Se habla mucho de que los alumnos no
trabajan lo suficiente, que no hacen los deberes,
que son muy felices y que no dan un palo al agua en muchos casos... Quiero
poner ejemplos de lo contrario y voy a hablar de mi propia hija de dieciséis
años que estudia primero de bachillerato en la rama científica en un instituto público de la zona
donde vivo. Voy a hablar de ella porque es un caso que tengo muy cerca, no
porque quiera presumir de nada, pues más bien es una situación que nos preocupa
y mucho, pero a la vez me sirve para iluminar desde el otro lado la realidad de
muchos de nuestros alumnos, no la mayoría pero sí un cierto sector de los
mismos.
Lucía es una alumna responsable, trabajadora, perfeccionista. Toma
apuntes y los pasa a limpio. Sus libretas son un prodigio de orden y
organización. Suele sacar las máximas notas en todas las materias, lo que le
supone un estrés y una angustia que nosotros intentamos paliar pero no podemos.
Tiene que llevar todo al día, se prepara los exámenes con días de antelación,
realiza todo con un extremo cuidado y recibe frecuentemente excelentes notas.
"Desea estudiar medicina y sabe lo difícil que es eso por la altísima nota que necesitará para llegar allí".
Yo veo lo sobrecargada de trabajo que va.
Los profesores ponen alegremente tareas que, tomadas en serio, son
complejísimas y que implican un desgaste enorme. Hay profesoras de lengua que
les ponen tareas, sin explicar nada en clase, que precisan de un filólogo en
casa, como es el caso, para poderlas realizar. Por ejemplo comentar un largo
fragmento de las Soledades de Góngora y otros muchos poemas del Siglo
de Oro. Soy filólogo y le puedo ayudar, pero ¿qué haran otros alumnos? Las
tareas de filosofía son un tanto inquietantes
y Lucía no sabe muy bien qué
quiere exactamente el profesor que se siente muy importante y genial porque ha
publicado algún libro.
Cada profesor tiene sus manías y sus adscripciones políticas que aparecen en
sus clases. Pero cada uno entiende que su materia es fundamental. Ello supone
un trabajo cada día de unas ocho horas en casa, y no exagero. Solo tiene clase
por la mañana pues tiene jornada continua, y desde que come, apresuradamente,
hasta las doce o la una de la madrugada está trabajando, estudiando, pasando
apuntes, haciendo ejercicios, buscando en internet...
Nosotros llevamos años diciéndole que no
aspire a sacar todo excelentes, que no la vamos a querer menos, que no se
sacrifique de esa manera, que no se angustie tanto... Indagamos sobre si
estudia de una manera poco adecuada. Incluso va a una psicóloga para intentar
organizarla y calmarla. Padece ciertamente síntomas de notoria ansiedad con los
que no sabemos qué hacer. Nadie le ha metido ese perfeccionismo en ningún caso.
A la vez me doy cuenta de que estudiar
para ella no es un ejercicio con el que disfrute y muchas veces ir a clase en
cursos anteriores era algo para ella muy desagradable y angustioso. Podría
decir que en líneas generales es algo que ella hace pero que no ama. Cumple su
deber con creces pero no obtiene una satisfacción que le recompense la angustia
que padece. Estamos preocupados.
Pero ella es un ejemplo de alumna que
-con una inteligencia media- aspira a un
objetivo muy difícil. Y cumple al pie de la letra lo que los profesores
con inconsciencia les pedimos como si fuera lo más normal del mundo.
No pensamos que haya alguien que se lo vaya a tomar al pie de la letra. Creemos –no sé muy bien si esto es así- que nadie lo va a cumplir exactamente o no somos conscientes de la sobrecarga que supone para alumnos de quince o dieciséis años - en unos años terriblemente difíciles- que pueden llegar a no vivir por cumplir lo mandado tan alegremente. Casi supone una renuncia a vivir. A mí me gustaría que mi hija sacara notas más discretas pero disfrutara más de la vida. La veo mal, ciertamente angustiada y con la sensación de que no llega. Luego cuando llegan las notas de excelencia tampoco la observo especialmente alborozada. Son normales para ella pero a costa de un sufrimiento muy importante.
"No nos damos cuenta de lo que significan nuestras tareas, nuestros exámenes, muchas veces con mucha materia y concentrados en muy pocos días, nuestros ejercicios, nuestros trabajos, nuestras bromitas ingeniosas en clase, nuestras incoherencias y manías ... "
No pensamos que haya alguien que se lo vaya a tomar al pie de la letra. Creemos –no sé muy bien si esto es así- que nadie lo va a cumplir exactamente o no somos conscientes de la sobrecarga que supone para alumnos de quince o dieciséis años - en unos años terriblemente difíciles- que pueden llegar a no vivir por cumplir lo mandado tan alegremente. Casi supone una renuncia a vivir. A mí me gustaría que mi hija sacara notas más discretas pero disfrutara más de la vida. La veo mal, ciertamente angustiada y con la sensación de que no llega. Luego cuando llegan las notas de excelencia tampoco la observo especialmente alborozada. Son normales para ella pero a costa de un sufrimiento muy importante.
El director del instituto en la reunión
de comienzo de curso les dijo que había que cuidar las notas desde primero de
bachillerato, que no se durmieran. Ella lo está cumpliendo. Quiere ser médico
lo que va a suponer diez años de sufrimiento si consigue entrar en la carrera y
seguir la especialidad de oncología o medicina forense que desea.
"Pero ¿esto es vivir?"
No quiero centrar el post en mi hija que
bastante zozobra nos produce sino en la actitud de nosotros los profesores
cuando sin más planteamos nuestra materia como si fuese la única en el
mundo y no somos conscientes de que alguien puede estar cumpliendo al milímetro
lo que nosotros exigimos.
Lucía trabaja 14 horas diarias (seis en
el instituto y ocho en casa) durante cinco días a la semana lo que hace un
total de 70 horas más 16 el fin de semana, lo que hace un total de 86 horas de
trabajo semanal.
Es una alumna modelo de lo que nosotros
anhelamos ¿no?