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viernes, 9 de octubre de 2015

La pedagogía es arte



La llegada del fin de jornada del viernes para un profesor es un momento de repliegue de velas. En su mente resuenan las clases de la mañana y la semana y no es difícil hacer una especie de evaluación emocional por el estado de ánimo que le domina. En la última clase ha cometido un error serio. La planificación y la estrategia de cada clase son esenciales para que funcionen fluidamente. Una conversación familiar ayer sobre el nivel de un ejercicio ha confundido al profesor y ha sobrestimado el de sus alumnos, mayoría de marroquíes, cuyo dominio de la lengua es escaso. Eso ha dilatado el ejercicio y lo ha hecho pesado y cansado. 

Una clase debe ser variada, dinámica, con cambios de ritmo. Las otras clases de tercero de ESO han tenido una buena dosis de emoción. Los alumnos ven en casa los vídeos que ha grabado el profesor, hacen un resumen y contestan a las preguntas insertas en el vídeo. Así, el profesor puede ver antes de entrar en clase quién ha hecho los deberes y quién no. Una aplicación educativa lo permite (Educanon). El nivel de cumplimiento de las tareas es de un 95 por ciento. Solo un alumno, máximo dos, no cumplen con lo estipulado que es ver el vídeo y contestar las preguntas.

La clase comienza. El profesor escribe en la pizarra las tareas para los próximos días, todo cuidadosamente planificado. Y luego comienza una sesión de Kahoot que los alumnos esperan con entusiasmo. Imaginaos a 27 adolescentes con sus ordenadores o sus móviles esperando conectarse con el código que genera Kahoot, acompañado de la música que ya induce la tensión. Son 22 preguntas las que ha diseñado el profesor y que aparecen en la pizarra una detrás de otra. Los chavales han de contestar desde sus dispositivos móviles a una de las cuatro opciones. Dependiendo de la corrección de la respuesta y la velocidad de reacción se crea una lista en que aparecen clasificados. Hay veinte segundos para contestar, pero en diez ya han contestado todos. Son preguntas hoy tipo test sobre el Mester de juglaría, el tema que han visto en casa en el vídeo. La tensión y la emoción es máxima. La lucha entre las chicas es muy apretada. Va variando la clasificación, hasta que llega la pregunta final. Esto dura unos veinte minutos. El resto de la clase es para trabajar sobre mapas mentales. Hoy toca sobre la Lírica tradicional medieval. Han de crear y elaborar en Mindomo un mapa mental sobre el concepto de Lírica tradicional, su historia, sus géneros, las celebraciones en que se daba. Los más aventajados añaden poemillas el mapa mental. La realización de mapas mentales es muy reveladora. Expresa su comprensión del tema pero también su interpretación de las relaciones entre conceptos, las ramas y las subramas que se derivan de los nodos principales. Pueden poner dibujos y fotos, vídeos, cambiar los colores, distribuir gráficamente el mapa mental. No es fácil. Realizar un  mapa mental requiere de orden y capacidad de reconocer las jerarquías de conceptos así como percepción del espacio, claridad visual y compositiva. Y no debe faltar el buen gusto. Como profesor puedo entrar en sus mapas mentales y ver el resultado pero también asistir al proceso de creación en parejas. Hay una función en que puedo ver cómo está hecho el mapa de ideas y las secuencias que lo han conformado.

No tienen apenas papel. Todo lo que hacemos es vía tecnología. Exceptuamos los ejercicios de resumen que hacen cada semana. Han de resumir un texto de cien líneas a diez. Las clases son dinámicas y son de trabajo. El profesor va de grupo en grupo intentándoles orientar. No explica a todo el grupo. Esto ya se da en los vídeos que ven en casa.

Mi teoría es la del aprendizaje en espiral. Llevamos apenas un mes de clases y nos hemos sumergido en la Edad Media y los géneros literarios medievales. Además, a través de otras aplicaciones como Nearpod nos hemos adentrado en la sociedad medieval en todos sus aspectos. No hay apuntes. No hay copia, esa que tan cara les resulta a los profesores. Todo es esencial. Utilizamos la tecnología inteligentemente. La próxima semana les haré un examen de cultura medieval exhaustivo para el que no habrá que estudiar. Quiero ver lo que recuerdan después de esta inmersión a través del juego, la tecnología y los vídeos en casa. No me interesa que estudien. Quiero observar lo que retienen en su cabeza a través de todas las actividades que hemos hecho, unido a la generación de mapas mentales que están llevando a cabo.

