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lunes, 14 de diciembre de 2015

Alumnos "modelo" que lo pasan mal y sufren


Se habla mucho de que los alumnos no trabajan lo suficiente, que no hacen los deberes, que son muy felices y que no dan un palo al agua en muchos casos... Quiero poner ejemplos de lo contrario y voy  a hablar de mi propia hija de dieciséis años que estudia primero de bachillerato en la rama científica en un instituto público de la zona donde vivo. Voy a hablar de ella porque es un caso que tengo muy cerca, no porque quiera presumir de nada, pues más bien es una situación que nos preocupa y mucho, pero a la vez me sirve para iluminar desde el otro lado la realidad de muchos de nuestros alumnos, no la mayoría pero sí un cierto sector de los mismos.

Lucía es una alumna responsable, trabajadora, perfeccionista. Toma apuntes y los pasa a limpio. Sus libretas son un prodigio de orden y organización. Suele sacar las máximas notas en todas las materias, lo que le supone un estrés y una angustia que nosotros intentamos paliar pero no podemos. Tiene que llevar todo al día, se prepara los exámenes con días de antelación, realiza todo con un extremo cuidado y recibe frecuentemente excelentes notas. 


"Desea estudiar medicina y sabe lo difícil que es eso por la altísima nota que necesitará para llegar allí".

Yo veo lo sobrecargada de trabajo que va. Los profesores ponen alegremente tareas que, tomadas en serio, son complejísimas y que implican un desgaste enorme. Hay profesoras de lengua que les ponen tareas, sin explicar nada en clase, que precisan de un filólogo en casa, como es el caso, para poderlas realizar. Por ejemplo comentar un largo fragmento de las Soledades de Góngora y otros muchos poemas del Siglo de Oro. Soy filólogo y le puedo ayudar, pero ¿qué haran otros alumnos? Las tareas de filosofía son un tanto inquietantes  y Lucía no sabe muy bien qué quiere exactamente el profesor que se siente muy importante y genial porque ha publicado algún libro. Cada profesor tiene sus manías y sus adscripciones políticas que aparecen en sus clases. Pero cada uno entiende que su materia es fundamental. Ello supone un trabajo cada día de unas ocho horas en casa, y no exagero. Solo tiene clase por la mañana pues tiene jornada continua, y desde que come, apresuradamente, hasta las doce o la una de la madrugada está trabajando, estudiando, pasando apuntes, haciendo ejercicios, buscando en internet...

Nosotros llevamos años diciéndole que no aspire a sacar todo excelentes, que no la vamos a querer menos, que no se sacrifique de esa manera, que no se angustie tanto... Indagamos sobre si estudia de una manera poco adecuada. Incluso va a una psicóloga para intentar organizarla y calmarla. Padece ciertamente síntomas de notoria ansiedad con los que no sabemos qué hacer. Nadie le ha metido ese perfeccionismo en ningún caso.

A la vez me doy cuenta de que estudiar para ella no es un ejercicio con el que disfrute y muchas veces ir a clase en cursos anteriores era algo para ella muy desagradable y angustioso. Podría decir que en líneas generales es algo que ella hace pero que no ama. Cumple su deber con creces pero no obtiene una satisfacción que le recompense la angustia que padece. Estamos preocupados.

Pero ella es un ejemplo de alumna que -con una inteligencia media-  aspira a un objetivo muy difícil. Y cumple al pie de la letra lo que los profesores con inconsciencia les pedimos como si fuera lo más normal del mundo. 


"No nos damos cuenta de lo que significan nuestras tareas, nuestros exámenes, muchas veces con mucha materia y concentrados en muy pocos días, nuestros ejercicios, nuestros trabajos, nuestras bromitas ingeniosas en clase, nuestras incoherencias y manías ... "

No pensamos que haya alguien que se lo vaya a tomar al pie de la letra. Creemos –no sé muy bien si esto es así- que nadie lo va a cumplir exactamente o no somos conscientes de la sobrecarga que supone para alumnos de quince o dieciséis años - en unos años terriblemente difíciles- que pueden llegar a no vivir por cumplir lo mandado tan alegremente. Casi supone una renuncia a vivir. A mí me gustaría que mi hija sacara notas más discretas pero disfrutara más de la vida. La veo mal, ciertamente angustiada y con la sensación de que no llega. Luego cuando llegan las notas de excelencia tampoco la observo especialmente alborozada. Son normales para ella pero a costa de un sufrimiento muy importante.

