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lunes, 21 de diciembre de 2015

Más se consigue con miel que con hiel


Hoy hemos celebrado claustro de profesores, el de final de trimestre. Se han abordado diversos temas prefijados en la convocatoria. Lo normal. Sin embargo, uno de los puntos merece mi consideración para hacer una pequeña reflexión. Ha sido la intervención de uno de mis compañeros la que me sirve para darme cuenta de algo que es evidente en nuestra relación con nuestros alumnos. Le tocaba al coordinador de bachillerato hablar durante unos minutos que han sido finalmente desagradables y tensos. El citado coordinador, vamos a llamarlo Amancio, tenía quejas sobre los profesores que, a su juicio, no cumplían con sus obligaciones y no daban muestras –según él- de profesionalidad en su ejecutoria burocrática en bachillerato. No se trataba de si daban bien o no sus clases, no. Se trataba de aspectos que afectan a la organización del mismo. El problema es el tono agrio y decididamente sarcástico que ha utilizado para la dura admonición que ha dirigido al claustro a modo de queja inspirada por Girolamo Savonarola para castigar con su látigo a los relapsos y pecadores. Su argumentación sarcástica acusatoria desde una posición de cierta superioridad moral era realmente muy molesta. No digo que no tuviera buena parte de razón en lo que argumentaba pero el tono estaba lleno de acidez y un sentimiento presuntuoso que lo hacía ineficaz.

Uno podía sentirse amedrentado, señalado, acusado y herido por cómo lo decía pero no era un motor de impulso para hacerlo mejor, sino para sentirse tenso en el silencio de la sala solo atenta al vinagre que explotaba en ráfagas de indignación moral que parecía gozar en esa situación de foco cenital. Todo el mundo ha de tener cinco minutos de gloria. En este caso han sido diez. Me pregunto si utilizará Amancio este tono sarcástico para argumentar con sus alumnos. Me pregunto si se pondrá en una posición de presunta superioridad intelectual para demostrar la ignorancia, cual Sócrates petulante, de sus alumnos.

Esta es la anécdota mínima que da base a mi reflexión. Leí una vez en la Ética Nicomaquea de Aristóteles que el problema no es enfadarse, eso es sencillo, el problema es determinar con acierto con quién enfadarse, en qué circunstancias, con qué tono, de qué manera y por qué. No sé si es exacto porque cito de memoria. Sin duda nuestro compañero, aun llevando un noventa por ciento de razón, lo ha hecho mal, se ha dejado apoderar por la ira y el desprecio para aventarnos unas observaciones de modo muy agresivo. No ha sido eficaz. Me pregunto si nosotros como profesores tenemos claro esto. La ira, el desprecio, la mirada altiva respecto a nuestros alumnos, si los tenemos, nos hacen perder la inmensa mayor parte de razón. Ha pasado el tiempo de los púlpitos en que nos hacían pasar por pecadores alentándonos el sentimiento de culpa. Hoy día los seres humanos somos más receptivos a un tono mesurado, fundamentado en razonamientos sólidos, que a un tono exasperado que revela una ira interior no resuelta. Es difícil a veces no perder la mesura. Puedo entender que hay motivaciones muy fuertes como presiones laborales, agotamiento, frustración personal, disconformidad con la vida, hartazgo de errores ajenos, que pueden hacer que nos desbordemos emocionalmente. Hoy he visto sencillamente que no es eficaz. Las palabras contenidas de la directora han tenido más fuerza argumental que la explosión de ira que la ha precedido. Amancio se ha negado a disculparse. Se encontraba tan lleno de fuerza moral que no ha entendido que toda la había perdido por la ira con que nos ha hablado.

Y ya lo dice el refrán. Más se consigue con miel que con hiel.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El profesor, más cerca de Jung que de Freud...


Lo que he aprendido como profesor durante más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa, conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias. Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad, con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación. Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y fijo. No. 

"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".

El profesor y los alumnos son viajeros en el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana? ¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas. Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa. 

"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días". 

No hay detención posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro: ¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.

Ser profesor es un desafío, una forma de dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.

Estamos más cerca de Jung que de Freud. 

"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"


Eso debe ser diferente cada día, cada año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como en La balada de Narayama. Tal vez después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Alumnos "modelo" que lo pasan mal y sufren


Se habla mucho de que los alumnos no trabajan lo suficiente, que no hacen los deberes, que son muy felices y que no dan un palo al agua en muchos casos... Quiero poner ejemplos de lo contrario y voy  a hablar de mi propia hija de dieciséis años que estudia primero de bachillerato en la rama científica en un instituto público de la zona donde vivo. Voy a hablar de ella porque es un caso que tengo muy cerca, no porque quiera presumir de nada, pues más bien es una situación que nos preocupa y mucho, pero a la vez me sirve para iluminar desde el otro lado la realidad de muchos de nuestros alumnos, no la mayoría pero sí un cierto sector de los mismos.

