Mi humor no es bueno tras una maratoniana
tarde con tres sesiones de evaluación seguidas. No sé si es mi perspectiva
divergente o que, en cierta manera, me despido, pero no me he sentido muy
cómodo entre mis compañeros durante el desarrollo de las citadas sesiones.
Tengo la impresión de una constante futilidad en los juicios acerca de los
muchachos. No trabaja, no se esfuerza, no
presenta el dossier, parece en la luna de Valencia, tiene novia, no me hace los
deberes, podría hacer más, no estudia, suspende los exámenes... Así
repetido indefinidamente en un tono monocorde y cansino. Estudiar es un pasaje
al que se accede con sufrimiento y la visión de los profesores alienta sobre
todo la rutina, el cumplimiento de tareas monótonas, la memoria para el examen,
y la presentación dichosa del dossier. Nadie ha mencionado ni valorado la
creatividad ni la imaginación, ni el lado crítico de nuestros alumnos. De hecho
estos son valores ajenos a la evaluación. Ese cedazo de la evaluación convierte
en una masa homogénea y grisácea al conjunto de los alumnos. Es como si un
tribunal compuesto por diez profesores grises juzgara con cierto afán de
venganza la fuerza y el colorido de veinticinco alumnos, sus capacidades y su
ímpetu adolescente. Me asombro de la grisura de una sesión de evaluación en que
no hay ningún contenido que tenga un ápice de idealismo y sí un contenido
escéptico que premia, sin excesiva alegría, el sometimiento, la burocracia y la
mediocridad. Profesores grises resabiados premian a alumnos grises que presentan
el dossier, hacen los deberes y estudian para el examen. Esta es la cuestión.
La generación de una casta de burócratas cumplidores pero sin el más mínimo
toque personal.
Por algún conducto tengo acceso a la
opinión de diversos alumnos inteligentes que no se centran en las notas del
instituto. Es como si no les concedieran valor excesivo salvo para ir pasando
discretamente o incluso quedándoles varias materias. Y son los más creativos y
lúcidos. La opinión de los profesores es sumamente negativa acerca de ellos. Yo
no hago exámenes de memorización ni pido dossier y promuevo la imaginación y la
creatividad. Hay alumnos poco escolares o nada académicos que tienen mucho que
aportar pero que son arrollados por el sistema. Uno de ellos suspendía todo
menos mi materia en la que sacaba muy buena nota. La impresión sobre él era
demoledora. Sus dossieres son
desastrosos, la letra es ilegible, no hace los deberes, está que no se entera
de nada, es la pasividad en persona, la apatía total, está pero no está ... Yo
no suelo hablar pero ahí he reaccionado ante la opinión unánime de la Junta de
Evaluación. Para mí –he dicho- es un alumno muy imaginativo, que tiene una
memoria excelente, que tiene una capacidad lingüística espléndida y que tiene
un mundo personal muy rico que está descubriendo en medio de una resistencia
tremenda frente al medio. Quiero
dejar constancia de que no concuerdo con la opinión mayoritaria y que pienso
que es un alumno que puede ser superdotado con un perfil de fracaso muy fuerte
porque no le interesa lo que oye en clase. Para mi sorpresa no lo han
negado. Era para ellos un alumno enigmático que no se adaptaba a la criba
burocrática. No se han reído ante mi sospecha de que pueda ser superdotado, y a
continuación han pasado a otro tema. No les ha importado nada esa posibilidad
ni que tal vez haya que tratarlo de otra manera. O descubrir sus resortes.
Mi silencio durante el desarrollo de las
Juntas era ostensible. No tenía mucho que decir. Veo a los chavales de modo
distinto. Valoro en ellos sobre todo su creatividad que está siendo aplastada
por el sistema que quiere individuos hábiles para la repetición y la copia, y
sobre todo totalmente amaestrados para sacar excelentes repitiendo y
repitiendo. Me gusta plantearles desafíos creativos y no los someto a exámenes
de memorización que sé que no sirven para mucho sino para mostrar aquello que
han podido recordar durante la duración del examen. No me interesa este tipo de
memoria. Quiero memoria creativa, incorporada a sus instrumentos de trabajo y
sus habilidades. No les examino de lo que recuerdan en un momento determinado
(o que copian). Les someto a desafíos en que han de relacionar conceptos,
conectar ideas, establecer nexos, generar ideas, dar saltos imaginativos, los
introduzco en el pensamiento complejo. No quiero de ellos lo que les haga
iguales sino lo que los haga profundamente distintos. Su reflexión íntima, su
propuesta singular.
Eso no quiere decir que no tenga notas de
ellos. Para realizar la evaluación tengo entre sesenta y setenta calificaciones
que sumo dando un resultado final que me sirve de referencia. Ellos opinan que
no es difícil aprobar mi materia trabajando pero yo no les presiono. Trabaja el
que quiere y así suma puntos, y el que no quiere no lo hace. Lo sorprendente es
que la media de trabajo es alta, el visionado de los vídeos de lengua y
literatura es constante. No les penalizo, solo sumo lo que ellos aportan y doy
un gran valor a las cuestiones creativas que se salen fuera de la rutina. Los
veo contentos. El nivel de excelentes y notables es alto. No los obligo a
trabajar ni a memorizar, pero el ritmo de trabajo es constante. Me comunico con
ellos mediante el correo o el blog. Les mando información suplementaria. Estoy
encima de ellos valorando lo que tienen de especial, sea su mundo el que sea. Y
ellos se dan cuenta de que en las notas no hay ningún truco ni sorpresa. Tienen
la nota que han generado, sin presiones. La nota no es fruto de un azar sino de
una lógica congruente. Y no les pido el maldito dossier, algo que debe ser muy
importante por la pasión que tienen mis compañeros por el mismo.
Me he dicho que tenía que escribir sobre
ello. He salido abrumado por tres horas tan escasamente imaginativas que no me
extraña que corra por Facebook y Twitter un esquema de lo que decimos los profesores
en las Juntas de Evaluación en forma de caricatura, pero es que es así. Hoy he
ido a escuchar y nadie se ha salido del guion. Parecíamos siluetas
esperpénticas en un trance que no revelaba ninguna ilusión.