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jueves, 2 de mayo de 2019

"El tesoro olvidado" de Dimas Mas



Una de mis caminatas más frecuentadas en el último año es la que me lleva de Sitges a Calafell por la costa. Al salir de Sitges, para mi sorpresa inicial, hay una especie de campamento hippy cuya existencia siempre me produce sentimientos complejos por lo inaudito de la realidad de dicho campamento. En uno de los carteles que aparecen allí hay uno que en inglés dice “Follow your dream”. Empiezo con ello porque no puedo expresar sino así el proyecto editorial de un buen amigo mío mediante micromecenazgo para alcanzar la cifra de 200 mecenas que hagan posible la publicación de un libro insólito: “El tesoro olvidado. Breve diccionario de la elocuencia minimalista. Quinientas palabras para quien quedar bien quiera”.

Mi amigo Dimas Mas, el autor de éxitos como El tesoro de Fermín Minar en la década de los noventa, vuelve a su pasión por los diccionarios como en aquella novela juvenil cuya parte central tenía lugar en el interior del diccionario. Pero es que tiene bemoles que alguien se lance a un sueño como publicar un diccionario con palabras hermosísimas pero en desuso, comentadas con inteligencia y agudo sentido del humor para traerlas a nuestra realidad lingüística cotidiana.

La edición del diccionario es a cargo del editor Emilio Pascual en tapa dura y con una extensión de ochocientas páginas aproximadamente. La aportación como mecenas es de 30€ con el compromiso de que, si se llega a la cantidad de doscientos benefactores, se recibirá en el espacio de tres meses el diccionario con gastos de envío pagados, con el nombre impreso, como mecenas del mismo. Hay otras formas de financiación que aparecen en el enlace que dejo aquí en VERKAMI. COM para los que quieran informarse mejor del proyecto.

La calidad literaria del diccionario queda garantizada como obra de un escritor maduro y en plenitud del dominio del idioma y de la ironía cuya obra en parte ha sido publicada y otros libros esperan el momento para hacerse reales. Es mi admiración por la pasión de Dimas Mas lo que me hace traer a este blog el proyecto de micromecenazgo en un tiempo que, a priori, parece totalmente contrario a este tipo de empresas. ¿A quién se le ocurrirá escribir un diccionario con voces desusadas cuando todo contribuye a la velocidad, la inanidad y la banalidad de la cultura y el lenguaje? Es tal mi sorpresa y deslumbramiento que no puedo sino hacer propaganda de ello y convertirme en mecenas desde el primer momento.

El editor, Emilio Pascual, ha sido el creador de dos populares editoriales, Anaya Tus libros y Biblioteca Áurea, y autor de novelas como “Días de Reyes Magos” que conocerán aquellos profesores de lengua que vimos cómo se unía la inteligencia y la calidad literaria en una inolvidable novela para adolescentes.


domingo, 28 de abril de 2019

Elecciones en España 2019



Hoy son elecciones en España y hemos de elegir nuestro futuro gobierno o la fórmula que sea capaz de configurar un gobierno viable que dé respuestas a nuestra conflictiva realidad en todos los sentidos. Durante estos meses de desconexión informativa –llevo tres meses de abandono voluntario de la realidad política de nuestro país- he seguido intensamente noticias culturales, tecnológicas o científicas, lo que me hace un sujeto extraño que no ha sido agitado por la propaganda ideológica superficial. Ello no quiere decir que en mí no haya un debate político profundo, que lo hay, un debate que se sumerge en la historia de nuestro país, en la literatura y en las perspectivas de futuro…

Creo que no me equivoco en absoluto en apreciar que en la campaña electoral no se ha hablado sino en clave catalana, ese maelströn en que estamos inmersos sin remisión. Y estoy seguro de que no se ha hablado de cambio climático, de migraciones, de Inteligencia Artificial, de Europa, de debates que vayan más allá de nuestras fronteras, mediante monólogos enfermizos que dan vueltas y vueltas sobre la misma muela cariada que nos aflige.

