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martes, 18 de febrero de 2020
viernes, 20 de septiembre de 2019
Neorrabioso y sus fobias
Para los que no lo conozcan, Neorrabioso es un fenómeno cultural –pequeño pero fenómeno- que se puede seguir en su blog y a través de
las redes sociales. Neorrabioso es un poeta urbano que va dejando sus versos en
las paredes de Madrid así como en los cubos de basura del ayuntamiento,
impregnando Madrid de su poética alternativa. Llevo tres meses siguiendo su blog que no permite comentarios. Neorrabioso publica entradas varias veces al
día al ritmo de sus filias y sus fobias que al cabo de unos meses resultan ya muy
conocidas para el lector. Mi post no será complaciente y pretende dar una
respuesta, la que no puedo darle en su blog porque no permite comentarios, algo
que deja en el ambiente un talante inseguro. Mi discurso es mío y los demás solo tienen derecho a leerme y
escucharme.
Neorrabioso es la quintaesencia del pensamiento político
correcto. Es una especie de héroe romántico perfecto. Rebelde, anarquista,
individualista, antirracista, antifascista, feminista, multiculturalista…, odia occidente -aunque no renuncia a vivir en él- y ve la mediocridad
ambiente de este país esencialmente inculto y racista, además de homófobo. Solo
se salvan él y sus amigos africanos, saharauis, gays y lesbianas y algunas mujeres -chicas- que él adora como estrellas en el firmamento. Odia el nacionalismo,
especialmente el español que él ve como profundamente negativo y reaccionario. No es igual de crítico con otros nacionalismos a los que no considera apenas. Es
una especie de guerrillero urbano que se posiciona a favor de los
débiles y condena profundamente toda la degeneración de nuestro país, mediocre
y racista.
Va escribiendo sus versos en los cubos de basura, se
considera un poeta del pueblo y vive en torno a ese delirio de grandeza su
misión debeladora de los mitos de una sociedad despreciable desde la altura de
su perspectiva radicalmente solitaria. Sin embargo, uno lee sus versos y no ve
mucho apreciable en ellos, salvo un cierto ingenio con innegable ternura para las recurrentes imágenes de su poética. El otro día leí que es necesario que surjan mil poetas para que
haya uno verdadero, y él -opino- no es el Elegido. Sus poemas son esencialmente ingeniosos, imbuidos
de un mesianismo congénito en que él se considera, en su soledad, un verdadero
artista del siglo XXI del Madrid castizo. A sus cuarenta y cinco años hace
tiempo que ya ha pasado la línea de la sombra de que hablaba Conrad, ya no es
joven, pero tiene temperamento adulescente, el de esos cuarentañeros que siguen
pensando en términos que parece que tuvieran dieciocho años. Vive con algunos
gatos, su única compañía, y cada vez es más misántropo respecto a la gente.
Vive con orgullo su soledad altiva pero sus publicaciones reflejan a un hombre
inseguro que teme no ser adorado suficientemente por el pueblo al que defiende o por las mujeres.
Mira cada día los que leen su blog y eso hace subir o bajar su autoestima. Tiene
una biblioteca de la que va sacando fragmentos, espigados aquí o allí, para
reflejar su cultura de hombre instruido y complejo. El lector puede seguir con curiosidad la serie de filias y fobias de este hombre singular pero al cabo de unos
meses ya no hay deslumbramiento porque todo responde a un esquema no demasiado
profundo por lo ostentoso y tópico que es en sus ideas. Yo lo leo cada día, esperando
alguna sorpresa, pero hay pocas cosas que supongan reflexiones que pongan en
cuestión su visión ya hecha del mundo, de la vida y la sociedad. Porque
Neorrabioso es un influencer más de los que abundan en estas tierras. Es un
producto más que no vende elementos de cosmética sino una forma de estar en el mundo, la suya que se nos impone sin lugar
a dudas como auténtica y comprometida. Me recuerda paródicamente en su ensimismada autocontemplación la imagen de la pintura El caminante entre el mar de nubes de Caspar David Friedich.
