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miércoles, 9 de octubre de 2019

JOKER, un potente discurso ideológico.



JOKER: una película peligrosa y turbia, desasosegante, "pura basura ideológica" –escribe un crítico americano-, ambientada en un entorno urbano que es la ciudad de Gotham, paradigma de las ciudades americanas.  Pocas veces se ve en el cine un producto tan salvaje y siniestro, tan brutal y tenebroso acompañado por la risa de Arthur Fleck que desconoce sus orígenes y la vida le ha tratado como una escoria. No es gracioso, es inquietante y bueno a la vez. Porque Arthur es bueno, siempre ha cuidado a su madre y ve con reverencia un programa de un tal Murray (Robert de Niro) por la televisión de los años ochenta. Arthur es bueno pero es aplastado por la vida, es objeto de violencia y desprecio hasta que alguien le da un revólver y termina convirtiéndose en un símbolo social que va a promover el caos y la violencia. Como trasfondo, la lucha de clases, todos los que se unen a Arthur-Joker, con máscaras de payaso y que también se sienten arrollados social y humanamente. Hay quien juzga esta película con parámetros políticos y ve en ella una peligrosa alegoría izquierdista que expresa que es el ambiente social, el medio, quien determina y condiciona al individuo al cual no le queda otras que rebelarse mediante la violencia, la de los desposeídos, la de los que no han sido sino despreciados y humillados en su dignidad. Es como si se legitimara la violencia contra el sistema liberal americano que abandona en la cuneta a buena parte de la sociedad a la que se deja sin recursos sociales, sin asistencia sanitaria, o con trabajos miserables… Es un canto destructor el que se eleva, destructor de la injusticia y se anhela otra sociedad no individualista en que los hombres sean solidarios, como el enano con Joker. Él también es una víctima, solo las victimas pueden comprender lo que se siente abajo, las víctimas y los fracasados, esos que la ideología supremacista dominante aparta con repugnancia por no haber sabido triunfar. La vida es una jungla y en ella depende de cada uno subir en la escala social, si te quedas atrasado o fracasas es tu responsabilidad, pero Arthur juega con cartas marcadas porque es un enfermo mental, fruto de malos tratos y abusos desde su niñez. En el trasfondo de la película emerge la reacción de Arthur ante su desvalimiento y termina adquiriendo un valor simbólico como referente a otros también que se sienten como él. El espectador termina asumiendo como atormentada y gozosa la violencia brutal del Joker, la vemos como necesaria y justificada en un sistema que no garantiza la equidad y cuyos valores solo dan cartas a algunos. Nos sentimos estremecidos por la violencia psicológica de la película porque vemos a un hombre bueno y sensible y justificamos lo que pasa luego, y el incendio social que se desencadena. El rostro de Arthur y su risa patológica es un componente malsano que evidencia nuestro malestar y fascinación –además de anhelar algo que revierta esa situación de hundimiento del antihéroe del que todos se aprovechan-. Sin duda la vida no ha sido generosa con el protagonista. Y comprendemos el grito de furia posterior y la venganza. Al terminar la película vemos con gozo incomprensible la cólera desatada.

Hubo un filósofo norteamericano llamado Herbert Marcuse que en 1965 escribía textos que justificaban la violencia social revolucionaria que no buscaba la igualdad sino la reversión del poder detentado por una minoría que aplastaba a la mayoría de la población. Marcuse sabía que lo que defendía vulneraba el espíritu de la democracia y la tradición liberal de la no discriminación, pero sostenía que estaban justificados la represión y el adoctrinamiento para que la mayoría subversiva alcanzara el poder que debía ser suyo. Y eso implicaría la retirada de los derechos civiles de los opresores por medios “aparentemente” antidemocráticos.

El planteamiento de Joker tiene lugar dentro de este discurso y puede que refleje la polarización política de la vida en los Estados Unidos. Confrontación entre diversos tipos de bloques sociales, la mayoría de Trump que recoge un fuerte resentimiento social frente a la sociedad liberal por unos motivos, pero por otro lado la erupción política de otro tipo de resentimiento que viene de abajo por cuestiones de clase o por discriminación de género o raza. Es la rebelión de los desposeídos y que carecen de recursos –servicios sociales, sanitarios, trabajo digno-  y aguardan en las alcantarillas para saltar a la yugular de los Wayne y los Murray además de a las élites blancas. Solo hace falta un Joker que los despierte.
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