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jueves, 14 de marzo de 2013

Jorge Mario Bergoglio



No soy creyente. La iglesia de Roma tiene un interés antropológico para mí más que religioso. Entiendo que si Jesús de Nazareth volviera, que no volverá, no se encontraría representado en esa cofradía de cardenales ataviados lujosamente que se reúnen en un cónclave para elegir papa en la línea de sucesión de Pedro. Hoy contemplaba el rostro de los cardenales en un balcón de la basílica de San Pedro a la vez que el nuevo papa dirigía unas palabras a la multitud. Sus rostros no me ofrecían una imagen de espiritualidad y sí más bien de frustración ante el nuevo destino de uno de ellos que a los setenta y seis años iba a encarnar la tarea más difícil de su vida. Hay mucho de ambición, tal vez de sacrificio. No sé. La iglesia del cristianismo no me dice nada, pero entiendo que en el rostro de Jorge Mario Bergoglio hay algo singular, la aceptación de un desafío. La iglesia no me dice nada, pero tampoco me dicen nada los centros comerciales, los estadios de fútbol o la política de mi país, ni la mayoría de las opiniones sesgadas que se emiten gratuitamente en los medios digitales. Podría decir que no creo en nada y solo algunas experiencias personales me estimulan. Los seres humanos somos de barro y creo que no hay ninguno que no tenga algo o muchas cosas de qué arrepentirse. Yo tengo un montón. Si volviera a nacer creo que actuaría de modo diferente en muchos aspectos de mi vida y de mi pasado, pero me confundieron la vida, mis pensamientos, mis limitaciones, mis inexactitudes. No sé, empero, quién es el hombre perfecto. El mismo Gandhi era cuestionable en muchos aspectos de su vida privada y en algún sentido se me hizo repulsivo. La madre Teresa de Calcuta es un personaje tan admirable como reprobable por su moralismo y su conservadurismo político y humano.

¿A quién he de seguir? ¿Al último radical que cree saber todo acerca de la vida humana, de los errores humanos... al último izquierdista que tiene un catecismo en que salva a Chávez, a los Castro y al líder de Corea del Norte... al que cree que lo tiene todo claro en su visión sesgada del mundo y de la vida y entiende perfectamente dónde está el bien y dónde está el mal?

Yo no lo tengo claro. Perdónenme, pero he leído mucho acerca de la guerra civil española y no sé dónde estaba la razón. El resultado fue un fracaso colectivo que nos llevó a una dictadura de cuarenta años tras una guerra en que hubo medio millón de muertos. ¿Cómo hubieran actuado los que encendieron la hoguera si supieran el resultado de lo que iba a pasar?

Argentina años setenta: se debatía en una especie de guerra civil entre distintas facciones. Montoneros, movimientos de izquierda radical, partidarios de Isabelita Martínez de Perón, la triple A, el siniestro López Rega. Argentina se desangraba en una pugna inspirada en los movimientos de revolución y contrarrevolución. Muchos fueron culpables de lo que pasó. Y pasó. Un golpe militar que desencadenó una dictadura que fue aplaudida por muchos porque puso orden. Desde España se vio como algo diferente a lo que había pasado en Chile. Lo sé porque yo militaba en la izquierda revolucionaria y se nos decía que Argentina era diferente y no se condenaba a la Junta Militar Argentina como se hacía con Pinochet. Represión, desparecidos, escuela militar de la armada, vuelos de la muerte, ESMA...

Un obispo, Jorge Mario Bergoglio, se ve en medio de aquella tempestad y siente dudas acerca de lo que está pasando. Curas obreros represaliados, movimientos obreros aplastados, desaparecidos, una sociedad convulsa que se debate en medio de contradicciones tremendas, ansia de necesidad de orden y de seguridad ante los atentados continuos anteriores. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? Una sociedad dividida y contracturada. Bergoglio da una de cal y una de arena. Protege a algunos perseguidos y actúa apelando a la denuncia contra otros jesuitas de su diócesis. Es un hombre de su tiempo y no sabe qué es lo que está pasando. Es la historia, difícil, trágica, ambigua, terrible, inexorable. Toma decisiones que lo van a perseguir el resto de su vida. Esencialmente duda. La sociedad está dividida harta de caos. Luego vienen años de represión y de bienestar económico que lleva a que la sociedad argentina olvide los vuelos de la muerte y se dedique a gastar alegremente el cambio artificial del peso argentino y el mundial de fútbol y Maradona y la euforia general por las Malvinas...

