Ha llegado un tiempo que ya anuncia la
primavera. Y comienza mi temporada caminante. Cada fin de semana preveo hacer
una caminata que me ocupe aproximadamente unas diez horas de travesía, lo
suficiente para agotarme y sentir el placer del cansancio físico como estado
espiritual. Comencé a caminar a los quince años. Un cura del colegio donde
estudiaba nos habló de una marcha de cincuenta y cinco kilómetros al castillo
de Javier (Navarra) partiendo de Noaín. La idea en seguida me cautivó pero me
encontré con una negativa paterna y materna radical. Aquello fue origen de un
conflicto bastante fuerte en el que se impuso al final mi aspiración a
realizarla. La primera realidad es que comencé a andar como acto de
desobediencia. La marcha fue por la noche. No estaba preparado para ella ni
llevaba buen calzado. Mis pies se llenaron de ampollas. Al llegar a Javier no
lo tuve como un destino religioso. Por supuesto no comulgué pero sentí un
íntimo premio que me llevó a añorar de nuevo sentir las mismas sensaciones. De
universitario me aficioné a excursiones por el Pirineo aragonés. Algunas de
ellas tan formidables que forman parte de mi educación sentimental. Travesías
de diez y doce horas que me dejaban en un estado próximo a la extenuación. En
algún caso incluso me subió la fiebre. Descansaba y al día siguiente todo era
nuevo. El sol salía e incendiaba los paisajes nevados llenándolos de luz y
color. Mi ánimo se sentía unificado y yo, tras haber sufrido, me hallaba bien
dentro de mí. Frente a la dispersión que ha sido mi vida, el caminar ha sido,
he constatado, una poderosa fuerza de unificación.
Para el que sigue este blog, he referido mi estancia en Las Alpujarras
de Granada un invierno-primavera de 1987. Allí pasé dos meses en una de las
experiencias más ricas de mi vida. Me recluí en Los Bérchules acompañado de una
gran caja de libros con el ánimo de escribir un diario de lecturas y de
caminatas. Así hacía excusiones de treinta kilómetros recorriendo las
Alpujarras en una dirección u otra. Lo curioso es que guardo una sensación de
proximidad sentimental a aquellas caminatas que me parece estar contemplándolas
desde la cercanía aunque han pasado casi treinta años. Siento el aire de las
montañas en mi rostro cuando evoco aquel tiempo de desolación y ejercicio
físico.
Nadie me enseño a andar. Tampoco a leer.
Pero han sido dos vocaciones profundas que me han acompañado siempre. Caminar
me llena de felicidad, aunque sufra. He leído libros en que relacionan el
caminar con la filosofía. Me atraen los escritores que han sido caminantes, que
han seguido senderos y subido montañas. Me parece una vinculación
extremadamente provechosa. Caminar nos aleja de la vida burguesa. Nos devuelve
a nuestra elementalidad, nos unifica con el alma. Hay incluso veces que he
entrado en una especie de éxtasis en el caminar devorando los kilómetros y he
cruzado valles y aldeas gallegas sin sentir ya el esfuerzo a pesar de llevar
andados más de cuarenta y cinco kilómetros. He andado el camino de Santiago en
múltiples ocasiones, solo y acompañado. Guardo un poderoso recuerdo de cada una
de estas ocasiones. El caminar hace el mundo nuevo, me serena, me llena de
vitalidad, me mantiene ágil mental y físicamente. Cuando camino solo hay que
poner un pie tras el otro y ya está, es sencillo. Y dejar pasar el tiempo. Y se
llega adonde sea. Puede que sea monótono pero nunca es aburrido.
