El beso, Manuel Martínez Guerra
Hoy hemos comentado en clase de tercero de ESO un hermoso poema de Pedro Salinas incluido en su espléndido libro La voz a ti debida. El poema trata sobre un beso: Ayer te besé en los labios./ Te besé en los labios. Densos,/rojos. Fue un beso tan corto,/que duró más que un relámpago… En la segunda parte del poema el poeta recuerda el beso que dio ayer: Hoy estoy besando un beso; /estoy solo con mis labios. /Los pongo/ no en tu boca, no, ya no…(…) Los pongo en el beso que te di/ ayer, en las bocas juntas/ del beso que se besaron…
Esta es la anécdota: una discusión compartida sobre un beso real y el recuerdo de ese beso. Para que entendieran lo que proponía Salinas he querido que contaran con su propia experiencia, que recordaran lo que significó su primer beso. Ahí hemos chocado civilizaciones diferentes o es lo mismo que decir que generaciones distantes. ¿Significa lo mismo un beso para ellos, como adolescentes, que lo que significaba para Salinas o para la generación de este profesor? Rotundamente no. Les he contado lo que evocaba en mí mi lejano primer beso. Se han quedado sorprendidos y boquiabiertos, de igual modo que no entendían demasiado el valor que daba el poeta al recuerdo de su beso. Según he colegido, para ellos, un beso no es algo especialmente importante. Es algo normal y cuya experiencia han vivido ya hace tiempo sin darle mayor dimensión. Ninguno ha sugerido que un beso sea algo inmenso en un momento de tu vida. Recordemos el poema de Bécquer: por un beso...¡ yo no sé/ qué te diera por un beso!
Una alumna ha comentado que la primera vez que dio un beso le dio asco y otra chica ha propuesto que si les dijera “otra cosa” seguramente le darían mayor importancia. Podemos también interpretar que hay cierto cinismo exhibicionista en esta insensibilidad colectiva hacia algo que suponía la entrada en la vida afectiva y amorosa.
Chocan la visión “romántica” de generaciones anteriores con la pragmática y realista, despojada de pudores, que se tiene ahora, en que no se presta demasiada atención al ritual de los pasos amorosos y a la contención, quizás obligada de otras épocas. Todo en lo relativo a las relaciones amorosas tiende a ser directo, sin excesiva carga poética, por no decir ninguna. No es mejor ni peor, pero es netamente diferente y les impide comprender buena parte de la literatura amorosa del pasado. La misma idea de “amor cortés”, basada en la contemplación y en la contención es un auténtico dinosaurio conceptual. Rige la ley de si puedes coger algo, cógelo y echa a correr, antes de que te lo quiten.
Recuerdo una conversación que mantuve hace unos quince años con una destacada profesional, especialista en salud mental, que había desarrollado fundamentalmente su carrera en Canada y había aterrizado en España hacía un par de años. Ella encontraba significativas diferencias entre la juventud de Canada y Estados Unidos con la española en aquel momento (1991). Veía que los adolescentes americanos estaban mucho más experimentados y quemados que los españoles, a los cuales veía como muy inocentes y románticos. Allí es como si hubieran vivido una experiencia prematura de la vida mientras que aquí se mantuviera cierta ingenuidad. Me comentaba que en una clase de una high school de Montreal, se había celebrado el divorcio de los últimos padres que continuaban juntos.
Mirado ahora en perspectiva, nos damos cuenta de que nuestros jóvenes han “avanzado” en ese camino de pérdida de la inocencia en cuanto al avance de sus primeras relaciones sexuales (13-14 años), la introducción en el mundo de las drogas, pertenencia a familias separadas o distintos grados de desestructuración familiar. Es un proceso que no tiene vuelta atrás. Cuando la inocencia se pierde no se vuelve a recuperar.
Como dato curioso, la profesional citada también comentaba que observaba una diferencia entre las personas mayores de treinta años. En América se era mucho más optimista que en España, en que a partir de cierta edad se tendía a ver el mundo desde los ángulos más oscuros. Algunos han sugerido que a partir de dicha edad, el español tiene siempre, en su pensamiento, a la muerte. Esperemos que nosotros aumentemos en optimismo, igual que nuestros jóvenes lo han hecho en experiencia de la vida.
