No sé si se acordará de quien soy. Fui alumno suyo hace veinte años en el antiguo COU. Yo me acuerdo perfectamente de usted y de sus clases. Se podría decir que han marcado mi vida para bien y para mal. Lo que hoy soy se lo debo a usted que me abrió caminos insospechados y poco transitados. Me gano la vida con la palabra como usted nos enseñó a hacer. Escribo elegías fúnebres para funerales civiles y religiosos. Desde sus clases me interesé por el tema de la muerte de la que tanto nos hablaba. Recuerdo las salidas que organizó en el instituto a ver diferentes cementerios, a algún tanatorio, a funerales, a una fábrica de ataúdes ecológicos… Usted decía que éramos fugaces y que pasaríamos mucho más tiempo muertos que vivos. Pensaba en ello en aquella experiencia surreal que supuso la visita al mundo subterráneo de Barcelona, al mundo de las cloacas, alumbrados con linternas. Ese submundo me afectó profundamente. Vi que las cosas tenían varios ángulos y que el lado oscuro no suele ser nunca alumbrado porque la gente le teme. Recuerdo también aquel happening extraordinario en que simulábamos ser una secta necrófila que evocaba la belleza de los rituales de la muerte –perdida totalmente ante el pragmatismo antipoético contemporáneo-. Aparecimos en las calles del pueblo de Berga ataviados de negro, con hachones encendidos y tocando varios de los compañeros tambores con ritmo fúnebre. Llevábamos un ataúd fabricado por nosotros. El ejercicio teatral era conseguir que alguien del público se metiera dentro del ataúd. Entonces vimos el terror que inspira la muerte. Nosotros decíamos a la gente -el texto lo habíamos compuesto entre todos los de la clase- que la muerte era bella. ¡Qué profundo escalofrío lograban nuestras palabras entre los espectadores que ante solo un gesto nuestro salieron corriendo despavoridos por la calle Mayor de Berga!
He de decirle que usted fue genial. Organizamos otra salida, que no fue autorizada por el centro, a un centro anatómico forense de la comarca. Fue la culminación extraordinaria de un año alucinante. No estaba autorizada ni por padres ni por la dirección pero fuimos la mayoría. Todos aquellos muchachos nos sentimos fascinados en aquel curso dedicado a la muerte y la literatura de aquel COU singular. Yo me acostumbré a visitar cementerios a horas sombrías y buscar las tumbas de niños a los que empecé a dedicar reflexiones que redactaba cuidadosamente. Hay todo un arte en las tumbas infantiles. La muerte es un tema magnífico. Durante un tiempo pensé dedicarme a organizar funerales al estilo antiguo, pero observé que la gente estaba demasiado metida en el consumismo para ponerse a pensar en el único acto en que seremos importantes en nuestra vida. Imaginé que me dedicaba al arte sepulcral o al maquillaje de difuntos que en otros países tiene bastantes posibilidades y requiere una enorme imaginación.
He viajado por múltiples países de África, Sudamérica y Asia conociendo rituales funerarios que todavía mantienen su capacidad poética. Aquí hemos olvidado totalmente la maravilla que desarrollan los ritos de la muerte. Hay países en que el funeral dura más de quince días en que la gente come, baila, bebe, habla, ríe… Y el muerto está presente. No se lo tiene por macabro o desagradable. La muerte es un tránsito hacia el enigma como usted nos explicó. En Mexico participé en las fiestas llenas de alegría del día de los muertos. La muerte no tiene por qué ser triste o fea. De ahí la importancia de los rituales de transición. Nada hay más hermoso que un buen funeral en el que no debe faltar el banquete fúnebre con platos afrodisiacos. Nada hay que estimule más el eros que un funeral. Me aficioné a ir a funerales, a visitar los tanatorios y me di cuenta de que la gente necesitaba palabras para expresar su dolor, palabras que no debían ser sólo sentidas sino literarias en las que la retórica es esencial. Escribo en tercetos libres y me adapto a cualquier idiosincrasia y estilo. Lo importante es convertir ese acto del que la gente huye, porque le recuerda tal vez con fastidio su propia muerte, en algo digno, inolvidable, profundamente literario y lleno de emoción. Me empapo de la vida de los fallecidos, hablo con sus deudos y en pocas horas redacto una elegía que no desdice de la que dedicó Jorge Manrique a su padre. Nadie olvida un funeral en que yo sea el escritor del sermón. Me apasiona llevar el consuelo a los familiares y amigos del difunto pero no con los tópicos de rigor. Me inspiro en los surrealistas para tejer un discurso que sale del más profundo inconsciente. Es detestable convertir un acto repleto de potencialidad estética en un bodrio fastidioso. Los que oyen un panegírico fúnebre mío no lo olvidan jamás. Es un arte que llevo en la sangre. Creo que no podría haber sido otra cosa, y todo se lo debo a usted y su espléndida intuición de olvidar el programa oficial de COU y dedicarnos a investigar la muerte en todos los sentidos. Descender a las cavernas extraoficiales y al mundo de las tumbas te proporciona un glamour y una penetración intelectual muy distinta a la de los que se dedicaban a leer libros convencionales recomendados por las editoriales. Sé que es la época del pensamiento correcto y que lo que usted hizo no puede de nuevo llevarse a cabo, pero deberían organizarse más salidas a los cementerios, componer cantos fúnebres, ver un cadáver al menos durante el curso y escribir la impresiones de los alumnos. Pero intuyo que hoy día, desgraciadamente, es más tabú llevarles a disfrutar estas experiencias extraordinarias que repartirles preservativos o llevarles a sex shops. Pero ¿cómo entender el arte del sexo sin haber pensado alguna vez profundamente la muerte?
He descubierto su blog por casualidad, y he visto que no habla de aquel año inolvidable. Quiero hacerle llegar mi afecto y mi recuerdo, por una de las experiencias más motivadoras en las que he participado en mi vida. La nueva pedagogía tendría que reflexionar sobre ello. Pero prefiere vivir en el mundo de Canal Disney.
Sergio Caballero (poeta y artista funerario).