No me interesa nada sobre aquello de que se está hablando. Considero a los cinco espadas, más los espadas independentistas de raíz supremacista, como gallos peleando en el corral en debates que no me interesan para nada.

Así que me aparto, me inhibo, me desentiendo, me voy, me inscribo en una posibilidad ética que hoy considero más profunda que cualquiera de las opciones, aunque se me podrá objetar que no sirve para nada, que es inútil, que es un voto perdido, que se suma a las mayorías… Voy a votar en blanco. Ningún candidato me dice nada que me interese. Voto por mi adhesión a la democracia pero estoy lejos de cualquier opción. No quiero formar parte de ninguna componenda a un lado o a otro. Ninguna me gusta. No me gusta Pedro Sánchez, no me gusta Albert Rivera, no me gusta Casado, no me gusta Abascal y no me gusta Pablo Iglesias. Si no hay más donde elegir, me inhibo y me voy mentalmente de este país. Votaré en blanco con orgullo insensato y estéril. Eso es todo lo que puedo decir, sé que no es mucho. Hoy ni siquiera seguiré el cómputo de votos. Este país cada vez me resulta más lejano y absurdo, lo que no quiere decir que la deriva independentista, auténtica extrema derecha, me resulte indiferente. No sé más.

lunes, 22 de abril de 2019

Un dia de primavera


Una franja frágil bajo el cielo, el mar, plomizo, verde, turbio… Grandes olas, rompientes, llegan a este pueblo, que fue marinero, en una sinfonía monótona y gris. El paseo Marítimo, multitudes que desfilan hacia aquí o hacia allá, en un día de semana santa borrascosa como si fuera una ciudad del norte. Robin toma una cerveza en la terraza de un bar de chinos, frente al oleaje turbulento que mira una y otra vez mientras lee una novela americana de Richard Stern. De pronto, llega una familia y Robin la mira con curiosidad. Son tres, los padres y un hijo disminuido, al que antes llamaban “tonto”, que va en silla de ruedas y exhibe una risa nerviosa, turbadora, abriendo la boca y franqueando sus dientes amarillentos, a la vez que va dando lacerantes bramidos. Robin mira a sus padres, ya avanzada la sesentena, exhaustos y deteriorados. Llevan de una correa una perrita yorkshire con un ancho collar que pone Moschino. La impresión de ver a esta familia no puede ser más sorprendente para Robin, que los observa con discreción. 

El padre se ha sentado en la terraza exterior y enciende un cigarrillo y se pone a mirar obsesivamente el móvil con un gesto de absoluto abatimiento. Pide un cortado que le trae el diligente camarero chino. Pelo tupido pero totalmente encanecido, rostro cansado. Es alto y parece consumido, su envejecimiento prematuro no deja lugar a dudas de la crueldad de su vida. La perrita, tumbada, a veces se levanta y mira atentamente con negros ojos, increíblemente vivos y encendidos como tizones. La madre ha entrado dentro con el muchacho que tendrá unos treinta años. Ella está todavía más cansada y cenicienta. Se queda sentada con su hijo que aúlla, agudos lamentos que resuenan en el interior del bar. El aspecto de ella es descuidado, ni una gota de maquillaje en su arrugado rostro, ropa ajada, mal combinada… Come impúdica cacahuetes que dan con la consumición. El niño-hombre grita luego llamando  papáaaaa, papáaaaa, papáaaaa, arrastrando la última a. El hombre en la terraza hace caso omiso y sigue trasteando con el móvil y fumando su marlboro que se va consumiendo. La perrita mira al interior reconociendo a su otro amo. Imagina Robin a estos padres íntimamente destruidos pensando en el futuro de su hijo, al que no saben cuánto tiempo más podrán cuidar. La vida no puede haber sido más cruel con ellos. El hombre en un momento se levanta, paga y se va hacia la playa y mira absorto el mar, como si quisiera huir hacia algún otro horizonte. El niño aúlla papáaaaaa, papáaaaa, papáaaa… 

