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jueves, 19 de octubre de 2006
Estambul
Llevo cuarenta años devorando letra impresa. He leído, como Cervantes afirmaba en El Quijote, todo lo que caía en mis manos: veintinueve años leyendo el mismo periódico sin casi faltar un día, entre cincuenta y sesenta libros al año, amén de otros muchos que leo fragmentariamente: obras literarias, filosóficas, históricas y sociales; revistas literarias y técnicas, folletos varios, revistas del corazón, carteles publicitarios, catálogos de editoriales y resúmenes varios de otras mil obras dispersas, antologías, poemas sueltos, letras de canciones, panfletos políticos, escrituras y testamentos, códigos de leyes civiles y penales, actas de la comunidad de propietarios, contratos comerciales con su consiguiente lista de artículos y condiciones, recetas de cocina, prospectos médicos…
He leído obras maestras imprescindibles y obras secundarias pero igualmente necesarias; literaturas de todo el mundo recorridas sistemáticamente; géneros literarios de todo orden (horror, ciencia ficción, policíaco, realismo social y mágico, fantástico, teatro en todas sus vertientes desde el clásico griego hasta el más innovador y rompedor…). No he desdeñado los best sellers como Los pilares de la tierra u otras obras de Ken Follet; hasta he leído El código da Vinci, así como Ángeles y demonios, por citar algunas entre las que no olvido a Frederick Forshyte, a Dominique Lapierre o Larry Collins…
He leído en casa novelas del mar cuando era niño y de mayor en antiguas y desvencijadas pensiones las obras completas de Shakespeare.
He leído sin descanso, sin cesar, con hambre de ideas y de estilos, con deseo de penetrar en los arcanos de las épocas que han conformado el mundo. He buscado claves para comprender el universo y mi vida, especialmente mi vida. He querido, para ello, escuchar a los pensadores más preclaros y lúcidos, he llegado al pensamiento oriental y he querido descubrir las claves de la concepción del mundo africana, eslava, francesa, italiana, norteamericana, inglesa, nórdica… He leído sobre las mitologías más conocidas y otras menos populares.
He sido, en resumidas cuentas, un lector disciplinado, cuidadoso, sistemático, curioso…
Pero llevo unos meses que detesto lo que está escrito. No soporto la lectura que se me revela como profundamente ineficaz y abstrusa. ¡Estoy sencillamente harto de leer! He llegado a un tal extremo de saturación de palabras y de ideas así como de obras, que han llegado a no decirme nada. ¿Cómo puedo leer con tal dejadez La montaña mágica de Thomas Mann que en un momento me subyugó? Me importan un pito las andanzas de Hans Kastorp en las alturas y su fascinación, que fue mía, por la enfermedad y la muerte. No me dice nada Cien años de soledad, ni Dostoievski que fue tan amado por mí. Me importa un rábano Julio Cortázar que nutrió fructíferamente mis años de juventud. No me dicen nada Krishnamurti, el filósofo hindú que tanto me influyó durante unos años, ni Taizen Deshimaru. Ni tampoco Herman Hesse ni Borges, ni Lawrence Durrell, ni Tolstoi… Me dejan frío Las memorias de Adriano de Margarita Youcernar, y el Orlando de Virginia Woolf que causaron auténtica conmoción en mí en otros tiempos…
Estoy apático e inapetente. Miro los libros que se han de leer mis alumnos y siento horror. Comprendo su espanto ante la letra impresa. Me uno a su tribu de desganados ante la lectura. Sólo algunos blogs, escritos por gente normalita como yo, logran atraer mi atención. Siento la pasión por la creación que late en ellos aunque quizás ninguno lleguemos a tener ningún éxito ni social ni literario. Es otra la cuestión. Suscita ternura nuestro empeño en seguir en la brecha, en intentar hacernos un hueco en este extenso mundo de la blogosfera.
Esta situación me preocupa, porque yo no sé subsistir sin los libros. Me han acompañado sus páginas desde que recuerdo que los descubrí. Me han hecho compañía sus palabras y sus historias… No puedo vivir sin ellos. Cada noche, como un amante apasionado pero falto de vigor, me llevo un libro distinto a mi cama, pero ninguno llega a interesarme. Sus palabras me parecen distantes y opacas. No logro desentrañar el sentido de lo que quieren decir porque sencillamente estoy cerrado para el mismo. Lo intento y lo intento con obras que fueron clave para mi historia, pero la literatura parece habérseme hecho incomprensible. Mi estado es de desolación y no hay comparación más apropiada que la del enamorado desencantado.
Descubro que sólo me atraen las autobiografías. De pronto he tenido un rapto de inspiración. Recuerdo el único libro que en las últimas fechas me ha llegado a interesar. Pienso en el último premio Nobel, el turco Orhan Pamuk sobre el que he dado una clase en mi curso de literatura Universal de bachillerato. Su figura nos ha llevado a Salman Rushdie que se solidarizó con él cuando el proceso que lo quiso enjuiciar por haber denunciado el genocidio turco contra kurdos y armenios. Pienso en Orhan Pamuk y siento deseos de leer su autobiografía: Estambul. Ciudad y recuerdos. Su infancia. Me atraen los libros que hablan de la infancia, éste en la ciudad decadente del hundido imperio otomano.