Esta es la anécdota: una discusión compartida sobre un beso real y el recuerdo de ese beso. Para que entendieran lo que proponía Salinas he querido que contaran con su propia experiencia, que recordaran lo que significó su primer beso. Ahí hemos chocado civilizaciones diferentes o es lo mismo que decir que generaciones distantes. ¿Significa lo mismo un beso para ellos, como adolescentes, que lo que significaba para Salinas o para la generación de este profesor? Rotundamente no. Les he contado lo que evocaba en mí mi lejano primer beso. Se han quedado sorprendidos y boquiabiertos, de igual modo que no entendían demasiado el valor que daba el poeta al recuerdo de su beso. Según he colegido, para ellos, un beso no es algo especialmente importante. Es algo normal y cuya experiencia han vivido ya hace tiempo sin darle mayor dimensión. Ninguno ha sugerido que un beso sea algo inmenso en un momento de tu vida. Recordemos el poema de Bécquer: por un beso...¡ yo no sé/ qué te diera por un beso!
Una alumna ha comentado que la primera vez que dio un beso le dio asco y otra chica ha propuesto que si les dijera “otra cosa” seguramente le darían mayor importancia. Podemos también interpretar que hay cierto cinismo exhibicionista en esta insensibilidad colectiva hacia algo que suponía la entrada en la vida afectiva y amorosa.
Chocan la visión “romántica” de generaciones anteriores con la pragmática y realista, despojada de pudores, que se tiene ahora, en que no se presta demasiada atención al ritual de los pasos amorosos y a la contención, quizás obligada de otras épocas. Todo en lo relativo a las relaciones amorosas tiende a ser directo, sin excesiva carga poética, por no decir ninguna. No es mejor ni peor, pero es netamente diferente y les impide comprender buena parte de la literatura amorosa del pasado. La misma idea de “amor cortés”, basada en la contemplación y en la contención es un auténtico dinosaurio conceptual. Rige la ley de si puedes coger algo, cógelo y echa a correr, antes de que te lo quiten.
Recuerdo una conversación que mantuve hace unos quince años con una destacada profesional, especialista en salud mental, que había desarrollado fundamentalmente su carrera en Canada y había aterrizado en España hacía un par de años. Ella encontraba significativas diferencias entre la juventud de Canada y Estados Unidos con la española en aquel momento (1991). Veía que los adolescentes americanos estaban mucho más experimentados y quemados que los españoles, a los cuales veía como muy inocentes y románticos. Allí es como si hubieran vivido una experiencia prematura de la vida mientras que aquí se mantuviera cierta ingenuidad. Me comentaba que en una clase de una high school de Montreal, se había celebrado el divorcio de los últimos padres que continuaban juntos.
Mirado ahora en perspectiva, nos damos cuenta de que nuestros jóvenes han “avanzado” en ese camino de pérdida de la inocencia en cuanto al avance de sus primeras relaciones sexuales (13-14 años), la introducción en el mundo de las drogas, pertenencia a familias separadas o distintos grados de desestructuración familiar. Es un proceso que no tiene vuelta atrás. Cuando la inocencia se pierde no se vuelve a recuperar.
Como dato curioso, la profesional citada también comentaba que observaba una diferencia entre las personas mayores de treinta años. En América se era mucho más optimista que en España, en que a partir de cierta edad se tendía a ver el mundo desde los ángulos más oscuros. Algunos han sugerido que a partir de dicha edad, el español tiene siempre, en su pensamiento, a la muerte. Esperemos que nosotros aumentemos en optimismo, igual que nuestros jóvenes lo han hecho en experiencia de la vida.
Lo que se me hace más triste es el subtexto de ese asco del que habla una de las chicas. El beso se convierte, como el primer cigarrillo, en algo que hay que hacer, presumiblemente para no quedarse impopularmente rezagada en el camino hacia la adultez, pero de lo cual no se saca otro goce que el del deber penosamente cumplido. Beso por presión —pero no de unos labios en otros, precisamente.
ResponderEliminarLo del amor cortés es paradójico. La idea de que amor y matrimonio no sólo no tienen nada que ver sino que se excluyen ¿no resulta (y les resulta, a veces) asombrosamente moderna? En esta era de carnalidad, ¿no hay más amor imposible y virtual que nunca, gente que se enamora no de retratos encantados, pero sí de imágenes de cine, TV o papel couché? Amor e idolatría (que no pedagogía).
Bueno, el optimismo no da mucha lucidez al pensamiento, todo lo contrario. Aunque se puede ser pesimista con la razón y optimista con el corazón.
