Samosir es una isla que se haya en medio de un lago, el lago Toba, y que a su vez se haya en el interior de otra enorme isla, la isla de Sumatra. El lago Toba es uno de los lugares más hermosos de la tierra. Estamos a mil metros de altura sobre el nivel del mar y la temperatura es suave en invierno y en verano, a pesar de estar en la zona ecuatorial. El agua del lago está templada y es una buena idea zambullirte en ella por mañanas, cuando sales de una cabaña batak con forma de barco invertido.
Los habitantes de la zona del lago Toba son de la tribu de los batak. Hasta mediados del siglo XIX no habían sido cristianizados y practicaban el animismo. Con la llegada de los misioneros se extendió una suerte de secta protestante la Gereja Christian Batak con peculiares ritos. Sin embargo se percibe en ellos la persistencia de ese animismo que los conformó durante tantos siglos. Los batak -los varones- son excelentes jugadores de ajedrez. Es su ocupación principal, el resto lo hacen las mujeres que cuidan de la casa, los hijos y se dedican al campo.
Hay varias poblaciones en la isla de Samosir: Ambarita y Tuk-Tuk son las más famosas para los viajeros que llegan hasta aquellos pagos. Por un módico precio puedes alquilar una cabaña y pasarte unos días inolvidables rodeado de montañas y tener un lago azul bellísimo a tu disposición.
He estado allí en dos ocasiones. La primera solo. Era mi primer viaje importante en soledad. Pasaría tres meses en Indonesia valiéndome de mis propios recursos. Uno de mis objetivos iniciales era el de disfrutar de unos días en el mítico lago Toba. Viví unas jornadas intensas. La mujer que me preparaba mi colchón de escasos centímetros de grosor sobre el suelo de madera no me dijo nada en un principio. Luego me preguntó mi nombre y que cuántos años tenía, si estaba casado... Las típicas preguntas de cortesía. Yo en aquel entonces todavía era muy joven. Ella me dijo que se llamaba Rentchita. Era contrahecha. Su joroba muy marcada contrastaba con sus ojos oscuros y vivos. "No olvides mi nombre" -me dijo-. También me habló de Smiley, un batak que hacía unas tortillas de setas azules que crecían junto al lago Toba. Eran dignas de ser probadas. Varios europeos y americanos nos juntamos allí, hacíamos excursiones, charlábamos, comiamos ensaladas de frutas, montábamos en canoa... Una noche nos dijeron que había un rito animista batak. Una mujer había fallecido y se celebraría una fiesta durante la noche. Alguien propuso ir a ver a Smiley y probar las tortillas de setas azules, e ir luego a velar al cadáver de la mujer. Un norteamericano, un holandés y yo decidimos hacerlo.
La cabaña de Smiley era pobre como todas las demás. El tejado era de zinc y las paredes de madera. En el exterior había unos bancos y una humilde mesa. Smiley con una gran sonrisa nos preparó sendas tortillas francesas con un ligero color violáceo. Bebimos cerveza San Miguel, la más popular por allí. Smiley nos cantó, acompañado de una guitarra, la canción Si a tu ventana llega una paloma, Trátala con cariño que es mi persona... Reinaba un ambiente cordial y alegre, de buena camaradería. Los indonesios son abiertos y cálidos.
La aldea de la mujer muerta estaba como a unos cuatro o cinco kilómetros. Nos indicaron el camino y nos pusimos en marcha. Poco a poco el efecto de los hongos azules empezó a notarse. Era una sensación de creciente concentración en tu interior y sentías que todo lo que te rodeaba cobraba vida. Caminábamos por el bosque, los árboles y los bambúes eran altísimos y sus ramas agitadas por el viento parecían transmitirnos algún mensaje. Pensé en los modernistas y simbolistas que creían que este mundo en sus apariencias revelaba un contenido oculto que sólo los iniciados podían contemplar. Me encontraba bien pero veía que en mi ser se abrían multiples puertas y todo lo que me envolvía se comunicaba de alguna manera con lo que estaba pasando dentro de mí. Todo parecía tener un significado que iba más allá de sí mismo.
