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sábado, 20 de febrero de 2021

El hombre mediocre (o la mujer)


La inmensa mayor parte de la sociedad es mediocre; este concepto se refiere al individuo medio, una especie de promedio social, que no destaca por abajo ni por arriba. No es un criminal o un bandido pero tampoco es un genio. Yo no soy ni un vándalo destructor ni un genio, así que entro perfectamente en la consideración de mediocre que no es despectiva, solo es un diagnóstico del estado medio de los individuos. Las personas mediocres, casi todos, son fácilmente previsibles. La publicidad se dirige a ellos porque son los consumidores, los partidos políticos apelan al ciudadano medio, los medios de comunicación los tienen esencialmente en cuenta, las redes sociales están conformadas por masas mediocres donde expresan las ideas copiadas de otros sitios –porque los mediocres no tienen ideas propias- y las aliñan con sucesivos estados de ánimo que son excitados por líderes que conocen bien la psicología de la mediocridad. No es tan difícil conducir a  las masas. La psicología ha diagnosticado bien sus características, sus pulsiones, sus miedos, los motivos que las llevan al conformismo o a la ira o, esencialmente al consumismo de bienes y productos de todo tipo, desde ropa, tecnología, series, coches, viajes, comida y restaurantes fashion… No somos tan complicados, caramba. Y ello condicionado por una tecnología de la Inteligencia Artificial que nos conoce perfectamente porque nosotros continuamente estamos dando datos que nos identifican en todos los sentidos. Somos transparentes y nuestras motivaciones son programables y dirigibles con toda seguridad. 

 

Sin embargo, una de las genialidades de la psicología de las masas es que sabe que tiene que hacer creer a cada individuo que es único, que es singular, que es capaz de tomar decisiones por sí mismo, que sus estados de ánimo son radicalmente originales, que sus pulsiones de ira, rabia, odio o de adhesión son ideadas por él mismo, convencerlo de que es el creador de su propia vida y que toma las decisiones por sí mismo, que cuando elige algo representa algo así como al héroe existencialista de las tragedias de Sartre pero sin consecuencias que era la segunda parte de la libertad. El individuo masa es el elegido y se siente diferente, aunque vaya en una manifestación vestido exactamente como cientos de miles de personas únicas como él, que gritan lo mismo que él, que exhiben miles de banderas todas idénticas o que compran como él los mismos productos. Todos somos especiales, cada uno lo siente profundamente en su vida y somos los protagonistas de ella.

 

La primera pulsión que nos es inducida es el deseo de placer. Nos atrae todo lo que nos procura placer, sean likes, comidas, productos, halagos, emociones gratificantes y satisfactorias. Nuestro ego crece con el placer y ese globo hinchado del ego es fácilmente manipulable. Nos puede llevar a vibrar con un grupo de música, con una serie, con una ideología, con la comida, con emociones arriba y abajo, de enardecimiento o de odio. Nada hay más manipulable que el odio. Hitler era un fenomenal conocedor de las masas a las que consideraba esencialmente estúpidas y a las que había que mentir continuamente y de manera masiva. Una mentira repetida miles y miles de veces cala profundamente en la psicología de las masas que no quieren complejidad –eso nunca-, se adhieren a lo sencillo a lo esquemático, a las tautologías y evidencias. La dicotomía de blanco y negro es la mejor para condicionarlas. Mal enfrentado al bien. Y, claro el hombre masa elige ser el bien, los creadores de ideologías lo saben y simplifican los mensajes a modo de eslóganes y consignas, y que nadie se ría de esta esquematización porque funciona por burda que sea. 

 

Así las masas están compuestas de hombres/mujeres mediocres que se creen especiales y que sienten que eligen singularmente su destino, y alguien en otro lugar se ríe agarrándose la barriga por esta convicción tan sabiamente inducida en el hombre masa. 

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