La madre, con los ojos semiabiertos, recuerda el sueño de madrugada en que ella, joven, poco más allá de la adolescencia, era esbelta y hermosa; evoca un día azul y luminoso en que llevaba un vestido amarillo de gasa, sin sujetador, y se le insinuaban los pezones en su piel morena. También estaba en la playa, y recuerda ese día en que su pelo oscuro ondeaba, mecido por al aire de la mañana, en aquella playa de Ibiza cuando era hippy, rabiosamente joven… y adoraba a Pink Floyd cuando tomaba LSD en la arena al atardecer. Ha soñado con ello y ha sido feliz… Son días que, transfigurados, retornan algunas noches en que sueña con el deseo y la juventud. Se sonríe y respira hondo. Vuelve aquí y mira a su hijo que es inconsciente de todo pero siente todo, incluido el cansancio atormentado y la tristeza de sus padres cuando lo visten, lo lavan o lo sacan a pasear… 

El padre vuelve, ha resistido el impulso de escapar, y va hacia su hijo y su mujer. Empuña la silla y la avanza hacia la puerta. Ambos se ponen en movimiento y se dirigen al paseo con su perrita y la silla con el muchacho que parece sonreír con una mueca grotesca, mostrando todos sus dientes glaucos. El hombre empuja la silla entre la multitud, ella pone su mano sobre la de él con ternura, y siguen adelante, en un día gris y ventoso. Poco después se pierden entre el gentío. 

martes, 16 de abril de 2019

Los Desastres de la guerra


Me gustan los bares –sostiene mi amigo-. Los bares son espacios donde se descubre la vida en estado natural. El aprendiz de cuentista puede escuchar conversaciones que lo inspiren, y lo mejor –opina Robin- es que los camareros, sean dueños o empleados son una fauna sumamente interesante a la que le gusta tejer complicidades con los clientes, algo que no se da en otras situaciones. Robin se hace amigo de los camareros cuando va a leer literatura densa mientras se toma una cerveza fresquita. Sabe que hay puritanos que nunca van a los bares, son los mismos que nunca han estado con una puta o nunca han viajado solos. Tal vez mezcla todo –le digo-. Sin embargo, él insiste en que buena parte de la historia de la literatura se ha escrito en los cafés, en las tabernas, en los bares donde se une en feliz mezcolanza una algarabía de jugadores de máquinas de azar, bebedores de vodka y proxenetas de la palabra vertida en mil y una conversaciones ociosas que tienen o no tienen interés pero representan la situación de la patria, el pueblo  o –si quieren ustedes- la sociedad más jugosa para interpretarla literariamente. Alguien que no vaya de bares tendrá que sacar todo de su magín o de otros libros y será necesariamente artificial y solipsista. Pero está Azorín -le digo a Robin- que cuando llegaba a un pueblo en lugar de ir al casino se iba a la biblioteca para interpretar la vida íntima del mismo. Bah, me contesta Robin, entre Azorín y Jack London, me quedo con el segundo.

Hoy Robin se ha tomado dos vinos blancos –malísimos, por cierto-y ha prestado atención a dos conversaciones a su alrededor mientras leía un ensayo vigoroso sobre Goya de Tzvetan Todorov que considera a Goya el pintor más revolucionario de los últimos doscientos años. Su sordera le abrió mundos interiores oscuros y nocturnos de prodigiosa violencia e intensamente visionarios. Es tan grande la altura de Goya que palidecen muchos otros artistas a su lado. El mismo Picasso es un simple diletante con su cuadro –bien cobrado a la república- que llamó oportunistamente  Guernika. La serie de los Desastres de la guerra de Goya es tan prodigiosa que el Guernika es un juego de niños. Goya ocultó su serie de los Desastres porque mostraba un mundo existencialmente poseído por la violencia fueran franceses o patriotas, igualmente sanguinarios. De los más lúcidos ideales surgen las abyecciones más oscuras. Ya lo escribió en uno de sus CaprichosEl sueño de la razón produce monstruos. La razón, el bien, cuando duerme crea monstruos que surgen irracionalmente de la mente. Goya cartografió su mundo interior, y sacó los monstruos de su mente, especialmente en sus Caprichos, en los Desastres de la guerra y en las sorprendentes Pinturas negras que pintó en las paredes de la Quinta del Sordo y que abandonó cuando se fue de la casa. Es como si Leonardo y Miguel Ángel, en la apoteosis de su obra, la hubieran pintado en los muros de una casa que posteriormente abandonaran sin darle importancia.

