En febrero de 2020 una noticia incendió las redes y la prensa. Según esta noticia infundada, en Holanda se estaba preparando una ley orientada para el suicidio asistido de modo que, según la idea de hace cuarenta años del jurista y ensayista holandés Huib Drion, se proporcionaría a los mayores de setenta años una píldora para que pudieran elegir el momento de su muerte si no deseaban seguir viviendo. No se trataba de la eutanasia que aborda el caso de enfermos incurables o de condiciones de vida terribles que eligen morir asistidos por el sistema nacional de salud. No, la píldora de que se hablaba y que finalmente fue un bulo, según La Vanguardia de esos días, era para personas sanas que por las razones que fueran no deseaban seguir viviendo. Se hizo una encuesta entre mayores de 55 años con una base estadística de 21000 participantes sobre si ellos, llegados a una edad y completadas sus expectativas de vida, querrían tener acceso a esta forma de eutanasia y diez mil respondieron que sí, lo que no es baladí en cuanto a número.
En España se suicidan once personas diariamente, el triple de varones que de mujeres, y la cantidad de suicidios anuales se está incrementando. Los sistemas para suicidarse son muy precarios porque van desde cócteles farmacológicos, cortarse las venas, ahorcarse, tirarse al tren, arrojarse de un edificio, envenenamiento, estrellarse con el coche... En el mundo son ochocientas mil personas las que se suicidan anualmente.
Por cierto, cuando buscaba información sobre este tema en diversos medios periodísticos, Google y ChapGPT, me ha saltado un banner advirtiéndome que estaban muy preocupados por la búsqueda que estaba haciendo de sistemas para suicidarse y que había medios para encarar esta situación para recuperar el gusto por la vida y me daba un teléfono de asistencia a potenciales suicidas.
Ciertamente, mucha gente piensa en el suicidio en algún momento de su vida porque la considera inaceptable o el sufrimiento psíquico que conlleva no compensa el hecho de seguir viviendo. Esto no depende de la edad porque suicidas los hay en todas las franjas de edad e incluso entre los más jóvenes. Es una pulsión humana universal que se da en todas las culturas que abordan el suicidio de forma diferente. En Japón era una muerte honrosa, en los países cristianos era un pecado mortal que conllevaba la condenación eterna para los suicidas por haber violado la ley de Dios que establece que él solo puede dar y quitar la vida. Los suicidas no podían ser enterrados en terreno sagrado, y tenían que ser inhumados fuera del recinto cristiano.
Nosotros somos una sociedad postcristiana que en general descree de Dios y de la vida trascendente. Ignoro que principios democráticos puede haber para que el estado se arrogue como norma el impedimento del suicidio asistido. ¿No es legítimo que una persona adulta pueda poner sin traumas violentos final a su vida? ¿Por qué me tendrían que proteger de esa manifestación de mi voluntad? Pienso en personas mayores que consideran que ya la vida no tiene sentido para ellos, tal vez viviendo, lejos de la familia y el calor de los suyos en una residencia donde les tienen que limpiar el culo cada día tras cagarse en el pañal porque no se deja ir al váter cuando se quiere por comodidad de las asistentas. Pienso en enfermos que saben de sobra que padecen alzhéimer y en una fase todavía para poder tomar decisiones, desearían elegir la muerte digna. Conozco varios casos de padres o madres con esta terrible enfermedad que vegetan en residencias y que por razones equis sobreviven en unas condiciones que no son humanitarias. Pienso en ancianos solitarios que mueren en sus casas y nadie se entera de que han muerto. Sé que en Japón es todo un fenómeno social creciente, el de ancianos que se dejan morir en casa aislados totalmente de todo, y especialmente de su familia.
Se habla de que a las personas que piensan en el suicidio habría que darles motivos para vivir, como si eso fuera tan sencillo y aplicable. Como si el mundo a su alrededor fuera a cambiar para hacerles confortable y deseable la vida adaptándose a él. Todos sabemos que eso es imposible o, por lo menos muy difícil. Que cada palo aguante su vela, se dice. Pocos o nadie están para aguantar sostenidamente la negativa a vivir de alguien que por las razones que sean decide poner final a su vida. Se dice, según las estadísticas, que se suicidan en España once personas al día, pero hay muchos más intentos de suicidio no consumado sobre los que muchas veces se piensa que es una forma de llamar la atención.
Si yo hubiera sido uno de los veintiún mil encuestados en Holanda a la pregunta de si en un caso extremo de mi vida, avanzada la edad, yo quisiera ponerle fin, hubiera contestado que sí, sin lugar a duda. Y tal vez la posesión de esa píldora me ayudara a vivir sin la angustia de pensar en un suicidio violento y traumático. El poder pensar que se puede poner fin a la vida por libre elección puede estimular el deseo de vivir.