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viernes, 11 de marzo de 2016

¿Dónde están las píldoras azules?


Sigo desde hace un tiempo a la documentalista, periodista y cineasta brasileña Eliane Brun. Recientemente se tradujo uno de sus artículos en El País titulado ¿Todo inocente es un hijo de perra? El artículo me interesó vivamente. Lo resumiré en breves trazos: En nuestro mundo ya no hay, como en Matrix, la posibilidad de tomar una píldora azul que nos haga vivir en la ilusión de que somos reales. La píldora roja es para tomar conciencia de que nuestra vida la dirige Matrix y salirnos del sistema convirtiéndonos en rebeldes. Eliane Brum recurre a la película mítica para expresar que el hombre del siglo XXI, en virtud de internet, las redes sociales y la difusión de la información, ya no puede alegar desconocimiento de las atrocidades que se cometen en el mundo en nuestro nombre. Eliane habla de diversas situaciones como el terrible maltrato animal en cadenas industriales de producción, a imagen de los campos de exterminio nazis, a que enfrentamos a los cerdos, vacas, pollos, etc, para que lleguen a nuestra mesa. Nadie desconoce que cuando un filete de buey está en la bandeja del supermercado lo es por un proceso que incluye el horror más estremecedor. Además se calcula que para producir una hamburguesa se ha utilizado más agua en su proceso que la que gastamos en dos meses de duchas en casa.

Tampoco desconocemos que nuestros móviles y su coltán ha producido masacres y terribles explotaciones humanas en África para surtirnos de tan preciado elemento. Ni desconocemos que la ropa barata que está en las tiendas en que compramos está producida por la sangre y la falta de derechos laborales en países donde estos derechos son inexistentes. Ni desconocemos que cada día se arrasan centenares o miles de hectáreas de selva –incluidas las poblaciones indígenas- para producir alimentos para nuestro mundo como la soja, tan apreciada en las comidas alternativas. O los biocombustibles. ¿Qué decir de la sobrexplotación pesquera, la desaparición de especies marinas para surtirnos en los supermercados y que tengamos todo a punto en nuestra cena? ¿Qué decir –añado yo- del tráfico de armas que engrasa las economías de muchos países incluido el nuestro?

No podemos ser inocentes. Todo nuestro bienestar está basado en situaciones siniestras que sostienen nuestro mundo, aplastando naciones y continentes enteros, así como especies animales que solo existen en campos de concentración para surtirnos de variada y rica alimentación.
¿Cómo ser ético en un mundo sin ilusiones, en el que cada acto implica la tortura y el sacrificio de otro?
En Matrix se podía tomar la píldora azul y vivir en la ilusión. Nosotros solo podemos abstraernos con el cinismo. Saber y decir que es inevitable. Que las cosas son así y no pueden ser de otra manera. Con la boca chiquita nos solidarizamos con los refugiados que están llegando a centenares de miles a Europa pero no imaginamos que esos centenares de miles vinieran a nuestro país como están llegando a Alemania. Nos horrorizamos con las fotos de los refugiados pero pronto nos acostumbramos a ello. Nada nos quita una buena digestión. Cuesta tan poco ser solidario sin más compromiso...

Pasé este artículo de Eliane Brum, que os aconsejo leer, a una compañera sensible y generosa de mi instituto. El artículo llega a decir que tomarse un croissant con mantequilla implica una cadena de horrores difícil de imaginar. Mi compañera se sintió indignada con el artículo y reaccionó visceralmente en contra de él. Se sintió señalada y rechazó su culpabilidad en el horror del mundo. La culpa es de las empresas, de las grandes empresas –dijo-. Yo no soy responsable de que destruyan la Amazonia. Son otros, más arriba los que crean un mundo atroz. Yo no voy a sentirme culpable por tomarme un croissant con mantequilla. La culpa la tienen los gobiernos –arguyó-. 

