El niño iba de la mano de mamá un día de verano de hace mucho tiempo. Atravesaban el puente de Piedra de su ciudad que cruzaba por encima de un río caudaloso y turbulento.
La
mamá retiró la mano de la manita del niño y, mirándolo, le dijo seriamente:
- Tú también me abandonarás.
El
niño, roto por dentro, contestó:
- Yo nunca te abandonaré, mamá.
- Sí, me abandonarás, pero yo te maldigo, hijo mío.
Yo te parí, saliste de dentro de mí, pero yo te condeno a que toda tu vida te
la pases vagando y sufriendo por no poder querer a nadie; te condeno a que el
alimento tuyo para siempre sea la angustia y el miedo; te condeno a que tu
carácter sea maligno como el mío y que todos tus pensamientos sean oscuros y
terribles; te condeno a que nunca tengas un instante de paz y que el
sufrimiento y la culpa aniden permanentemente en ti; te condeno a ir errante,
perdido en la existencia; te condeno a no conocerte a ti mismo y a recordar
este momento cuyas palabras ahora no entenderás, pero lo harás con el tiempo…
Mira el río que pasa por debajo de nosotros. Algún día me arrojaré a él, o tal
vez no, pero tú tendrás siempre el sentimiento de que has sido tú quien me ha
empujado… Las noches serán tu tortura, nunca sabrás qué es cierto y que no.
Nunca sabrás si este momento a tus cinco años es real o es fantasía, pero yo
te lo he inyectado en el alma para siempre.
- No te entiendo, mamá –dijo el niño
confundido-.
- Da igual, ya lo entenderás.
- Mamá, ¿por qué la vida es así de
fea?
- Algún día escribirás cuentos de miedo
y me lo agradecerás… Entretanto vamos a comer un flan, de esos que te gustan.
Qué poder tiene una madre sobre sus hijos, y es terrible cuando es para mal, aunque pienso que incluso ella hace lo que hace sin querer, que es algo que se pasa generación tras generación de padres a hijos, medio de forma genética, medio de forma cultural...
ResponderEliminarLa transmisión del dolor de generación en generación. Casi como una carga genética irremisible. He ahí la cuestión, sin duda.
EliminarBueno, es más bien una ficción de pánico,hermano. Lo interesante de ese relato imaginario es que la madre se revele monstruo de las palabras. Si hubiera abandonado ella al niño -que hay muchos más casos de los que nos pensamos- hablaríamos de monstruosidad de hecho. En el relato, la madre protectora en exceso del niño, le advierte de los peligros del futuro hasta el paroxismo. Los peligros los reviste de encadenamiento de maldiciones. Entonces alza una especie de voz fatídica, traza un destino enfermizo, radical, demoledor, mensaje que en alguna medida el niño absorberá y creará en él complejos. No hay nada peor que las maldiciones o advertencias repetidas y exageradas de los mayores (o de alguno de ellos) sobre un niño. Porque se dispara la incomprensión emocional, capaz de condicionar y bloquear actitudes de relación, de inteligencia, de moral. Llegar al extremo de ser puesto en cuestión de vida o muerte el papel de la madre por ella misma le da al relato una especial repugnancia, una característica de crueldad, de neurastenia que, acaso sea solo un juego, pero que puede hacer daño. Sin llegar a ese extremo, creo que afortunadamente no frecuente, ¿quién no ha recibido de niño alguna clase de condenas, sentencias, amenazas, representaciones de mundos de futuro caóticos y mensajes de qué harás con nosotros hijo cuando seamos viejecitos? Tu narración, si se tiene en cuenta las experiencias vividas y superadas, puede que no sea algo improbable del todo, pero en ningún caso deseable. Está bien este tipo de redacciones desorbitadas que planteas, igual hasta te quedas corto.
ResponderEliminarLa voz de los dos personajes es lo que mantiene el choque dramático de sus dos perspectivas. El niño no puede entender lo que le dice su madre, pero no olvidará sus palabras que le quedarán marcadas a sangre y fuego en su psique. De ahí la honda tragedia de este diálogo en el abismo.
EliminarNo me gusta ver sufrir a un niño, ni aún siendo ficticio. Dicho esto la madre debería saber que el fin no justifica los medios, eso por un lado y por otro que lo único que puede conseguir es traumatizar al niño tanto que de mayor se sienta atraído por la muerte y se convierta en un asesino en serie.
ResponderEliminarSAludos.
ESTOY AGRADECIDA AL HOMBRE QUE ME VIOLÓ CON CINCO AÑOS PORQUE ME HIZO ARTISTA
EliminarParece un caso similar al de Dostoievski, al que haber estado a punto de ser fusilado lo volvió partidario de las ideas de aquellos mismos que lo iban a fusilar... Nunca me ha gustado eso, la justificación del sufrimiento porque 'nos mejora'. Yo aprendí a dibujar en un internado. Hubiese preferido no pasar por ello aun a costa de no saber ahora hacer una línea... O tal vez sí, sí nos mejora, porque sin la experiencia del dolor es imposible comprender el dolor de los demás, pero es una carga muy pesada, y en cualquier caso no es para estar agradecido a los agresores, sino a, por asi decirlo, nuestra capacidad para haber reflexionado sobre ello y no devolver al mundo dolor por dolor... No sé...
EliminarLeí el otro día una entrevista a un dibujante que te puede interesar pues abunda en el tema de que estamos hablando HAY QUE DESCONFIAR DEL ARTE QUE NO VENGA DE HABER SUFRIDO
EliminarLa confusión del pequeño ante la inusitada violencia verbal que le inflige su propia madre, me deja con una sensación de angustia casi dolorosa. El relato deja una puerta abierta... que veo al final de la escalera (rememorando la famosa película de terror).
ResponderEliminarContundente, excelente relato, Joselu.
Tu sensación de angustia casi dolorosa es la misma que siento yo cuando creo este texto hace unos meses. ;-)
EliminarLa madre, en este caso, es Dios. El niño, la inocente humanidad. El flan, aquello inmediato al terror que nos permite saborear los momentos. La moraleja: no hay infierno sin postre.
ResponderEliminarEnfoque genial y original que me ha hecho reír y darme cuenta de otra perspectiva de lo narrado, no por evidente menos lúcida.
EliminarPues si, madre no hay más que una y a ti te tiré a la calle..., o ansí. Desesperar al desamparado es una crueldad refinada, e instalarle, como en las películas de ciencia-ficción de hoy, un chip con ese torvo mensaje en la memoria, es una exquisitez de la crueldad como pocas. De mí sé decir que, cuando vi en mi casa la violencia familiar destada, mi madre me recuerda que, con escasos seis años la dejé yo, a mi vez, impresionada: "Mamá, cuando se es ahor para irse de casa"... Y en esa ida sigo.
ResponderEliminarConocía esas palabras que dedicaste a tu madre que muestran tu determinación y valor a esa edad temprana. Tal vez porque te veías arropado por tus hermanos, no estabas solo. En el cuento de horror que he escrito, quiero alejar cualquier impresión de que ello forme parte de la realidad o de cualquier biografía. Es pura ficción, enfermiza, pero ficción.
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