El director del instituto en la reunión de comienzo de curso les dijo que había que cuidar las notas desde primero de bachillerato, que no se durmieran. Ella lo está cumpliendo. Quiere ser médico lo que va a suponer diez años de sufrimiento si consigue entrar en la carrera y seguir la especialidad de oncología o medicina forense que desea.

"Pero ¿esto es vivir?"

No quiero centrar el post en mi hija que bastante zozobra nos produce sino en la actitud de nosotros los profesores cuando sin más planteamos nuestra materia como si fuese la única en el mundo y no somos conscientes de que alguien puede estar cumpliendo al milímetro lo que nosotros exigimos.

Lucía trabaja 14 horas diarias (seis en el instituto y ocho en casa) durante cinco días a la semana lo que hace un total de 70 horas más 16 el fin de semana, lo que hace un total de 86 horas de trabajo semanal.


Es una alumna modelo de lo que nosotros anhelamos ¿no?

viernes, 11 de diciembre de 2015

Una enseñanza en conflicto con la vida


Hoy he salido del instituto saturado tras seis horas con adolescentes. Nadie puede imaginar lo que es esto, teniendo en cuenta que me gustan esta pandilla de locos con acné, hinchados de hormonas en plena edad del pavo. Nadie puede imaginar lo que es torear tantos estados de ánimo alterados, en estado de ebullición, con conciencia plena de que cada uno de ellos es  lo más importante del mundo. Las cosas no salen muchas veces como el profesor ha previsto. Todo está abierto a la entropía y al desastre. O a la broma colectiva. Esa es otra constante, todo está siempre a punto de saltar por los aires mediante carcajadas contagiosas.

"Cada hora que añadimos al horario están más alterados. Son seis horas de atención a materias abstrusas e incomprensibles. Tienen ganas de moverse, de hablar, de evadirse de la clase, de levantarse, de mirar por la ventana, de reír ..."
 
Yo me pregunto –solo es una pregunta capciosa- si es lógico crear centros de confinamiento de adolescentes, cerrados con verjas, donde han de estar largos periodos cada día atendiendo a materias dispares en las que cree cada profesor que es lo más importante del mundo lo que explica. ¿Es posible que sea beneficioso a nivel mental este estado de tensión irresoluble entre su naturaleza inquieta y la inmovilidad a que los obligamos, sentados, copiando fórmulas, dictados, teorías, ejercicios sin final cuyo valor ellos desconocen y nosotros también? 

"¿Es sana intelectualmente esta organización de la enseñanza académica que no tiene nada que ver con la vida?"

La instrucción obligatoria sin duda es una conquista de las sociedades. Pero, llegados a un extremo, esta obligatoriedad que pretende que cada alumnito sea un pequeño licenciado Vidriera en cada una de las materias, ¿no es un absurdo?

La organización de los centros de enseñanza es coercitiva. Recintos casi militarizados de los que no se puede salir. Y en los que han de estar un montón de horas encerrados, sin movilidad. No es extraño que cuando suena el timbre de cada clase, estalle la emoción contenida y se disparen la conflictividad, los gritos, los saltos y peleas, las discusiones, las bromas en voz altísima, el desorden. Y ya no digamos cuando suena el timbre de final de jornada. ¿Se imaginan la desbandada que hay en las aulas? Pugnan por salir como cohetes los alumnos pero también los profesores que también se ven encerrados en ese sistema alucinantemente ilógico. Las escaleras se convierten en calderas de presión que se ven desalojadas con una potencia irrefrenable: ¡Libertad! ¡La calle! ¡Podemos irnos a casa!

No nos engañemos, yo vivo de esta falacia. Soy profesor y he de suponer que es bueno este sistema de escolarización. Todo es cuestión de aguantar y esperar la hora de salida. Pero ¿no podríamos idear aunque solo fuera intelectualmente un sistema más flexible, libre y concorde a su naturaleza de jóvenes guerreros?

Llevo un trimestre dando clase. Tengo la impresión de que con el sistema de Flipped Classroom he logrado comprimir toda la materia del curso. ¿Es necesaria mucha más información académica de la que he dado en estos tres meses realmente intensos? 