Planteé en clase de bachillerato el problema de la ropa barata y la explotación laboral que supone en países como Bangla Desh. Mis alumnas, que compran en Primark donde se hallan chollos inigualables, se indignaron y dijeron que Zara y todas las cadenas de ropa también producen en Asia, que todo es igual, y ¿qué vamos a hacer? ¿No comprar ropa? Además añadieron que eran pobres y no tenían dinero. 


La ignorancia es maravillosa. 

En definitiva, el cinismo nos lleva al mismo efecto que la píldora azul. Sabemos pero no sabemos. Lo sabemos pero no nos importa o pensamos que el mundo es así. Que no tenemos la culpa, que la culpa la tienen otros que están arriba, los gobiernos, Estados Unidos, los siete mil millones de seres que somos en el planeta, nosotros no somos responsables de nada, ni del cambio climático ni de la desaparición de las selvas tropicales. Ni del maltrato animal en los circuitos industriales de producción o en los zoos, ni de la cotización en bolsa de las materias primas que llevan a países a la pobreza por la manipulación de dicha cotización. Nosotros somos inocentes y nos horroriza todo eso que nos dices o que nos dice Eliane Brum, pero ¿qué quieres? ¿que nos suicidemos? –me decía mi compañera indignada-. Yo no pude argumentarle porque el problema no era sentirse culpable por lo que supone nuestro mundo y nuestro modo de vida. No culpables, tal vez, pero sí conscientes. Pero ¿cómo vivir siendo conscientes de ello?


¿Dónde están las píldoras azules?

martes, 8 de marzo de 2016

Habría que derribar las paredes de las aulas


La Flipped Classroom es un invento prodigioso, al menos para mí. La clase se libera de esa rémora que es la explicación de un tema por el profesor, algo que se me había hecho a lo largo de mi historia como uno de los momentos más insufribles, ya que se es consciente de la tensión del aula que no fija su atención y se distrae permanentemente si no es que ya se produzca una desconexión ante las palabras del profesor que no para de ver movimientos e interrupciones de todo tipo que contrapuntean la explicación. Y ya sabemos que una explicación debería ser esencialmente breve. Es raro que puedan mantener los alumnos la atención más de doce minutos en algo, si es que esa atención se produce. Claro que hay excepciones, esos alumnos ideales que siempre existen que tienen una capacidad de atender mucho más desarrollada, pero no es lo general.

Así que no tengo que explicar teoría. Aleluya. Esa se la doy por medio de vídeos que ven en casita cuando están solos y sin distracción. Toman apuntes que me entregan al día siguiente. Unido al vídeo hay preguntas que deben contestar. Lo he explicado en múltiples ocasiones, pero no he resaltado lo libre que se convierte la clase sin ese peso alevoso de la teoría. ¿Qué se hace en clase, pues? Profundizar, dedicarnos a aprender, fomentar la curiosidad, hacer esquemas y mapas mentales, ejercicios de léxico, retos de escritura –que les encantan-, y, últimamente he descubierto a través de mi cuenta en Netflix, la plataforma de series y películas a que me he suscrito, que hay una sección dedicada a los documentales. Y los hay muy interesantes sobre todo tipo de temas en general con un enfoque avanzado en la conciencia planetaria, y muchos protagonizados por jóvenes que quieren cambiar su modo de estar en el mundo. Otros son sobre el cambio climático, el trabajo esclavo, las drogas, música ... Actualmente les estoy pasando un vídeo sobre una muchacha de su edad -14 años-, Laura Dekker, que en 2010 protagonizó, tras una lucha en los tribunales, su sueño de dar la vuelta en mundo en solitario en velero. El vídeo refleja los dos años de su periplo en solitario y los lugares en que recaló mientras recorría los tres océanos del mundo a la vez que nos va contando su historia, su relación con sus padres, el día a día en el barco, trufado con expresiones juveniles que ellos encuentran cercanas, sus muecas, su forma de pasar el tiempo en larguísimas singladuras de más de veinte días sin ver tierra.