Neorrabioso es absolutamente sincero, nos transmite
sinceridad a raudales, sus discursos son extremadamente sinceros, salen de él
como efluvios naturales -a veces con furia- de su mentalidad justiciera. Pero uno se pregunta si el arte, la
poesía de verdad, es un producto que surja de la sinceridad o de un superego desmedido.
Pienso que el poeta necesita algo de neutralidad, de entibiar su ego para no
hacérsenos cargante y obsesivo, y algo de eso que se llama sugerencia,
ambigüedad, tal vez humildad. Sus poemas son tiernos, ingeniosos y pretendidamente ideológicos,
una suerte de luz y color en las calles de Madrid. Pero este héroe madrileño,
de origen vasco, vive con pasmosa intensidad su misión y su rebeldía resentida, frutos de
un delirio de libro. No hay mayor propagandista de su ego que él mismo que
intenta convencernos constantemente de su valor, su ingenio y su grandeza
espiritual. Él está demasiado alto y desde esa altura contempla las calles de
Madrid, España, Europa y el mundo. Es una especie de Guerrero del antifaz, pero en bueno, claro.
No obstante, me cae bien. Uno puede seguir su aventura
espiritual varias veces al día en directo por medio de sus perlas y mensajes,
pero como no me deja contestarle en su blog, escribo en el mío esta sinopsis
que espero que le llegue. Sé que no le gustará lo que he escrito pero lo
he hecho también con absoluta sinceridad. Estoy seguro que mi entrada logrará
nuevos lectores para su blog, que no está mal, créanme. Es egoico y obsesivo, muy sesgado hacia los tópicos progres, pero tiene algún interés.
Labels:
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Espontaneidad
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resentimiento
martes, 19 de febrero de 2019
El tedio y la literatura
Hoy estaba totalmente absorbido por un relato de Ficciones de Jorge Luis Borges en la terraza de un bar con una copa de cerveza fresquita. De pronto en el cuento Examen de la obra de Herbert Quain, leo algo que produce mi asombro. Borges lo escribe mucho mejor, pero viene a decir que una obra literaria es un juego, y como tal juego ha de poseer simetría, leyes arbitrarias y tedio. Me he quedado pensando cautivado por esta idea, la de que la obra literaria en alguna medida contiene como ingrediente casi necesario el tedio. Ello concuerda perfectamente con la impresión que tengo de mis lecturas de buena literatura. En la lectura hay momentos tediosos en los que posiblemente hasta bostezo, o dejo la lectura y me voy a mirar el correo o miro la prensa…
Que Borges reconozca el carácter de juego de la obra literaria revela que es un mecanismo que funciona de acuerdo a unas reglas arbitrarias en las que debe entrar el lector porque cada obra es un mundo particular y único en que existe además la simetría. Y el tedio, que no se nos olvide. Leer tiene algo de tedioso, hablamos de gran literatura, no de libros de entretenimiento en que todo es gaseoso y divertido, dramático, libros pensados para crear grandes pasiones y sentimientos que arrastran al lector y que son leídos como el agua, sin ninguna violencia y la sensación que percibe el lector es la de que son agradables y amenos.
Que Borges reconozca el carácter de juego de la obra literaria revela que es un mecanismo que funciona de acuerdo a unas reglas arbitrarias en las que debe entrar el lector porque cada obra es un mundo particular y único en que existe además la simetría. Y el tedio, que no se nos olvide. Leer tiene algo de tedioso, hablamos de gran literatura, no de libros de entretenimiento en que todo es gaseoso y divertido, dramático, libros pensados para crear grandes pasiones y sentimientos que arrastran al lector y que son leídos como el agua, sin ninguna violencia y la sensación que percibe el lector es la de que son agradables y amenos.