Es una intuición, pero espero que su nivel de memorización va a ser muy superior respecto a cualquier otro sistema de trabajo. Hemos utilizado las emociones para aprender. Las emociones y el subrayado de conocimientos sobre los que hemos vuelto desde varias aplicaciones simultáneamente. Una espiral cognitiva. Es otro modo de aprender.

Los veo motivados. Se sienten orgullosos de cumplir las tareas en casa donde ven al profesor hablándoles en la intimidad del hogar. Han de concentrarse intensamente en los vídeos en los que el profesor les hace preguntas sobre lo visto. Han de estar con los cinco sentidos. Ayer había cometido un error en la respuesta de una pregunta sobre el Poema de Mío Cid y rápidamente recibí mensajes sobre el error con un lenguaje sumamente técnico. La mayoría se habían dado cuenta.

Coste humano de esto. Que el profesor ha de ser profesor veinte horas al día al estar permanentemente conectado a las aplicaciones que conforman el sistema tecnológico. El profesor sabe que ha de establecer lazos con sus alumnos. Saber perfectamente quiénes son, cuáles son sus problemas, estimularles, felicitarles, animarles, reconocer sus esfuerzos, sonreírles, darles un apretón en el brazo, dedicarles tiempo, conocer el sistema tecnológico muy complejo para poder resolver cualquier problema que surja. Dominar un montón de aplicaciones educativas, que son prodigiosas, para estimular su trabajo, su comprensión y su avance cognitivo.

Sinceramente, creo que van a aprender mucho más y lo hacen contentos con un grado de implicación y complicidad muy superior a cualquier otra vía. El profesor se desgasta, pero entiende que esto no es ser profesor. Es un arte creativo. La pedagogía es creación intelectual. Como lo puede ser la pintura, la fotografía, el cine, la escritura... En la pedagogía se conjugan todos los niveles de creatividad humana. El profesor así se convierte no en un personaje polivalente a disgusto sino que es un artista. Un artista que goza con la creación y contagia a sus alumnos para participar en una obra colectiva apasionante.


martes, 6 de octubre de 2015

Por qué soy incoherente


El otro día un bloguero amigo hacía referencia veladamente a mi incoherencia pedagógica tras seguirme a lo largo de varios años. Y quedaba sorprendido por mi ejercicio de saltimbanqui este verano en que parece que se me ha aparecido la luz tras la lectura de algunas obras educativas. De tal modo me he convertido en partidario de la innovación pedagógica, esa que viene con siglas extrañas desde el otro lado del océano pero que, a su juicio, consiste en un lenguaje grandilocuente de radical novedad pero que está vacío de todo real contenido innovador pues expresa lo que se ha hecho siempre.

Reconozco mi incoherencia. Yo defendí las tesis de Ricardo Moreno Castillo y su Panfleto Antipedagógico. Apoyaba yo la escuela del esfuerzo frente a una escuela lúdica e inconsistente. Entre mis setecientos setenta posts hay ejemplos de esta convicción contra la escuela del constructivismo y del aprender a aprender.

Soy una persona poliédrica. El hecho de que me enroque en una posición no quiere decir que no esté evaluando constantemente enfoques contrarios o alternativos que rechazo. Mis reflexiones han ido jalonando este blog con flagrantes contradicciones. Quiero pensar que son las propias de un profesor que contrasta sus ideas con la praxis en el aula. ¿De qué modo las ideas de Moreno Castillo me ayudaban a conseguir que mis alumnos aprendieran? Lo intenté. Pero eso me llevaba a estar en un modelo estático y alejado del aula. Y además la constatación crudelísima es que mis alumnos no estudiaban (las características sociales de mi instituto son muy marcadas) y ello era evidente. Yo lo intentaba todo desde ángulos convencionales de enseñanza-aprendizaje. Pero el resultado era magro, escaso. Y además mis alumnos se hacían expertos en el arte de la copia. He escrito sobre ello. ¿Por qué a pesar de todos mis esfuerzos mis alumnos no retenían nada? Me daba cuenta de su escasa atención, de sus dificultades lectoras, de la desatención en el aula. Elucubré mucho sobre ello. Mis compañeros y yo lo achacábamos al medio social, a la falta de hábitos de estudio, a la poca o nula implicación de las familias, a la deficiente culturización, a los medios de comunicación, al estilo de vida, a las leyes educativas... Muchos profesores reclamaban más de lo mismo. Más disciplina, más esfuerzo, más sentido del deber, más conciencia de futuro... Pero nada funcionaba salvo en un pequeño porcentaje que aprovechaba la enseñanza en el sentido tradicional, tal vez un diez por ciento, a lo sumo un 15 por ciento. El resto, un ochenta y cinco por ciento se inhibía, se arrastraba, desconectaba, y algunos lograban pasar, más por la enorme generosidad del sistema que porque ellos hubieran luchado por ello.