El vídeo está en holandés e inglés y tiene subtítulos en castellano. Es prodigioso el interés que tiene para ellos este vídeo. El ambiente en la clase es de atención total aunque van planteando preguntas de cómo podía hacer tal y tal cosa la protagonista. La figura de Laura, que tiene su misma edad, repito, es de un magnetismo poderosísimo para ellos. ¿Quién no ha soñado liberarse de las clases y hacer lo que uno quiera? ¿Quién no ha tenido sueños de libertad total que parecen irrealizables? Levantarse cuando uno quiera, comer a la hora que quiera, no soportar a profesores aburridos ni a padres pesados. Ella, Laura, logra todo eso. Consigue patrocinios para su viaje y se lanza, con el apoyo de su padre, a recorrer los siete mares en soledad. Pero cuando llegue a sus escalas también pasará días y días en diferentes lugares compartiendo su pasión con personas que la harán de su familia. Todo esto nos lo cuenta el vídeo. Sus dos años de vacaciones en un tiempo en que ellos tienen que estar atados a la silla, obedeciendo todo tipo de órdenes, horarios, materias cuyo interés no entienden y no sé si entenderán algún día. Laura es una heroína para ellos, les deja boquiabiertos. Es posible la aventura en el mundo. Es posible realizar los sueños, pero para eso hay que tenerlos y poseer una extraordinaria fuerza mental, como Laura. No es fácil estar en soledad tanto tiempo, a merced de las tormentas, las corrientes, la lejanía de todo lo suyo. Laura toma en sus manos su vida y hace con ella lo que desea. Es una muchacha como ellos que anhela vivir en libertad, tanto que al cabo de los dos años, es imposible que esta muchacha vuelva a la vida normal, en un instituto encerrada. ¿Quién lo haría? ¿Quién, después de haber dado la vuelta al mundo durante dos años, aceptaría pasar las horas que pasan nuestros alumnos inmersos en un sistema de enseñanza coercitivo en un tiempo en que se anhelan aventuras y se tienen sueños?

La sociedad es profundamente represiva. Se nos encarcela durante quince años de enseñanza obligatoria aprendiendo algo que en el noventa por ciento es inútil. Los adultos estamos controlados por los bancos, por Hacienda, por las farmacéuticas, por las hipotecas, por la industria del automóvil, por el miedo en general a perder. Y creemos que nuestros hijos deben vivir también en una cárcel para poder colocarse algún día en algo que les permita tener hipoteca, créditos, automóvil, vacaciones express, jubilación... Y creemos que esa es la vida, estar siempre encerrados haciendo lo que otros nos dicen. Es lo que enseñamos en la escuela. El mundo se ha hecho profundamente opresivo. Vivimos más, es cierto, pero lo hacemos controlados y aceptamos ese control en aras de la seguridad, de modo que legitimamos la coerción como modo de vida. Eso es la escuela, un secuestro legal durante quince años por lo menos para hacerse un hombre o mujer de provecho. El provecho que otros han ideado para nosotros.

La fascinación que les produce Laura Dekker es por eso. Es como ellos, exactamente como ellos, pero se ha escapado y es libre. Vive su pasión por el mar en absoluta libertad, habla idiomas y tiene una cultura vital y cultural a través de su formación emocional y sus viajes que es totalmente imposible de adquirir en un aula, lugar en que sospecho que solo se aprende el miedo.


