Cada martes de 13.30 a 14.30 tengo una hora de lengua
castellana con un grupo de cuarto de ESO que me lleva a hacer algunas
reflexiones. Todos tienen en torno a 16 años pero se comportan en clase como si
fueran niños de jardín de infancia. Hablan, se quitan cosas unos a otros, se
tiran gomitas, riñen entre ellos, se abuchean cuando alguien dice alguna que no
gusta a los demás, se levantan... Yo me harto de meterles discursos sobre la
madurez necesaria a su nivel. El efecto dura cinco minutos tras yo alzar la voz
y meterles la bronca. Su nivel es mínimo. Hay entre ellos algunos serios y
responsables que están perdidos en un mar de tendencia al juego y a la
irresponsabilidad. Con ellos es imposible cualquier tipo de debate porque no se toman nada en serio y no se respetan unos a otros.
A otras horas están más tratables y se muestran más
receptivos. Yo entiendo que es una hora mala y que la materia impartida no es
la más atractiva del mundo. Hoy hablábamos del Complemento de Régimen Verbal y el Complemento Predicativo. Tenían que hacer una serie de análisis
sobre oraciones sencillas que yo les había propuesto. El clima de la clase era
como el que he explicado arriba. Procuro no enfadarme demasiado porque luego lo
paso mal yo, y entiendo que, en definitiva, estos muchachos se encontrarán el
problema cuando algunos de ellos lleguen a bachillerato y se den cuenta del
tiempo que han perdido jugando y haciendo el tonto.
Supongo que saldrá algún avieso partidario de Ken Robinson a hacerme reflexionar que
el problema es la escuela no adaptada a las necesidades del joven del siglo
XXI, y que no responde efectivamente a lo que ellos precisan o a lo que a ellos
les motivaría. Y desde luego, el Novecentismo,
el análisis de oraciones compuestas, el origen de las palabras, las redacciones
sobre temas variados... no es un paradigma adecuado para estos jóvenes que
necesitarían otro tipo de escuela más dinámica y abierta a sus planteamientos
vitales.
He reflexionado mucho sobre ello y no he llegado a ninguna
conclusión sobre si el problema es que la escuela "tradicional" es la
culpable del desinterés de nuestros alumnos o es que la escuela tradicional ha
perdido su rumbo precisamente por intentar adecuarse a otros paradigmas
revolucionarios y nunca acabados de diseñar, salvo con grupos de alumnos
seleccionados, con padres implicados y un nivel económico y cultural alto.
Hoy les hablaba a mis alumnos de otro cuarto de ESO de
escuelas en que los alumnos debían tratar preceptivamente a sus profesores de
usted (ellos me decían que en este instituto hay profesores a los que no les
gusta que los traten así), que hay que tratar a los profesores con el preceptivo
señor tal o señor cual, y que incluso hay que levantarse cuando entra el
profesor en el aula así como cuando sale. He incluido el tema del
uniforme en la conversación y varios de ellos se mostraban partidarios del
mismo por diversas razones, además de sentir mucho más atractiva una escuela con más autoridad. Esto me ha hecho pensar.
Entiendo que la escuela ha buscado desmitificarse, bajar a
la calle, acercarse a los alumnos y a sus necesidades en un ejercicio de
mimetismo que le ha hecho perder en buena parte su carácter reverencial, y el
profesor se convierte en una especie de pieza festiva en un entramado lúdico y
pedagógico que procura por todos los medios no frustrar ni crear malestar
psicológico a los alumnos cuya salud mental está severamente condicionada por
nuestro trato que no debe de ser en ningún caso autoritario sino inspirado en
la negociación y en la mediación, y que no debemos tampoco torturarles con
materias abstrusas y faltas de adecuación a sus necesidades concretas. Así la
escuela se convierte en un gran espacio de convivencia y de aprendizaje
consensuado en que profesores y alumnos se relacionan horizontalmente perdiendo
los primeros cualquier atisbo de consideración preestablecida y exigida por su
carácter de administradores del conocimiento, máxime en un tiempo en que éste
parece estar democráticamente al alcance de cualquier joven con un golpe de
ratón con la herramienta más prodigiosa jamás inventada que es internet y
google por excelencia.
Lo sorprendente es que estos alumnos se quedan fascinados
por películas como La ola en que se
pone en funcionamiento en la escuela un proyecto autoritario, protofascista, y
pareciera que ellos mismos añoraran un mundo en que hubiera valores fuertes,
instituciones fuertes, uniformidad, orden y disciplina. Y es que, lectores
amigos, nada hay más aburrido que el desorden y la desidia. Pero nos hemos
empeñado en despojar a la institución pedagógica de cualquier carácter mítico y
retirar de los profesores cualquier atisbo de autoridad dotada por el sistema y
los alumnos nos ven como poco más que colegas que vienen a divertirlos unas
horas hablándoles de materias oscuras, y que no entienden para qué les sirven.
Espero que estos muchachos encuentren en la sociedad que les
aguarda un mundo en consonancia con la escuela que han experimentado y que han
disfrutado, y que sea igualmente generosa, no competiva, democrática, irreverente, laxa, tolerante, banal
y leve. Se lo deseo de todo corazón, porque como nos hayamos equivocado... lo
van a tener muy mal.