morir matando, pero nunca más a dejarse exterminar mansamente.

No es fácil ser judío. Me dirán también los que leen esto, que tampoco es fácil ser palestino y tendrán razón arguyendo que son los judíos los que poseen una fuerza militar abrumadora y que la ejercen sin piedad. Es cierto, pero los judíos están solos frente al mundo entero (con el paraguas americano, también es verdad) y dependen exclusivamente de su determinación y voluntad para no ser de nuevo expulsados o exterminados. Todo juega en su contra: la demografía, la amenaza nuclear de Irán que pronto se hará realidad, el rearme de Hezbolá en el Líbano, el odio gigantesco acumulado de tantos y tantos palestinos tras décadas de opresión... ¿Cómo retener el gatillo si uno está dominado por el pánico que da la terrorífica experiencia histórica? ¿Cómo aceptar de nuevo con mansedumbre su exterminio? ¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo hacer que le amen a uno? ¿No es éste un conflicto psicoanalítico en el fondo?

Hay una encuesta a la derecha que podéis contestar. Se pueden elegir varias respuestas.

lunes, 31 de mayo de 2010

Allí estábamos

Hace poco más de dos años publiqué un post titulado Lluvia en Macondo. Recomiendo leerlo para entender la dimensión de lo que voy a explicar. En él hablaba de Álex –un alumno de primero de bachillerato- y la profunda crisis que estaba pasando que le llevó durante varios años a vivir un infierno personal en un proceso complejo de readaptación a la realidad.

Vuelvo a ello por una razón. Este fin de semana se celebraba la caminata que va desde mi barrio de la Almeda (en Cornellá de Llobregat) hasta el macizo de Montserrat. Otros años eran 56 kilómetros, pero la vía de éste se había recortado en tres aunque la dificultad era aún mayor si cabe. La travesía es nocturna y por el ritmo que lleva nuestro grupo dura unas catorce horas. Era la octava edición en que participaba. Es una prueba de resistencia física y psicológica de grado medio aunque muy fuerte para un ciudadano común que no sea un atleta.

La mayor dificultad es el ascenso a Montserrat despuntado el día tras haber andado cincuenta kilómetros. Las fuerzas se agotan y uno llega al límite de su resistencia.

Caminaba con mi grupo charlando animadamente al atardecer cuando alguien se puso a mi altura y me saludó. Era Álex, el protagonista del post que he reseñado arriba. Hacía ya bastante tiempo que no lo veía. Lo vi más delgado. La medicación lo había engordado mucho y ahora aparecía esbelto y atlético. Se quitó las gafas oscuras y se unió a nuestra pandilla y el resto de la noche participó de nuestras conversaciones, bromas y desfallecimientos.

Álex está en proceso de recuperación, pero mi impresión fue magnífica en lo relativo a su terreno personal. Está luchando por readaptarse y tiene metas profesionales tras haber descarrilado en el bachillerato, pero lo más interesante es su vocación humanista y solidaria. A sus dieciocho años participa en una ONG de ayuda a un país centroamericano, trabaja también con la cruz Roja, y colabora como voluntario en su ciudad con toda causa justa que lo necesite. Estuvimos hablando durante un buen rato sobre su visión del mundo, sobre la desigualdad, la pobreza, la necesidad de educación para los países subdesarrollados, el calentamiento global, la necesidad de poner límites al crecimiento, la crisis económica, y también hablamos de su proceso evolutivo tras haber estado al borde del abismo. La terapia humanista que está recibiendo está haciéndole verse de otra manera y darse cuenta de que el pasado no tiene por qué condicionar ni el presente ni el futuro. Yo le hice observar que su crisis le había hecho más denso, más profundo, más rico humanamente frente a la frivolidad que se palpa entre los jóvenes de su generación. No había muchos en aquella marcha a Montserrat. Era el grupo de edad menos representado. De hecho había más personas mayores de sesenta años que menores de veinte.

¿Por qué hacer esta marcha demoledora? Yo tenía mis razones y desde luego no eran religiosas. Quizás es un desafío personal que te lleva a prepararte durante el año. Todos los que participamos lo entendemos como una prueba, también intuyo que Álex se lo tomaba así e incluso con una distensión muscular y vendado se puso en camino. Tres jóvenes que iban con él terminaron retirándose a mitad de trayecto, pero él siguió con nosotros charlando, guardando silencio o riéndose a mandíbula batiente con los comentarios archidivertidos de Toni, nuestro compañero más divertido.