¿Por qué pasaba esto? ¿Había que dar más de lo mismo en una fórmula que yo ya preveía condenada al fracaso? La enseñanza era estática, carecía de dinamismo, no aprovechaba las ganas de aprender de un adolescente cuya curiosidad está en el punto de máximo exponente. ¿Por qué los aburríamos? ¿Por qué no les interesaba lo que les contábamos? ¿Por qué todos los profesores solo hablan de esa minoría de alumnos que van bien y desdeñan a los que se autoeliminan o se desentienden?

Detestaba a Ken Robinson al que había visto en algún vídeo que me parecía totalmente fuera de la realidad. Venía a decir que la escuela en que estamos mata la curiosidad y que está pensada para la sociedad industrial pero que no tiene en cuenta el mundo cambiante en que estamos y la realidad de un futuro del que no sabemos nada.

Este verano he visto muchos vídeos de TED sobre educación. Para mi sorpresa me hablaban con más cercanía a mi realidad que las charlas insulsas de mis compañeros de instituto carentes de cualquier tipo de reflexión sobre la realidad que estamos viviendo. No hay nada más vacuo que la conversación con un profesor que sabe perfectamente lo que tiene que hacer porque lo ha hecho siempre. Aquellas charlas me abrieron caminos de pensamiento que estaban dormidos. Leí un libro magnífico de Francisco Mora Teruel titulado Neuroeducación que me ayudó a ver más claro. Los problemas de atención de mis alumnos son comunes a los adolescentes de todo el mundo. Los muchachos solo aprenden algo si esto va ligado a emociones estimulantes, solo aprenden si el aprendizaje va unido a la novedad, hay inteligencias múltiples, la mayor fuente de aprendizaje va unida a la cultura audiovisual, un aula no es un lugar sagrado en que solo pueda haber la voz del profesor. Un aula puede ser un espacio abierto en que se planteen problemas. La materia de un profesor puede convertirse en apasionante. Los alumnos pueden aprender sin darse cuenta, sin apenas estudiar convencionalmente si logramos retenerlos. El juego es el mayor aporte al aprendizaje. Jugando se aprende. Si convertimos el aprendizaje en un juego estimulante podemos llegar mucho más allá que de cualquier otra manera. La tecnología es su lenguaje generacional. El aprendizaje cooperativo es importante. Cooperar aporta mucho al aprendizaje significativo. Y el concepto de aprendizaje significativo se impone. ¿Qué es aprendizaje significativo? Yo lo definiría como un aprendizaje que sirve para la vida, que se puede utilizar para enriquecer la propia experiencia. Y la evidencia de que nuestros alumnos son curiosos, les interesan muchos temas, pero no podemos dárselos como siempre se los hemos dado. Para aprender es necesario un desorden creativo. Un aula no tiene por qué ser un espacio en que haya un silencio absoluto ante un profesor que causa miedo...

