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jueves, 18 de febrero de 2021

Lo trágico, alma de lo español

Fiorella mencionaba el otro día una característica de los españoles que era su sentimiento de lo trágico a diferencia de los italianos que carecen de él. Me pareció una observación muy interesante. Busco entre mis libros El sentimiento trágico de la vida de Unamuno. Veo que tengo un ejemplar subrayado que compré en septiembre de 1996 pero no recuerdo nada esta lectura a pesar de tener el texto bastante trabajado. Pienso que es cierto que los españoles tenemos muy intenso el sentimiento de lo trágico, forma parte de nuestra idiosincrasia el movernos siempre en el filo del abismo, entre polos agónicamente antitéticos e irreconciliables que nos llevan a enfrentamientos igualmente trágicos. Desde luego no poseemos el pragmatismo inglés que no se recrea en dilemas dramáticos, ni la sensualidad francesa. Posiblemente un pueblo que se nos asemeje es el ruso. Ya lo percibió Rainer María Rilke que estaba fascinado por lo español y por lo ruso. Vivimos en medio de contradicciones extremas, desde el odio a nosotros mismos al enamoramiento más apasionado. Tendemos al desgarro existencial, social e histórico, estremecidos por tremendos seísmos en que nos debatimos por el todo o la nada. Políticamente somos extremos. Fuimos el país con más anarquistas del mundo en tiempos de la república, y también el pueblo con más reaccionarios. Tensiones brutales entre un polo y otro, irreconciliables. Por un lado, la revolución utópica, por otro una España eterna y católica. Lo que menos había en la Segunda República eran republicanos liberales sensatos, partidarios del justo medio, de una república normalita y mediocre. No, proliferaron los santos anarquistas y los carlistas, figuras netamente españolas y penetraron en nosotros ideologías revolucionarias como el comunismo y el fascismo y a ellas nos adherimos con entusiasmo. Y nos asesinamos con saña. Pueblo sediento de sangre nos calificó algún liberal británico sin entender cómo la violencia sectaria se apoderaba de toda una nación que asesinó a mansalva a un lado y a otro del arco político. 

Nuestra forma de ver el mundo nos lleva a buscar lo puro e incontaminado, lo extremo. Un ejemplo puramente español es el caso del rapero Pablo Hasél. Nada más inequívocamente español. Puramente esperpéntico –que es la versión hispana de lo trágico-, héroe santificado por los anarquistas que anidan en nuestra psique como ideal, héroe destructor y salvaje, se enfrenta solo con sus letras a un estado fascista, totalitario, asesino… Y él se cree, en la cresta de su ola, como un iluminado capaz de liderar una revolución total contra el sistema, contra el fascismo encarnado en la figura pacata de un tímido Felipe VI y califica de miserable traidor al mismo Pablo Iglesias que quiso no hace mucho “asaltar los cielos” y acabó comprándose un chalé bastante burgués en lugar de vivir en Vallecas. Por otro lado, surgen figuras que se encarnan en el fascismo, cada vez menos tímidas y se vuelven a reivindicar las camisas azules y los símbolos franquistas. Sube meteóricamente VOX en Cataluña y desplaza a partidos de izquierda en muchos municipios del cinturón de Barcelona donde no hace mucho tiempo ganaban de calle los socialistas. Teníamos un país tibio, demasiado burgués, demasiado equilibrado, fruto de una transición pragmática y mediocre que no estaba a la altura de nuestros ideales de pureza. Aquel invento de los años setenta del siglo pasado ahora no satisface porque se considera una traición a los ideales y cada vez hay más que abogan por una república popular sin monarcas corruptos y en manos de la CUP, Podemos y Pablo Hasél como presidente, sin que ponga las manos en ella la miserable derecha, fascista ella. Lo nuestro es la alucinación, lo visionario, lo extremo alejado de la vulgaridad burguesa y adocenada. “Ni olvido ni perdón” claman las paredes en la Cataluña profunda en que se odia lo que se lleva más adentro, el desgarro hispánico, el odio a lo que se es, el odio al padre, y se busca un país puro, antes del tiempo, antes de la decadencia por obra del imperio español que dominó el mundo durante más de cien años. La historia es un desvarío, una prostitución del legado eterno de lo catalán que sigue latiendo en el alma de los pueblos de Girona y de la Cataluña verdadera no hecha jirones por la meretriz y vulgar España. El que lo vea desde fuera verá en estas pulsiones trágicas el alma característica de lo español que se enfrenta a sí mismo en innúmeras maneras. Nada de pactos, nada de diálogo, nada de puentes, nos encantan las guerras santas y en ellas los Joan Margarit son sospechosos de impureza, de traición a la causa justa de la patria y son sospechosamente más celebrados fuera que dentro de Cataluña dándoles premios inmundos para crear contradicciones dentro del pueblo que, tarde o temprano, asirá la hoz para cortar todos los cuellos que hagan falta porque la revolución de las sonrisas no funcionó, ahora toca la otra, cuando se pueda, y no falta mucho. 

¡Oh, España! 

lunes, 1 de febrero de 2021

Don Juan Carlos I protagonista de una ópera

Albert Boadella responde a una encuesta en Babelia, toda interesante en sus respuestas como suele, pero hay una que quiero traer aquí con afán de polémica. ¿Qué serían los blogs sin polémica?

¿A qué personaje público vivo le dedicaría una ópera? El rey Juan Carlos es un tema formidable en sus aspectos shakespearianos cuando usurpa la Corona del padre y después traiciona al dictador, pero también tiene una parte de Don Giovanni en sus correrías amorosas. Tragedia y comedia juntas.

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