La noche fue pasando, atravesamos bosques alumbrados con nuestras linternas, cruzamos urbanizaciones, ascendimos, hicimos descensos vertiginosos por caminos llenos de piedras, subimos tramos durísimos de escaleras y llegamos al último avituallamiento al pie de Montserrat en Collbató. Allí comenzaban dos horas terribles de ascensión hasta el monasterio. Hubo momentos en que lo pasé muy mal al límite de mis fuerzas, Toni sufrió una lipotimia y casi se desmaya, y Álex con su rodilla lesionada tuvo un problema serio con sus abductores que le hizo subir buena parte del ascenso con fortísimos dolores, tanto que tenía que impulsar sus piernas con las manos para poder seguir.

Pero llegamos a eso de las nueve de la mañana y Álex también con una cara –a pesar del dolor- de profunda satisfacción. Lo había conseguido. Esos momentos son únicos. Brindamos con cava fresquito y me comí un bocadillo de salchichón. ¡Qué manjar más exquisito me pareció! Los malos momentos desaparecieron mientras la mañana brillaba con un sol espléndido. Nos dolía todo y olíamos a tigre, pero allí estábamos de nuevo. Y no sería la última vez. ¡Qué hermosa era la vida!

Por ti, Álex.

jueves, 27 de mayo de 2010

Mi biblioteca


Mi biblioteca es extraña. Creo que es una metáfora de mi interioridad: desordenada, caótica, multiforme, incompleta…

No tiene sólo un cuerpo o una localización precisa. La biblioteca abarca toda la casa, casi todas las habitaciones tienen anaqueles en los que se amontonan libros con un orden impreciso o un desorden exacto. Hay secciones, claro que sí, todas preciadas: narrativa española de postguerra (una de mis pasiones), teatro, poesía, novela negra americana, ciencia ficción, horror, novela criminal contemporánea, obras completas de Baroja, el 98 en todas sus vertientes, literatura medieval, literatura renacentista y barroca, siglo XIX (todo Galdós y cinco ediciones de La Regenta), literatura hispanoamericana (que recorrí en los ochenta pero en la que no estoy puesto en las últimas tendencias), literatura africana (una de mis secciones más completas), literatura inglesa, francesa, rusa, portuguesa, norteamericana, narrativa reciente, aventuras…

Pero mis libros apenas mantienen una lógica ni una ordenación. Cuando pienso en un libro que quiero releer u hojear he de trazarme un mapa imaginario sobre dónde puede estar colocado y ello es sumamente vago. Detesto el orden. Creo que el orden en su lógica abrumadora conduce a la muerte como conclusión final. Quiero tal vez que la muerte se embarulle cuando venga a buscarme y no sepa si encontrarme en un género u otro, en una sección u otra, que no sepa dónde está el libro que resume todo. Que no sepa quién he sido: alguien esencialmente sin terminar y que abraza la vida en su vertiente más imperfecta e inconclusa. Quiero perderme en mi biblioteca desordenada. Encontrar libros por azar como maravillosos tesoros. Redescubrir, releer sin temer la desilusión de la vuelta a un territorio de mi juventud.

Los libros me han dejado huellas profundas. Hoy mi hermano me decía que yo vivía en los mundos de Yupi mientras él vivía en la realidad real, en el mundo real. Me ha hecho recapacitar esta opinión porque tiene algo de cierto. Mi mundo es la literatura, mis recuerdos son esencialmente literarios y la construcción imaginaria de mi vida tal como la recuerdo es literaria. Me creo en cierto sentido un personaje de novela. No puedo aceptar que yo pertenezca al mundo de la realidad real. Entiendo perfectamente la literariedad de Valle Inclán que fue un extraordinario personaje literario.

Mi biblioteca habla de la vida, de la percepción de la vida, de reflexiones extraordinarias acerca de la vida (mis escritores preferidos son genios y me apropio de su genialidad), pero todos ellos murieron. Por grande que fuera su alma todos se encontraron con la restricción absoluta de la muerte.

Llega un momento de la vida en que uno no puede tomarse demasiado en serio su sufrimiento. Esto es para los jóvenes. El pesimismo –alguien me decía- es un signo de juventud. Llega un momento en la vida en que uno ya no puede ser pesimista. Está todo tan claro que sólo queda el humor y la literatura. Y el poder elegir el momento. Nietzsche escribió que la esperanza en esa libertad elegida le dio aliento para soportar la vida.