Llegamos a la aldea -he olvidado su nombre-. Sobre una especie de tarima descansaba el cadáver bellamente ataviado con tonos azules y rojos de una mujer de unos cuarenta y cinco años. Sus vecinos y familiares la rodeaban y le decían cosas que no pude entender. En Indonesia, su edad ya es avanzada. Sus hijos tenían veintitantos años y parecían, más que dolidos por su muerte, como deseosos de alentarla en el camino al otro mundo. Su marido estuvo fumando y bailando toda la noche. Se servía abundante cerveza y un licor de rosas muy fuerte. Era el alimento para la noche. Se olían los cigarros kretek en el ambiente. Están hechos a base de clavo y su fuerte aroma es inconfundible. Había una gran fogata encendida que iluminaba el rostro rígido y amarillo de la mujer. Comenzaba a oler, pero el olor de la muerte no me desagradó ni me asustó el cuadro mortuorio allí montado. Pronto, los batak, se pusieron a bailar en círculos en torno al cuerpo muerto. Una pequeña orquesta, un gamelán, tocaba con instrumentos de percusión. El ritmo era repetitivo e hipnótico. Una treintena de hombres y mujeres zanzaban a su alrededor. La escena era vista por mí como si fuera una película y yo pudiera meterme dentro. Disfrutaba de una claridad mental extraordinaria. Me puse a danzar intentando remedar los movimientos que hacían ellos con las manos y los pies. La música y el fuego, junto al cadáver, creaban una atmósfera de irrealidad que me hacía ver mi visión habitual de las cosas como absolutamente plano, como si viviera sin la cuarta dimensión. Sentí la muerte como algo que formaba parte del ciclo vital y sin el aire macabro negativo con que la contemplamos en occidente. De vez en cuando me bebía un vaso que me pasaban de licor de rosas y seguía bailando sin cansancio. Unos pastelillos dulzones fueron repartidos entre los danzantes y asistentes. Comí dos de ellos y me sentí reconfortado. Estaba sudando. Entonces tuve un presentimiento: unos ojos clavados en mí parecían atravesarme. ¿Quién era quien me miraba así? Me acerqué a la figura de mujer que me observaba. En estado de semitrance le pregunté quién era. No me contestó. Se lo pregunté tres veces. Mis pupilas estaban muy dilatadas y no la reconocía. Me enseñó por fin su joroba y entonces me di cuenta de que era Rentchita, la trabajadora del losmen donde me alojaba. Iba engalanada y sus ojos me parecieron bellísimos. Pensé si no sería ella la clave de algo que no llegaba a comprender. Durante muchos días guardé las impresiones fortisimas de aquella noche de danza ininterrumpida con el sonido del gamelán del fondo y el olor dulzón de los perfumes que habían puesto al cadáver. Todos estuvimos velando a la mujer hasta que la luna se alzó en el cielo a la misma altura que el sol. La ceremonia que había durado varias horas entonces acabó como si hubiéramos alcanzado un equilibrio necesario. En ese día la enterrarían en una tumba hasta que la construyeran una linda casita de colores que colocarían en alguna encrucijada de un camino. Toda la isla de Samosir está jalonada de pequeños habitáculos muy adornados que son la tumba de algún batak que ha fallecido. Pasé una semana en Ambarita y luego continúe mi ruta hacia Bukittinggi, el plena línea del Ecuador. Los batak son una cultura kasar, "aspera" a diferencia de los minangkabau, que son una cultura "manis", dulce, suave. Me esperaba la tierra de los hombres femeninos de ojos tiernos y mirada lánguida.
Los habitantes de la zona del lago Toba son de la tribu de los batak. Hasta mediados del siglo XIX no habían sido cristianizados y practicaban el animismo. Con la llegada de los misioneros se extendió una suerte de secta protestante la Gereja Christian Batak con peculiares ritos. Sin embargo se percibe en ellos la persistencia de ese animismo que los conformó durante tantos siglos. Los batak -los varones- son excelentes jugadores de ajedrez. Es su ocupación principal, el resto lo hacen las mujeres que cuidan de la casa, los hijos y se dedican al campo.
Hay varias poblaciones en la isla de Samosir: Ambarita y Tuk-Tuk son las más famosas para los viajeros que llegan hasta aquellos pagos. Por un módico precio puedes alquilar una cabaña y pasarte unos días inolvidables rodeado de montañas y tener un lago azul bellísimo a tu disposición.
