Una de los lamentos más recurrentes que se oyen en el campo educativo es el del poco interés de los adolescentes por la lectura. Todos los informes y prospecciones señalan que en torno a los cursos de segundo y tercero de ESO (14-15 años) se produce una crisis en la disponibilidad lectora de nuestros alumnos. El nivel de lecturas es bajísimo y solamente funciona con libros muy escogidos, adaptados y "facilitos" para la etapa de la adolescencia. Esto es, novelitas que aborden temas como las bandas juveniles, los nazis, la anorexia, el racismo... Todos temas muy actuales y tratados de un modo semejante al reportaje. Una mezcla de acción e intriga, aderezadas con un lenguaje sencillito y una sintaxis llana parecen ser la mejor fórmula para construir (¿diseñar?) una novela para adolescentes.
Cualquier libro que se aleje del tiempo actual o de nuestras circunstancias añade unas dificultades insuperables a la lectura. Por tanto, la llamada "literatura juvenil" de la que las editoriales educativas están repletas ha de cumplir una serie de condiciones... pero ni aún así es garantía de éxito. La panoplia de libros que gustan a los adolescentes hoy día es muy limitada.
Cualquier libro que se aleje del tiempo actual o de nuestras circunstancias añade unas dificultades insuperables a la lectura. Por tanto, la llamada "literatura juvenil" de la que las editoriales educativas están repletas ha de cumplir una serie de condiciones... pero ni aún así es garantía de éxito. La panoplia de libros que gustan a los adolescentes hoy día es muy limitada.
No hace falta añadir que si a nuestros alumnos les imponemos un libro que no cumpla dichas coordenadas está condenado al fracaso. Recuerdo hace tres años cuando puse como obligatorio en cuarto de ESO la novela corta El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Eran cursos de los considerados con "buen nivel". El resultado fue desastroso. La novela de la gran epopeya del viejo en lucha contra el gran pez y el océano no gustó a prácticamente a nadie de los cincuenta alumnos que la leyeron, si es que lo hicieron. Sólo una alumna destacada y sensible se opuso a las tesis mayoritarias de que en la novela de Hemingway, que llevó a su autor al premio Nobel, no pasaba nada. Según esta alumna, L. , era una novela llena de acción interior. Su aparente no pasar nada era erróneo porque éramos testigos de la última lucha titánica del viejo contra su edad, el gran pez, los tiburones, el mar y la mala suerte. Pese a todo y haber sido derrotado por la mezcla de toda la adversidad posible, el viejo seguía soñando con leones marinos, que simbolizaban su juventud. El hombre viejo se mantenía en pie frente a todo. Era derrotado pero no quedaba derrotado. Esto es lo que opinó una alumna a diferencia de los cuarenta y nueve restantes que aseguraron que era una novela muerta, sin acción, aburrida... un auténtico bodrio.
Como anécdota he de contar que el director de mi centro y algunos compañeros me llamaron la atención por imponer una lectura tan poco en consonancia con los tiempos presentes. No hay duda de que el director, pedagogo y, por tanto, profundo conocedor del tema de lo que son los "tiempos presentes", tenía razón y yo no.
Así son las cosas y la sociología del gusto lector juvenil -adolescente-. Ante esto me pregunto si el inmenso tesoro de la gran literatura de todos los tiempos no habrá terminado por ser incomprensible para los adolescentes de hoy día. Su falta de comprensión lectora, unida a su desconocimiento del pasado, de los símbolos religiosos, de las coordenadas filosóficas y sociales de nuestra cultura, hacen de ellos absolutos analfabetos a la hora de descifrar y comprender un texto literario de cierta densidad.
Recuerdo que no hace muchos años, muchachos de su misma edad leían y quedaban entusiasmados ante libros de una profundidad hoy inimaginable. En segundo de BUP no era impensable que un alumno leyera La metamorfosis y La carta al padre de Kafka, La espuma de los días de Boris Vian, La náusea de Jean Paul Sartre, El guardian entre el centeno de J. P. Salinger, El jugador de F. Dostoievski, Cumbres borrascosas de Emile Brönte, El monje de Matthew Lewis, relatos de horror de H.P. Lovecraft, de Bukowski, novelas de ciencia ficción de Arthur Clarke como El fin de la infancia o 2001, una odisea en el espacio, Wilt de Tom Sharpe, El tercer ojo de Lobsang Rampa, Sidharta de Hermann Hesse, Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda... En definitiva, no había diferencia entre lo que pudiéramos llamar "literatura juvenil" y Literatura con mayúscula o, al menos, literatura adulta.
Actualmente la fórmula de libros para adolescentes es un misterio y a la vez tiene unos componentes muy claros, según he señalado antes, pero lo que queda nítido es que se ha convertido en un género o subgénero diferenciado del gran tronco de la gran literatura que ha quedado oscurecida e incomprensible para ellos. ¿Un gran enigma? ¿O tiene claves ocultas que ayudan a entenderlo?
Intentaremos en entregas sucesivas aclarar algo el panorama.