Bajo de mi casa a la librería de El Corte Inglés, próxima a mi casa. Busco en un estado próximo a la desesperación un signo, espero que algún libro me llame, que me diga algo. Busco y busco pero es inútil, hasta que en un estante lateral atisbo Estambul. Ciudad y recuerdos. Me estaba esperando. Orhan Pamuk.
Me sumerjo en su lectura. Su primer capítulo se titula El otro Orhan y comienza: Desde niño me he pasado largos años creyendo en un rincón de la mente que en algún lugar de las calles de Estambul, en una casa parecida a la nuestra, vivía otro Orhan que se me parecía en todo, que era mi gemelo, exactamente igual a mí.
Llueve. Me adentro en las calles de Estambul. Estoy excitado.
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Debe y tiene que ser momentáneo. Me abstengo de recomendaciones inútiles. Hay resquicios, siempre los hay.
ResponderEliminarÁnimo amigo. Los buenos momentos volverán. Llegará esa historia que de nuevo subyugue, esas palabras que animen, aviven el pensamiento, instruyan, deleiten. Siempre habrá un rincón para la esperanza.
ResponderEliminarSaludos.
Lee menos, escribe más: "nulla die sine linea" decía Plinio el viejo que hacía Apeles: no dejar pasar el día sin haber dibujado al menos una línea. De ahí se ha aplicado a cualquier otra actividad creativa.
ResponderEliminarEscribe más, y deléitanos: docere et delectare.
Quizás ha llegado el momento vital en que esa pasión lectora se ha de decantar en una nueva creación. Olvídate de la lectura y escribe: intenta descubrir tu voz propia.
Además, hay que leer para olvidar, para dejar que se aposente el sedimento de lo leído y aflore, después, en nuestra expresión propia, hija de aquella pasión lectora que nos ha consumida, pero también consumado. Con sumo gusto, pues, seguiré leyéndote, pues, aunque no lo adviertas, ¡qué cantidad de ecos de esas lecturas apasionadas pueden distinguirse en tus palabras!
Coincido con "juanpoz", y agrego que la solidez de tus conocimientos se expresan con calidad, aún ante el desencanto.
ResponderEliminarUn abrazo , amigo
Envidio lo que tú ahora pareces detestar en ti, esa intensa lectura vivida. Nunca fui un lector compulsivo. Siempre he disfrutado de aquellas lecturas verdaderas cuando las he realizado pero muchas otras cosas en su momento también me apasionaron por igual.He sentido siempre más la poesía que la novela o el teatro. Celebro que te hayas pasado por mi blog y que coincidamos como profesores de lengua en secundaria. En estos momentos estoy buscando nuevos caminos, nuevas formas con las que ir introducciendo en mis clases el uso de los blogs. Creo que en esencia, el blog, cae de lleno dentro nuestro área de trabajo y que sus posibilidades están todavía por explorar. Nos vemos.
ResponderEliminarBueno, amigos, mi pasión lectora tiene sus altibajos. He querido registrar uno de ellos. A veces -o casi siempre- aquello que se ama llega a detestarse por la intensidad del amor experimentado. ¡Cómo podría entender mi vida sin Las historias de cronopios y de famas de Cortázar? ¡Cómo podría imaginar mi pasado sin la lectura ávida de Esperando a Godot en una biblioteca pública cuando tenía dieciocho años? ¡Cómo recordar mi síndrome de depresión endógena sin la lectura de La montaña mágica que me llenó de maravilla? La literatura ha estado unida a mí con una fuerza inexplicable. A veces no sé muy bien si soy un personaje real o de ficción. El propio Shakespeare lo dudaba. Para enraizarme en la vida he necesitado de la literatura, savia y don que me ha alimentado. Pero a veces el amante necesita volverse cara a la pared y ausentarse para imaginar nuevos amores, nuevas perspectivas, nuevos libros, nuevas historias que espero que no cesen. Me imagino la eternidad en un deambular por libros y por historias, aderezados con el amor y con el vino.
ResponderEliminarA todos nos pasa. Ya sabes que recomiendan descargar las baterías antes de volver a cargar. Así que es justo y necesario desconectar un tiempo y volver a empezar de cero. Ya nos contarás qué tal Estambul.
ResponderEliminarCada vez nos hacemos más exigentes, Joselu, ya no nos vale cualquier cosa. Pero siempre hay un libro ahí esperándonos cuando menos creemos. Y mientras haya alguno que nos logre llenar... nada está perdido.
ResponderEliminarHola Joselu, encuentro muy valiente por tu parte reconocer tu desencanto por cierta literatura. Parece que el ser profesores de lengua y lite nos haga estar más allá del bien y del mal, siempre dispuestos a leerlo todo, todo.
ResponderEliminarComparto contigo que me motiva más leer bitácoras de amigos (y nuevos decubrimientos como tú) que ciertos pseudointelectuales de pacotilla.
Te voy leyendo. :-)