Me gustaría sustituir un año mi
asignatura por un travesía del Camino de Santiago junto a algunos de mis alumnos. Sé que
no les gusta caminar. A ninguna de mis hijas les gusta caminar. Es algo que
tiene que salir de uno mismo, no sé por qué. He hablado estos días a mis
alumnos de bachillerato de mi vocación de caminante. Tal vez era bueno que lo
oyeran alguna vez en un tiempo en que los jóvenes no suelen caminar. La mayoría
de los senderistas son personas mayores. Suelo caminar acompañado de un GPS que
me orienta por los caminos de montaña. Puede ser muy desagradable estar solo y
perderse en los vericuetos de alguna sierra. En los últimos años me he
enamorado de la sierra del Garraf (Barcelona). La he cruzado de una y otra
forma en múltiples ocasiones. Siento, cuando entro en ella, que es un
territorio metafísico: austero, sobrio, elemental, desolado. Me gusta su
aridez. La siento en consonancia con mi espíritu que va apoyando uno y otro
paso en la redondez de la tierra, en la firmeza del suelo que me sostiene. Mi
respiración se acompasa y, aunque siento agotamiento, me encuentro
en un estado próximo a una felicidad inconsciente que me hace percibir el mundo
de modo armónico. El caminar da ocasión de que surjan poderosos pensamientos en
la mente. Hay que dejarlos pasar. A veces son oscuros y se retuercen
atormentándonos. Solo hay que concentrarse en los pasos, uno tras otro. Y mirar
el paisaje que va cambiando lentamente. Tal vez detenerse para beber agua o
para hacer una fotografía. No tener prisa. Todo da igual. No hay nada que hacer
salvo caminar, ir hacia delante, mirar el cielo, las nubes cambiantes, el
sendero. Y sentir que el mundo está bien hecho. Hay tantas veces que advertimos
que no lo está... que percibir en una actividad física que existe también la
armonía y el equilibrio no es baladí.
Siento emoción por la caminata que haré
mañana, y luego ese cansancio muscular que me lleva a acostarme y descansar
profundamente. Tal vez ver una película sintiéndome feliz de haber existido, de
poder haber sido caminante y lector, mis vocaciones primigenias que nadie me
enseñó. Surgieron de mí. Estaban dentro de mí.
¡Salve, homo viator!
ResponderEliminarTambién yo salí andarina, pero lo mamé, y nadadora habitual y ciclista. Te lo imaginas, algo natural sacar "sobre" en gimnasia de pequeña. Ahora por motivos de fragilidad desde hace 2 años he bajado muchísimo el ritmo, aunque hice enormes esfuerzos que me han debilitado. Ahora me encuentro en un punto en el que he de rediseñar mi vida con permiso de la salud y las fuerzas.
ResponderEliminarUno siempre ha de contar con eso: la salud y las fuerzas. Quiero aprovechar en que me siento pletorico de ambas (salvo algunos problemillas) para hacer caminatas (todas las que pueda). Algún día las recordaré con nostalgia. Espero seguir haciéndolas muchos años más. Gracias por añadir perspectivas nuevas al post sobre que todo pasa, incluidas las fuerzas y la salud.
EliminarComparto el placer de las caminatas aunque confieso que ya no las hago tan largas por falta de estado físico y tiempo. En mi adolescencia peregriné hasta la Basílica de Luján y resultó una experiencia espiritual y física muy intensa. Hoy por hoy, no caminaría junto a una multitud como aquella vez. Disfruto más de hacerlo en compañía de algunos pocos: mi esposo, mi hija menor, quien ha salido "pata de perro", como solemos decir nosotros, o bien en absoluta soledad. El caminar sola me da tiempo para pensar y me resulta absolutamente refrescante y terapéutico. Mi padre, un caminante cardíaco de 77 años, dice que sus caminatas diarias son su mejor terapia y creo que tiene razón.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y que disfrutes de tu andar, caminante, que así se hace el camino.
Fer
Caminar acompañado es agradable. Yo lo busco, pero mi compañero de caminatas ahora está en la campaña de la nieve. Así que he de hacerlas solo pero no me desagrada. Este año pasado tuve la experiencia molesta y desagradable de hacer una caminata de 54 kilómetros durante la noche con tres exalumnos que se pasaron toda la noche pugnando por saber quién era el más gracioso con sus paridas y chistes que a mí me producían aburrimiento y agotamiento. No soporto a los graciosos. Será que no lo soy. Recuerdo esta misma caminata hace cuatro años en soledad y el momento del amanecer (el más místico y misterioso) y todavía vibro de emoción. Mejor solo que mal acompañado. Este año espero que no se reúna semejante comitiva. Horror.
EliminarUn abrazo caminante.
Mi particular versión de tu caminar es el correr. Hice coincidir mis 42 años con los 42 km de mi primer maratón y desde entonces no lo he dejado. Hay algo de autohipnosis en un ejercicio tan primitivo, quizás el primero de la especie, y su ejercicio, sea al aire libre, en una cinta rodante o dando vueltas en un estadio, me resulta más gratificante que muchas otras actividades, físicas e intelectuales. Supongo que forma parte de la vía purgativa de los místicos, que es la que a mí me gusta. A las otros ni me planteo ascender, por supuesto. Me hallo cómodo en el "castigo" corporal. En verano las caminatas de montaña son el pan nuestro de mi conjunta y mío. Todavía recuerdo las caminatas en Ordesa de ocho horas, con los críos, llevándolos a cuestas... Cuesta creer que de África se expandiera la raza humana hacia los cinco continentes, pero la verdad es que andando somos capaces de recorrer el mundo. Una vez salí a correr para rodear el perimetro municipal de Barceloan y me llevé la sorpresa de que no tardé más de 50 minutos en completarlo... Cela, gran caminador, lo incorporó a la tríada de las cosas esenciales en la vida: CJC, como todo el mundo sabe.