Mi biblioteca me acompaña. Es mi mayor riqueza (además de mi familia, mis amigos, mis recuerdos, mi blog). No entendería la vida sin los libros que me han dado consistencia, densidad… pero quiero que siga siendo desordenada y atípica como yo mismo, también confusa; no quiero apuntar los libros que he leído cada año dejando que se fundan en mi ser en una amalgama extraña… Pensar que mi biblioteca está formada también por los libros que he perdido, por los que regalé, por los que dejé y no me devolvieron, por los que me robaron, por los que desaparecieron misteriosamente… Mi biblioteca soy yo mismo en estado puro, leyendo hoy a Elías Canetti hablando sistemáticamente sobre la muerte, contra la muerte -El libro de los muertos-: es el último habitante que ha llegado a mi biblioteca.

Pensar la muerte, pensar contra la muerte.

viernes, 21 de mayo de 2010

El mundo que viene

Creo que tenemos que empezar a pensar que la crisis que estamos experimentando no es pasajera. Durante unos meses hemos creído, a medida que, no obstante, subía el paro, que esto ya se estaba reconduciendo y que en un año o dos volveríamos a nuestro estilo de vida anterior de crecimiento, endeudamiento y consumo sin límite.

Durante dos décadas (1990-2010) hemos crecido exponencialmente basándonos fundamentalmente en el crédito. Ganábamos 80 y gastábamos 140: viajes, moda, ocio, cultura, hipotecas, coches, segundas viviendas, vacaciones de verano e invierno… Esa dichosa tarjetita rectangular era un talismán mágico y todo lo que nos rodeaba parecía estimular esa espiral de que a mayor consumo, más crecimiento y mayor bienestar de modo indefinido e ilimitado. Los políticos aconsejaban en el inicio de esta crisis que siguiéramos consumiendo, que el consumo era patriótico y generaba puestos de trabajo.

Pero el sistema económico, el capitalismo, ha llegado a un punto en que no hay camino hacia delante. Hemos llegado al límite de endeudamiento. Todo el mundo ha gastado más de lo que podía y hemos erigido la satisfacción del placer en el eje de nuestro sistema de vida, tan diferente del modo de vida de nuestros abuelos que crecieron en la carestía y el hambre, y en el lógico esfuerzo que suponía.

Esto se ha acabado y lo vamos a ver bien pronto. De momento se ha bajado el sueldo a los funcionarios ante la aquiescencia entre todos los que no son funcionarios. Se ha congelado la pensión a los jubilados, y esto ya no ha sido tan celebrado. Pero lo que ha de venir va a ser peor, porque el paro va a ir en aumento y el déficit no va a poder ser controlado. Nuestro sistema productivo (construcción+turismo+automóvil) se ha venido abajo y no tenemos otro que lo reemplace.

Tendremos que acostumbrarnos a vivir con menos, a poder satisfacer menos nuestros deseos y limitarnos a nuestras necesidades. Va a ser duro especialmente para la clase media extraordinariamente endeudada. Los jóvenes lo van a pasar muy mal porque el mercado de trabajo va a estar muy limitado para ellos aunque se formen extraordinariamente. Magníficos currículums no van a garantizar un puesto de trabajo a la altura de sus méritos, si es que garantiza alguno. Los parados mayores de cuarenta años y más, teniendo en cuenta que la edad de jubilación se va a retrasar hasta los 67 o los 70 como recomienda la patronal, van a tener que depender de la solidaridad familiar. Los hijos tardarán aún más en emanciparse y muchas familias tendrán que subsistir con un sueldo. Habrá que medir mucho los gastos. Sólo tendrá trabajo quien genere auténticamente productividad. El sistema de cobertura social se viene abajo. Habrá que pagar por la asistencia sanitaria y probablemente por la educación. El estado no tendrá dinero para garantizar los servicios básicos. Ignoro qué pasará con el sistema de pensiones, pero me temo lo peor.

Habremos de pasar de una mentalidad individualista a una colectiva. Del yo al nosotros, de la euforia inane del consumismo hacia la racionalización y el sentido de grupo, la negociación, los proyectos compartidos… la reflexión sobre nuestro sentido de la vida y sobre la propia supervivencia del planeta.

Conceptos como la solidaridad se harán más necesarios porque habremos de compartir mínimos. Quizás la cultura vuelva a encarnarse como necesidad básica de los ciudadanos.

