Arthur Schopenhauer escribió que el sentimiento de la vida oscilaba entre la desesperación y el aburrimiento, o lo que es lo mismo, entre el dolor y el tedio. Creo que leí esta reflexión en mi primera lectura de El árbol de la ciencia de Baroja, lectura antes cenital para los adolescentes del anterior sistema educativo. Así bien, o estamos jodidos o estamos aburridos. Si estamos jodidos, no nos aburrimos –es la parte positiva de ese estado-, pero cuando abandonamos el sufrimiento por algún albur del destino, el estado que nos viene es el de aburrimiento a la espera de que algo pase y que nunca acaba de pasar. Es lo que les sucede a Vladimiro y Estragón en torno a un árbol esquelético en un paisaje incierto en la obra Esperando a Godot.
Para evitar el aburrimiento urdimos mil y una estratagemas: la comida es una de ellas –vemos en todas las redes sociales miles y miles de páginas con los más refinados platos de todos los tipos: comer libera de la angustia y del aburrimiento-; otra forma de afrontar el aburrimiento es la pasión política o deportiva y no cabe duda de que hoy día las redes sociales están imbuidas de unas dosis enormes de política. Las más preclaras mentes pensantes se zambullen en el análisis de la realidad, bien sea desde la óptica del resentimiento de la izquierda radical o de la extrema derecha. Ambas lindes del espacio político comparten igualmente dicho resentimiento como motor ideológico, y de ahí, de su necesidad de abordar el aburrimiento que no cesa, sus apelaciones complementarias a la justicia, a la ira, al grito, a las consignas, a las fabulaciones, a los complots…
Otra forma de abordar el aburrimiento es el consumismo. El hecho de comprar libera momentáneamente de la tensión vital y el aburrimiento. Una tarjeta con crédito ilimitado es el mejor desestresante y desangustiante, con mucha mayor eficacia que el Prozac. No digo que sea así en todos los casos, pero sí en un elevado número. Cuando estamos a punto de comprar algo se intuye la liberación de un elevado número de hormonas de la felicidad sea dopaminas o endorfinas… No en vano el capitalismo ha vencido al comunismo solo por este sencillo mecanismo. Nos gusta comprar, aleja tanto el sufrimiento como el aburrimiento provocando una tensión vital refrescante.
Hacer deporte, cansarse, forzar el físico es asimismo una fuente de placer extraordinario ante el horror vacui, ante la amenaza de sinsentido de la vida. Si uno está corriendo o levantando pesas, o haciendo una larga caminata extenuante, uno deja de hacerse preguntas y supera igualmente la sensación de aburrimiento a pesar de que el esfuerzo físico constituya una suerte de padecimiento luminoso. Subir un ocho mil o correr la maratón conlleva padecimiento pero recompensa, lleva implícito un desgaste liberatorio igualmente de hormonas que evitan el aburrimiento.
El arte, sea en su faceta creadora o en la de observador o lector, produce también estados bienhechores para el espíritu, haciéndonos salir de nosotros mismos y de nuestra angustia constitutiva puesto que supone una especie de experiencia iluminadora de la conciencia y de nuestro placer estético.
Hay otras formas de enfrentarse al dilema schopenhauariano como el sexo y la violencia, ambas formas devoradoras del ego sufriente o aburrido. De ahí las numerosas guerras a lo largo de la historia, los terribles conflictos interterritoriales, religiosos o étnicos que tienen su eje en el ansia de dominación y de poder, siendo este, el poder, un mecanismo sumamente excitante y atractivo.
Sin embargo, el mecanismo más barato para contrapesar el sufrimiento o el aburrimiento es la risa, la conversión en caricatura de toda forma de jerarquía o esquema dominante, la inversión de todo.
Y cagar, en último pero no en el más irrelevante lugar, también es algo que nos libera como bien sabían en la Edad Media con todas sus fantasías coprofílicas.
Así pues, cagar, comer, reír, hacer política, consumir, extenuarse, crear, leer, combatir, asesinar, follar… son nuestras liberaciones más habituales para enfrentarnos al dilema maldito.
¿Cuál es la tuya?