Probablemente iniciar este debate a finales de julio sea un error, pero es cuando me surge con fuerza a partir de algunos comentarios en mi anterior post sobre el tiempo de la infancia y el sentido de pertenencia.
Muchos escritores han destacado la infancia como un territorio de excepción, tal vez mágico o sagrado en que nuestras visiones son de una potencia sobrecogedora. Dicen que nuestro único paraíso es la infancia. Josep Fábrega Agea en sus comentarios afirma que la infancia es la patria de todos. Yo le contesté que hay infancias muy diferentes, sugiriendo que hay algunas que son especialmente desoladoras. Josep me contesta que la suya fue triste y pobre, pero que es la única que tiene y que ha necesitado reconciliarse con ella mediante el autoanálisis.
Lo del universo primigenio de la infancia es, como poco, discutible. La infancia como edad dorada, como tiempo de excepción, no me acaba de convencer. No deja de ser una bonita/bobita figura retórica que encubre siempre la incomodidad con el presente, la inadecuación al aquí y al ahora; además de ponerle sordina a un tiempo de no pocos sufrimientos: causados y recibidos, porque la crueldad infantil no hace distingos. Que haya nostalgia del paraíso, puede, porque, como se describe a la pareja primordial en él, no hay necesidad de trabajar, la gran maldición humana, y se vive en la ignorancia de la comunión con la naturaleza. El hecho de que el trabajo y el acceso al conocimiento vayan ligados es de lo más diabólico que pueda imaginarse”.
Juan Poz, bienvenido a la conversación. No tengo otra referencia directa de la infancia que la que viví en primera persona y la que he podido observar en mis hijas. Sin duda, no he dicho que la infancia sea una época fácil, ni que no sea dolorosa y cruel. Por lo que yo sé, puede llegar a ser dramática según en qué circunstancias, pero es una época profundamente filosófica porque se inicia en estado virgen el acceso al conocimiento. Pocas conversaciones tan densas como las que he tenido a los cinco años con mi hija sobre la muerte y sobre dios. El universo infantil es puro, también para la maldad, no está impregnado del utilitarismo y pragmatismo y de la adulteración que nos hace adultos. Es una época de relatos que alcanzan una gran intensidad y no me desdigo de que en ella existe la magia como modo de percibir el mundo. Me puedes decir que todo eso es incierto y que cuando crecemos salimos de los engaños de la infancia. Puede ser, pero no por eso dejan de ser poderosos. Y hay culturas en que no hay tanta distancia entre el mundo de la infancia y el de la adultez en cuanto a cosmovisión. Me estoy refiriendo a las culturas aborígenes o más inocentes como la que describo en mi participación en espectáculos teatrales en Indonesia. Me puedes decir que nuestra facultad más elevada es la razón y que estas sociedades son retrasadas, proclives a las dictaduras y a la ausencia de progreso. Puede ser, pero no deja de ser interesante observarlas y considerarlas. Creo que la infancia es un territorio sagrado y salvaje. Al menos es lo que yo puedo recordar, pero no pienses que yo volvería a ella ni que la tenga idealizada. Fue la etapa más terrible que puedo recordar, pero eso no me impide volver a ella y encontrar en su cosmovisión algo que tiene en común con los pueblos llamados primitivos. Y no idealizo ni la infancia ni a los pueblos primitivos. Simplemente dirijo mi reflexión hacia estos estados del conocimiento en la medida corta de mis facultades. Un cordial saludo.
Esta es la pregunta que os planteo a los supervivientes del verano en un debate íntimo y minoritario: ¿Es la infancia un espacio de excepción? ¿Somos en alguna manera el niño que fuimos y es bueno que sea así? ¿Nos marca el periodo de la infancia? ¿La infancia es un periodo a superar? ¿Es negativa la idealización de la infancia como paraíso? ¿Cómo fue vuestra infancia? ¿Feliz? ¿Dolorosa? ¿Mágica? ¿Terrible?¿Está el niño en la persona que sois ahora? ¿Os sentís niños en algunos momentos? ¿Para qué sirve la infancia? ¿Necesitamos volver a ese estado? ¿Por qué?