Habremos de aprender a compartir y entender que el mundo es desigual. A nosotros nos irá mal, pero buena parte de la humanidad lo pasará mucho peor. En estos años de euforia consumista, más de mil millones de personas han empeorado en su nivel de vida viviendo en la más real miseria. Esto es lo paradójico: que habiendo excedentes no hayamos sabido mejorar la vida de esta parte de la humanidad que ha tenido que intentar emigrar para poder sobrevivir.

El peligro real es que el malestar que se va a generar por la debacle del modelo consumista –y la reducción dramática de nuestras expectativas de crecimiento- podrá ser aprovechado por movimientos ultraderechistas que dirijan su odio hacia los inmigrantes y todo lo que ha significado la cultura progresista, incluida la idea de monarquía federal que estamos viviendo. Vemos ya indicios de ellos. España está girando a la derecha, pero no sólo España, también lo vemos en Estados Unidos y el conjunto de Europa, un proyecto que se está anquilosando ante el empuje de naciones emergentes que están creciendo mucho en plena crisis (China, Brasil, India, Sudeste asiático…)

¿Qué pasará con España en una crisis profunda del modelo de crecimiento, ya agotado? ¿Cómo afectará al equilibrio político entre las distintas regiones? ¿Se buscará la independencia de Cataluña y el País Vasco como solución a la debacle económica? ¿Nos mantendremos unidos frente a lo que se nos viene encima o nos dispersaremos en enfrentamientos interregionales?

Se avecina un cambio de modelo, una inflexión profunda en nuestro sistema económico y de vida. ¿Saldremos, pues, de la gilipollez consumista en buena dirección? ¿O triunfará el fascismo buscando enemigos que nos ayuden a tragar la amargura de la ruptura de ese bienestar que hemos vivido durante tanto tiempo?

¿Se legalizará la marihuana como pronostica algún economista?

martes, 18 de mayo de 2010

En perspectiva

Llevo aproximadamente cinco años manteniendo un blog que ha estado a punto de desaparecer en varias ocasioneNegritas. He urdido alternativas en otros blogs que pocos recordarán. Uno fue Zonas oscuras que duró dos meses y medio. Utilizaba el formato breve y publicaba todos los días. Revelaba mi dualidad en la que se enhebran los sentimientos más oscuros y a la vez el ansia de claridad y de luz. Quien me lea no encontrará fácilmente al pesimista que todo lo ve negro, pero tampoco al optimista que encuentra en todo motivos de exaltación.

Profesor en la secundaria ha tenido varias etapas. Años en que ha sido intensamente pedagógico, siempre desde un punto de vista existencial, y años en que se ha alejado de la pedagogía y ha ensayado reflexiones diferentes. He procurado en todas añadir mi experiencia personal como punto de anclaje al post. He evocado momentos de mi historia como profesor, como viajero, como actor, como practicante de zen, como lector, como padre… He hecho de la duda un ejercicio metódico. No tengo muchas certezas y sí muchas dudas, pero lo prefiero así.

A lo largo de estos cinco años he mantenido relaciones blogueras apasionadas que luego se han disuelto en la nada. Los blogs nacen, crecen y mueren y los autores que están detrás desaparecen. He seguido procesos de pensamiento que me han interesado y a los que me he sentido cercano. Pero un día el proceso se interrumpe por razones infinitas y pierdo a esa persona que está detrás. Otras veces sé que lo que he escrito ha interesado en un momento determinado a alguien que lo ha leído con entusiasmo, pero tiempo después ese momento vital ha pasado y se produce el distanciamiento. La blogosfera es un cúmulo de encuentros y desencuentros. Siento profundamente los momentos en que soy consciente de esa distancia que se produce con alguien a quien has admirado. No suele dejar huellas. A veces no hay una despedida formal tras incluso un intercambio epistolar sumamente intenso al margen del blog.

Pienso que cinco años es un tiempo largo en que todos hemos cambiado. Yo no soy el mismo que empecé y entiendo que todo el mundo pasa por experiencias de transformación, de pasión por el mundo bloguero por las perspectivas que abre y de cansancio o desilusión tras un tiempo más o menos dilatado. Es difícil tener siempre algo que decir y de sentimientos no sólo se nutre un blog. Es normal que ímpetu inicial se trastoque en rutina al cabo de un tiempo y uno ya no espere tanto. O se le acabe lo que tenía que decir.

