Recuerdo que hace muchos años proponía a mis alumnos la lectura de libros que escogían de una larga lista que yo les sugería. Uno de los más celebrados era El tercer ojo de Lobsang Rampa; otro Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda. Ambos les introducían en universos mágicos que lograban una transfiguración de la realidad concreta en otra, quizás metafísica o espiritual. El caso es que en su lectura se lograba el acceso a otro nivel de realidad y conocimiento diferentes de los habituales, y de ahí surgía la necesidad de un sensor interior que nos conectara con otras dimensiones más profundas. Para mi zozobra, los dos títulos citados se revelaron con el tiempo como imposturas que encubrían una total mistificación sin elementos que los anclaran en la realidad. Los autores eran unos falsificadores y no habían vivido más que en la imaginación las experiencias que describían.
Queda, no obstante, el arte, pero incluso éste está marcado por la fragilidad, por la materia provisional con que está construido y que revela un cosmos sumamente precario. Es indiferente lo que hagamos o lo que creamos. Es pura ilusión. Nunca estuve más íntimamente gozoso que cuando viajé varios meses por el oriente y me distancié totalmente de las noticias mundiales y especialmente españolas. Permanecí ajeno al devenir mundial y nacional. Nada me conmovió de mi patria y de mi mundo, nada me afectó, sólo estaba yo y mis circunstancias concretas en un viaje que me transformó profundamente mientras que la realidad histórica y política de mi país estaba anclada en estereotipos, en repeticiones, en pesados ternos que no evolucionaban. Años después quise recuperar aquella sensación y me pasé tres o cuatro meses intentando permanecer ajeno a las noticias que nos bombardean cada día y que piden nuestra implicación emocional, pero sobre las que no podemos ejercer ninguna influencia.
La historia la hacen los hombres, una voz me objeta a todo este discurso escéptico. Tal vez sí, es cierto, yo cada día que me levanto intento edificar algo que valga la pena a nivel microscópico. No aspiro a cambiar nada que esté fuera de mí. Hubo un tiempo en que tenía la ilusión y la osadía de pensar que el mundo podía ser transformado por mi acción, que podía ser transfigurada la realidad como planteaban Lobsang Rampa y Carlos Castaneda. Es el llamado pensamiento mágico. Hoy sólo queda -y no es poco- la magia de observar la entraña misma de la realidad fugitiva, sin juzgarla, sin comparar, negándonme a la ilusión -al espejismo- de pretender entenderla; tal vez podamos sentir así un estremecimiento al reconocernos allí reflejados -siendo observadores y observados-, seres que pueden modificar la realidad a la vez que son transformados profundamente por ella.
Es extraño y asombroso.
Leo entretanto el Ensayo sobre la lucidez de José Saramago.