Lucía es una alumna responsable, trabajadora, perfeccionista. Toma apuntes y los pasa a limpio. Sus libretas son un prodigio de orden y organización. Suele sacar las máximas notas en todas las materias, lo que le supone un estrés y una angustia que nosotros intentamos paliar pero no podemos. Tiene que llevar todo al día, se prepara los exámenes con días de antelación, realiza todo con un extremo cuidado y recibe frecuentemente excelentes notas. 


"Desea estudiar medicina y sabe lo difícil que es eso por la altísima nota que necesitará para llegar allí".

Yo veo lo sobrecargada de trabajo que va. Los profesores ponen alegremente tareas que, tomadas en serio, son complejísimas y que implican un desgaste enorme. Hay profesoras de lengua que les ponen tareas, sin explicar nada en clase, que precisan de un filólogo en casa, como es el caso, para poderlas realizar. Por ejemplo comentar un largo fragmento de las Soledades de Góngora y otros muchos poemas del Siglo de Oro. Soy filólogo y le puedo ayudar, pero ¿qué haran otros alumnos? Las tareas de filosofía son un tanto inquietantes  y Lucía no sabe muy bien qué quiere exactamente el profesor que se siente muy importante y genial porque ha publicado algún libro. Cada profesor tiene sus manías y sus adscripciones políticas que aparecen en sus clases. Pero cada uno entiende que su materia es fundamental. Ello supone un trabajo cada día de unas ocho horas en casa, y no exagero. Solo tiene clase por la mañana pues tiene jornada continua, y desde que come, apresuradamente, hasta las doce o la una de la madrugada está trabajando, estudiando, pasando apuntes, haciendo ejercicios, buscando en internet...

Nosotros llevamos años diciéndole que no aspire a sacar todo excelentes, que no la vamos a querer menos, que no se sacrifique de esa manera, que no se angustie tanto... Indagamos sobre si estudia de una manera poco adecuada. Incluso va a una psicóloga para intentar organizarla y calmarla. Padece ciertamente síntomas de notoria ansiedad con los que no sabemos qué hacer. Nadie le ha metido ese perfeccionismo en ningún caso.

A la vez me doy cuenta de que estudiar para ella no es un ejercicio con el que disfrute y muchas veces ir a clase en cursos anteriores era algo para ella muy desagradable y angustioso. Podría decir que en líneas generales es algo que ella hace pero que no ama. Cumple su deber con creces pero no obtiene una satisfacción que le recompense la angustia que padece. Estamos preocupados.

Pero ella es un ejemplo de alumna que -con una inteligencia media-  aspira a un objetivo muy difícil. Y cumple al pie de la letra lo que los profesores con inconsciencia les pedimos como si fuera lo más normal del mundo. 


"No nos damos cuenta de lo que significan nuestras tareas, nuestros exámenes, muchas veces con mucha materia y concentrados en muy pocos días, nuestros ejercicios, nuestros trabajos, nuestras bromitas ingeniosas en clase, nuestras incoherencias y manías ... "

No pensamos que haya alguien que se lo vaya a tomar al pie de la letra. Creemos –no sé muy bien si esto es así- que nadie lo va a cumplir exactamente o no somos conscientes de la sobrecarga que supone para alumnos de quince o dieciséis años - en unos años terriblemente difíciles- que pueden llegar a no vivir por cumplir lo mandado tan alegremente. Casi supone una renuncia a vivir. A mí me gustaría que mi hija sacara notas más discretas pero disfrutara más de la vida. La veo mal, ciertamente angustiada y con la sensación de que no llega. Luego cuando llegan las notas de excelencia tampoco la observo especialmente alborozada. Son normales para ella pero a costa de un sufrimiento muy importante.

El director del instituto en la reunión de comienzo de curso les dijo que había que cuidar las notas desde primero de bachillerato, que no se durmieran. Ella lo está cumpliendo. Quiere ser médico lo que va a suponer diez años de sufrimiento si consigue entrar en la carrera y seguir la especialidad de oncología o medicina forense que desea.

"Pero ¿esto es vivir?"

No quiero centrar el post en mi hija que bastante zozobra nos produce sino en la actitud de nosotros los profesores cuando sin más planteamos nuestra materia como si fuese la única en el mundo y no somos conscientes de que alguien puede estar cumpliendo al milímetro lo que nosotros exigimos.

Lucía trabaja 14 horas diarias (seis en el instituto y ocho en casa) durante cinco días a la semana lo que hace un total de 70 horas más 16 el fin de semana, lo que hace un total de 86 horas de trabajo semanal.


