Estos últimos días de agosto me siento como cuando don Quijote estuvo velando sus armas antes de ser investido caballero en la venta que él creía castillo. Me siento ansioso por regresar a mi profesión, la de enseñante, que ha vertebrado mi blog desde hace tres años. El regreso es el tema de la más espléndida aventura jamás contada en La Odisea en la que Ulises vuelve a su casa en Ítaca, arrostrando mil y un peligros. Es una historia que nunca me canso de releer. Y ahora me retorna cuando faltan muy pocas fechas para reencontrarme con mis nuevos alumnos.
La enseñanza es el reino de lo extraño, como la literatura. Me gusta dotar a este blog de una cierta dosis de extrañeza y de cierta oscuridad porque cada vez que inicio un curso es como enfrentarme a lo desconocido; es como iniciar una aventura fascinante y nueva.
Y me gusta contarlo desde dentro, desde la conciencia perpleja de un profesor que intenta explicar su desafío a todo tipo de lectores: a profesores sin duda, a los que atesoro entre mis amigos más directos; pero también deseo que mis reflexiones lleguen a personas ajenas al mundo de la enseñanza. Me siento especialmente estimulado en saber que los pensamientos de este profesor emotivo y secundario pueden ser leídos por lectores de las más variadas edades y condiciones profesionales alejadas de lo estríctamente académico...
Hasta allí, donde estéis, amigos, deseo que mi experiencia particular participe en alguna manera de lo universal, y que mis palabras se llenen de densidad para explicar una historia que es nueva cada año y que implica necesariamente esperanza. Si a ello se pudiera añadir un hálito poético, Profesor en la Secundaria, hincharía sus velas y su nave saldría al mar azul lleno de misterios y gigantes de un solo ojo o insólitas doncellas que me esperarían en su isla lejana.