Trabajo en un barrio de una ciudad periférica. El barrio
tiene decenas de miles de habitantes. Muchos son inmigrantes latinos o
magrebíes. Muchos de los que vivían aquí han terminado yéndose. Eran
inmigrantes del sur de España que han querido distanciarse de su mundo de
acogida en los años cincuenta, sesenta o setenta. Ahora su lugar lo ocupan
mujeres con abayas que llegan hasta
el suelo y con velo. También ecuatorianos, colombianos, dominicanos...
cuyas mujeres se muestran sensuales y
coloristas. Así es mi instituto cuando subo por las escaleras. Multitud de
muchachas con hiyab que bajan o suben
desenfadadas y desinhibidas... y también latinas y latinos que muestran
orgullosamente su diferencia. Todos aprenden a convivir juntos.
También están los españoles, hijos de antiguos inmigrantes
del sur, que han permanecido en el barrio excepcionalmente. Tradicionalmente
eran los que llegaban a bachillerato aunque esta tendencia se esta quebrando.
Hoy se entregaban los premios de Sant Jordi en diversas categorías (poesía y prosa), (catalán,
castellano, francés e inglés). El gimnasio, habilitado como sala de actos,
aparecía lleno de una multitud de muchachos de la ESO. Delante había un tablado
puesto por el ayuntamiento en que había preparadas rosas y diplomas. Los coordinadores han entregado los premios a
las distintas modalidades nombrándolos por los servicios de megafonía. La
mayoría de los ganadores eran muchachas marroquíes, en un número mayor,
considerablemente mayor, que lo que su presencia en el instituto hacía
previsible. El jefe de estudios en un momento me lo ha comentado ante la
avalancha de premios para nombres magrebíes. "Esto es por alguna razón", me ha dicho. Yo he coincidido
con él. Soy profesor esencialmente de alumnos inmigrantes de los que buena
parte son marroquíes, y percibo en ellos, especialmente en las chicas un "hambre" y una formación moral
que no suelo encontrar en los españoles de a pie. Son hijos de la inmigración
más reciente. Vienen de las carencias más marcadas, algunos de sus padres han
llegado aquí en patera y luego han reunificado a la familia, muchos viven en
condiciones precarias en pisos mínimos y tal vez muchos están en el desempleo, dado
el parón que se ha producido en la construcción. Pero hay un espíritu que me
llama poderosamente la atención y que me gusta. Hay ganas de luchar, en general
no está extendida la apatía que invade a las generaciones nuevas españolas y
cuya adolescencia es totalmente disruptiva. Evidentemente no se puede
generalizar. Hay muchachos españoles excelentes y marroquíes poco escolares y
con mal comportamiento. Pero si yo tuviera que escoger el perfil que en mi
instituto marca el pundonor, la constancia, la lucha contra la dificultad y la
tenacidad sería el de una muchacha marroquí. Es como si tuviera motivos para
luchar y creyera en lo que está haciendo, además de ser más cuestionadora de la
realidad que lo que es habitual entre los varones y nativos españoles.
Sin embargo, uno podría pensar que el futuro de estas
muchachas es limitado porque podemos temer que terminen casadas con algún primo
elegido por la familia, y no puedan seguir estudiando, de modo que en poco
tiempo las veré cargadas de hijos en alguna plaza del barrio. No lo sé,
sinceramente no lo sé. Sólo cuento lo que veo: que muchas luchan denodadamente
y con convicción por su futuro, que participan más, que tienen valores morales
más profundos y que se cuestionan las cosas con una intensidad más elevada que
la que es habitual entre los muchachos de aquí. Los debates en que intervienen
suelen ser ricos en aportaciones y en matices, pues añaden su experiencia del
mundo marroquí que es, por un lado, objeto de nostalgia intensa, pero por otro,
sin que ellas lo sepan, es también cuestionado y sobrepasado. Estas muchachas
no serán igual que sus madres. Conocen el valor de la cultura y de la educación
y saben lo que está en juego en su formación. ¿Qué será de ellos y de ellas? No
lo sé, me gustaría seguirles la pista. Cada vez hay más que siguen estudios de
bachillerato pero no es mayoritario. Temo que su vida y sus expectativas queden
truncadas por una realidad familiar impuesta que limite su futuro.
Sin duda son más rebeldes
en el sentido propio de la palabra que lo que es habitual en los nativos.
Entiendo rebelde no como sinónimo de
indisciplinado o contestón. Eso es fácil. La rebeldía auténtica cuestiona, ve
ángulos diferentes, reflexiona, piensa... A veces con estos muchachos siento
sensaciones parecidas a las que sentía hace más de veinte años con los
adolescentes que tenía antes de que la mayoría se rindiera al adocenamiento y a
la comodidad. Sin duda, algo está pasando, y no sé si lo detectan los medidores
sociológicos. Atentos a ello.