"¿No podriamos teorizar un mundo educativo lleno de actividades en que el movimiento fuera fundamental: teatro, música, dibujo y pintura, danza, deporte, excursiones por la naturaleza científicas, fotográficas, exploratorias...? "

Claro que tendría que haber información sobre el uso de la lengua especialmente, matemáticas a nivel básico, idiomas conversando con muchachos de otros países, biología, historia ... Pero de un modo en que la información fuera útil, no pretendiendo crear especialistas y futuros licenciados.

El resultado de nuestro sistema es de una productividad realmente baja. No retienen ni un cinco por ciento de la información que les damos y lo echo por lo alto. No aprenden idiomas, la mayor parte de lo que se enseña es inútil. Yo para nada he necesitado toda la formación matemática que recibí a lo largo de mi escolarización. Para nada.

Se me dirá que estoy redescubriendo Summerhill: una enseñanza no coercitiva, sin calificaciones, en la naturaleza, consciente de las emociones y la sexualidad, con libertad de asistencia, centrada en la felicidad y en la creencia de que el hombre es bueno por naturaleza. Puede ser. No sé.

Lo que sé es que este modelo no es sano y no es efectivo. Solo produce un infinito hastío y agotamiento a muchachos y profesores que solo ansían salir corriendo de ese lugar en que se hayan encerrados siete horas al día en actividades la mayor parte absurdas, contrariando los instintos y emociones fundamentales.


Y a esto hay que añadir las tareas para casa que ocupan, si se toman en serio, un tiempo muy importante que prolonga la jornada escolar.

Sin duda, esta escuela está ideada para una sociedad que reproduce los esquemas de poder y para una organización industrial del conocimiento. 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

"No estudian", "no se esfuerzan", "no trabajan" ...


“No estudian”, “no se esfuerzan”, “no trabajan” ... han sido los comentarios más frecuentes en la Junta de Evaluación de un curso al que doy clase. El perfil era un curso no conflictivo pero cuyo trabajo y estudio era puesto en cuestión por los profesores. Las notas no eran desastrosas pero se suponía que de estos alumnos se esperaba mucho más. Sin embargo, mi visión contrastaba con estos puntos de vista. Mis calificaciones eran mucho mejores que los de la media de profesores. Es un curso de 25 alumnos y tengo cinco excelentes y otros tantos notables. El resto son bienes y suficientes. Cinco suspenden. La nota media final del curso es de 6.4 teniendo en cuenta que hay casos de alumnos absentistas que sacan cero y que bajan dicho promedio. Supongo que todos mis lectores saben que yo imparto lengua castellana y que este curso es de tercero de ESO.

"Yo ya sé que mis alumnos no me van a estudiar para un examen". 

Los que he hecho han supuesto unas notas bastante bajas salvo alguna excepción. ¿Pero he de basar mi evaluación en este concepto? ¿Estudio para un examen? ¿Eso es todo? Pienso que la mayor parte de mis colegas han extraído la calificación de un par de exámenes, la presentación del dossier y poco más. Al menos en su mayor porcentaje.

Por mi parte la nota ha sido fruto de exactamente ochenta calificaciones en que he tenido en cuenta absolutamente todo lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho. Supongo que sabéis que aplico el sistema de Flipped Classroom y que mis alumnos han de ver unos vídeos que grabo yo sobre la materia de lengua o literatura. El porcentaje de fidelización a los vídeos ha sido superior al noventa por ciento y de cada visionado yo extraía una nota fijada por la aplicación EduCanon que permite insertar preguntas sobre su contenido. Han visto exactamente 22 vídeos en que hemos cubierto la historia de la literatura hasta el siglo XVIII según marca el programa. Esto no hubiera sido posible con un sistema convencional. Al día siguiente realizamos un Kahoot sobre el contenido del vídeo del que han de presentar también un resumen que valoro. El resto de la hora se dedican a realizar mapas mentales con Mindomo sobre los temas tratados que vale cada uno treinta puntos. El resto de calificaciones son distintas pruebas lingüísticas de enriquecimiento de léxico, categorías literarias o sintácticas, resúmenes, dictados, lectura del libro del trimestre ... Es todo un entramado al que los chavales en general se han enganchado y han visto que su nota no era fruto de un examen para el que hubiera que estudiar, algo que no saben hacer, no tienen método y no tienen muchas veces circunstancias favorables para ello. No son chicos de estudio. Tal vez en otros sectores sociales sean importantes estas valoraciones. Entiendo que son una parte de la nota aunque no la fundamental. Quiero que la calificación final refleje exactamente todo lo que han hecho, todo en lo que han participado. Esto supone una valoración del esfuerzo total. Y ellos reciben un documento con las ochenta calificaciones y el resultado final en un sumatorio. Los alumnos marcaban el techo de ese sumatorio, de modo que si los que mayor nota han sacado ha sido superior a mil puntos, como así ha sido, la nota de aprobado era exactamente la mitad. En un curso la nota máxima ha sido de 1022 puntos, de modo que el aprobado lo he establecido en 510. Por debajo suspenso, por encima aprobado. 