Yo, si pudiera, crearía un espacio que sería exclusivamente para ver documentales sobre naturaleza, biología, experiencias llevadas a cabo por jóvenes de carácter libre y solidario, la realidad del mundo en todos los sentidos. Algo que abriera ventanas a lo que pasa fuera. Habría que derribar las paredes de las aulas. Algo.

viernes, 4 de marzo de 2016

La muerte del profesor


Es tanto lo que se puede hacer en un aula que en cierta manera ser profesor es un oficio de alquimista en proceso de búsqueda de la piedra filosofal. No descarto ningún método y abrazo toda dinámica que nos lleve a caminos inéditos. Entiendo la labor del profesor como la de un constructor de un mecano cognitivo con infinidad de piezas que pueden dar lugar a artefactos dispares. No hay dos ingenieros iguales, ni las piezas son las mismas ni los métodos y estrategias pueden ser idénticas nunca. Además tenemos el factor tiempo. Toda enseñanza se sitúa en un momento histórico, un fragmento del tiempo, el externo, el que da el calendario, y, por otro lado, un tiempo interno, el que viven los protagonistas que están en el aula. El profesor tiene un reloj biológico interno y los alumnos –cada uno- otro. El resultado de este ensamblaje pedagógico-existencial es altamente interesante. El profesor va cambiando a lo largo de su historia. Pasa procesos, asume riesgos y fracasos, alcanza éxitos y va aprendiendo generalmente solo. Este es un oficio muy solitario, aunque sea una soledad extraordinariamente acompañada.

Se mezcla todo en una coctelera utópica y ucrónica: tiempo, método, existencia, conocimiento, estrategia, procesos paralelos... se le añade un catalizador y he ahí  un resultado, como podría haber sido otro. 

He vivido algunos cursos anodinos. No podría controlar el proceso. Me faltaban ingredientes intelectuales. Y el resultado era realmente deplorable. Lo había intentado pero todo había sido un fracaso. El profesor en tal caso, pasa momentos malos en el aula y sale del curso con un sabor de boca amargo. Una mezcla de espíritu de supervivencia anímica, una dosis de olvido, un par de meses de vacaciones, y vuelta a empezar. Algunos han criticado estas largas vacaciones de los profesores comparadas con el resto de los trabajadores, pero esto quiere decir que no se es consciente del proceso que vive el profesor a lo largo de un curso normalmente agotador y extenuante. Un curso es un viaje en el que se parte a alguna parte, se recorre una larga senda, y termina en una muerte simbólica. El profesor muere a final de curso. No solo es la extenuación anímica, es también un grado de postración en que se cae sin fuerzas. Hace falta un tiempo de transición para renacer de nuevo, un bar-do en la filosofía hinduista y budista.

Un tiempo de reconstrucción intelectual y existencial. Esto es lo que viví este verano pasado. Acabado el curso, comencé a idear el curso siguiente. Indagué en internet, busqué experiencias, vi vídeos de TED, releí textos que tenía olvidados, leí otros que me abrieron el planteamiento de la neuroeducación y fui consciente de que en mi trayectoria más fructífera había aplicado lo esencial de esta disciplina: la presencia de la emoción en el aula, la búsqueda continua de novedad en mis planteamientos educativos, y la idea de juego como elemento constructor de la clase. Descubrí así el Flipped Classroom o clase invertida, una idea realmente operativa si uno está dispuesto a indagar y experimentar. La clase se hace en casa por medio de vídeos y la duración de la clase queda totalmente libre para profundizar en la materia. Los vídeos son una herramienta espléndida. Los grabo yo mismo. Llevan vistos unos treinta y tres. Comenzamos a dos por semana y cubrimos la totalidad del programa de historia de la literatura. Luego iniciamos la sintaxis. Experimentamos intensamente con el léxico por medio de aplicaciones formidables. Surgió sobre la marcha el proyecto de escribir una novela que les ha entusiasmado. Y posteriormente el proyecto Kafka en el cual llevamos unos dos meses metidos, y todavía nos falta la lectura de La transformación (La metamorfosis). Si el tiempo lo permite, quiero hacer una cala en el mundo de Julio Cortázar como derivación conceptual del mundo de Kafka.

