Estoy leyendo el interesantísimo ensayo de Jared Diamond, Crisis, que analiza el comportamiento de una serie de países ante terribles crisis que les han sucedido en su historia. Estoy aprendiendo mucho con los análisis de Jared Diamond, pero quería centrarme en un solo aspecto que él comenta sobre Estados Unidos y que apunta a la creciente polarización política que divide y enfrenta a los norteamericanos de modo que se han convertido en bloques políticos entre los que no puede haber ya ningún contacto ni pacto, crucialmente necesarios para la vida política. Así desde la presidencia de Obama la confrontación entre los demócratas y republicanos ha sido total y sin matices y esto ha permeado a la sociedad, o la sociedad ha fomentado tal choque brutal entre perspectivas que se han hecho ferozmente antitéticas. Leía también en un extraordinario ensayo, Blanco, de Bret Easton Ellis que en los últimos años es imposible cualquier tipo de encuentro entre votantes de Trump y sus enemigos liberales que lo odian visceralmente como alguien absolutamente despreciable. Él contravenía esta forma de ver las cosas y tenía amigos pro Trump y otros que lo detestaban. Bret daba cuenta de esta incompatibilidad que tenía que ver más con el odio furioso al que piensa diferente. Y cada ciudadano se informa mediante medios afines y las redes sociales como Facebook o Twitter donde se excluye a cualquiera que no piense igual. Es un fenómeno universal que ha venido junto al declive absoluto de la prensa generalista escrita y el auge de medios de información totalmente sesgados favorables a las propias opiniones. Así uno se informa estrictamente en voces que dicen lo que se quiere oír y leer. Y que, de paso, fomentan una confrontación radical con otros puntos de vista que se excluyen y se bloquean, de modo que el conocimiento de otras sensibilidades es totalmente imposible.
En España vivimos también esta confrontación, no sé si como reflejo de la norteamericana o formando parte de los nuevos tiempos. En la última década se han desarrollado polos de ideología política que han venido a quebrar la tendencia al pacto y al diálogo constitucional aun entre puntos de vista divergentes. Se ha denostado ferozmente la Transición, un periodo en que posturas muy diferentes fueron capaces de llegar al pacto y al diálogo en la idea de que en España cabían todos los españoles y esto quería decir que cabían los franquistas también en la nueva conformación política, que aceptaban la democracia y asumían convivir con el resto y la pluralidad de opciones políticas. En los pactos de la Transición no se excluyó a nadie, fueron eso, pactos y de ahí la grandeza de un Suárez. Sin embargo, ahora las diferentes opciones políticas abren abismos entre sus concepciones y las de los demás. Lo vemos en la política pueril y denigrante de gallos encrespados en el Congreso, en el día a día en la prensa digital brutalmente sectaria. Se reprochó, tal vez con razón, el bipartidismo del PPSOE, pero ahora ha surgido un pentapartido, al que se añaden los nacionalistas excluyentes, incapaces de dialogar y que hablan con voces tan radicales y tajantes que es imposible cualquier visión compartida de un país que tiene problemas que deberían ser enfrentados comunitariamente. De la crisis de 2008 surgió un volcán político que abrió el camino al independentismo catalán en su vertiente más incompatible con el resto de España a la que virtualmente se odia de un modo africano. También surgió Podemos como versión que negaba todo nuestro pasado político reciente, y el otro más alejado, como profundamente corrupto y sucio. Se declaraba incompatible con buena parte de lo que es España mediante un enfoque que contradecía la idea de que en España cabemos todos. Y frente al nacionalismo catalán excluyente y al revolucionarismo anticonstitucional de Podemos, ha surgido VOX, que dinamita en sus presupuestos también nuestro entramado constitucional y el estado de las autonomías. Es significativo que los extremos se alimentan mutuamente y llevan la vida política a un estado de crispación y odio que se extiende a muchísimos ciudadanos que odian, sí, odian, lo que es fruto de su propia acción política como reacción.
Lejos queda un camino de Santiago en 1993 en que pasé diez días caminando con un peregrino veinte años mayor que yo que era del PP. Yo entonces era votante socialista. Fueron días entrañables en que estuvimos riéndonos con gracia de muchas cosas que surgían ante nosotros en el Camino por tierras de Castilla y León, pero también de la política y nuestras propias percepciones. Hoy sería imposible porque todo lleva a la citada polarización y odio que hacen incompatibles las diferencias políticas. Y el resultado de dicha falta de empatía lleva a conclusiones que en nuestra historia no han sido muy afortunadas ni edificantes.
Y hago una predicción sombría sobre nuestro futuro inmediato, tras la crisis del coronavirus, que abrirá una crisis económica más terrible que la de 2008. Si de aquella surgió un agudo conflicto entre visiones diferentes, acompañado de mucho sufrimiento social y humano, esta vez va a ser peor, mucho peor, porque las piezas de la confrontación política amenazan con dinamitar todo lo que nos queda de edificio constitucional, y eso es muy peligroso. Tenemos experiencia sobrada.
Y hago una predicción sombría sobre nuestro futuro inmediato, tras la crisis del coronavirus, que abrirá una crisis económica más terrible que la de 2008. Si de aquella surgió un agudo conflicto entre visiones diferentes, acompañado de mucho sufrimiento social y humano, esta vez va a ser peor, mucho peor, porque las piezas de la confrontación política amenazan con dinamitar todo lo que nos queda de edificio constitucional, y eso es muy peligroso. Tenemos experiencia sobrada.