Robin bebe una segunda copa de vino y se embebe en el ensayo de Todorov, oyendo las conversaciones de los clientes y del mismo dueño. Hoy está solo y ha de pasar el día en plan ocioso tras las proezas de los días anteriores. Robin es víctima de las voces interiores que le recuerdan los monstruos de Goya. Nunca lo ha hablado conmigo pero yo lo sé. Su paisaje interior es un poblado de ruinas y desolación. Robin nunca escribe pero si lo hiciera sería notable, pienso yo que lo considero fríamente y solo soy un amigo lateral que lo observa tomar vino blanco malo en la terraza de un bar leyendo a Todorov.

¿Ves? No ha pasado nada y yo he escrito unas torpes líneas que hablan de Robin y de muchas otras cosas, como si estuviera dentro de su cerebro. A vuestra salud.

lunes, 8 de abril de 2019

La sierra del Garraf (Cuento metafísico)


Christian teme a la primavera, siempre le llega como un tajo traicionero que lo sume en el desconcierto y la tristeza. Solo cuando llega agosto, varios meses después, logra remontar para pasar el otoño y el invierno en un relativo bienestar anímico. Pero la primavera es también la época de sus caminatas por la sierra del Garraf, un territorio que él considera metafísico por su austeridad y su sobriedad telúrica.

A los lectores de estos cuentos urbanos les interesará saber que Christian hizo ayer una travesía por la sierra del Garraf. Probablemente sea la vigésima que hace a razón de dos o tres por año. Recupero su monólogo interior cuando estaba yendo por el corazón de la sierra por un terreno escarpado y pedregoso, vertebrado por carrascas, lentiscos, palmitos y carrizos, y oyendo los graznidos de águilas perdiceras o milanos negros y de los pájaros endémicos de este territorio como abubillas  palomas torcaces, colirrojos o urracas, frente al mar en la lejanía prodigiosamente azul como una línea trazada con exactitud. Christian entonces se encuentra consigo mismo en esa dureza y ascetismo que se comunica tan bien con su alma de hombre sometido a las contradicciones violentas de su vida interior:

