El martes hice una nueva caminata en solitario por los bosques de Collserola en dirección a Cerdanyola pasando por el Tibidabo, punto de partida de mis incursiones por el bosque otoñal. Ya era invierno, había llegado el solsticio. El trayecto fue de 26 kilómetros desde Cornellà. Había atravesado otras partes del bosque como he recogido en otros posts pero esta, sin duda, fue mucho más salvaje y agreste por senderos húmedos y resbaladizos que propiciaban caídas o momentáneas pérdidas del equilibrio. La verdadera aventura comenzó poco más adelante del Turó de la Magarola desde el que hay una magnífica perspectiva del Besós y el Maresme mirando hacia el mar, y por el otro lado, el Vallés con la mole magnífica de Montserrat en el horizonte. Hay en el turó un vértice geodésico y pasa el GR92 por allí, y cerca está el GR6. Hay una plataforma de madera desde la que se observa el paso de las aves rapaces en los meses de septiembre y octubre. Y, en efecto, siguiendo la ruta que había bajado en el gps, el sendero se metió en lo profundo del bosque donde apenas encontré a nadie. Los ciclistas habían quedado atrás y la sensación de soledad me invadió. Sin duda, torcerse un tobillo es una perspectiva complicada e indeseable, así que hay que caminar por las rocas resbalosas con mucha precaución, y no es fácil. El recorrido por esos parajes entre inhóspitos y maravillosos se prolonga unas tres horas en las que el gps gasta algunas de sus famosas jugadas que desconciertan y en un par de ocasiones me sentí totalmente perdido en la espesura o en el lecho de un riachuelo que había que vadear para no empapar las bambas. Ciertamente, algunos de los sentimientos que me dominaron durante el recorrido fueron la inquietud y un estado de alerta constante porque no sabía lo que iba a venir a continuación, y el senderuelo que descendía por la torrentera no llegaba a ninguna pista practicable. Intentaba evitar los profundos surcos por los que discurre el agua porque estaban encharcados. Tuve una ración de bosque más que aceptable y puedo entender la fascinación que ejerce sobre la imaginación de los seres humanos y el terror que supone la posibilidad de perderse en ese intrincado laberinto del que solo me defendía mi pequeño gps, tan aficionado a desorientarse de los satélites que lo guían.
Los hombres siempre han temido al bosque y lo entiendo. Yo por mi parte lo temo y me siento cautivado por él. Hice media docena de fotos en el interior del mismo pero luego he lamentado no haber hecho más para documentar la experiencia. Quiero ampliar alguna de ellas para reflejar la mística del bosque unos días antes de la Navidad. No es poca cosa levantarse a las seis y media de la mañana y salir, tras desayunar, cuando es de noche todavía, para ir a hacer un recorrido de naturaleza iniciática por los bosques sagrados de Collserola una vez alejado de los ciclistas. Sentí, como digo, sensaciones de peligro pero, una vez vuelto a casa, magnéticamente me reclama de nuevo la invitación a volver pero sabiendo ahora lo que sé del recorrido que ya no será tan inquietante y podré disfrutarlo más.
La vida también es un bosque, tal vez por eso me atrae la experiencia del mismo.
¡No me olvido! Feliz Nochebuena y, mañana, el día de Navidad.