He estado allí en dos ocasiones. La primera solo. Era mi primer viaje importante en soledad. Pasaría tres meses en Indonesia valiéndome de mis propios recursos. Uno de mis objetivos iniciales era el de disfrutar de unos días en el mítico lago Toba. Viví unas jornadas intensas. La mujer que me preparaba mi colchón de escasos centímetros de grosor sobre el suelo de madera no me dijo nada en un principio. Luego me preguntó mi nombre y que cuántos años tenía, si estaba casado... Las típicas preguntas de cortesía. Yo en aquel entonces todavía era muy joven. Ella me dijo que se llamaba Rentchita. Era contrahecha. Su joroba muy marcada contrastaba con sus ojos oscuros y vivos. "No olvides mi nombre" -me dijo-. También me habló de Smiley, un batak que hacía unas tortillas de setas azules que crecían junto al lago Toba. Eran dignas de ser probadas. Varios europeos y americanos nos juntamos allí, hacíamos excursiones, charlábamos, comiamos ensaladas de frutas, montábamos en canoa... Una noche nos dijeron que había un rito animista batak. Una mujer había fallecido y se celebraría una fiesta durante la noche. Alguien propuso ir a ver a Smiley y probar las tortillas de setas azules, e ir luego a velar al cadáver de la mujer. Un norteamericano, un holandés y yo decidimos hacerlo.
La cabaña de Smiley era pobre como todas las demás. El tejado era de zinc y las paredes de madera. En el exterior había unos bancos y una humilde mesa. Smiley con una gran sonrisa nos preparó sendas tortillas francesas con un ligero color violáceo. Bebimos cerveza San Miguel, la más popular por allí. Smiley nos cantó, acompañado de una guitarra, la canción Si a tu ventana llega una paloma, Trátala con cariño que es mi persona... Reinaba un ambiente cordial y alegre, de buena camaradería. Los indonesios son abiertos y cálidos.
La aldea de la mujer muerta estaba como a unos cuatro o cinco kilómetros. Nos indicaron el camino y nos pusimos en marcha. Poco a poco el efecto de los hongos azules empezó a notarse. Era una sensación de creciente concentración en tu interior y sentías que todo lo que te rodeaba cobraba vida. Caminábamos por el bosque, los árboles y los bambúes eran altísimos y sus ramas agitadas por el viento parecían transmitirnos algún mensaje. Pensé en los modernistas y simbolistas que creían que este mundo en sus apariencias revelaba un contenido oculto que sólo los iniciados podían contemplar. Me encontraba bien pero veía que en mi ser se abrían multiples puertas y todo lo que me envolvía se comunicaba de alguna manera con lo que estaba pasando dentro de mí. Todo parecía tener un significado que iba más allá de sí mismo.
Llegamos a la aldea -he olvidado su nombre-. Sobre una especie de tarima descansaba el cadáver bellamente ataviado con tonos azules y rojos de una mujer de unos cuarenta y cinco años. Sus vecinos y familiares la rodeaban y le decían cosas que no pude entender. En Indonesia, su edad ya es avanzada. Sus hijos tenían veintitantos años y parecían, más que dolidos por su muerte, como deseosos de alentarla en el camino al otro mundo. Su marido estuvo fumando y bailando toda la noche. Se servía abundante cerveza y un licor de rosas muy fuerte. Era el alimento para la noche. Se olían los cigarros kretek en el ambiente. Están hechos a base de clavo y su fuerte aroma es inconfundible. Había una gran fogata encendida que iluminaba el rostro rígido y amarillo de la mujer. Comenzaba a oler, pero el olor de la muerte no me desagradó ni me asustó el cuadro mortuorio allí montado. Pronto, los batak, se pusieron a bailar en círculos en torno al cuerpo muerto. Una pequeña orquesta, un gamelán, tocaba con instrumentos de percusión. El ritmo era repetitivo e hipnótico. Una treintena de hombres y mujeres zanzaban a su alrededor. La escena era vista por mí como si fuera una película y yo pudiera meterme dentro. Disfrutaba de una claridad mental extraordinaria. Me puse a danzar intentando remedar los movimientos que hacían ellos con las manos y los pies. La música y el fuego, junto al cadáver, creaban una atmósfera de irrealidad que me hacía ver mi visión habitual de las cosas como absolutamente