Nada de esto es posible si el profesor no se renueva profundamente, si no muere y vuelve a nacer. Si no investiga, si no indaga en líneas de pensamiento y de didáctica que pongan en cuestión lo supuestamente sabido. Necesité una historia personal, bastante accidentada, con luces y sombras, y un verano en que me dediqué a pensar y a hacer senderismo por los Pirineos. Volví en agosto repleto de energía. Y logré ensamblar las piezas intelectivas de una transformación personal que se proyectaría en el aula. Lo que llevo de curso ha servido para levantar un castillo de piezas que gozosamente, según lo observo, van tomando su lugar. Hoy en un examen sobre Franz Kafka, en que podían tener todos los apuntes delante que hubieran tomado ellos personalmente, he visto cómo el edificio alcanzaba sentido y dimensión. Ha sido un examen en que han estado volcados intensamente. No dependía el resultado del azar en absoluto. No habían tenido que estudiar. Solo tenían que construir un texto de una cara de un folio en que presentaran coherentemente su visión del escritor de Praga en que podían utilizar todo lo que hubieran elaborado ellos. El problema para muchos era seleccionar y sintetizar para articular un texto coherente que tuviera sentido. Hemos leído diversos textos y los hemos comentado durante estos meses. Este tipo de examen con material abre un proceso muy interesante puesto que la información que tenían era fruto de sus apuntes y, por tanto, de su trabajo, de su comprensión y de su capacidad de expresarlo ordenadamente. Creo que es un nivel de examen mucho más interesante que el memorístico. Lo que he visto me ha puesto contento.

El curso va a velocidad de crucero, pero todavía falta el clímax dramático del mismo. Va a ser una pena llegar al final del año escolar. El profesor habrá recorrido con sus alumnos un largo viaje y todos conjuntamente se habrán abierto a los descubrimientos y a las sorpresas. La emoción es fundamental. La emoción unida al ansia de conocimiento. Cuando llegue junio y termine el periplo, el profesor morirá metafóricamente (espero) y esos alumnos habrán de seguir adelante tras vivir una experiencia vital creo que significativa. El profesor ha estado pensando delante de ellos y ellos han asistido al surgimiento de una idea poderosa, intelectualmente potente. Si el profesor piensa, ellos sienten necesidad también de pensar.

Esta es la microhistoria de un curso, un pequeño relato parcial y emocional de un profesor que siente la alegría de la creación compartida.



lunes, 29 de febrero de 2016

El proyecto ODRADEK


Sin haberlo previsto me he encontrado durante este curso con una ilación de temas en tercero de ESO que pueden crear la idea de proyecto. El hilo conductor es Kafka. Un tema anómalo dentro del programa. Soy consciente de que es un elemento perturbador a su edad. Y que puede no atraerles demasiado leído a palo seco. Porque ¿qué me encuentro cuando voy a clase de tercero de ESO? Muchachos a los que les gusta el fútbol, chicas enamoradas de Justin Bieber, lectoras impenitentes de libros románticos que afloran en sus ratos de distensión. ¿Por qué Kafka? Porque, en esencia, les enfrenta al más alto grado de la ambigüedad literaria. Ellos y la inmensa generalidad de los lectores quieren que los relatos sean claros, que se extraiga de ellos una moral, que se den suficientes explicaciones para que todo quede nítido y no haya lugar a dudas, que acaben bien con la victoria del lado bueno de las cosas –el amor, el héroe, el ideal- que les depare un rato de distracción amena sin mayores complicaciones...

Nada de esto sucede con Kafka. Ni es fácil extraer el sentido de sus relatos –si es que acaso tienen alguno-, ni expresan una moral vencedora que no sea el aplastamiento del protagonista, ni al final todo queda claro y sí más bien asombrosamente abierto y extraño, ni gana el lado bueno ni es seguro el rato de distracción con estas historias... Soy muy consciente de que a este autor hay que ilustrarlo, leerlo con ellos, hacerles asistir a un universo narrativo extraordinariamente complejo y ambiguo. No puedo dejarles solos con él. Kafka no es un contertulio cómodo. Sobre su literatura se han dado interpretaciones de todo tipo, pero me quedo con la lectura de Borges que anima precisamente a no extraer ningún símbolo o mensaje recóndito en sus líneas que no sea puramente literario en la cercanía del mundo onírico.