ResponderEliminarSobre la relatividad del rito iniciático en el amor (otro ejemplo literario del beso está en Rayuela de Cortázar), decir que es cierto que cada época está definida por unas características y la presente no lo es menos. El problema es cómo llegan los jóvenes a ese momento, con qué educación afectiva capaz de valorar lo que tienen entre manos pese a su ingenuidad.
Estoy con al59 es como un primer reto. Y carnalidad sí, siempre, por supuesto, pero con sentimiento.
Perdón, olvidé firmar el comentario.
ResponderEliminarfmop
Sí, hay un fenómeno inquietante. Es el que cita Al59, la presión de grupo para iniciarse cuanto antes en las relaciones sexuales. Las chicas cuando llegan a tercero de ESO se ven como obligadas a tenerlas. Los padres no se enteran demasiado o no quieren enterarse, pero sus hijas están más experimentadas de lo que parece. Algunas empiezan antes. El problema es que muchas veces este comienzo no es satisfactorio por muchas razones. Algunas muchachas que deciden "esperar" son vistas como retrógradas o raritas. Sin embargo, estas muchachas que empiezan pronto, se van alejando de los estudios, no los ven ya tan importantes.
ResponderEliminarCreo que será más una actitud hacia a los demás. Como siempre ha sido casi "obligatorio" que los muchachos perdiesen la virginidad, decían que no lo eran, y la mayoría todavía lo eran. Y si no es así, ellos se lo pierden. Lo bien que sabe el primer beso, y su recuerdo, cálido y jugoso, siempre.
ResponderEliminarSupongo que es verdad que las chicas de cierta edad se ven obligadas a iniciarse en el tema sexual. A veces mis compañeras de instituto y yo salimos entre clase y clase al pasillo para “desconectar”. Muchas veces nos fijamos en las chicas que entran nuevas en el instituto y en el cambio que hacen en pocos meses. Cuando entran son inocentes, se les ven perdidas y supongo que como cuando nosotras éramos “las pequeñas del instituto” miras a “los mayores” con distancia y admiración. Pero pasan los meses y cuando vuelven de las vacaciones de navidad ya no son las mismas. Cuesta imaginar que debajo de esos quilos de maquillaje y esos peinados perfectos llenos de gomina que aunque llegase un huracán no se desharían, se encuentran las mismas chicas tímidas e inocentes. Ahora aparentan ser altivas y muy maduras pero cuando las miras de cerca y a los ojos sigues viendo a las mismas chicas de 13 años.
ResponderEliminarJoselu, como siempre una entrega magistral. ¿Cómo te atreves a decir que no escribes?
ResponderEliminarPero aparte de eso -- creo que todos nos hemos desgastado. Yo no soy de tu generación, creo que soy de la siguiente, pero tampoco soy de esta que describes, y estando entre las dos entiendo un poco de ambas.
Yo culpo a la televisión por demistificarnos el mundo. Así cuando llegábamos a la experiencia del primer beso ya habíamos visto tantos besos que aquello perdía algo en el proceso -- esa inocencia de la que hablas.
Tampoco soy español directo, aunque todos los hispanos lo somos en cierta medida, y crucé ese umbral de los treinta hace poco. Realmente veo esa diferencia entre mi manera de ver las cosas y las de mis amigos norteamericanos -- que evitan el tema profundo a toda costa, tal vez porque siguen ese refrán de que "ignorance is bliss" (que la ignorancia acarrea un estado de bendición).
Siento también que es importante el optimismo, pero que no sea un optimismo tonto, que no dejemos de profundizar en sí mismos, sino que lo hagamos, que nos demos el chapuzón y que estemos después dispuestos a regresar a la superficie.
Todo dicho -- este comentario tuyo del beso me encantó. Hasta se lo envié a varios amigos.
Ver mi Libro abierto.
La lentitud, eso es lo que falta, a mi entender, corto y sesgado, claro. Lentitud, morosidad, como si la rapidez riñese con la eficiencia. El amante debe ser lento, recrearse. Llevas razón en eso de que se está perdiendo un cierto romanticismo. No sé. Serán los tiempos. Todo deprisa. Todo conducido con vértigo. Aquí-te-pillo-aquí-te-mato. Y a veces hasta se mueren algunas a manos de quienes las aman. Encima. Un abrazo, amigo.
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