Es una alumna modelo de lo que nosotros anhelamos ¿no?

viernes, 11 de diciembre de 2015

Una enseñanza en conflicto con la vida


Hoy he salido del instituto saturado tras seis horas con adolescentes. Nadie puede imaginar lo que es esto, teniendo en cuenta que me gustan esta pandilla de locos con acné, hinchados de hormonas en plena edad del pavo. Nadie puede imaginar lo que es torear tantos estados de ánimo alterados, en estado de ebullición, con conciencia plena de que cada uno de ellos es  lo más importante del mundo. Las cosas no salen muchas veces como el profesor ha previsto. Todo está abierto a la entropía y al desastre. O a la broma colectiva. Esa es otra constante, todo está siempre a punto de saltar por los aires mediante carcajadas contagiosas.

"Cada hora que añadimos al horario están más alterados. Son seis horas de atención a materias abstrusas e incomprensibles. Tienen ganas de moverse, de hablar, de evadirse de la clase, de levantarse, de mirar por la ventana, de reír ..."
 
Yo me pregunto –solo es una pregunta capciosa- si es lógico crear centros de confinamiento de adolescentes, cerrados con verjas, donde han de estar largos periodos cada día atendiendo a materias dispares en las que cree cada profesor que es lo más importante del mundo lo que explica. ¿Es posible que sea beneficioso a nivel mental este estado de tensión irresoluble entre su naturaleza inquieta y la inmovilidad a que los obligamos, sentados, copiando fórmulas, dictados, teorías, ejercicios sin final cuyo valor ellos desconocen y nosotros también? 

"¿Es sana intelectualmente esta organización de la enseñanza académica que no tiene nada que ver con la vida?"

La instrucción obligatoria sin duda es una conquista de las sociedades. Pero, llegados a un extremo, esta obligatoriedad que pretende que cada alumnito sea un pequeño licenciado Vidriera en cada una de las materias, ¿no es un absurdo?

La organización de los centros de enseñanza es coercitiva. Recintos casi militarizados de los que no se puede salir. Y en los que han de estar un montón de horas encerrados, sin movilidad. No es extraño que cuando suena el timbre de cada clase, estalle la emoción contenida y se disparen la conflictividad, los gritos, los saltos y peleas, las discusiones, las bromas en voz altísima, el desorden. Y ya no digamos cuando suena el timbre de final de jornada. ¿Se imaginan la desbandada que hay en las aulas? Pugnan por salir como cohetes los alumnos pero también los profesores que también se ven encerrados en ese sistema alucinantemente ilógico. Las escaleras se convierten en calderas de presión que se ven desalojadas con una potencia irrefrenable: ¡Libertad! ¡La calle! ¡Podemos irnos a casa!

No nos engañemos, yo vivo de esta falacia. Soy profesor y he de suponer que es bueno este sistema de escolarización. Todo es cuestión de aguantar y esperar la hora de salida. Pero ¿no podríamos idear aunque solo fuera intelectualmente un sistema más flexible, libre y concorde a su naturaleza de jóvenes guerreros?

Llevo un trimestre dando clase. Tengo la impresión de que con el sistema de Flipped Classroom he logrado comprimir toda la materia del curso. ¿Es necesaria mucha más información académica de la que he dado en estos tres meses realmente intensos? 

"¿No podriamos teorizar un mundo educativo lleno de actividades en que el movimiento fuera fundamental: teatro, música, dibujo y pintura, danza, deporte, excursiones por la naturaleza científicas, fotográficas, exploratorias...? "

Claro que tendría que haber información sobre el uso de la lengua especialmente, matemáticas a nivel básico, idiomas conversando con muchachos de otros países, biología, historia ... Pero de un modo en que la información fuera útil, no pretendiendo crear especialistas y futuros licenciados.

El resultado de nuestro sistema es de una productividad realmente baja. No retienen ni un cinco por ciento de la información que les damos y lo echo por lo alto. No aprenden idiomas, la mayor parte de lo que se enseña es inútil. Yo para nada he necesitado toda la formación matemática que recibí a lo largo de mi escolarización. Para nada.

Se me dirá que estoy redescubriendo Summerhill: una enseñanza no coercitiva, sin calificaciones, en la naturaleza, consciente de las emociones y la sexualidad, con libertad de asistencia, centrada en la felicidad y en la creencia de que el hombre es bueno por naturaleza. Puede ser. No sé.

Lo que sé es que este modelo no es sano y no es efectivo. Solo produce un infinito hastío y agotamiento a muchachos y profesores que solo ansían salir corriendo de ese lugar en que se hayan encerrados siete horas al día en actividades la mayor parte absurdas, contrariando los instintos y emociones fundamentales.


Y a esto hay que añadir las tareas para casa que ocupan, si se toman en serio, un tiempo muy importante que prolonga la jornada escolar.

Sin duda, esta escuela está ideada para una sociedad que reproduce los esquemas de poder y para una organización industrial del conocimiento. 

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