El autor de un blog espera los comentarios que entiendan lo que exactamente ha querido decir, incluso que vayan más allá y le revelen lo que no se atrevió a pensar. He encontrado comentaristas sagaces que me han alumbrado, que han ido más allá de donde yo había osado ir. Es una química extraordinaria la que se produce por medio de los comentarios. A veces dan en el blanco; otras veces, sus dardos caen lejos aunque animados de buena voluntad. Todos son bien recibidos. La lucidez es una cualidad no muy extendida. La mayoría expresamos lo que podemos sin ese plus de inteligencia necesario. No es necesario escribir mucho. Tal vez sólo es una frase, pero precisa y exacta, que entra en diagonal hasta el corazón y surge la emoción profunda. Intento hacer ese comentario que a veces surge inesperadamente y que notas cuando ha llegado con precisión a la otra persona. En otras ocasiones lo que uno escribe es enojoso y pesado y probablemente no coincidirá con lo que el autor ha intentado expresar. No descarto que entre los procesos de pensamiento que se desarrollan en los blogs se produzcan estos acercamientos casi eróticos y luego alejamientos que nadie sabe por qué han tenido lugar.

En otras ocasiones ha habido discrepancias fortísimas y quien había sido importante en un momento se convierte en indiferente o incluso hostil. Otras veces he visto extraordinarios ejercicios de comprensión y humildad ante lo que se consideraba distante respecto a lo que uno había escrito. No siempre la discrepancia es bien entendida, pero tampoco los comentarios que se limitan a elogiar por sistema terminan por ser apreciados. Me gusta personalmente la disensión crítica, aguda pero bienintencionada. Esto se percibe fácilmente. Igual que hay blogs que emanan simpatía y humanidad, capacidad empática.

El mundo de los blogs, tras un recorrido más o menos largo, es como la vida misma. Cercanías, lejanías y a veces mágicamente se perpetúa en el tiempo la amistad, el reconocimiento, el respeto

Entre los que todavía estáis aquí (espero que por mucho tiempo) hay buenos amigos, algunos ocultos (¿hay lectores ocultos del blog?). Os envío un mensaje de calor, de amistad, de cercanía. Todos vosotros sois esenciales en la trayectoria de este blog, y a todos los que han desaparecido, muchos, muchísimos, demasiados, os mando un cálido abrazo aunque sé que ya no me leeréis.

jueves, 13 de mayo de 2010

Desafío


Tengo miedo.

El mundo conocido se viene abajo.

Es el fin de un ciclo.

Me siento como un comediante

en un carromato de El séptimo sello

o en el de Gelsomina y Zampanó

en La Strada.

Esto se viene abajo,

pero quedarán los comediantes

para dar cuenta de los sueños

no realizados.

Empiezo a vislumbrar luces entre las sombras.

Este mundo se estremece entre temblores.

Desnudo camino en el río

y siento el frescor de la mañana.

Todo comienza en cualquier momento.

El mundo se abre a perspectivas nuevas.

Nada del pasado nos vale.

Hemos de idear un nuevo modo de estar aquí.

Maldigamos la nostalgia.

El mundo del pasado ha muerto.

Sólo queda el presente y el futuro que se abre incierto.

Pero hemos de estar a la altura del desafío.

Nuestros espíritus deben ser ágiles

y generosos para entender el enigma.

La historia se conmueve

y yo desde mi lugar privilegiado

me doy cuenta de que hay que cambiar.

Todo ha de cambiar.

No nos sirve el pasado.

Las manos abiertas, el corazón latiendo.

Buscando una nueva era.

lunes, 10 de mayo de 2010

Absolutamente Fellini

Durante las últimas semanas he estado sumergido en el mundo cinematográfico de Federico Fellini. Conocía algunas de sus películas pero nunca me había interesado tanto como para ver de nuevo todo su cine, que redescubrí a partir de una exposición en el Caixaforum de Barcelona sobre su figura y su cinematografía. He asistido maravillado a la evolución de una carrera artística absolutamente imaginativa y transgresora de un cineasta apolítico, católico en buena medida, que leía pocos libros y que presumía de no ver cine ajeno.