"El techo lo marcan ellos y el suelo también"

También hay una cocina de las notas mediante la rúbrica que les proporcioné a principio de curso y que  puede suponer alguna leve modificación en el resultado final. El fin de semana pasado les envié el documento digital con las ochenta calificaciones y el nivel de aprobado. Solo he recibido tres correos haciéndome ver algún error en alguna nota. No ha habido ninguna reclamación.

Este modelo es una experiencia que estoy llevando a cabo. El resultado, sin ser galáctico, es muy superior al que hubiera obtenido con cualquier otro modelo convencional. Un 6.4 de media de la clase es una cifra estimulante y que puede hacer pensar, al menos a mí me hace pensar. Los profesores saben que la idea de estudio para un examen en este contexto supone un proceso en origen fallido. Atragantamiento de datos que se vomitan de cualquier manera en un examen y que, después, se olvidan a las pocas horas. Además mis alumnos no lo hacen. Creo que instarlos a un proceso de puesta en funcionamiento de sus habilidades, me resisto a llamarlo competencias como manda la pedagogía convencional, es una fase más constructiva del aprendizaje. No puedo suponer que mis alumnos hayan retenido toda la información que ha pasado por ellos. No. Ni lo harían los profesores que les damos clase si nos enfrentáramos a una suma de despropósitos como supone el sistema de enseñanza. Ninguno de los profesores, que tan fácilmente los suspendemos, superaríamos ocho o nueve asignaturas en cinco días de clase con horarios de seis horas diarias, más los deberes. Y cuando llegan los exámenes no es raro que tengan tres en un día.

No se esfuerzan, no trabajan, no estudian ... No estoy de acuerdo en este planteamiento. Y me imagino a los diez alumnos que han sacado Excelente de 53 sintiendo algo como mariposillas en el estómago al ver que su esfuerzo real ha tenido su premio.

Creo que nos equivocamos.


sábado, 5 de diciembre de 2015

Los blogs perdidos en su laberinto de yoidad


Llevo diez años publicando en Profesor en la Secundaria, lo que significa un número aproximado de ochocientos posts que tienen alrededor de mil palabras cada uno, tal vez demasiado, pero es la medida de mi respiración como escribiente que no escritor. Pero no voy a hablar de mi faceta de autor de blog sino de la  de lector de blogs ajenos a lo largo de diez años. He sido y soy un lector constante de los blogs con los que tengo relación de alguna manera. En algunos me he implicado intensamente. Procuro siempre dejar comentarios con una cierta elaboración que merezcan la pena ser leídos. Esto me lleva un tiempo aunque escribo rápido. 

"Mi experiencia de lector de blogs es la de la constatación real de que detrás de un blog hay una persona con todos sus matices, con todas sus creencias, con su ideología, con sus rarezas y manías,  con la aspiración en general de mostrarse con una cara positiva ante los demás". 