ResponderEliminarLamento coincidir en algo con CJC, un escritor que no entra en mi pléyade de inspiradores. Tal vez con el tiempo se olvide quién era personalmente, pero para mí está viva esa imagen de brusco, burdo, prepotente, y, sobre todo, vacío. Solo he leído de él La colmena y La familia de Pascual Duarte. Reconozco que son buenas, pero no he querido ir más allá. Su narrativa no me ha inspirado nada que estime. Esa trilogía CJC que desconocía es representativa de su modo áspero y vulgar de concebir el mundo, no porque no sea en cierta manera real sino porque lo recuerdo con sus voz poco agradable y su tono de asusta viejas que se cree la nueva reencarnación de James Joyce y no puedo dejar de sentir un desagrado que no puedo superar (ni quiero).
EliminarCompartimos las vocaciones, entonces. En mi caso, han sido inculcadas en casa y varias veces se peleaban entre ellas - mi lado perezoso prefería quedarse en casa y leer, mientras la hija buena que hay en mí quería ir a caminar por los bosques y montañas con mis padres. Una difícil elección. Pero el caminar, como toda actividad física, produce endorfinas...
ResponderEliminarSí, es cierto. Tras una caminata se produce un placer especial aun con los músculos cansados. El ponerse uno a prueba es necesario. No conocemos nuestros límites. Forzar la máquina del cuerpo es bueno y útil especialmente en un ejercicio no traumático como el caminar. Buenas las dos aficiones, como las mías. Y más combinadas como se produjo en Las Alpujarras de Granada.
EliminarHubo muchos años en que anduve cual Forret Gump por esos montes de Dios. En su día elegí la soledad y dormía en el monte yo solo, con mucho miedo las primeras noches por cierto, se oyen sonidos que de otra manera no escucharías nunca y descubres que la palabra bosque no es solo una reunión de árboles. Creo que para ser feliz es bueno saber estar acompañado, pero también es necesario, más incluso, saber estar solo y a gusto contigo mismo.
ResponderEliminarUn saludo
Nunca he dormido al raso solo. Es algo que me produciría mucho miedo. Una vez caminé de noche por el bosque entre la una y las seis de la madrugada y sentí gran temor. El bosque impresiona. No me extraña que el bosque esté lleno de leyendas e historias de seres fantásticos, ora buenos, oral malvados. Los árboles son criaturas vivas y el caminante lo percibe, pero si es por la noche debe escucharse el crujir de las ramas, el sonido del viento agitándolas, el sonido de la tierra. Reconozco que me da miedo. La noche sin protección me lo produce. Fue una experiencia tuya digna de ser relatada en un post. Y sí, cuando uno está a gusto consigo mismo ... es la mejor experiencia vital que uno puede tener, pero especialmente caminando uno lo siente con fuerza.
EliminarCuando una persona duerme él solo en el monte por primera vez puede tener dos opciones:
Eliminar1. Tener miedo y contarlo
2. Tener miedo y no contarlo
Forrest Gump quise decir.
ResponderEliminarTienen que ser más neuróticos, más insatisfechos que los demás. Deben aspirar a vivir para siempre buscando alargar la juventud corriendo. Siempre quieren un metro más mañana como un veneno. No será tu caso pero esta fiebre que me rodea. Este síndrome de Pete Pan, no existía. Este medicamento es para soportar esta rueda de la vida que no digieren solos, la fatiga les calma esa ansiedad. Pero no hay milagros: la pared de la muerte está en el mismo sitio. Todo es una batalla mental.
ResponderEliminarMe ha gustado en un libro que he leído sobre el caminar que lo separa del deporte. Caminar no es un deporte. No se trata de mejorar marcas de ningún tipo, e incluso plantea el ritmo tranquilo, no forzado. Es el más elemental de los ejercicios. Pero lo que es cierto que un cierto nivel de cansancio es terapéuticamente sano. Yo suelo caminar solo o en todo caso acompañado de un amigo. No participo de carreras o marcas de ningún tipo. Pero es real que en el Camino de Santiago se ha producido una saturación brutal y una pérdida de su sentido primigenio. Ahora es una competición de ver quién llega antes para conseguir acomodo. El año pasado opté por una vía del Camino que es totalmente desusada y por la que encontré solo a una mujer con quien compartí el camino una semana. Sin prisa, levantándonos sin agobio y luego caminar charlando, fotografiando insectos, grafittis. paisajes...