plano, como si viviera sin la cuarta dimensión. Sentí la muerte como algo que formaba parte del ciclo vital y sin el aire macabro negativo con que la contemplamos en occidente. De vez en cuando me bebía un vaso que me pasaban de licor de rosas y seguía bailando sin cansancio. Unos pastelillos dulzones fueron repartidos entre los danzantes y asistentes. Comí dos de ellos y me sentí reconfortado. Estaba sudando. Entonces tuve un presentimiento: unos ojos clavados en mí parecían atravesarme. ¿Quién era quien me miraba así? Me acerqué a la figura de mujer que me observaba. En estado de semitrance le pregunté quién era. No me contestó. Se lo pregunté tres veces. Mis pupilas estaban muy dilatadas y no la reconocía. Me enseñó por fin su joroba y entonces me di cuenta de que era Rentchita, la trabajadora del losmen donde me alojaba. Iba engalanada y sus ojos me parecieron bellísimos. Pensé si no sería ella la clave de algo que no llegaba a comprender. Durante muchos días guardé las impresiones fortisimas de aquella noche de danza ininterrumpida con el sonido del gamelán del fondo y el olor dulzón de los perfumes que habían puesto al cadáver. Todos estuvimos velando a la mujer hasta que la luna se alzó en el cielo a la misma altura que el sol. La ceremonia que había durado varias horas entonces acabó como si hubiéramos alcanzado un equilibrio necesario. En ese día la enterrarían en una tumba hasta que la construyeran una linda casita de colores que colocarían en alguna encrucijada de un camino. Toda la isla de Samosir está jalonada de pequeños habitáculos muy adornados que son la tumba de algún batak que ha fallecido. Pasé una semana en Ambarita y luego continúe mi ruta hacia Bukittinggi, el plena línea del Ecuador. Los batak son una cultura kasar, "aspera" a diferencia de los minangkabau, que son una cultura "manis", dulce, suave. Me esperaba la tierra de los hombres femeninos de ojos tiernos y mirada lánguida.
Lisérgica (y magnífica) historia. Su blog vacacional es, a diario, toda una aventura.
ResponderEliminarParece el mejor Kipling. Joselu, un capitán intrépido.
ResponderEliminarNo veas la pinta que debía hacer yo bailando y moviendo mis manos elevándolas en el aire, acercándonos al cadáver amarillento de la mujer... Lo bueno es que por allí nadie se asombraba de nada y todo parecía normal. Sí, por lo que dices fue una noche lisérgica. Cuando llegué al losmen a las cinco de la mañana me puse a jugar una partida de ajedrez con un holandés. Nos cogió las diez de la mañana y los dos estábamos con un juego archidefensivo, todo lo contrario de lo que suelo jugar yo. Nos tomamos una ensalada de frutas y un té y nos fuimos a dormir. Rentchita volvía a ser una mujer normal, pero en aquella noche yo pensé que ella era la que tenía la espada del poder. Figúrate qué noche. ¡Ah, los batak eran unos mentirosos compulsivos! En el pasado se comían a sus enemigos a modo de pinchos morunos. Un misionero los convirtió con un violín. Según cuentan las crónicas, claro. No me trates de usted. caramba.
ResponderEliminarHola, Simalme. Pensaba que no estabas por aquí. También Rodolfo me ha contestado y yo pensaba que se había ido ya de vacaciones. Estaremos un tiempo sin su deliciosa presencia. Feliz día de los inocentes. Me gusta lo de Kipling.
ResponderEliminarEl usted es un resabio arcadiano (del blog del pecador Arcadi Espada). La verdad es que tiene su gracia, tan versallesco y tal, pero si te resulta demasiado antañón, lo guardo sin problema en el baúl de los recuerdos.
ResponderEliminarAgradecido, compa de aventuras blogueras y de dichas o desdichas profesionales.
ResponderEliminarGracias por la historia. Por sangre, soy de Samosir, de la gran isla de Sumatra. Crecí en Yakarta. Pienso que Sumatra y Bali son unos de los lugares más bendecidos de la planeta. No estoy de acuerdo con Joselu. Mencionó que los batak eran unos mentirosos compulsivos. Acaso que los restos del mundo son santos? Tomando en cuenta nuestros defectos, somos gentes de gran corazón. Luchamos para sobrevivir, cantamos para sentirnos bien y jugamos para disfrutar la vida.
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