No es necesariamente fácil la relación con otros blogueros. Es un colectivo en que somos muy egocéntricos. El tamaño de los egos es desmesurado. Uno a fuerza de leer a un autor tiende a conocerlo bastante mejor de lo que se puede pensar aunque el blog sea escurridizo y evanescente. Nos vamos revelando en la escritura. No solo mostramos lo que somos sino cómo somos en nuestra intimidad. La forma de racionalizar, nuestro pesimismo u optimismo, nuestra posición política, la edad, nuestro modo de relacionarnos con los demás, nuestra generosidad, nuestra altivez. En mi recorrido por este mundo sumamente complicado me he encontrado de todo. A muchos blogueros les he perdido la pista porque sus blogs se han detenido en una fecha del tiempo y han sido abandonados. Otros se van desasiendo de sus blogs poco a poco y van espaciando sus publicaciones ... 
Con otros blogueros, tras un intenso intercambio, ha surgido el desencuentro, a pesar de nuestra atracción inicial. Hay blogs que te atraen por los temas que abordan y cómo los abordan; otros no te atraen pero te parece entrañable la persona que está detrás de él y permaneces fiel a través del tiempo. A otros los concluyes abandonando porque terminas saturado de la reiteración –inevitable- de unos tics que en un momento te resultaron curiosos pero que tras diez años de continuidad impertérrita te terminan pareciendo cargantes y te preguntas adónde pretende llegar el autor en un bucle infinito. Otros te resultan interesantes durante dos meses pero al cabo de este plazo, le ves el trasfondo egoico de su planteamiento: un intenso sentimiento de debilidad y menosprecio de sí mismo que se revela como adicción a estados de exhibicionismo y pornografía existencial. Dejan de interesarme. Hay muchos motivos de alejamiento de un blog: el choque de caracteres, un debate cargado de electricidad negativa que produce malestar, el agotamiento del modelo que lo encarnaba, la altivez ... Con esta me refiero a algunos blogs que no reciben apenas visitas y menos comentarios, pero el autor sigue adelante, en soledad, haciendo del blog su diario de derrota particular. Y lo más curioso es que estos altaneros blogueros no contestan nunca a los comentarios ni comentan en otros blogs. Su escritura es una suerte de autismo que no necesita para nada a los demás con los que no se desea un intercambio de ningún tipo. Solo estar ahí, señeros, firmes en la desolación de la quimera expresando algo que tal vez no lo lea nadie. A veces dejo algún comentario impertinente para hacerlo salir de la concha, pero te das cuenta de que el blog no es un instrumento de búsqueda e intercambio sino un artefacto de culto a la yoidad.

Un aspecto que me interesa vivamente es cómo algunos blogs parecen solo atraer elogios desmesurados y en los que no existe ningún atisbo de lugar para la disensión. 


"¿Qué hacer si alguien solo nos ofrece los más exquisitos y refinados pensamientos que expresan la belleza de un alma singular?"

 A estos de vez en cuando les doy una traca con alguna aviesa intención para provocar el debate. Ante esto hay dos formas de reaccionar: el sentimiento herido y la venganza o aceptar el desafío y debatir. Acepto que mi blog pueda generar críticas acerbas, fruto de una lectura consecuente y meditada. En general acepto el planteamiento y converso y, si puedo, termino riéndome con el comentarista crítico. Pero no todo el mundo reacciona igual. Hay quienes no olvidan y te guardan un profundo resentimiento. Es fácil herir a alguien con la palabra. Hay que tener mucho cuidado. Pero a veces es inevitable.

El mundo de los blogs está en aguda decadencia. La expresión de la palabra ha entrado en profunda crisis y se han buscado otros canales para conversar. El blog tiende a ser discursivo y esto no se lleva ya hace años. Desde luego no es algo que atraiga a los jóvenes. Pocos blogueros jóvenes hay si hay alguno. Es más propio de la madurez y algo más. Tras unos años de eclosión gigantesca, llegó su cenit y terminaron decayendo para llegar a este estado catatónico en que apenas hay vida en la blogosfera. Es muy desolador escribir y ver que solo has tenido un comentario o ninguno reiteradamente. Ante esto solo queda el orgullo de mantener frente a viento y marea el artilugio y seguir desentendiéndote de lo que opinen los demás. Esa soledad altiva en la que no contestas a los comentarios que tal vez un día te lleguen. Los blogs terminan en un laberinto de soledad sin fin. Y hoy la blogosfera es un universo con harapos de lo que algún día fue, con yoes en desbandada, perdidos, exhibiéndose con una seguridad casi absoluta de que nadie los leerá. Son como ruinas de castillos en lo alto de una montaña que entonan discursos que no interesan a nadie. Y es que no olvidemos que la película estrella de este tiempo es Ocho apellidos catalanes. No hay lugar para sutilezas exquisitas. Y los blogueros en cierta manera nos consideramos el no va más. Pero ¿a quién interesamos en realidad?



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