De este magma sale el proyecto ODRADEK. Acaban de leer Kafka y la muñeca viajera de Jordi Sierra i Fabra, que les ha encantado –los que lo han leído, claro-. El siguiente que leerán sera La transformación –antes conocido como La metamorfosis-. Hay una edición muy barata que encargaré en Amazon para ellos. Lo leeremos casi íntegramente en clase. Pero antes de eso vamos a agitar el tema Kafka. Primero una exposición fotográfica sobre La transformación cuyo centenario fue el año pasado. Vamos a traer una veintena de fotos que un colectivo joven presentó en una exposición reciente. Pero también ellos elaborarán un proyecto –el llamado ODRADEK- que consiste en crear un objeto imaginario –la idea está sacada del relato Preocupaciones de un padre de familia:  Kafka crea un objeto inexistente y le da un nombre cuyo origen es incierto. Atribuye al objeto una personalidad, una sentimentalidad, y llega a dialogar con él. Como es un objeto que no tiene sentido ni finalidad, no es desgastado por el tiempo. Este es el Odradek cuya interpretación gráfica he puesto en la foto del blog. La idea es que creen un objeto que han de dibujar, ponerle un nombre y escribir un texto de ciento cincuenta palabras expresando qué es dicho objeto y establecer una relación con él. No es fácil. El objeto debe carecer de utilidad práctica y ser puramente fantástico. Deben dibujarlo, bautizarlo y escribir sobre él.

Sé que están dando muchas vueltas a la novela que han de presentar para mediados de mayo, pero este objeto fantástico les hará rumiar mucho. No es un desafío convencional. No. No hay una respuesta tópica aunque seguro que bastantes de las que den lo serán. Será precisamente su capacidad de escapar a los tópicos la que hará que la invención sea feliz. Kafka con esta invención genial del Odradek se unía al colegio de patafísica y el posterior Obrador de Literatura Potencial (OULIPO) en que participaría Raymond Queneau. Es tan infértil la lectura biografiada de Kafka, proyectando la idea de un ser angustiado y oscuro, que precisamente esta dimensión de juego en sus relatos nos aleja de esa idea por unos momentos. Cuanto más leo a Kafka más pongo en cuestión los tópicos biográficos que han construido una determinada visión de él. Hay mucho de juego literario en sus relatos.

El objeto imaginario es un ejercicio exigente de creatividad. La peor de las condenas de la cultura de masas es su carácter tópico, cómodo, plano, antiimaginativo. El Odradek que ellos creen debería escapar de esas relaciones causales con la lógica común para entrar en otro territorio más feraz.

¿Se puede pedir lo imposible? Buena pregunta. Pienso que solo pidiendo lo imposible es probable que emerjan poetas desconocidos, frikis anónimos, cronopios avant la lettre. Si solo pedimos lo causal, solo recibiremos eso, lo encadenado a la lógica que nos aplasta. Algunos han dicho que dentro de cada uno de nosotros hay un artista oculto. Puede que sea una hipótesis ingenua, que contraría la realidad diaria, pero ¿qué pasa si por un momento le damos una oportunidad a que pudiera ser cierto?

Que esto no está dentro del programa ... La sociedad necesita de seres grises para construir un conjunto grisáceo. Pero nadie se fija en nosotros, ataquemos mientras otros duermen, avancemos cuando ellos retroceden, escondámonos en las trincheras, leamos a Alfred Jarry, a Dostoievski, a Breton. Soñemos cuando ellos se limiten a ser extraordinarios gestores. Disimulemos, disfracémonos de buen ciudadano, de profesor perfecto que trabaja por competencias. Aullemos de placer cuando la luna se ponga roja.


Evohé.

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