EliminarHablas de la pared de la muerte. En ella pienso cada día. Es un ejercicio terapéutico. Procuro hablar de la muerte a mis alumnos. Pero para mí no tiene un sentido oscuro ni macabro. Ni siquiera de absurdo. Veremos qué pasa cuando me enfrente a su realidad. Es la batalla de todos los seres humanos y ante ella se dirime el sentido de la vida.
A mí me parece que caminar nos reconcilia con nosotros mismos y con la naturaleza, es desplazar la mirada hacia otro lado y percibir la belleza exterior dentro de nuestro propio universo interior. Me gusta caminar sola y en compañía pero nunca he hecho grandes caminatas como las que tú cuentas. Tampoco lo descarto. Lo de caminar por la noche por el bosque, vale, si voy con otros catorce, prefiero, con mucho, la luz del día.
ResponderEliminarFeliz caminar.
Alguien relacionaba el caminar con la filosofía, otro con el anarquismo, otro con la desobediencia ... Esa actividad que desde muy temprano asumí como mía en contra de mi familia se revela como altamente provechosa. En buena parte por lo que dices: reconciliación con el ego y con la naturaleza, interiorización de la belleza ... Es una hermosa forma de expresarlo. Yo añado el cansancio. Nada hay tan productivo como el cansancio. Hay un libro de Peter Handke que no me canso de releer que se titula Ensayo sobre el cansancio. El propio título da cuenta de esa reflexión sobre el estado espiritual que implica el cansancio. No el cansancio mental, no la extenuación de un trabajo abrumador y repetitivo. No, el cansancio físico. Cómo nuestro cuerpo y nuestra mente experimentan ese cansancio que nos hace contemplar el ego de otra manera. No me quiero centrar en el aspecto puramente quimico de generación de endorfinas. Hay un bienestar que solo puede experimentarse en la extenuación. La mente se calma. Ayer hice una caminata de veinticinco kilómetros pero no fue suficiente. Me gustó. Disfruté de la mañana y del camino. Hice fotos, respiré hondo, sentí maravilla por el hecho de vivir, pero no llegué a ese grado de extenuación que te lleva a desistir en el límite de la resistencia física.
EliminarGracias por ese feliz caminar, Angie.
No soy capaz de plantearme siquiera realizar caminatas como las tuyas. Salgo sola a dar paseos de hora u hora y media por aquí, pero no más. He hecho marchas con los chavales, más guías y compañeros, por supuesto, en Asturias, Pirineos o la sierra de Madrid, pero sin ese sentido que tú tan bien describes.No me atrevo a emprender sola una ruta y si decido hacer algo del Camino de Santiago será con ciertas condiciones, por muchas bondades que me hayan contado quienes lo han hecho. No va conmigo. Sí sé que cuando camino sola disfruto porque voy a mi ritmo y me gusta observar el paisaje, me sirve para relajarme y ordenar mis ideas. Necesito esos espacios abiertos. Con mi marido ando durante horas en el País Vasco y aunque me canse y proteste porque soy muy vaga lo cierto es que me gusta. No soy andarina (o andariega, no sé muy bien) pero entiendo la motivación de quien lo es. Me falta ese espíritu de sacrificio, saber llevar sólo lo imprescindible y acomodarse a lo que hay. Quizá una vez jubilada haga algo más pero ahora mismo no me lo planteo.
ResponderEliminarEspero que hayas disfrutado con tu largo paseo. Un fuerte abrazo, colega.
No fue muy largo esta vez, pero me permitió disfrutar de la mañana. Salí a las ocho, todavía hacía fresquito y el sol proyectaba sombras matutinas. Fue un paseo agradable y además era nuevo para mí. Fue muy amena la caminata y no me cansé. A la hora de comer ya estaba en casa. Espero el fin de semana que viene (este) hacer algo más largo. Eché en falta el cansancio extremo. Pero puedo entender que a ti te guste esto con moderación. Cada uno tiene sus ritmos y sus motivaciones. Yo me doy cuenta de que este tipo de ejercicio físico tiene buenas consecuencias sobre el estado general, anímico y físico. Ahora mismo llevo seis meses que no camino nada. Tras el verano entro en una especie de letargo que se reinvierte cuando llega la primavera. No debería ser así pero por diversas razones se impone este ritmo.
EliminarUn fuerte abrazo, Yolanda.