Agité todo esto, leí varios libros, seguí viendo vídeos, conversé con alguna profesora innovadora (una rara avis): la inmensa mayor parte de mis compañeros tienen muy claro qué deben hacer y cómo hacerlo lo que no impide que nuestro centro gestione el fracaso más formidable en todos los órdenes, algo que no ha llevado nunca a ninguna reflexión de ningún tipo. Y me dije. ¿Puedo irme de aquí, de esta profesión, sin contrastar con la realidad un enfoque claramente diferente a lo que se está haciendo oficialmente? ¿Por qué no darme el lujo de intentar cuadrar el círculo? Lograr que mis alumnos adquieran un nivel alto y que se diviertan haciéndolo. Y que yo me divierta también. Lograr implicarlos en una dinámica atrayente que sea nueva, que los emocione, que implique a los más proclives al abandono. ¿Por qué no embarcarnos en un proyecto que de entrada me genera una enorme ilusión y que pudiera abrir nuevos caminos? ¿Puedo irme sin probarlo? Es la manzana envenenada del conocimiento que me tienta. ¿Puedo ir más allá de alguna tertulia decadente como Deseducativos, un blog que desapareció en la nada, que se esfumó en el éter sin dejar nada en pie y del que no aprendí nada?

¿Puedo ir más allá de la conversación de mis compañeros de instituto que no genera más que aburrimiento, ganas de jubilarse y decepción?

Tengo una oportunidad y la voy a aprovechar.

Y la incoherencia me importa tanto tanto que me voy a reír de ella a mandíbula batiente. Quiero divertirme, que mis alumnos aprendan a pesar suyo y que esto me suponga un desafío intelectual potente. Porque no es lo mismo. No son refritos de ideas de siempre. Sé distinguir a un docente derrotado y a uno desafiante. Con nervio, con pasión y adentrándose en territorios desconocidos donde las reglas hay que improvisarlas. Esa es la novedad, ese es el desafío. Esa es la vanguardia. Lo que no quiere decir que en la vanguardia renunciemos a la tradición. Se pueden armonizar.


Caña.

sábado, 3 de octubre de 2015

Me gusta ser profesor


La materia de Literatura Española de Modalidad en segundo de Bachillerato con cuatro horas a la semana desaparece el curso que viene por la aplicación de la LOMCE. Este es mi último curso como profesor de literatura en un espacio que permite una cierta holgura y un tiempo para la reflexión. Para mí no es un problema dar una buena clase de literatura. Esta ha sido mi preparación específica durante toda mi carrera como profesor. He sido esencialmente profesor de literatura y tangencialmente de lengua. Me gusta la literatura como lector primero y como profesor después.

Mis clases de literatura a alumnos de dieciocho años son vivas. La hora se hace corta, para mí y para mis alumnos. Ya nada tengo que perder. Es mi último año por dos razones. Primero porque desaparece la materia de literatura –como he dicho- y segundo porque probablemente ya no sea profesor el año que viene. Y lo digo con sentimiento. Porque pienso que es un privilegio tener alumnos de dieciocho años delante de mí y poderles ofrecer algo que no es un producto enlatado sino sangre de mi sangre. Hablemos del tema que hablemos, en este caso del Renacimiento y el Barroco, intento conectar la materia con el tiempo presente, con nuestros conflictos actuales, con nuestra cosmovisión. Y los observo, a ellos y a ellas, adolescentes con ganas de pensar, aprendiendo a pensar, algunos ateos, otros cristianos, otros musulmanes, y las clases se convierten en un taller vivo de pensamiento en estado puro. Me cuesta reorientar el tema para ceñirme a la materia, tal es la pasión que observo que se vive en el aula. Esperan la hora para desahogarse y dar salida a su magma interno. Y yo, como guía del proceso, doy pie estableciendo paralelismos, por ejemplo,  entre el pesimismo del hombre del Barroco y nuestra sociedad presente. Una alumna se preguntaba hoy en clase si estamos viviendo un tiempo pesimista u optimista. Se ha establecido un debate encendido en el que han hablado casi todos. ¿Es mejor ser ignorante y feliz o informado y amargado? Planteaba una de las alumnas. Hemos desgranado las amenazas pendientes sobre la tierra. En general no ven las noticias. Alguno sí. Pero se quejaban del alarmismo de muchas de las mismas que solo sirven para ser carnaza y vender. Hace diez días todos los noticiarios hablaban de los refugiados y ahora ya no dicen nada. Opinaba uno. El ébola se planteó como una amenaza en que todos íbamos a estar contagiados por el virus y luego no pasó nada. Las clases son así. Veo que les gusta pensar y a mí también. No pretendo llevarles a ningún sitio sino tenerles informados de las grandes crisis que penden sobre el planeta. Pero hemos de volver sobre el tema en que estamos y eso nos cuesta. Cada clase les pongo algún vídeo, algún poema para comentar. Hoy hablábamos de la muerte para los hombres del barroco. Ellos tienen que crear una meditatio mortis como expliqué el otro día.

