Son recientes las elecciones en Brasil, sometido a una fortísima polarización política, entre la candidatura del actual presidente Jair Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva, y que ha acabado con la victoria de este último por poco más de un punto de diferencia. Deja un país totalmente dividido, y ello es equivalente a la división que supuso en Estados Unidos las últimas elecciones entre Donald Trump y Joe Biden. Quedan sociedades violentamente tensionadas entre opciones radicales. Pero es un fenómeno que se está dando en muchos países democráticos, la exposición a la polarización de un modo que no conocíamos en etapas anteriores.
José Luis Carrasco Perera, catedrático de Psiquiatría y Psicología Médica de la universidad Complutense de Madrid y jefe de la unidad de Trastornos de la personalidad del Hospital clínico San Carlos en una entrevista en El Confidencial, señala que hay zonas del cerebro que parecían silentes donde se asientan las ideas y se unen con las emociones. Es la zona prefrontal del cerebro donde se sitúa la capacidad de tener ideas y creencias propias y de aceptar los argumentos ajenos sin sentirse destruidos. Sin embargo, determinados discursos polarizados hacen que las ideas y opiniones se conviertan en identidad, de modo que si alguien va contra mi idea, supone ir contra mi identidad. Criticar algo se convierte en un ejercicio de supervivencia personal porque se entiende que criticar supone un peligro letal para la identidad. Así ya no se puede hablar ni debatir, y lo que queda es “o te destruyo o me destruyes”.
Esta zona del cerebro se puede activar con discursos que estimulan esa polarización neuronal. El sujeto ya no razona y se expone a un ejercicio de radicalismo en que es víctima de ideas que lo cuestionan totalmente, que pretenden aniquilarlo. Todos los demagogos políticos utilizan el pensamiento polarizado, así ha funcionado con los discursos racistas -odio a los negros, a los judíos-. Se crea un enemigo de modo intelectual que se incorpora al mundo emocional frente al que solo hay una reacción bipolar de vida o muerte. Comunistas, nazis, populistas de todo tipo, han utilizado y utilizan el pensamiento polarizado que estimula esa zona prefrontal del cerebro. Lo vemos continuamente en la vida política más cercana en nuestro país. Las opciones políticas se tensionan en blanco o negro, fascista o comunista, separatista o españolista, explotadores y explotados, víctimas y verdugos, mujeres y hombres… Se crea un enemigo caracterizado por rasgos ominosos e inaceptables que ponen en gravísimo peligro la propia identidad y la misma sociedad. Y todo se resuelve en una dualidad confrontada a muerte. Los políticos saben que el cerebro funciona así y lo estimulan. En las últimas elecciones en Madrid se enfrentaron dos opciones que eran prácticamente comunismo o fascismo, sin tener ninguna relación con la realidad. La política de nuestro actual presidente contra el jefe de la oposición es la de intentar destruirle totalmente, sin respetar el derecho a la disidencia. La política catalana tensionó terriblemente la confrontación política creando un mundo imaginario ideal que solo era dificultado por la maligna España. Paralelamente se genera por el lado opuesto el anticatalanismo visceral. Y así se crean conceptos antitéticos, excluyentes y sin ninguna viabilidad de colaboración posible porque representan a Dios o el diablo. Lo vemos en el independentismo catalán escindido a muerte entre Junts y ERC, entre patriotas y botiflers. Es un fenómeno que se da en todos los sitios de confrontación máxima y sin lugar a la negociación porque esta sería una traición.
Lo peligroso es que esa tendencia se excita y se activa en el cerebro dualista del ser humano y es útil para la manipulación política extrema y que deja sociedades rotas y escindidas. Y, claro, no podemos olvidar el papel crucial que juegan las redes sociales verdaderos altavoces de ideas extremas que buscan la aniquilación del contrario que a su vez busca nuestro exterminio. Así los usuarios de redes sociales escuchan solamente un tipo de discursos y se ocultan totalmente las razones del otro que es descalificado y ridiculizado por un lenguaje de odio manifiesto. Y no hay medias tintas en las palabras que acaban siempre girando, obviando cualquier debate o intercambio de ideas, entre nazis, calificativo que utilizan todos para concluir cualquier tipo de conversación.