Fellini no era un intelectual, pero precisamente por eso su cine rebosa de vida por todos sus poros. De vida, de sorpresa, de intuición, de imaginación... Fellini sostenía que daba igual que una película fuera mala o buena. Lo importante es que hubiera vida en ella. Cada filme suyo es un salto en el vacío. Nunca se repitió, nunca quiso continuar el éxito de una película anterior. Cada nueva propuesta debía ser absolutamente novedosa con el riesgo implícito de equivocarse. De su extraordinaria colección de filmes elijo: El jeque blanco (1951), Los inútiles (1953), La strada (1954), Almas sin conciencia (1955), Las noches de Cabiria (1957), La dolce vita (1960), Ocho y medio (1963), Roma (1972), Amarcord (1973), La ciudad de las mujeres (1980), Ginger y Fred (1986)... El satiricón (1969), Casanova (1976), Giulietta de los espíritus (1965) me parecieron admirables pero no terminaron de cautivarme. Me reservo para verlas una segunda vez y volver a valorarlas. Una que no he citado pero que es absolutamente maravillosa es I clowns, un homenaje al mundo del circo y concretamente a los payasos. Constituye una despedida ¿provisional? de los antiguos payasos que levantó ampollas en el mundo del circo. Ésta la vi con mi hija -era en italiano y francés pero la lengua no era ningún obstáculo para seguirla-. También vi con ella Amarcord (Me acuerdo) y Ginger y Fred. Vivimos por ello en casa una temporada absolutamente felliniana.

¿Y quién entendería el mundo de Fellini sin la música circense, dramática, sentimental y romántica de Nino Rota, aquel genio intuitivo que a los diez años componía oratorios para orquestas sinfónicas? ¿Y quién seguiría la carrera de Fellini sin su relación con las mujeres a las que adoraba, sin su compañera y actriz Giulietta Masina, sin su relación con el mundo del circo, sin la evocación de la niñez, sin su formación católica cuyos ritos y procesiones vertebran varias de sus películas, sin el mar de aquel Rímini donde nació?

Fellini es un genial mentiroso. Es difícil creer en ninguna afirmación que hiciera en su vida. Prácticamente todo es inventado y a la vez es rigurosamente verdadero. No hay que buscar la verosimilitud histórica en sus obras o en sus afirmaciones sino la verdad poética. Lo otro da igual.

En la visión circense de Fellini todos somos payasos. La vida es un circo. Shakespeare también dijo que el mundo es un teatro y los hombres actores. Hay dos tipos de payasos. El payaso blanco y el payaso rojo, también llamado Augusto o Tony en la tradición italiana. El blanco es el amo, el integrado, el ordenado, el lógico, el rico, el cuerdo, el listo, frío, lunar, elegante, artístico, alegre, inteligente, autoritario... Es el más bello de todos los clowns... También se le llama Pierrot. Va maquillado de blanco y su vestuario es brillante, holgado, no lleva peluca y muchas veces un gorrito cónico...

El payaso rojo o “augusto” es el más cómico de todos los payasos, es el siervo, el rebelde, el pobre, el loco, extravagante, travieso, sociable, generoso, alborotador, tonto, recibe todas las bromas del blanco pero termina teniendo el control de la situación aunque siempre depende del blanco para realizar su papel pues es su antítesis. Lleva grandes zapatones, sombrero rojo y la cara pintada, muy exagerada, del color de la piel tendiendo al rojo. Representa la inversión del orden que le encanta subvertir, es desorganizado, despistado, torpe... pero tremendamente intuitivo y se ríe de todo.

Fellini en su visión circense decía que Hitler fue un clown blanco, Mussolini: un augusto. Pio XII: un clown blanco; Juan XXIII, un augusto; Freud: un clown blanco. Jung: un augusto. “El clown blanco es la Madre, el Padre, el Maestro, el Artista, el Bueno, o sea, lo que se debe hacer. Y el augusto, que admiraría ese dechado de perfecciones si no fuera tan severo, se subleva y se declara en perpetua rebelión".

Os planteo un divertido juego. Con algunos de los que me leéis y comentáis tengo alguna idea ya formada sobre qué tipo de payaso seríais. Yo también sé cuál sería yo, pero os planteo esta interesante reflexión para saber cuál es la opinión que tenéis sobre vosotros mismos.

Hay una tercera opción quen es el payaso excéntrico”: solitario, listo, despierto, vence todas las dificultades, se enfrenta a sus dos compañeros -el blanco y el rojo- desconcertándolos y poniéndolos en ridículo, lo imprevisto es su pesadilla, todo cuanto hace es calculado y pensado, no deja nada al azar, no necesita a nadie para actuar, es un augusto inteligente... El augusto -aunque sea genial- necesita siempre de un partenaire para actuar. Toda su ciencia es acumular el mayor número de obstáculos para vencerlos a la vez.

¿Os apetece definiros? ¿Blanco, rojo, excéntrico? ¿Es la vida un circo y nosotros payasos? ¿Quiénes somos? ¿Qué tipo de payaso sería yo?

Hay una encuesta a la derecha arriba, por si no quieres contestar con palabras.

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