He de reconocer que cada clase es un show.

Soy consciente, a medida que pasan las últimas sesiones de esta materia de que esta riqueza maravillosa que es la juventud en estado puro desaparecerá de mi vida, y lo siento profundamente. Me enriquecen profundamente, aprendo de ellos, y yo absorbo su fuerza y su potencial y se lo devuelvo en forma de reflexión literaria.

Me gusta ser profesor.


Tal vez cree un canal de Youtube para seguir siéndolo.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Quien manipula políticamente a sus alumnos es un sinvergüenza



¿Pueden los profesores hacer interpretaciones políticas de lo que sucede en el país frente a sus alumnos? ¿Pueden interpretar –desde un ángulo legítimo pero partidista- lo que sucede en la realidad política y manipular las mentes de los alumnos de su aula, que se ven inermes ante el poder del profesor? Yo siempre lo he tenido claro y jamás he utilizado mi tribuna para mediatizar en asuntos complejos a mis alumnos. Ni siquiera con la excusa de la reflexión racional.

Sin embargo, la respuesta a esta pregunta que formulo al principio es que sí si se hace desde la óptica del nacionalismo catalán. Entonces profesores de filosofía, de lengua catalana, religión, etc no se recatan en “pensar” frente a sus alumnos haciéndoles participar de su óptica nacionalista e independentista. Todo está legitimado como rebelión frente al estado. Y los niños, incluso bebés, son manipulados en las manifestaciones, no digamos niños, adolescentes, que se visten y asimilan lo que sus mayores les han metido desde que nacieron: que son las víctimas de una nación oprimida y ocupada. Y si van a conciertos de grupos catalanes son de rigor los mítines independentistas y las olas que difunden desde  sus micrófonos: “espanyol, el que no boti”.

Sé que hay manipulación política goebelesiana en la Radio Televisió Pública Catalana, que la hay en todo tipo de asociaciones cívicas (soy socio de un club excursionista de Cornellà que me ha inundado de propaganda política ante la Diada y el momento histórico de Cataluña. Organizaban su propia participación en la manifestación del Once de Septiembre), que la hay en el deporte, que la hay en los conciertos juveniles, en los casales de la tercera edad, en las librerías (en la Cooperativa ABACUS de Cornellà había un están donde se exponían libros sobre el procés catalán, con la única particularidad de que había 29 títulos abiertamente independentistas y uno solo, con un solo ejemplar, crítico con el soberanismo), que la hay también en las aulas del instituto de mi hija. Se trata de transformar la sociedad desde la niñez, la adolescencia, la juventud, la tercera edad, para extirpar todo signo de españolismo. Y para esto todo vale. Todo. Las manipulaciones más groseras y fuera de lugar. El fin justifica los medios.

Sin embargo, el 52 por ciento de la sociedad catalana ha votado en contra de este sesgo manipulador y totalitario. El president de ellos, Artur Mas, hizo la butifarra a los de Podemos, Ciudadanos, el PP y el PSOE. Eso es lo que piensa el nacionalista, convencido de que es el propietario absoluto de su tierra. Y eso es lo que debe pensar el profesor que “piensa” delante de sus alumnos hablándoles de filosofía...



Es curioso que yo no haya intentado mediatizar la opinión de mis hijas en ningún sentido. No las envolví en ninguna bandera a los cinco años, no las llevé a concentraciones ideológicas y políticas, no las vestí de colores patrios. Y nunca he hablado a mis alumnos una palabra de más sobre temas políticos. Me parecería una indignidad y una sinvergonzonería a la cual no tengo derecho en ningún caso. Pero tal vez sea porque yo no soy un patriota, ni me gusten las manifestaciones, ni las vestimentas bananeras, ni participo de los fervores políticos de ningún club de fútbol.

Pero hay quienes sí que se adjudican ese derecho: la patria, la Razón, la filosofía, les dan soporte ideológico.


No obstante, pienso que quien manipule a sus alumnos políticamente es un sinvergüenza.

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