Cuando fui profesor de literatura recomendaba libros a mis alumnos cuyo argumento les podía interesar pero que también les hiciera ir más allá de lo que se puede acceder en la vida cotidiana. En alguna manera tenían algo de trascendentes por el nivel de experiencias humanas e intelectuales a que daban lugar. Y eso era lo que les interesaba especialmente: la experiencia intelectual que les habían deparado, lo que habían aprendido, todo lo lejos que habían podido llegar gracias a la obra literaria. Todo se vino abajo cuando se impusieron los libros políticamente correctos y moralistas, pensados para crear valores, como si este fuera el papel de la literatura. La buena literatura no tiene como función la de crear buenos ciudadanos, ni hacer a la gente moderna, tolerante y progresista. No, radicalmente no. La literatura es veneno de primera magnitud en vena, y no es moral ni deja de serlo porque muchas veces su función es ir más allá de la moral para transgredirla, crear universos puramente literarios absolutamente disruptivos. Y en estos necesariamente hay algo de tedio. El tedio fue muy apreciado por los poetas románticos y los simbolistas. Tiene algo de pose ante la vida. El artista dominado por el tedium vitae se refugia en su universo personal ante una sociedad enferma, inmoral o simplemente fea. Que una obra artística sea algo tediosa es signo de que refleja la vida: el lector asiste, como en mi caso, leyendo Ficciones de Borges, a un juego prodigioso –intelectual, literario y metafísico- que cuesta seguir, y que hay que releer porque no se capta fácilmente a la primera –o a veces ni a la tercera-. Hay, como en un paisaje lunar, deslumbramientos, sensación de belleza absoluta, formal y temática, tanto que como a Stendhal le surge de pronto la necesidad de huir de tanta belleza por no ser posible soportarla y el lector se aleja mentalmente de la cadena de ideas o de imágenes y de pronto se ve invadido por el tedio abrumador. Es como un descenso estético. No se puede estar continuamente, como propone Borges, en la altura de un juego intelectual deslumbrante por su inteligencia y su sutileza. Salgo huyendo, necesito distanciarme, para luego volver con más concentración al fragmento que he dejado atrás. Como experiencia estética el tedio es necesario para enfrentarse a la obra literaria. A veces en un museo pictórico me descubro, tras mucha concentración, bostezando repetidamente, puede que sea simplemente signo de cansancio por el esfuerzo invertido…
Hoy me tomaba una cerveza en una terraza y he tenido la suerte de que nadie se haya puesto a hablar por el móvil. Cuando he ido a pagar a la barra, el camarero ha querido decirme algo amable y me ha dicho algo así como ¿relajándose un rato? Yo me le he quedado mirando de hito en hito y le he dicho que estaba leyendo antes de comer. Y él, ¿pasando un ratito, no? Y yo, tremendamente apasionado –no me he podido reprimir- le he contestado ¿pasando el rato con un libro como este? -Y le enseño Ficciones de Borges-. Pasando el rato no. Es reto, juego, desafío, aventura, no estoy pasando el rato, no. El camarero se ha quedado mirándome y ha puesto gesto de estar pensando, y ha dicho sinceramente: ¡Qué bonito! ¡Qué interesante! Y me ha mirado a los ojos profundamente. No había la más mínima ironía o enojo en él ante mis palabras que le han conmovido. Probablemente sea la conversación menos esperable en un bar en que a los clientes se les dice cosas normales para entablar conversación. No sé si he sido terriblemente pedante, pero lo que sí es cierto es que me ha salido del alma, y me he sentido muy unido al camarero. ¿Cómo expresar lo que es la literatura sin pasión? ¿Entretenimiento? ¿Diversión? Eso dicen para halagarnos, pero la literatura de verdad es peligrosa. Una lástima que nuestros jóvenes hayan perdido ya el contacto con ella, los lectores apasionados, que integran incluso el tedio en sus lecturas, son personas de mediana edad. Hay algún joven inadaptado, pero pocos que prueben el veneno en estado puro. Tienen Instagram.
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