Un hombre que participó de aquello, que no tiene su pasado limpio por las dudas fundadas que existen sobre su actitud en aquellos momentos, ha sido elegido papa y la sociedad mundial y argentina se remueven recordando aquellos momentos en que había que haber tomado decisiones esenciales que definen a un ser humano. Pero ¿qué era lo justo en aquellos momentos? Tal vez estar con los que sufrían la represión. Pero es tan complicada la historia y es tan difícil saber dónde y cómo ubicarse. Es tan fácil convertirse en miserable en momentos de confusión. Yo no sabría que tendría que haber hecho. Ahora sí. Ahora sí. Pero entonces no. Bergoglio dudó, y sus dudas nos duelen. Tal vez no debería haber estado donde estuvo. Tal vez eligió su seguridad y su medro personal antes que la justicia. No lo sé. Lo que sé es que su pontificado no podrá olvidar esos momentos iniciales en que pudo elegir y lo que eligió no nos convence. A muchos no nos convence. Entendemos sus dudas, pero no sabemos si ahora será capaz de poder desembarazarse de su pasado, de su ominoso pasado, y actuar como lo que debería ser: un hombre digno. La tiara de San Pedro es capaz de operar increíbles conversiones. Espero que esta sea una de ellas.

¿Quién no tiene algo de qué arrepentirse? 

miércoles, 13 de marzo de 2013

Nueva lectura de Luces de bohemia



¿Se imaginan una obra teatral escrita en un tiempo, en un año concreto, y que tarde unos cincuenta años en ser estrenada en su país? No es una hipótesis, es el caso del esperpento Luces de bohemia escrito por Valle Inclán en 1920 y ampliado en algunas escenas y fragmentos en la edición de 1924, que tardó hasta 1969-1970 en ser estrenada en España por el montaje de José Tamayo. Antes fue representada en París en la temporada de 1963 por el director Jean Vilar en el Theâtre National Populaire.

En su tiempo el público no estaba preparado para este tipo de representación de estructura cinematográfica que se desarrollaba en múltiples escenarios y que acaece en una concentración temporal de unas horas de descenso a los infiernos de Max Estrella y su acompañante vil y mezquino Latino de Hispalis.

Se había dudado de su teatralidad y se la había considerado una suerte de novela dialogada. Son demasiado complejos los problemas escénicos que plantea por la variedad de escenarios interiores y exteriores que se van sucediendo a lo largo de las quince escenas que tiene; por el elevado número de personajes que intervienen (unos 53 a los que se añaden turbas de manifestantes, guardias, perros, gatos y un loro); así como  por la concepción cinematográfica de la acción dramática.

La novedad era tan extraordinaria para su tiempo que fue considerada como una obra anticomercial e inservible para los escenarios, lo que no importó un ardite a Valle Inclán, que no cedió ante el pragmatismo de querer estrenar. La construyó de tal modo como si no le importara la representación en su tiempo al que le faltaban concepciones escenográficas adecuadas y el público preparado para ello. Ignoro si creía que el tiempo y la posteridad le darían la razón y la construyó para un futuro indeterminado cuando el arte escénico estuviera maduro para entenderla y representarla.

Esta es la obra que este año entra para las pruebas de selectividad en Cataluña. La estamos leyendo -intentando dramatizar- por el grupo reducido que somos en clase. El profesor es como  el director de lectura que reparte los personajes y aclara los pasajes de la obra que solo pueden ser entendidos por una contextualización adecuada. Los alumnos, la mayoría latinos y magrebíes y cuatro españoles, entran en un texto que desconocen previamente aunque el profesor les ha dado suficiente información para enmarcarlo en un tiempo y unas coordenadas concretas.

La dramatización es altamente sugerente y revela ese proceso de esperpentización de la realidad que le es propio. Los personajes son una especie de fantoches a los que se cosifica o animaliza, la realidad es vista como degradada en una visión fantasmagórica y vitriólica de la España de 1920, reciente la revolución rusa y la muerte de Galdós al que Valle injustamente califica de Benito el Garbancero. Todo es puesto en cuestión, nada queda en pie, en este último viaje de Max Estrella recorriendo la noche madrileña en un ambiente castizo y caricaturesco, como si se hubiera operado una visión que deformara todo en unos espejos cóncavos. Allí no hay lugar para la tragedia si no es grotesca, España no es un país que pueda ser representado por un género noble como es la tragedia. Todo es demasiado corrupto y degenerado para ser motivo de un espectáculo teatral delicado y noble. España, en la visión de Valle, es una deformación de la civilización europea y su sentido estético y religioso nos asemeja con los pueblos africanos lo que demuestra que Valle tenía una pobre visión de dichos pueblos.

Los motivos que nos llevan a reír en la dramatización son numerosos: las voces de los personajes, la esperpentización de la situaciones, el ambiente achulapado madrileño, la parodia de todos los estamentos sociales y literarios. Sin embargo,  el dolor concentrado que supone esta visión llena de amargura nos sume en el desconcierto y la escena en que Max habla con el preso catalán en la cárcel o la de la mujer que lleva a un bebé muerto por las fuerzas del orden en brazos  revelan que a Valle se le ha caído la máscara y tras el esperpento hay profundo dolor.

Cada día leemos dos escenas. El profesor las va contrapunteando con datos e informaciones que aclaran el sentido del texto, situándolo en su tiempo... y poco a poco va emergiendo una obra de factura perfecta que se considera como el mejor texto teatral desde La vida es sueño de Calderón de la Barca, estrenada en 1635, tres siglos antes, y a la que además Valle le rinde un sutil homenaje en algunas de sus escenas y alusiones.

Nos lo pasamos bien. Una clase cuyo único objetivo es la dramatización de Luces de bohemia es un prodigio y el profesor disfruta enormemente desbrozando el texto y dirigiendo la actuación de los alumnos que se sorprenden con entusiasmo por un texto radicalmente divertido aunque en algunos momentos casi nos haga llorar o nos ponga en el punto en que se nos insinúe una lágrima.

Y es que Luces de bohemia sigue siendo de una contemporaneidad asombrosa. Continúa siendo un texto radicalmente moderno y consigue motivar, como pocos, a los lectores o, mejor aún, a los que tengan esa suerte, a los espectadores del mismo.

Desde luego mis alumnos disfrutan de lo lindo. Y en ocho días de lectura (a dos escenas por día) lograremos darle final con harta pena porque cada vez que me reencuentro con este texto es como si lo contemplara por primera vez. Un artefacto prodigioso. 

sábado, 9 de marzo de 2013

Hugo Chávez y Ortega y Gasset



Estos días intentaba en clases de cuarto de ESO explicar qué fue el Novecentismo como reacción contra la sensibilidad modernista. Y me encontraba con problemas. Tenía que referirme a la idea de arte puro no contaminado por el sentimentalismo, idea que se plantea en libros como La deshumanización del arte de Ortega y Gasset y en la sucesivas vanguardias que van contraponiéndose, en una secuencia que va del cubismo al expresionismo, del futurismo al DADA y luego al surrealismo. No es fácil explicar qué significa arte puro, ni a los muchachos de la ESO ni a los alumnos de bachillerato. La idea del sentimentalismo es esencial en su conformación espiritual. Aman el sentimentalismo y no pueden entender que el arte (lo que ellos entienden como arte) pueda estar alejado de ello. La idea de pureza artística que supone una emoción intelectual es muy difícil de transmitir porque ellos no sienten esa dimensión estética que deriva del parnasianismo y su idea de l'art pour l'art, o lo que es lo mismo que el arte no está supeditado a una intención moral, religiosa o social. El arte es arte considerado solamente en relación a criterios estéticos. Pero esto no es de recibo en un tiempo tan moralista y sentimental como el que vivimos. Entendemos que el arte debe ser políticamente correcto y que debe estar cargado de sentimentalidad, la sentimentalidad del pueblo que ama a Chávez y se estremece con las circunvoluciones de ese culebrón emocional que es Pulseres Vermelles (Pulseras rojas). Y es que es difícil, si no imposible considerar una relación con adolescentes que no sea profundamente moralista y sentimental. Lo piden, lo exigen, no entienden otro tipo de relación más distanciada o intelectual.

Por tanto es muy difícil transmitir que en la historia del arte, hubo un tiempo en que las élites se distanciaron de esa concepción popular de SENTIMIENTO+MORALISMO y crearon la idea de un arte puro que nunca fue entendido por el pueblo, pero marcó poderosamente a los escritores y artistas más destacados de las décadas de los primeros treinta años que provenían del Modernismo.

Y es que no es fácil explicar qué es una emoción intelectual alejada del sentimentalismo. Pero es importante para comprender qué fue el arte vanguardista que consideraba putrefacta cualquier emoción sentimental, y que concebía lo esencial del arte como puro juego (alejado tal vez de la vida) y que exploraba nuevas formas estéticas contempladas con ironía o abiertamente con humor proveniente de un cruce de neuronas que se maravillaba con lo nuevo y lo esencialmente diferente. El arte del pasado estaba muerto, se pensaba, o se utilizaba como elemento renovador como hizo la generación de 1927, capaz de alumbrar una síntesis entre la tradición y la vanguardia.

Pero hoy día no existen ni tradición ni vanguardia. Los profesores no podemos acudir a un pasado que nos sirva de base porque nuestros alumnos no lo tienen, acostumbrados a vivir en un presente tecnológico sin pasado que se inserta en la revolución futurista de Marinetti que rechaza todo saber enclaustrado, bibliotecario y museístico.

De hecho podemos decir que la realidad del presente, al menos la que contemplan estos muchachos de quince y dieciséis años es una mixtura entre futurismo y sentimentalismo. Vivimos un tiempo plagado de sentimientos elementales, pródigamente gregarios, y una consideración de que el pasado carece de cualquier relevancia.

Y entretanto tengo que explicar que hubo un tiempo en que el arte se acercaba a la deshumanización, al alejamiento de los sentimientos, a la pureza, a la ironía... teniendo en cuenta que son consideraciones que están totalmente fuera de sus paradigmas vitales. Tal vez haya que esperar a la década de los treinta del siglo XX cuando la poesía se reorientó hacia lo humano y sentimental como anunciaron Neruda y el proceso de rehumanización de lo poético.

Ser profesor es enfrentarse a las contradicciones de la historia de la literatura y el arte y darse cuenta de que el arte del pasado es visto desde las perspectivas del presente, un tiempo que consagra fundamentalmente todo lo emotivo y lo sentimental como eje de un modo de ver el mundo.

Los sentimientos nos marcan, nos dirigen, nos rodean, nos condicionan... Y uno no entiende toda esta marea chavista sin esa concurrencia sentimental tan añorada por las masas populares que ven siempre esa dialéctica entre razón y sentimiento escorada hacia el segundo término porque es el que domina en su corazón.

No, no es fácil hacer entender el Novecentismo y la generación de 1914 que propugnaban la deshumanización del arte.

Pero hubo un conato de debate en clase de cuarto de ESO sobre ello, y eso me satisfizo y hasta diría que me emocionó, si no fuera porque yo relego mis emociones a un segundo plano más intelectual que primario. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Hugo Chávez ya no está aquí



He seguido unos minutos la retransmisión por televisión del cortejo fúnebre con los restos de Hugo Chávez por Caracas y he visto a una multitud ensombrecida por su fallecimiento y totalmente identificada con su causa: la revolución bolivariana que encarnaba el caudillo Chávez. Eran infinitas las banderas de la patria que poblaban las calles, algunas portadas por humildes venezolanos que lamentaban sinceramente su muerte sintiéndose huérfanos y estremecidos por la muerte injusta de su gran líder, Hugo Chávez, a pesar de que éste rezó publicamente a Dios para que no se lo llevara, pero Dios no concedió este deseo y ahora la revolución bolivariana habrá de seguir sin la luz y la palabra de ese hombre carismático que logró encarnar un país y sentir en su piel y en sus huesos el amor de buena parte de la sociedad.

Y es que Hugo Chávez ya ha entrado en el territorio de los mitos donde será indestructible, como lo fue Evita Duarte de Perón y que llevó a crear el movimiento de los descamisados que se identificaba con el peronismo. Los seguidores de Chávez llevan camisa roja y forman su guardia pretoriana, junto a cuerpos armados y milicias adictas al régimen que defienden militarmente la revolución.

Chávez no era un político al uso. No, Chávez estaba llamado a encarnar misteriosamente la patria de los olvidados, de los subsumidos en la derrota y con su verbo incendiario logró que una gran parte de la sociedad, que lo votó en cuatro elecciones, lo amara hasta el límite. Da igual que Venezuela sea un país que se sostiene solamente por el petróleo que tiene en cantidades extraordinarias, que tiene que importar todo porque no produce nada, que sus calles sean de las más peligrosas del planeta, que su economía acaba de devaluar la moneda y está en situación gravemente comprometida si no fuera por esa fuente de ingresos descomunal que es el petróleo. Da igual que el liderazgo de Chávez fuera esencialmente caótico y basado en la dimensión desmesurada de un caudillo que se sintió como el continuador de la obra de Simon Bolívar, y que sus discursos fueran cantos de autoafirmación personal de un hombre que necesitaba de ese subrayado que lo identificaba con el pueblo y que llevaba siempre ropa que reproducía la bandera bolivariana. Probablemente toda la obra social encarnada por el populismo bolivariano tiene en sí unas dosis ingentes de corrupción que ahora no es el momento de investigar porque el tribunal chavista no lo aceptará. Y es que el citado chavismo tiene una fuerte base de adoración personal que eleva al líder a la categoría mítica de semidiós, y más ahora que ha pasado o cambiado de dimensión para elevarse ya definitivamente sobre los seres humanos.

Todo esto me ha venido a la mente cuando he seguido por unos minutos las escenas de dolor de la gente sencilla de Caracas en la televisión. Y he pensado que los pueblos están necesitados de héroes que los encarnen y con los que sentirse identificados y que les hagan creer que son posibles los mundos puros alejados de la contaminación de la política. Es indiferente que estos héroes también encarnen políticas concretas. Su dimensión es más alta. Y es lo mismo si sus regímenes también son corruptos y desordenados. La gente llora y se estremece sinceramente porque el héroe ha logrado identificarse con su corazón. La realidad es lo de menos. Y a nadie le interesa saber que el día a día sigue siendo difícil, que la pobreza sigue latente, que las calles son peligrosas, que la moneda vale menos... No, lo importante es que los sentimientos del líder se apoderan de los de la gente que lo ve por el ojo de la televisión y escucha sus discursos inacabables, y el líder tiene el derecho de meterse en cada hogar porque se ha hecho un lugar en él.

Chávez ha muerto. Yo observé su trayectoria con profunda antipatía. Sus parámetros populistas me sonrojaban y no podía soportar su identificación con la bandera que reproducía hasta la extenuación. La racional Europa no quiere saber de líderes carismáticos o caudillos. Tenemos mala experiencia de ellos, pero entiendo que las sociedades están hambrientas de ellos y ello supone una fuerte base para el populismo que da el salto de la política concreta a la intemporalidad. En el fondo a la gente le gusta tener un ídolo al que venerar... El peligro que hay detrás de ello es evidente porque detrás de esa veneración se esconden políticas concretas que no pueden ser evaluadas porque el endiosado líder nunca lo permitirá. Ni él ni su círculo pretoriano. Chávez ha muerto efectivamente. La enfermedad ha sido más fuerte que él y todo lo que se pueda decir de él será, como ha dicho Iñaki Gabilondo, extremado. Nadie se queda indiferente ante lo que ha significado Chávez. Para algunos, alguien deplorable que ha hundido a la sociedad venezolana en el irracionalismo, para otros un héroe de la patria que la ha sacado de la sumisión al imperialismo y ha logrado hacer surgir un orgullo patriótico en el corazón  de las gentes de las calles de Venezuela que en buena parte lo idolatran.

En definitiva, para todos, Chávez ha muerto, pero para algunos ahora está en otra dimensión, ya alejado de la miseria vistiendo su eterna camisa roja, amarilla y azul y su rostro aindiado sonríe al pueblo de Venezuela al que marcó el camino hacia el infinito. 

domingo, 3 de marzo de 2013

El reciclado y la antipolítica



Uno de los efectos más corrosivos y peligrosos de esta crisis moral y política es que se ha perdido completamente el pacto de confianza entre los ciudadanos y los administradores de la cosa pública, es decir, los políticos que sirven a intereses de distintos partidos hegemónicos en virtud de nuestros votos secuestrados. Y ello es doblemente preocupante porque los habitantes de un país se sienten humillados y estafados por una clase  política atenta solamente a sus intereses más o menos espurios, a sus privilegios y a sus chanchullos investidos antiguamente por la idea de bien común.

Hoy, sin ir más lejos, he ido a los contenedores de basura reciclable. Son terriblemente incómodos. En el amarillo hay una apertura mínima por la que hay que pasar las grandes bolsas de basura (briks, plásticos, aluminio...) y terminas muchas veces pringado al apretar la bolsa para conseguirla meterla en dicha mínima ranura. Siempre he sido un fundamentalista del reciclado, pero hoy me he dicho que no tenía por qué pasar un mal rato metiendo la basura en tan incómodo lugar, a todas luces mal diseñado, y he tirado toda la basura al contenedor general. Ha sido un pequeño acto de rebelión contra la desidia de la administración en la que no me siento representado ni veo que en ningún caso cuente con nosotros. Me noto olvidado a todos los niveles. Y cuando pienso en los niveles superiores percibo una especie de burla de la clase política atenta solo a sus intereses y a sus prebendas.

Hubo un tiempo en la transición en que sentía un respeto reverencial por los políticos que aparecían en la páginas de la prensa de información general como Cuadernos para el diálogo, Triunfo, Cambio16, entre otras. Se me aparecían investidos de una luz especial que me los hacía respetables y dignos. Treinta años después veo un panorama estragado y quemado para la conciencia ciudadana. La clase política está en el peor de sus niveles y recibe el desprecio generalizado de los ciudadanos. Entiendo el fervor que despierta la antipolítica que ha llevado a los italianos a votar por Beppe Grillo en las últimas elecciones. El problema de su éxito es ahora grave: ¿Qué hacer con ese poder representativo? ¿Con quién pactar? ¿Qué política defender? Porque ahora se trata de hacer política. Hacer antipolítica es divertido. Hoy, arrojando mi bolsa en el contenedor general, he contribuido a la antipolítica y me he sentido aliviado. Cuando salimos a la calle en distintas mareas, rechazamos en bloque a la clase política a la que consideramos en general enfangada y putrefacta, y con buena razón los pensamos responsables de esta crisis y de la corrupción que parece dominar todo el sistema. Al rey, a sus yernos, a los partidos políticos hegemónicos, a los representantes municipales, a los bien pagados representantes en las diputaciones provinciales... Todos se nos representan como una plaga infecta con la que no sabemos bien qué hacer ni cómo librarnos de ella... porque tarde o temprano nos volverán a reclamar a las urnas y sentiremos la misma aversión ante el hecho de votar sin saber adónde orientar nuestro voto, percibiendo que, hagamos lo que hagamos, será utilizado para lo último que nosotros hayamos anhelado y seremos olvidados totalmente hasta que vuelvan a necesitarnos en unas nuevas elecciones en las que tendremos que decidir si no votar (antipolítica), votar en blanco, nulo, o a opciones marginales para intentar hacer algún daño a los partidos que nos tienen secuestrados para luego, en virtud de los resultados, burlarse acremente de los necios de los votantes que van allí a darles su voto. Eso sí, en las elecciones saben bien cómo dramatizar la situación para sacarnos de nuestra rabia y nuestra apatía que nos lleva a desear que se hundan en la miseria. Dramatizan, nos hacen creer que lo que se está jugando es fundamental y que buscan nuestro bien, y nos prometen lo que luego no cumplirán, amparándose éticamente en que lo que se promete no hay que cumplirlo porque el deber está por encima de las promesas, lo que implica que saben -y sabemos-  que cuando nos reclaman nos están mintiendo descaradamente, sin ningún sonrojo, porque ellos son políticos y tienen el estado en su cabeza y nosotros no sabemos nada. Y hemos de entender que la corrupción ha de formar parte de los partidos como cosa natural, y hemos de comprender que los jueces no podrán hacer nada contra ella, y que los ciudadanos ya nos podemos cansar protestando y gritando y haciendo pancartas porque ellos saben, y nosotros también, que no servirán de nada. El estado y sus complicidades están por encima de nosotros. Nosotros solo somos una coartada a la que hay que respetar solo formalmente... cuando se nos pida el voto. Y luego nada.

Cuando pienso en la política se me viene un sabor agrio y vomitivo a la boca... Son tantas las complicidades entre el poder político y las grandes empresas,  es tanta la desfachatez de los que un día están aquí y al día siguiente están allí, es tanta la lasitud contra la corrupción cuando proviene de los nuestros que hasta los partidos de izquierda olvidan latrocinios perpetrados por corruptos conspicuos para sacar sus políticas adelante. Si no, ahí tienen a ERC vetando en el Parlament junto a CIU la investigación sobre el caso Palau en sede parlamentaria. Y ahí tenemos al autor de aquel robo sistemático, Felix Millet,  tranquilamente en su casa, riéndose porque sabe que aquí en Cataluña rige la ley del silencio cuando los que roban se cubren con la senyera. Pero Cataluña no es algo aparte, en todas las comunidades existen complicidades y corrupción ante la que los ciudadanos se saben impotentes no sabiendo qué hacer en manos de formaciones políticas endogámicas que mienten a sabiendas y se protegen cuando salen a la luz los casos de corrupción que les son suyos.

Hoy no he reciclado bien, harto de mi ayuntamiento, de la política, de todo aquello que me dicen que forma parte del bien común... porque sé que es una mentira. Imagino que muchos ciudadanos deben sentir algo parecido y no saben bien qué hacer, qué pensar o cómo comportarse. Yo tampoco, pero estoy harto. 

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