“Cada paso es un paso más, miro el cielo cargado de nubes dramáticas y amenazadoras que se pegan a los riscos más altos. ¿Lloverá? Percibo la vida como árida pero aquí me siento acompañado y mis manías y obsesiones se ven alejadas por el profundo cansancio que siento en mis piernas que a veces me dan dolorosos calambres. Ando y andar es meditar. No hay nadie por este recorrido en que cada paso es necesariamente preciso. No quiero ni pensar lo que sería torcerme un tobillo en estos parajes deshabitados. Esto es auténtica poesía, desprovista de hojarasca retórica y de fácil sensualidad, aquí es todo esencial y liminar, como un prólogo a algo que me hace sentir bien. Aquí la tristeza que me es connatural se ilumina con esta luz sesgada en la sequedad de la tierra y la presencia del mar y del sol. Este es el paisaje que mejor me revela y en el que el dolor es un compañero extraordinario de travesía. Todo se ha alejado de mí, todo lo cotidiano, mis pensamientos obsesivos, y solo queda el placer de caminar pisando firmemente en los pedruscos martirizantes del camino. Me identifico con este paisaje puro e ingrávido en que no hay nada superfluo. Caminar me hace bien, caminar es el sentido de mi vida, nadie entiende por qué hago este trayecto una y otra vez en lugar de ensayar otros recorridos. Leí en Thomas Bernhard que ver un solo cuadro durante treinta años en un museo de Viena, El hombre de la barba blanca de Tintoretto, es una observación infinitamente más profunda que recorrer museos y museos con escasa detención. Cada libro, cada paisaje, cada cuadro, encierran, cuando son primordiales, todos los secretos del universo. Yo camino por un sendero hollado una y otra vez y siempre me es diferente. Yo he cambiado, me he transformado, estoy en permanente estado de mudanza, pero esta sierra a la que me aferro parece ser siempre la misma. Esto me hace amarla, es como una burbuja de misterio cósmico conocida solo por mí y que espero seguir recorriendo bastantes años. Camino y sufro de dolores y calambres, pero mis pasos son inequívocos y firmes. Encuentro exactitud, poesía elemental en estas piedras, en esta vegetación adaptada a la aridez, en los chillidos o trinos de los pájaros, en el mar, en la cruz de La Morella que queda ahí arriba y donde se ve algún grupo de personas. El camino sigue maravillosamente lírico y yo lo recorro como la piel de un cuerpo amado cuando la costumbre no te lo ha hecho demasiado conocido y es salvaje como esto. El caminante se hace uno con la senda y ningún pensamiento ordinario me aflige. Cada paso es un hito revelador de mí mismo. No puedo dejar de sentir impresiones luminosas y fuertes sensaciones, un estado no alegre pero sí ligero, apegado a mi piel como un tegumento en que está excluido lo fantástico porque aquí no hay fantasía, hay crudo realismo poético, maravillosa desnudez…

Este es el corazón de la sierra y el mío propio en una caminata que tiene un prólogo terrible por mi desentrenamiento de meses y meses, una llegada a un pueblo, cuya rambla arde en vida ciudadana, y del que me evado rápidamente para seguir camino hacia la altura, hacia la poesía. Este centro de la caminata me lleva aproximadamente una hora y media, pero es donde me hallo a mí mismo, luego hay un final de tres horas más hasta llegar a mi destino. Un total de diez horas caminando, sufriendo rampas en mis piernas para llegar a esta parte central donde mi alma se acompasa con el universo y soy desoladoramente feliz de existir y de haber llegado una vez más aquí…”

Al final de la caminata llovió intensamente y Christian se caló pese al chubasquero que se puso. Llegó a Sitges totalmente mojado y entró en un bar frente a la estación donde se bebió un par de cervezas sereno y satisfecho. Es el bienestar inenarrable que siente tras un esfuerzo físico extenuante. Un grupo de excursionistas ingleses llegan al bar y se ponen en la barra. Una de las mujeres lleva con la correa un perro negro al que Christian observa y advierte su absoluta sumisión y mansedumbre esclava mientras su ama toma algo. Christian lo mira atentamente. El camino lo hace observador y sus ojos se hacen águilas para contemplar lo que lo rodea.

En el tren, de vuelta, escucha a dos mujeres hablando de las diferencias de una con sus hermanas tras la muerte de su madre. Al parecer dos de las hermanas abandonaron a la madre, y la que se ocupó de ella le compró el ataúd más caro, más de dos mil euros por joderlas, además de informarse jurídicamente sobre si podía utilizar como administradora el importe del piso de la madre para adquirir un panteón para poner a su madre y a su padre en lugar de un nicho en el tercer o cuarto nivel.

Los acantilados afilados pasan a su derecha, entre túnel y túnel; el mar, esa criatura inverosímil, acaricia los cantiles del Garraf marino. Pronto empiezan las pintadas que invaden la zona urbana, miles de grafitis con tags y dibujos de cómic crean una atmósfera contracultural que llena paredes, túneles, fábricas, muros y arcos que dan al lecho de algún río…

Pero Christian todavía está allí, en el centro de la sierra, atado a ella por un prodigioso ensalmo que se desvanece cuando su metro llega por fin a su casa, en su barrio.

Ya tiene ganas de volver.

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