Emoción de reencontrarme con mis alumnos tras dos meses de alejamiento. Día de temperaturas elevadas. Las clases se convertían en hornos que propiciaban la inquietud y la distracción. Nuestras espaldas acababan mojadas. Las puertas tenían que estar abiertas para que hubiera algo de corriente.
Un primer curso. Un tercero de N.E.E (Necesidades Educativas Especiales). Radiografía del mismo: doce alumnos marroquíes, algunos recién llegados y que desconocen totalmente el idioma; diez españoles de nivel muy bajo; ocho latinoamericanos (Colombia, Ecuador, Bolivia). ¿Cómo armonizar esta dispersión de necesidades educativas? ¿A quién te diriges cuando das la clase? ¿A quién dejas fuera? En una primera prospección he visto aptitudes y actitudes muy distintas. Pero el común denominador es el carácter inquieto de los chavales. Para trabajar con ellos hay que tener todo muy pautado y hay que intentar tener material diferente para cada grupo de alumnos. No tienen libro de clase. El que les corresponde tiene un nivel muy elevado. Comienza con el discurso de Paul Auster cuando recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras. No es el caso. Entre mis alumnos de este curso no abundan los que estimen la lectura. La mayoría han contestado que no hay ningún libro que hayan leído ni siquiera los obligatorios. No es buena idea la de empezar con el discurso de Auster:
No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe?, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.
Lástima, es un texto interesante.
Una nueva clase por la tarde. Un cuarto de ritmo heterogéneo. Les hablo del sistema de subir la nota mediante lecturas. Ellos propondrán el género y yo les sugeriré el libro que habrán de leer. Les planteo que el común denominador de los libros que les voy a recomendar es que son lecturas “adultas”. No hay ninguna protesta. Les explico el sistema y ellos han de decidir. Si leen y escriben, tienen una buena nota a su alcance. La votación es abrumadoramente favorable al sistema planteado. Les hablo de los libros seleccionados. Les sugiero que si alguno desea lecturas “juveniles”, es decir, libros pensados para adolescentes, puede solicitarlo y yo le recomendaré títulos interesantes. No hay ninguno que lo haga. Hay expectación cuando empiezo a repartir libros. Hay mucha demanda de libros de terror y las llamadas lecturas "sorprendentes", así como hay un sector que solicita libros “para pensar”, pocos de ciencia ficción y alguno de aventuras. Policíacos no los solicita nadie. Voy capeando el temporal, dándome cuenta de que cada libro que falle en mi recomendación supondrá una decepción. No espero, les digo, que todos los libros les gusten, pero sí que les interesen. En última instancia consideraría aceptable que alguno odiara alguno de los libros que le proponga. La idea de incluir cómic gusta. Sobre todo cuando les aclaro que alguno de los títulos recomendados es de cómic erótico y de terror. La idea del erotismo les entusiasma. Les recomendaría Las once mil vergas de Apollinaire, pero temo la reacción de los padres; también les hablo off the record de La máquina de follar de Charles Bukowski. Les digo que no se la puedo recomendar por problemas educativos. Ellos insisten en que quieren leer esa obra. No es posible que yo la recomiende, pero, amigos, ya habéis oído hablar de ella. Yo no voy a rechazar la ficha si la presentáis. Igual que no voy a rechazar la lectura de libros de Clive Barker, uno de los más sanguinarios de la historia del género.
Gustan los territorios prohibidos, escabrosos, inciertos, cenagosos, turbulentos… Quiero que estos libros les conmuevan y sobre todo que no les dejen indiferentes. Aunque no sean políticamente correctos o educativamente adecuados a su edad, según el criterio de las editoriales y la psicología evolutiva.
Parafraseando a Auster: No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo…
Un primer curso. Un tercero de N.E.E (Necesidades Educativas Especiales). Radiografía del mismo: doce alumnos marroquíes, algunos recién llegados y que desconocen totalmente el idioma; diez españoles de nivel muy bajo; ocho latinoamericanos (Colombia, Ecuador, Bolivia). ¿Cómo armonizar esta dispersión de necesidades educativas? ¿A quién te diriges cuando das la clase? ¿A quién dejas fuera? En una primera prospección he visto aptitudes y actitudes muy distintas. Pero el común denominador es el carácter inquieto de los chavales. Para trabajar con ellos hay que tener todo muy pautado y hay que intentar tener material diferente para cada grupo de alumnos. No tienen libro de clase. El que les corresponde tiene un nivel muy elevado. Comienza con el discurso de Paul Auster cuando recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras. No es el caso. Entre mis alumnos de este curso no abundan los que estimen la lectura. La mayoría han contestado que no hay ningún libro que hayan leído ni siquiera los obligatorios. No es buena idea la de empezar con el discurso de Auster:
No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe?, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.
Lástima, es un texto interesante.
Una nueva clase por la tarde. Un cuarto de ritmo heterogéneo. Les hablo del sistema de subir la nota mediante lecturas. Ellos propondrán el género y yo les sugeriré el libro que habrán de leer. Les planteo que el común denominador de los libros que les voy a recomendar es que son lecturas “adultas”. No hay ninguna protesta. Les explico el sistema y ellos han de decidir. Si leen y escriben, tienen una buena nota a su alcance. La votación es abrumadoramente favorable al sistema planteado. Les hablo de los libros seleccionados. Les sugiero que si alguno desea lecturas “juveniles”, es decir, libros pensados para adolescentes, puede solicitarlo y yo le recomendaré títulos interesantes. No hay ninguno que lo haga. Hay expectación cuando empiezo a repartir libros. Hay mucha demanda de libros de terror y las llamadas lecturas "sorprendentes", así como hay un sector que solicita libros “para pensar”, pocos de ciencia ficción y alguno de aventuras. Policíacos no los solicita nadie. Voy capeando el temporal, dándome cuenta de que cada libro que falle en mi recomendación supondrá una decepción. No espero, les digo, que todos los libros les gusten, pero sí que les interesen. En última instancia consideraría aceptable que alguno odiara alguno de los libros que le proponga. La idea de incluir cómic gusta. Sobre todo cuando les aclaro que alguno de los títulos recomendados es de cómic erótico y de terror. La idea del erotismo les entusiasma. Les recomendaría Las once mil vergas de Apollinaire, pero temo la reacción de los padres; también les hablo off the record de La máquina de follar de Charles Bukowski. Les digo que no se la puedo recomendar por problemas educativos. Ellos insisten en que quieren leer esa obra. No es posible que yo la recomiende, pero, amigos, ya habéis oído hablar de ella. Yo no voy a rechazar la ficha si la presentáis. Igual que no voy a rechazar la lectura de libros de Clive Barker, uno de los más sanguinarios de la historia del género.
Gustan los territorios prohibidos, escabrosos, inciertos, cenagosos, turbulentos… Quiero que estos libros les conmuevan y sobre todo que no les dejen indiferentes. Aunque no sean políticamente correctos o educativamente adecuados a su edad, según el criterio de las editoriales y la psicología evolutiva.
Parafraseando a Auster: No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo…