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martes, 24 de enero de 2012

Probablemente la esperanza...



Probablemente la esperanza sea la virtud que ha de estar más equilibrada con otras en un profesor. Un profesor sin esperanza navega perdido por los mares de la educación. Un profesor ha de saber ver en esos muchachos desganados y que bostezan o que faltan a primeras horas de la mañana un signo de vitalidad que ha de ser sabiamente encauzado. Un profesor no puede -ni debe- aspirar a recibir de sus alumnos una dosis de confirmación de que está en el buen camino. No, el profesor puede no recibir ninguna señal externa por la que sepa que sus expectativas obtendrán un fruto. Puede que sus alumnos sean en buena parte apáticos, puede que estén inmersos en la montaña rusa de la adolescencia, en los equívocos espejos del narcisismo, de la desolación o del sentimentalismo sin objeto. Puede que todo lo que vea induzca estados de desesperanza, puede que él no pueda sentirse héroe o ni siquiera antihéroe... solo un trabajador esforzado que lucha contra la apatía y la desigualdad social, y que obtiene magros resultados...

Da igual. Lo importante es resistir. Continuar. Acechar.

Esperar. 

sábado, 21 de enero de 2012

Una lógica infantil


                                           Víctor Erice y Abbas Kiarostami
Hace dos días visité el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, lleno de una ingenua nostalgia. El director del mismo, Josep Ramoneda, ha sido sustituido por un nuevo director, Marçal Sintes, en mayor sintonía con el nacionalismo gobernante en Cataluña. La orientación universalista y multifacética del CCCB probablemente se convertirá en un enfoque más localista y nacionalista, en consonancia con los nuevos tiempos.

Disfruto, mientras llega la marea cuatribarrada, de las últimas muestras seleccionadas por la antigua dirección. Una de ellas es Correspondencias fílmicas. En ella se plantean diálogos entre cineastas de culturas distintas a través de cortos que se envían uno al otro. Cada sala recoge la proyección de estos cortos alternados.

Entre todos los posibles, elegí el diálogo entre el director español Víctor Erice (El sur, El espíritu de la colmena, El sol del membrillo...) y el director iraní Abbas Kiarostami (El sabor de las cerezas, El viento nos llevará...)

Víctor Erice planteaba uno de sus cortos dirigido a Kiarostami de un modo muy sugerente. En una escuela extremeña de un pueblo llamado Arroyo de la luz, el maestro les proyectaba a niños de unos diez años una película subtitulada de Kiarostami cuyo argumento conocemos a través de los comentarios posteriores de los niños que la han visto en la clase en penumbra. Imaginaos a un grupo de veinticinco niños totalmente fascinados viendo una película iraní subtitulada. Cuando acaba la proyección, el maestro les va preguntando sus impresiones y se va reconstruyendo el argumento del filme. Parece ser que en una escuela iraní un niño es castigado porque no hace nunca los deberes  del día siguiente. El niño tiene que trabajar en casa, cuidar a sus padres enfermos, trabajar el campo, ir a comprar. De modo que no puede hacer los deberes. El director le advierte que si al día siguiente no los hace, lo expulsará de la escuela. Este es el momento decisivo, porque un compañero suyo decide que aquella tarde le llevará los deberes hechos para que pueda presentarlos a su maestro. Para ello, ha de conseguir salir de casa, sin que sus padres sepan adónde va, e ir a otro pueblo donde vive el niño que necesita los deberes. Realizar el trayecto es complicado y debe correr diferentes vicisitudes y contratiempos. Pero consigue llevarle las tareas a su compañero. Cuando vuelve a casa, su abuelo se ha dado cuenta de la mentira de su nieto, y se expone el niño a un castigo por mentir y desobedecer...

En este momento el maestro de Arroyo de la luz les pregunta a los niños, que levantan la mano insistentemente para contestar, si creen que merece la pena desobedecer a los padres y engañar a los maestros para llevar los deberes a su compañero necesitado, y que si ellos hubieran hecho lo mismo... Todos los que intervienen, niños y niñas, hacen una valoración ética inmediata y afirman que está bien lo que ha hecho el niño que ha llevado los deberes a su compañero, aun desobedeciendo y mintiendo a sus padres, e incluso falseando la realidad en la escuela porque también mienten a sus maestros. Y sostienen que ellos también hubieran hecho lo mismo.

Víctor Erice termina la carta a Kiarostami, mostrando la evidencia de que los niños de culturas distintas (extremeña e iraní) reaccionan del mismo modo ante un problema ético universal porque en la lógica de los niños no existen las fronteras.

He querido traer esto a colación y había pensado contraponerlo a nuestro modo de funcionar como claustros en los centros de enseñanza. Me preguntaba si nosotros como adultos hubiéramos reaccionado con la misma lógica espontánea con que piensan estos niños de diez años. Me pregunto si la lógica infantil es un estadio precedente a la adquisición de una lógica de verdad madura, o si esta lógica adulta se convierte inevitablemente en una versión interesada y parcial de la realidad que se traduce en allá cada uno con sus problemas, que cada uno se las componga como pueda, y a mí que no me líen con los problemas de los demás.

¿Cuántos de nosotros hubiéramos arrostrado un riesgo real por ayudar a un compañero? ¿En qué momento el sentimiento ético de la infancia se convierte en sentido ético individualista?

He pensado en nuestra convivencia profesional, y he percibido tan subterránea división entre compañeros que, aparentemente, desempeñan la misma función (enseñar) que me temo que no son buenos tiempos para la ética colectiva, pero de puertas afuera parecería que todos, como profesores que viéramos el filme de Kiarostami, fomentaríamos entre nuestros alumnos los mismos valores que aquel excelente profesional de Arroyo de la luz: es lícito mentir, desobedecer y hacer trampas para ayudar a un compañero necesitado aunque ello nos acarree un castigo. 

¿Y entonces?

Un excelente, aunque apenas concurrido, diálogo entre directores que he de seguir revisitando. 

martes, 17 de enero de 2012

Los años convulsos de la transición



Yo fui un activista en los duros años de la transición (1973-1979). Militaba en un partido de extrema izquierda lo que me permitió asistir, aunque desde la marginalidad, a un proceso en que debatíamos, desde una óptica presuntamente revolucionaria, sobre todos los acontecimientos que estábamos viviendo. Además de la óptica del partido, tenía mi propia óptica personal que no coincidía en muchas ocasiones con la de mi formación política.

En aquellos años convulsos desde el asesinato de Carrero Blanco a la aprobación de la Constitución de 1977 y la victoria de Suárez en 1979, vivimos los que éramos jóvenes entonces la amalgama de diversos factores: la pervivencia de un aparato del poder que no quería ninguna evolución y era fiel al franquismo (aquí teníamos a sectores muy poderosos del aparato del estado y buena parte del ejército), un sector reformista que de acuerdo con el departamento de estado americano quería una evolución controlada, las fuerzas democráticas que abarcaban desde los democristianos a la izquierda que representaba el PCE que había optado por el llamado compromiso histórico y la reconciliación nacional, de modo que se pedía un sistema democrático convencional a cambio del olvido del pasado en todos los sentidos. Yo militaba extramuros de estas tendencias y pedíamos en nuestras manifestaciones y proclamas la disolución de cuerpos represivos (policía nacional, guardia civil, brigada político social, servicios de inteligencia del ejército) y el castigo para los torturadores y represores de las libertades.

Además estaba la presencia activa y terrible de ETA y el GRAPO, movimientos terroristas que pretendían dinamitar todo asesinando a generales y policías... de modo que parecía que pretendían producir un nuevo alzamiento del ejército y el estallido de una nueva guerra civil.

Los fascistas también colaboraban asesinando a abogados laboralistas, estudiantes, manifestantes...

Yo viví todo esto como militante reflexivo, pretendiendo en mi formación política una revolución maoísta que llevara a un nuevo horizonte justo y luminoso. No obstante, tenía mis serias dudas sobre este horizonte. Había leído lo suficiente acerca del comunismo para advertir que daba lugar a estados represivos de una crueldad estremecedora.

Participé en multitud de acciones y manifestaciones clandestinas, asambleas de universidad, instalé pancartas, corté calles en acciones relámpago, asistí a  misas por los asesinados de Vitoria, los abogados laboralistas de Atocha, promoví paros y huelgas y sobre todo, argumenté, respetando mis convicciones íntimas que ya no creían en aquella perspectiva revolucionaria maximalista que hubiera traído la dictadura del proletariado a aquella España tan frágil de los años setenta.

La transición no fue fácil y en ella todos los que participamos nos dimos cuenta de que se estaba caminando por el filo de la navaja y que todo podía estallar. El ejército era una presencia amenazadora que temíamos. Sabíamos que estaba siendo provocado para que interviniera en una connivencia extraña entre la  extrema derecha y la llamado vanguardia revolucionaria vasca a la que se añadía esa misteriosa secta llamada GRAPO.

¿Por qué cuento todo esto? Porque estos días con motivo de la muerte de Manuel Fraga, han aflorado comentarios en las redes, en la radio, en conversaciones espontáneas que lo señalan como un miembro de la dictadura, un protoasesino que firmó sentencias de muerte... a la vez que se señala la complicidad en aquella trampa histórica que fue la transición del rey y la clase política que se bajó los pantalones para aceptar un sistema corrupto y marcado por la traición a la memoria histórica que estaría condenada al olvido forzado. 

Rememoro aquellos años de turbulencias inimaginables hoy día, y veo con asombro que son muchas veces personas que no los vivieron en directo, porque eran niños o simplemente no habían nacido, los que más extremistas son a la hora de juzgar lo que allí sucedió como si todo hubiera sido blanco y negro, y todo hubiera sido fácil y cómodo. El sesgo que juzga la Constitución, al rey, a los padres de la Constitución, la clase política y el sistema instaurado a partir de aquellos años, como un remedo de democracia se abre camino entre los sectores más jóvenes que quieren pensar la historia en términos maniqueos.

Tal vez en aquel momento se tenía miedo a una nueva guerra civil o atemorizaba una intervención del ejército estilo al que se produjo en Chile con Pinochet. El sistema creado fue un intento de equilibrio entre nuestras expectativas máximas y el principio de realidad que nos fue delimitando nuestro campo de juego. Por supuesto que mi acción sirvió de bien poco, pero no me mantuve al margen. Entiendo que las nuevas generaciones quieran claridades y campos definidos que entonces no teníamos y sentíamos el aliento del miedo en nuestro cogote.

Aquel pacto extraño, que asombró al mundo, de la transición pacífica española hoy es puesto en cuestión y se busca algo cuyo alcance no soy capaz de comprender. Probablemente este sea el periodo más brillante políticamente de nuestra historia, pero se tiende a desmerecerlo y a desacreditarlo. Los que participamos en la transición todos somos personajes que navegamos entre las sombras, igual que Manuel Fraga, cuyas balas volaron por encima de mi cabeza en más de una ocasión. Pero no dejo de mirar con calor y comprensión tanto que hubo que hacer evolucionar en nuestras mentes en pos de un país democrático que aceptara en su seno a las dos Españas y no condujera a nuevas guerras civiles. Sobre todo esto está en la base de la transición, tan vituperada por quienes no la vivieron. 

viernes, 13 de enero de 2012

Peligro interior


                                                            Fotografía de Josep Fàbrega Agea tomada en Lorca
               
Este título lo he tomado de una fotografía de un amigo -Osselin- fotógrafo, docente y bloguero, en su último post. Formaba parte de una imagen de un edificio de Lorca amenazado de ruina por los efectos del terremoto reciente. En la fachada figuraba escrito en letras rojas: Peligro interior. Me ha parecido enormemente sugestivo como título y he deseado construir un post que tuviera como eje este peligro interior que nos acecha desde lo más hondo de nuestra intimidad como docentes.

Profesor en la secundaria es un blog que escenifica una crisis existencial y profesional. El profesor que está detrás busca caminos entre la niebla sin saber con exactitud si lo que está haciendo es lo adecuado, porque no sabe qué es lo adecuado ni qué es lo que  nos demanda la sociedad como profesionales. Si es que la sociedad nos demanda algo de forma clara aparte de entretener a los muchachos que tenemos a nuestro cargo. No sé si se nos pide que los eduquemos fundamentalmente en valores (igualdad, , solidaridad, tolerancia, espíritu democrático y cívico, convivencia con otras culturas, honradez personal...), valores que la propia sociedad no tiene en alta estima, y es como si la escuela fuera un foro ético, un lugar de excepción, cuyo valor sería fundamentalmente moral desde un punto de vista democrático.

¿O debemos prepararlos para la vida donde priman la competencia, la ley del más fuerte, la falta de honradez política y personal, los enchufes, las triquiñuelas, el amiguismo, la corrupción a todos los niveles?

¿Debemos hacerlos competentes en las distintas materias mostrándoles un camino de exigencia y rigor? ¿O debemos hacerles agradable el camino para que no se aburran, no se desmotiven, no deserten del aula? ¿Debemos hacerles placentera esta estancia en el centro escolar para que piensen que el conocimiento es fácil y que está cómodamente a su alcance, hurtándoles que el camino puede ser más árido y difícil que lo que puedan imaginarse?

¿Debemos traer al aula un "nuevo paradigma educativo" en consonancia con la educación del siglo XXI en que la tecnología será esencial y componente nuclear? ¿O debemos utilizar la tecnología como una estrategia más sin olvidar la raíz tradicional de toda formación intelectual, que debe hundir sus raíces en los valores sólidos de siempre?

¿Hemos de ser radicalmente revolucionarios queriendo cambiar la escuela pública como núcleo moral de la sociedad? ¿O esto es una fantasía que nos forjamos en largas noches de éxtasis pedagógico y  lo que debemos hacer es preparar intelectualmente a estos muchachos para que puedan adaptarse a una sociedad fundamentalmente conservadora en su fondo último?

No hay nadie que no se atreva a enjuiciar la figura del profesor, no hay nadie que no sepa exactamente qué hacer y cómo hacerlo. Al profesor se le pide una entrega absoluta, personal y existencial, así que se da por supuesto que no trabaja por dinero sino por satisfacción personal. Y el profesor se obsesiona con su misión salvadora, que está por encima de sus posibilidades, y piensa en cambiar el mundo desde el aula... pero otros le reclaman menos ardor revolucionario y le piden que trabaje once meses al año y que atienda adecuadamente a la infinita diversidad de muchachos que pueblan las aulas...

Unos proclaman en la lengua la enseñanza por competencias y el valor pragmático de la educación, que debe buscar los niveles fundamentalmente comunicativos y expresivos, mientras que otros quieren más análisis sintáctico como ordenador de la mente.

¿Qué debemos hacer? ¿Qué debemos ser? ¿Salvadores, héroes, burócratas, asistentes sociales, técnicos en entretenimiento, profesionales de unas materias, eficaces  en tecnología como nueva corriente casi religiosa, educadores para la vida, núcleo moral de la sociedad?

Pero ¿cómo compaginar nuestra vocación complejísima con la opinión mayoritaria de la sociedad que está descontenta con nosotros a tenor de cien mil comentarios oídos por doquier? Porque el profesor puede tener vocación de héroe pero muchos lo consideran un vividor y un oportunista?

Para ser profesor en estos tiempos hay que tener la autoestima muy alta, y es difícil, sin una dosis de delirio suficiente cuando somos conscientes de lo que somos, de lo que hacen con nosotros, de lo que piensan de nosotros.

Este es el peligro interior, nuestro yo fragmentado (como el de todos tal vez) y una tarea hercúlea por delante que debe contar con todo nuestro entusiasmo y energía para ser ¿qué exactamente? 

martes, 10 de enero de 2012

Platero y yo en el aula convertida en un remanso de poesía.


Durante este trimestre pasado hemos leído Platero y yo en clase. Tenemos catorce ejemplares de una hermosa edición ilustrada en que la obra es sometida a una selección de capítulos bastante oportuna. Cada capítulo es leído en voz alta por un alumno y sobre ello, como son breves, voy haciendo preguntas que indagan en la comprensión lectora y buscan la ampliación de vocabulario. En alguna ocasión también han habido de aprenderse algún fragmento de memoria y recitarlo delante de sus compañeros. El burro Platero se ha convertido en un amigo de la clase, y la belleza poética de su prosa maravillosa nos ha acompañado aunque probablemente no hayan entendido los chicos en su totalidad la textura y riqueza lingüística del texto.

Las andanzas del poeta con su burro en su Moguer natal probablemente sean apócrifas. Seguro que sí. No me imagino a Juan Ramón Jiménez a lomos de un burro, tan tierno y tan duro como Platero. Es todo el relato un conjunto de secuencias poéticas que extraen hálitos de belleza y eternidad de cada situación en que el poeta se queda en un estado de ensoñación y éxtasis vital contemplando el fluir del tiempo, los objetos, la naturaleza, los personajes, las calles, la luna, y la consideración de la muerte como presencia continua en el relato. Es un libro escrito en estado de gracia que puede ser leído con aprovechamiento en diferentes momentos de la vida. Algún lector del blog ha sugerido en alguna ocasión que es un libro que hay que leer a partir de los cincuenta años para entender la densidad estética y vital que supone esta propuesta tan aparentemente ingenua, pero que tiene como trasunto la muerte de las cosas hermosas, la muerte de todo lo que existe tras un tránsito de hermosura vital y su pervivencia espiritual de alguna forma. 

Es un libro hecho de remansos en que el ser percibe la gracia y la belleza, así como el palpitar de una ternura singular expresada por esa relación intensa que mantienen el burro y su amo. El libro está preñado de tensión contenida en que es esencial la capacidad contemplativa del poeta, que mira a través de sus ojos pero también de los seres ingenuos y buenos que pueblan el texto. Este libro solo pudo ser compuesto por una persona buena, que tenía una mirada limpia y profunda, habituada a la soledad de su jardín, a la ensoñación frente a la realidad de lo natural o lo humano. Cuentan que Juan Ramón Jiménez pasó buena parte de su niñez en soledad. Padecía lo que se llamó hiperestesia o lo que es lo mismo que una intensísima percepción, casi hipnóptica, a través de los sentidos. Se quedaba extasiado ante el reflejo del sol en las hojas de los árboles, ante los sonidos de las campanas del pueblo desde la lejanía, en los ladridos lejanos de algún perro, en la melodía de algún piano, en la visión del pozo donde una golondrina tenía su nido o en el agua profunda que reflejaba las estrellas de la noche. También se sentía fascinado por las tumbas de los niños en el cementerio de Moguer.

Platero y yo es un diálogo fructífero del poeta con el burro acerca del mundo en el que el alma del poeta se revela y nos revela fundamentalmente sus tres ejes: conocimiento, belleza y eternidad.

Estos días en que leo a Proust, también de una época semejante, recuerdo lo que decía Luis de Falla a Federico García Lorca en uno de los cármenes de Granada a propósito de los ruidos que empezaban a invadir todo, perjudicando su concentración musical. Este mundo de Juan Ramón Jiménez todavía permitía el silencio y los sonidos naturales: las campanas, los trinos de los pájaros, el sonido del cubo cayendo al pozo, los ladridos de los perros, la voces humanas…

Nuestra civilización avanzada ha conquistado muchas cosas, todas irrenunciables, incluida esta maravillosa comunicación a través de internet, los antibióticos, la televisión, la lavadora, los anticonceptivos, las comunicaciones… Sí, eso es cierto, pero hemos perdido en el trayecto la posibilidad de estar en silencio concentrándonos en los sonidos naturales, la hondura poética, la percepción de la belleza y el ansia de conocimiento, inmersos en una sociedad repleta de objetos y de banalidad.

Me atraen las líneas puras, esenciales, hermosas, de estos fragmentos de vida en que discurre Platero y yo. Y para mi gozo y maravilla, mis alumnos adolescentes, muchos de ellos inmigrantes con un precario conocimiento del idioma, también han experimentado esa cercanía y querencia por lo poético que expresa el libro de Juan Ramón. Les he hablado de otros libros del poeta, incluido Diario de un poeta reciencasado, y han manifestado interés por conocerlo, pero desafortunadamente, no hay una edición escolar, tan bien seleccionada e ilustrada como la de Platero yo. Pero qué maravilla sería poder leer con ellos textos como el de La negra y la rosa, en  que en medio de la fealdad y el ruido del metro de Nueva York, el poeta es capaz de extraer nuevamente la poesía más delicada y esencial.

No lo dudéis, es un hermoso texto de lectura para compartir en el aula. 

sábado, 7 de enero de 2012

Prisioneros de nuestro tiempo



Desde que Amazon ha abierto tienda en España, hay una interesante serie de ebooks gratuitos que se pueden descargar puesto que están libres de derechos de autor. Es un auténtico paraíso en especial en obras del siglo XIX y comienzos del siglo XX. El otro día me bajé legalmente un texto de Proust que me atrajo: La muerte de las catedrales. La edición es un conjunto de textos que tienen como eje la mirada hacia su infancia en torno a los diez años, momento en que se sale del mundo mágico de la niñez. Su infancia en Bretaña, su relación con personajes de la aristocracia, su visión esteticista de un refinamiento extremo, fruto de su capacidad de mirar y de embeberse en cada mínimo detalle de aquel tiempo, de los campanarios, de las flores, de la relación con sus padres, de cada gesto del mundo de Guermantes, son el eje del ensayo, que luego evocará en su obra En busca del tiempo perdido, a lo largo de seis largos tomos que no son sino el producto de su mirada, extraordinariamente sensible, casi enfermiza, hacia el mundo que le rodeó y que recuperó tras haberlo perdido en el olvido a través del elemento de todos conocido, la madalena o el bizcocho mojado en té.

La muerte de las catedrales tiene un núcleo al cual todavía no he llegado en que el autor reivindica la subvención pública a los cultos litúrgicos de las catedrales (Amiens, Chartres, Paris...) como últimos restos de celebraciones teatrales que vienen de la Edad Media. Pero digo que aún no he llegado a esa parte. Me deleito en esa sintaxis larga, prodigiosamente detallada que recupera cada zona de la memoria, de los sueños, de sus visiones de niño o adolescente en que es testigo del valor de las piedras que contienen la historia que ha pasado a lo largo de los siglos. Sus imágenes me cautivan. Voy en el metro con mi iPad sumergido en esos ensayos de principios de siglo, que responden al mundo refinado y aristocrático, rayando lo neurótico, que vivió Marcel Proust. Y lo leo con delectación por el gusto, la capacidad de observación, la lentitud del tempo empleado en la narración, tan alejada de los parámetros actuales. Y advierto que en la misma época que Marcel Proust escribía estos maravillosos ensayos sobre la recuperación de la memoria y se sumergía en visiones soñadas, más poderosas que la realidad misma, el mundo que él representaba, la Europa culta, que vivía -antes de la guerra mundial- en un paraíso que se truncaría en pocos años, en ese mismo tiempo, el novelista polaco Joseph Conrad escribía un libro muy diferente. Me refiero a El corazón de las tinieblas (1899), un relato oscuro y terrible sobre la obra devastadora del hombre blanco en África, en concreto en el Congo administrado por un rey genocida  belga -Leopoldo II- que, en nombre de la civilización que el representaba, asesinó a unos diez millones de africanos, los esclavizó y los mutiló, para obtener ganancias multimillonarias en su propia cuenta personal. La obra de Conrad, unida a otros testimonios de la época mostraron al mundo las atrocidades asesinas de la administración en el Congo.

Europa se sentía superior política, artística, humana histórica y socialmente al resto del mundo al que se miraba, desde Alemania, el Imperio Austrohúngaro, Bélgica, Francia, el Imperio Británico…, con abierto desprecio, con unos ojos altaneros y engreídos. Marcel Proust evidentemente no era directamente responsable de las brutalidades genocidas que tenían lugar en África, pero era un hombre de su tiempo, con una cultura y refinamiento estético maravillosos, que deleita al lector de un siglo después. Refleja un mundo seguro de sí mismo que puede sumergirse en sus ensoñaciones y vivir su esteticismo elegante y delicado. Yo me pregunto si existiría un Marcel Proust en las culturas africanas, si podía existir un niño de ojos tan maravillados ante la realidad que le rodeaba. De sobras sé que la respuesta es que no, al menos en lo que se refiere a la literatura escrita. Pero es que África no contaba con literatura en el sentido que entendemos en la culta Europa. Sus narraciones eran orales, sus fábulas pasaban de generación en generación, sus representaciones de máscaras -que evocaban el mundo de los espíritus- residían en la mirada de la tribu en la que había niños también de diez años con una capacidad de observación tan refinada como la de Marcel Proust, y con una complejidad estética y simbólica a la misma altura de las observaciones del autor del mundo de Guermantes. Aquellos niños que participaban de mundos mágicos de una riqueza que ya hubiera querido experimentar nuestro novelista, vivían en comunión con la naturaleza y el modo espiritual de contemplar el mundo, el mismo que tenía Proust en su creencia en la vida trascendente. Los separaba algo más que un océano o un continente. Los separaba una alucinación de superioridad y prepotencia de un continente que miraba con desprecio como ritos primitivos y atrabiliarios todo lo que era incapaz de entender. El novelista nigeriano Chinua Achebe (atención para todos los que quieran conocer la literatura africana) en su novela mítica Todo se desmorona, refleja esa inmensa riqueza del mundo africano enfrentado a la mirada prepotente y despreciativa de los colonizadores europeos. Allí se ensayó y perpetró uno de los mayores genocidios de la historia, antes del que tuvo lugar en Europa, aunque tiene menos literatura y libros de historia.

Pero Marcel Proust y él como todos los demás, sin ser culpables, miraba sin ver, a pesar de ser uno de los más extraordinarios y sutiles observadores de la historia de la literatura. Era prisionero de su tiempo, igual que nosotros somos prisioneros del nuestro. África también tenía sus catedrales, aunque de otro tipo, y fueron aplastadas y devastadas, con la sonrisa levemente escéptica de seres que se creían superiores y que ni siquiera se dieron cuenta de lo que habían hecho. 

Atención con nuestras miradas. Desconfiemos de ellas. 

miércoles, 4 de enero de 2012

Lugares comunes


                                               Grupo escultórico de Juan Muñoz
Este es el título de una película espléndida de Adolfo Aristaráin de 2001, pero es también la expresión de una frase hecha que se refiere a algo desgastado por el uso, carente de originalidad, fruto de la copia o de la simplificación... Cuando escribo temo regirme por los lugares comunes, y temo encontrarme con ellos cuando leo lo que otros escriben. No es difícil reconocer un lugar común, toda idea que sea digna de esa denominación supone un riesgo, un ponerse ante el abismo del equilibrista que anda por la cuerda floja... Los lugares comunes se ponen a salvo por la aquiescencia popular, son lo que la mayoría demoscópica quiere o piensa. Son populares y tienen enorme audiencia. No hay nada tan poderoso que un lugar común. Están avalados por la necesidad de seguridad que tienen los niveles más profundos de nuestra psique, que ansía conocer dónde se está y estar cómoda allí donde se esté. Nos ofrecen seguridad. Si son compartidos por una amplia mayoría, es casi seguro que no nos equivocamos, y además uno a partir de determinada edad (la adolescencia es proclive ya a esta práctica del no pensamiento, no digamos ya otras edades más avanzadas) no tiene ganas ya de aventuras que nos dejen a la intemperie, que nos expongan al vacío, que nos lleven al riesgo. 

Los lugares comunes son cálidos, son como un sillón de orejas bien mullido, y, si los revestimos de los ornamentos adecuados, parecen originales, fruto de la propia elaboración. Una vez, un bloguero amigo habló sobre nuestra colocación física en los lugares que frecuentamos. Siempre nos solemos sentar en sitios parecidos, nos gusta ver las cosas desde una perspectiva conocida, que no nos suponga riesgo. Nos hemos habituado a ella. Estos son los lugares comunes: nos ofrecen comodidad, calor, seguridad... Fuera de ellos está el riesgo, el frío, el miedo, la intemperie... Nos acogemos a ellos con verdadera vocación. En el mundo de los blogs es evidente esta tendencia. Hay quienes escriben para sentirse cómodos, no por el placer del riesgo, y hay quienes escriben poniéndose en la cuerda floja y es evidente su deseo de bordear los límites. Hay quienes saben que no podrán equivocarse porque lo que dicen es mayoritario, es fruto del consenso social y de los buenos sentimientos, de las ideas preestablecidas, de los espacios compartidos...

Cuando leo aportaciones de mis alumnos en sus composiciones, en los debates, en los foros más íntimos, me doy cuenta de la presencia de los lugares comunes, de la falta de originalidad profunda, de la copia, y también de las aportaciones genuinas que llevan a posiciones arriesgadas. Esto no quiere decir que yo esté de acuerdo con ellas. Mi simpatía por la originalidad no depende de mi conformidad con sus opiniones o ideas, no, mi pasión por la personalidad nítida deviene porque la amo por encima de todas las cosas aunque se revele en las antípodas de mi modo de ver la realidad. La impresión general que tengo es que para tener una posición personal es necesario haberse habituado a la soledad, exenta de toda autocomplacencia, que es necesario haber conocido el dolor en toda su dimensión, la inseguridad, la exposición a la marginalidad, y practicar la disidencia con todos sus peligros.

Una variedad del pensamiento común es el dominado por la prepotencia. Lo vemos en las cadenas televisivas. En ellas se afirma lo más manido con una contundencia que es violenta. Y recibe, en consonancia, adhesiones masivas de la audiencia.

En contrapartida, existe la posiblidad del pensamiento en el filo, cuando se reviste de la apariencia de un lugar común, y poco a poco va revelando su vocación abismática. Es una forma de engañar, pero muchos se quedarán en la apariencia tranquilizadora, y no seguirán el viaje hasta el desierto. Porque salirse de los lugares comunes nos lleva a la soledad, al enajenamiento, al vacío. Y no hay red de seguridad. Se siente miedo.

Sentimos miedo, mucho miedo, cuando nos aventuramos en lo incierto, y nos arriesgamos a proponer una posición en la multiplicidad de senderos del bosque que pueden llevar a la cabaña de la bruja. El bosque es la expresión más compleja de nuestra psique, nos desconcierta, y no hay nadie que no tema perderse en él y más en la noche. Avanzar por el bosque en la noche, nos lleva a cagarnos en los pantalones.

domingo, 1 de enero de 2012

¿Merece la pena f….. en año nuevo?



Escucho en mi Mac Mood Indigo interpretada por Charlie Mingus. Me dejo llevar por esa melodía nostálgica que me lleva a antros del Harlem en que músicos negros atormentan saxos y trompetas en noches de gimlets y muchachas negras que se contonean despertando nuestros deseos más ocultos.

Pienso en los subterráneos que me han acompañado en mi vida como lector de literatura, esa amante esquiva a la que me gusta tratarla como puta, sabiendo que nunca la tendré asegurada como cliente. Me disgustan los ditirambos políticamente correctos en que se nos dice que la literatura es maravillosa, que nos abre mundos, que estimula la imaginación, que nos pone en otras vidas para ser vividas... y los responsables políticos impulsan campañas lectoras para poner los libros al alcance de todos... No, no y no. Leer es un acto irresponsable, subversivo y el poder no puede estimularlo, debería temerlo, pero no lo teme me pregunto por qué. Suena un saxo de Charlie Mingus y me imagino en un bar de mala muerte -recuerdo- leyendo en un verano eterno fuera del tiempo Moby Dick durante horas y horas tomando cafés y cafés... Odio la literatura y pienso que alguien en su sano juicio debería odiarla. Uno no sale igual después de una experiencia total de ser en la lectura. Los libros -los buenos- nos cambian, nos amenazan. He leído muchos libros en bares con el sonido de fondo de las conversaciones, el chocar de los vasos y la música de fondo... y he encontrado en esas tardes pegadizas el placer de follar , imaginar otras historias... No entiendo la literatura sino como el ansia enfermiza de lograr lo que no se posee, de sustituir la vida trivial que nos envuelve por otra vida más alta, más exótica, más compleja... Hay quien ve en mis escritos auténtica pornografía personal. Amo la pornografía en el sentido más intenso del relato: la que implica desnudamiento interior y acciones pedagógicas en que los condones quedan colgando de las lámparas cuando la señora de la limpieza llega y se escandaliza porque ve el semen de la lectura colgando y chorrendo.

Dudo y no sé si mi vida hubiera sido más plena siendo profesor en una universidad de California, o como responsable político del instituto de la mujer en Zaragoza. Mi vida me ha llevado a la irrelevancia, a sentarme -engordando- frente a un MAC y disfrutar escribiendo lo que sé que no escandalizará ni a las viejas. Tal vez escribo para ellas y para jóvenes de veinte años... pero confieso que he vivido. No hay vida que no sea plena en la microfísica del instante. No hay vidas que valgan más que otras. La vida de Ismael en la persecución de la ballena blanca equivale a mi historia sentado en mesas de cafés inmundos con olor a frituras leyendo su historia desoladora. No entiendo el tiempo sino como sustitución energética del ser en su devenir caotico. Escribo y no entiendo lo que escribo pero suena música de jazz de una de mis infinitas reencarnaciones como lector, como trompetista de jazz, como follador en tardes de cerveza junto a cuerpos adolescentes en la lejanía del tiempo, leyendo Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina o El Horla de Guy de Maupassant... Recupero el ritmo, el ser como lector que lleva a mi vida trivial a la más alta reverberación como aventurero, a la vez que suena Haitian Fight Son en mi spotity. No pienso en mi disociación entre mi alma abúlica barojiana y mi ansia aventurera que me llevará a mis setenta años -dentro de dos décadas- a las playas de Thailandia. No, no pienso que la literatura sea un placer fácil y cómodo. Pienso que los libros son una amenaza, que leer Los hermanos Karamazov o Moby Dick no es un ejercicio sencillo. Uno odia a la literatura como una puta y la ama por la misma razón. ¿A quién no le hubiera gustado pagar por lo que lee. ¿Por lo que ama? Probablemente los lectores improbables de estos fragmentos de año nuevo no entiendan nada, pero no hay nada que entender, sólo sensación, experimentación del placer de ser trivial, de ser nada y nadar a la vez contracorriente y estar a la misma altura que Charlie Mingus en un antro del Harlem o de Herman Melville cuando escribía Barleby el escribiente. Y es que la literatura no debería ser difundida y ofrecida como la sesión de patatas fritas que come uno delante de una película americana de adolescentes estúpidos. No, la literatura en largas e impredecibles tardes de verano nos lleva a parajes inexplorados para nosotros mismos. Uno no es más grande por lo que ha hecho en su vida. No hay vidas más valiosas que otras. La vida más vulgar es extraordinaria. Todos nacemos entre lágrimas y caca y morimos del mismo modo. Quevedo y Charlie Mingus en el fondo. Me tiro pedos y eructo, y a la vez encuentro el camino para volver a la literatura, esa oscura amante de tardes de adolescencia con la que follaré inexplicablemente hasta que suene de nuevo Mood Indigo.

Pero no se preocupen los lectores, esto es pornografía sentimental que dedico a mi alter ego María que se obstina en echar azúcar a la realidad cuando lo que yo ansío es tumbarme bocarriba y lanzar denuestos contra el mundo y la realidad y recuperar las sensaciones adolescentes de lector incontaminado por la experiencia de la vida.

No sé si se ha entendido pero me da exactamente igual. Es año nuevo y uno tiene derecho a mentir como le dé la gana. 

domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Merece la pena luchar por ser el número uno?


Bobby Fischer. 

Escucho mientras escribo So what de Miles Davis. Está en su mítico álbum Kind of blue. Pienso en si merece la pena luchar por ser el número uno en algo. He leído hoy el artículo sobre el jugador español de ajedrez Paco Vallejo, campeón mundial juvenil a sus diecinueve años, pero que abandonó el terreno de la competición máxima, contentándose con lugares discretos en el ranking mundial cuando, a juicio de muchos, podría estar entre los primeros ajedrecistas del mundo. Parece que en un viaje internacional encontró un texto taoísta que le cambió el modo de estar en el mundo y le llevó a relativizar la lucha por llegar a la cúspide. No merecía la pena hacerlo. Algunos le arguyeron que cuando uno tiene talento tiene la obligación moral de llegar a lo más alto, de desarrollarlo al máximo. Paco pensó tal vez que el esfuerzo por ser el mejor no es sano. Uno recuerda al jugador Bobby Fischer que en la cima de su carrera la abandonó en cierto sentido tras ganar el campeonato mundial y no volvió nunca a competir, tras haber derrotado a Spassky. Seguí este campeonato en mi juventud con apasionamiento y reproducía todas las partidas entre los dos genios del ajedrez.

¿Hay alguna ingenuidad mayor que intentar demostrar que se es el número uno? Entiendo que haya algunos ofuscados que lo intenten, que logren durante un tiempo serlo, hasta que alguien los desbanca. Siempre hay alguien más rápido, más inteligente, más hábil, más ambicioso que lo que es uno. Siempre hay un pistolero más rápido que el más rápido pistolero del far west. Y te mata aunque sea a traición.  El éxito es un veneno que embriaga, es transitorio y supone siempre el esfuerzo de mantenerlo, de satisfacer las expectativas que otros se ocupan de alimentar sobre ti.

Pero luchar por ser el número uno es inútil, otra cosa es serlo y que se reconozca a posteriori. La competición es un terreno que solo estimula a los espectadores que nutren las expectativas de los contendientes para vivir de ellos, para aprovechar su esfuerzo, hacerlos subir y luego, si se puede, hundirlos en la sima del fracaso, en la decadencia que inevitablemente vendrá. Pero ¿qué droga más poderosa hay en intentar ser el mejor? El taoísmo nos enseña, como le mostró a Paco Vallejo, que el éxito y el fracaso son las caras de una misma moneda, que uno está contenido en el otro, que uno no puede triunfar sin llevar implícita la realidad de fracasar. Fracasamos inevitablemente por mucho que nos esforcemos en triunfar, en perseguir el éxito y que tengamos talento para ello. El fracaso es, no obstante, uno de los alimentos más estimulantes de la vida.

En mi carrera como profesor algún compañero me ha recordado que durante un tiempo fui un número uno, pero luego la realidad me había ido arrumbando en la mediocridad, en el fracaso, en una situación en la que  ni siquiera los alumnos más brillantes veían en mí ningún punto de referencia. Esto me abrumó, pero mirado en perspectiva me ha enseñado mucho.

Es un error pugnar por ser el mejor, por intentar ser un punto de referencia, es mejor la sensación de trabajar con honestidad, con sentido común, con ganas... Sólo los tontos pretenden ser los mejores. Si alguien lo es, no dejará el tiempo de mostrarlo. Me inquieta además el sentimiento de autodestrucción de algunos de estos mejores. Pienso en El Perseguidor de Julio Cortázar, inspirado en la epopeya jazzística de Charlie Parker. Entiendo ese sentimiento de autodestrucción que va asociado a la leyenda de los mejores.

Paco Vallejo, este magnífico jugador de ajedrez, podría estar luchando por pertenecer a la división de honor de este deporte intelectual. Pero leyó a tiempo un texto taoísta que le enseñó el sentido de la moderación en la vida. Sólo los inseguros, sólo los pobres, sólo los que están llenos de miedo, luchan tal vez por ser los mejores para demostrarse algo a sí mismos. El que se siente seguro de sí no lucha por ser el mejor. Es una lucha estéril que solo conduce inevitablemente al fracaso tarde o temprano. Esto incluye la pugna por tener razón, por demostrar que los argumentos de uno son los mejores y que invalidan los del contrario cuando toda pugna demuestra que los dos lados de la polémica cuentan con razones sólidas. A y B son contrarios pero los dos tienen razones de ser.

No merece la pena luchar por tener razón ni por ser el número uno. Es una dependencia enfermiza la que nos lleva a ello. Si alguien pretende tener razón con demasiada insistencia, con demasiada convicción, hay algo que falla. Inevitablemente el que cree tener la verdad, se demuestra que se equivocaba. Y el que lucha por la victoria termina fracasando, solo es cuestión de tiempo. 

jueves, 22 de diciembre de 2011

El sentimiento del vacío



Durante estas fechas navideñas voy a iniciar un ciclo de reflexiones sobre alguna noticia que aparezca en la prensa y que me conmueva especialmente en consonancia con mis estados de ánimo. No voy a hablar de educación salvo que haya alguna crónica que tenga un añadido especial y que llegue a encajar en este apartado de Historias sorprendentes.

Hoy voy a hablar de Fabrice Champion, un trapecista francés extraordinario, formado en el Centro Nacional de las Artes Circenses de Chàlons-en-Champagne. Hacia 1992, acabada su formación, formó un grupo que le llevó a actuar en la calle con un camión a modo de trapecio. Unido a tres trapecistas más formaron el grupo Les Arts Sauts y crearon números que revelaban la más extrema sincronización y un sentimiento de ingravidez prodigioso. Podéis ver el vídeo que abre el post, realizado hacia 2002.

Pues bien, este trapecista formidable tenía que actuar en el Forum de las Culturas barcelonés de 2004. En uno de los ensayos, sufrió un gravísimo accidente chocando con un compañero en el aire, a consecuencia del cual quedó con la médula espinal afectada, de modo que acabó en una silla de ruedas. No se rindió y se sometió a los ejercicios de rehabilitación con una devoción y entrega extraordinarias a pesar de su dureza como los que siguió en Moscú. Se interesó por el budismo. Hay un documental, que estoy intentando localizar, titulado Acrobat de Olivier Meyrou en que se recoge su voluntad de superación y su lucha por no rendirse bajo ningún concepto. En algún momento llegó a escribir que si tuviera que elegir -fijaos- entre volver a andar o alcanzar la confianza en sí mismo, elegiría esto último.

Me ha seducido su figura y me han fascinado sus ejercicios de trapecio y que continuara siendo profesor ahora de jóvenes trapecistas en la escuela de Rossny cerca de París.  La prensa publicaba hoy jueves 22 de diciembre la noticia de su muerte en Perú el pasado 26 de noviembre. Había iniciado un largo viaje con destino a la selva amazónica donde quería participar en un ritual chamánico. Se fue solo. Tras un largo viaje en avión, en helicóptero después y en piragua luego, llegó al escenario de Fitzcarraldo donde quería participar en un curso de medicina amazónica. En esta región tuvo lugar la aventura de Werner Herzog para filmar su mejor película y que recogía la aventura de Fitzcarrald, cauchero peruano por construir un palacio de la ópera en plena selva amazónica. A partir de esto, escribió Herzog su libro La conquista de lo inútil.

Fabrice Champion murió allí tras ingerir unas hierbas durante un ritual chamánico a los treinta y nueve años.

Esta es la noticia que he leído esta mañana y no ha dejado de rondarme durante todo el día. Me parece una historia llena de magia, incluida su muerte que no sé por qué he envidiado. Tiene que ser una gozada poder morir en una ceremonia de autoconocimiento tras un viaje espiritual como el que él inició. Probablemente él no quería morir. Todo ha mostrado su voluntad inquebrantable de superación en la desgracia. Fabrice era alguien fascinado por la ingravidez. En esas décimas o centésimas de segundo en que en el trapecio se soltaba de las barras para dar una contorsión en el aire y volver a agarrarse a las manos de un compañero, le hacían sentir el sortilegio de la inconsistencia de la vida y de volar en medio del vacío. No es fácil curarse de eso. Quien ha vivido aunque sea solo parcialmente una experiencia de ingravidez ya jamás vuelve a ser el mismo. En su silla de ruedas siguió con su viaje luchando día a día por su recuperación que nunca dio por perdida. Su experiencia del budismo que imagino profunda y esclarecedora le hizo contemplar la vida de otra manera y que acentuaba su sensación de vacío en el trapecio. El ser humano es una criatura con una realidad física y una vocación espiritual. Me fascina que dijera que prefería tener confianza en sí mismo más que volver a caminar.

Me hubiera encantado acompañarlo en su viaje chamánico. Pero cada uno tiene su viaje. El mío es mío, solamente mío.

El problema central de la vida es encontrar el lugar. Él lo encontró. Y ya no necesitó volver. 

martes, 20 de diciembre de 2011

Bachillerato en tres años

                                                              Sistema educativo alemán
Uno de los principales problemas del sistema educativo vigente en España proviene del carácter generalista de la ESO orientado a la promoción y obtención de un graduado  en función de las competencias básicas. Ello provoca inevitablemente una conformación de un sistema igualitario que no conlleva un nivel adecuado en conocimientos y plantea una dinámica escasamente exigente, salvo que se tenga la opción de cursarlo en escuelas privadas de alto rendimiento y fuerte selección social.

Nuestra ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) comprende de los 12 a  los 16 años en cuatro cursos. En el cuarto curso se opta por los itinerarios en los que el alumno puede escoger algunas asignaturas para conformarlas según sus opciones futuras (Bachilleratos, Módulos Profesionales, Inserción en el mercado laboral).


El bachillerato dura dos años, pero recoge inevitablemente los ecos de lo que ha sido la ESO de carácter básico y generalista. Nuestros bachilleres se ven forzados en poco tiempo a cambiar su modo de funcionamiento para orientarse a una mayor exigencia, pero no cabe duda de su procedencia en cuanto a conocimientos y hábitos de trabajo.

¿Es corto nuestro bachillerato de dos años? A mi juicio sí. Coincido con la necesidad de ampliarlo un año más para crear un espacio autónomo que conforme un estilo de trabajo y exigencia diferentes de la ESO. Muchos de nuestros alumnos de bachillerato tienen que repetir una o dos veces para obtener el título, y la razón estriba en que están acostumbrados a un bajo nivel de tensión de trabajo, lo que los hace lábiles, incapaces de enfrentarse a un nivel mayor de exigencia.

La propuesta de Mariano Rajoy puede ser positiva, pero siempre que no se amplíe un año más la estancia en el sistema educativo. Ahora la edad media en acabar el bachillerato son 18-19 años. Sería contraproducente prolongarlo un año más. No creo que esa sea la solución que llevaría a encontrarnos a muchachos entrados los veinte años en un instituto. Alguien aviesamente ha insinuado que esa sería la intención real: la de retrasar un año la entrada en el mercado laboral.

Sólo queda reconvertir el cuarto de la ESO y readaptar el sistema educativo. Actualmente como decía ya hay una cierta reorientación en ese curso en torno a los itinerarios. Es ya edad para estar cursando un bachillerato. No olvidemos que en el sistema educativo anterior (el BUP), el bachillerato comenzaba a los catorce años y duraba tres años más el COU. Sería oportuno comenzar el bachillerato a los quince años y que éste se extendiera por tres años, lo que daría lugar a un clima diferente de rendimiento y eficacia, a la vez que se podría plantear dar un nivel crecientemente más exigente.

                                                  Sistema educativo británico
Que esto pone patas arriba el sistema educativo, no me cabe duda, pues el imperativo legal es la escolaridad obligatoria hasta los 16 años. ¿Cómo se articularía? Es perfectamente posible hacerlo según se desprende de los distintos sistemas educativos europeos. Hay distintas fórmulas como la de los liceos profesionales franceses que comienzan a los quince años, en los que sería obligatoria la estancia durante un curso hasta cumplir los 16. Esto serviría tal vez como estímulo para prolongar la educación profesional y hacer ver que es necesaria una especialización técnica antes de entrar en el mercado laboral, más estando como está la situación económica. En Alemania comienza a los 15 también la segunda fase de la escuela secundaria.

Creo que es perfectamente posible esta reorientación del sistema educativo teniendo en cuenta la perversión del modelo que generalizó la LOGSE y que ha llevado a los institutos a ser escuelas de formación básica con un bajo nivel de exigencia lo que lleva a los bachilleratos a ser meras continuaciones del espíritu y ambiente de distensión intelectual. Además esponjar un bachillerato en tres años permitiría poder impartir con mayor eficacia asignaturas que ahora solo tienen una presencia simbólica.

Eso sí, siempre que no se opte por la solución indeseable de prolongar un año más la estancia en el centro educativo para retrasar la entrada en el mercado laboral y la consiguiente reducción del número de desempleados. Solo es cuestión de imaginación y acertar con los planteamientos para resolver el problema central que es cómo articular este comienzo anterior con la estancia obligatoria hasta los 16 años. Es fundamental prestigiar de nuevo el bachillerato que ha caído en un desmerecimiento  impropio a su importancia. 

sábado, 17 de diciembre de 2011

Otra vez emigrantes



Hace cuatro o cinco años, El País publicó un reportaje sobre la realidad de España como país receptor de inmigrantes. La población española se había incrementado en varios millones de habitantes por la llegada masiva de personas de aquí y allá. Norte de África, Latinoamérica, Rumanía, Pakistán entre otros eran los proveedores de nuevos españoles. Hubimos de acostumbrarnos en los últimos doce años a un nuevo paisanaje con todas las contradicciones que suponía, contradicciones y riqueza. Nosotros que habíamos sido un país de emigrantes parecía que el bienestar esta vez era el reclamo para que vinieran muchos otros en busca de unas mejores condiciones de vida.

Sin embargo, todo ha cambiado en tres años y más en este último. La crisis ha invertido totalmente la situación. Ahora son los jóvenes profesionales españoles, con amplia formación académica (carreras, másteres, idiomas), los que están iniciando el camino del extranjero. Este último año son más los que se han ido de España que los que han venido y en buena parte son algunos inmigrantes que vuelven a sus países de origen, pero sobre todo son jóvenes que ven su camino cerrado  por completa que sea su preparación académica.

A nadie le gusta irse. Supongo que para muchos jóvenes de 25-35 años será un plato de difícil digestión el hecho de tener que hacer la maleta, meter las cuatro pertenencias e irse en busca de un país de acogida que permita el desarrollo profesional: Alemania, Reino Unido, Norteamérica, países nórdicos, Latinoamérica, Australia, Oriente... Esto supone una sangría difícil de asimilar. Son los mejor preparados que han recibido una formación universitaria en España y que se van a ejercer en otras latitudes. Es un drama para ellos que se van y un drama para todo el sistema que los había formado... y también para nosotros que nos quedamos.

Me pregunto cuando estoy dando una formación a mis alumnos qué decirles del futuro, del valor de su esfuerzo (en el caso que lo estén haciendo). ¿Qué perspectivas les esperan por mejores que sean sus expedientes? ¿Puedo decirles que los estudios son la vía a una vida laboral? ¿Empezamos a hablar de que quizás tengan que irse a menos que se enfrenten a una situación en que el  paro juvenil es próximo al 50 por ciento, y que solo les quedarán condiciones precarias y sin ninguna perspectiva en el caso de que consigan algún empleo? ¿Puede nuestro país ofrecer expectativas a los jóvenes que están estudiando ahora, en especial a los mejores académicamente hablando?

Las medidas que tomará Rajoy no son difíciles de imaginar. Y tampoco es difícil de imaginar que aumentarán el paro y la precariedad, además de reducir el consumo... La economía está en un punto muerto, sin hálito para generar empleo, y todo parece indicar que va a ir a peor. Es una situación que afecta a una producción extremadamente frágil como la nuestra que creció en el aire por la especulación urbanística.

¿Cómo afectará esto a mis alumnos? Muchos de ellos son hijos de inmigrantes. Algunos de ellos ya están retornando a sus países de origen o buscando otros destinos. El que llegue ahora a España sabe que no hay trabajo para nadie. ¿Cómo debo orientar mi tarea profesional en este marco de falta de perspectivas?

No sé. Lo bueno de trabajar con adolescentes es que ríen, que buscan los motivos para reír, que tienen esperanzas tal vez porque no son muy conscientes de la situación real  por que estamos pasando. O tal vez sí la conocen. Seguro que en sus casas están notando, como lo notamos todos, el impacto de esta crisis que no ha tocado fondo. En algún sentido, prefiero este ambiente que el que vivía hace cinco años cuando los alumnos abandonaban los estudios a los dieciséis años y se iban a la construcción a ganar más que los profesores a los que consideraban unos pardillos, igual que a sus compañeros que seguían estudiando.

Ahora la realidad ha puesto las cosas en su sitio. Estos muchachos están en el paro, pero los que estudiaron también lo están, y muchos están barajando la posibilidad de irse con harta desolación. Dicen que emigrar no es un plato de buen gusto para nadie. Ahora tal vez volvamos a necesitar que los países de acogida sean benévolos con nosotros, con los que habrán de irse nadie sabe por cuánto tiempo. En principio siempre se va uno por un tiempo con la esperanza de volver en cuanto las cosas mejoren, pero es un camino, como bien sabemos por la experiencia pasada, que nadie sabe con certeza qué pasará. Muchos de los que se vayan ahora lo harán por largo tiempo y algunos ya no volverán. Nadie conoce las circunstancias que se generarán en su deriva en búsqueda de una vida mejor que aquí en España no se puede ofrecer. 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Claustrofobia



Para los ajenos al gremio de la tiza (ya pizarra digital con lápiz electrónico), he de aclarar que un claustro es la reunión de todos los profesores del centro presidida por el equipo directivo. Se celebra cada trimestre como final de etapa.

 He aquí la teoría y la descripción medular de estos acontecimientos en que nos reunimos todos los profesores. ¿Qué es un claustro en realidad? Un acontecimiento burocrático que marca la legislación en que no se decide nada y al que se ha de asistir por imperativo legal. Se comienza con la aprobación a mano alzada del acta del claustro anterior (prácticamente nadie se la ha leído y a nadie le importa un ardite). Se contabilizan votos a favor, votos en contra y abstenciones. Suelen ser aprobadas porque si no ¿qué hacer? A continuación se emiten informaciones varias de los distintos miembros del equipo directivo (director, jefe de estudios, secretario). A veces hasta nos proyectan, para deleite nuestro, con un cañón portátil la evolución de las amonestaciones que han tenido lugar durante el trimestre. Poco más que decir. Sigue una retahíla de información de coordinadores que han de ser lo más breves posibles para terminar pronto e irnos a comer. Los claustros se hacen estratégicamente a horas en que el estómago está hambriento y no se tienen ganas de mucha discusión.

Supongo que esta es la idea. Debatir nada. Decidir cero. Claustros meramente informativos, semejantes a consejos de administración de empresas en que se evitan las divagaciones, las reticencias, las opiniones complicadas. El equipo directivo decide y el claustro cumple su terreno legal de asentir y callar. No ha lugar a ningún debate de ningún tipo. Al final en ruegos y preguntas, última parte del claustro, lógicamente no hay ninguna. Esto se considera un éxito. Apagamos y nos vamos a otra cosa. Ya hemos cumplido con el imperativo legal.

¿Qué hemos aprendido? Nada. Hemos evitado ser prolijos. Sabemos que no decidimos nada. Hemos sido operativos, eficientes, concretos, pragmáticos, lógicos, burocráticos, respetuosos con la ley.

Yo ayer me dormía. Debía ser la siesta del carnero. Ante la avalancha de informaciones oficiales y sin lugar a ninguna discusión, yo decidía que aquello era profundamente anticortazariano. Cortázar detestaba a los pragmáticos y amaba todas aquellas cosas que eran superfluas, que eran superfluas o lo parecían,  pero que eran profundamente reveladoras. Ahora un claustro es inane porque todo el mundo, empezando por los equipos directivos, quieren la aquiescencia, la sumisión... y nadie tiene ganas de discutir, de oponerse... Todo ha de ser como un consejo de administración de la Caixa, formalmente democrático pero profundamente vacío.

Y ¿por qué lo digo? En mi trayectoria profesional he asistido a muchos claustros. Hubo un tiempo en que un claustro era algo relevante. En él se discutía sin término obligado sobre todas las cuestiones que atañeran al centro, se divagaba, se filosofaba, se bromeaba, se decidía y se votaba. Muchas de las discusiones tenían como único fundamento el placer de discutir, de plasmar diferentes perspectivas del mundo, de la vida, de la enseñanza, de la sociedad. Sentíamos un intenso placer en creernos importantes y que lo que hablábamos tenía algún sentido, aunque divagáramos, y que tenía efectividad práctica en el hecho mismo de la realización del debate.

En aquellos claustros se hablaba de pedagogía, de sociedad, de política, de racismo... Incluso recuerdo algún claustro que debatimos atemorizados el papel del ejército en la sociedad. No nos importaba que nos convocaran a horas intempestivas ni nos contrariaba la duración de los claustros. Teníamos conciencia de que aquello era importante y asistíamos atentos a la celebración de aquellas ceremonias de la democracia en que el diálogo y el debate era abierto, no coartado, productivo y sobre todo decisorio.

En los tiempos modernos, algo hemos progresado. Redactamos montones de documentos en forma de programaciones, memorias, planes de mejora, etc que nadie se lee o a nadie le importan, pero son importantes en la medida en que cumplen con requisitos oficiales. La educación emula los procedimientos de la empresa privada en la que es inherente la idea de productividad, de eficacia, de pragmatismo, de coeficientes que valoran los estados productivos, índices de éxito, etc.

Tal vez sea necesario, y tal vez aquellos claustros que realizábamos creyéndonos relevantes fueran totalmente improductivos y contrarios a la lógica. Tal vez fueran, en su entraña íntima, una equivocación. Personalmente me sentía interesado en ellos porque podía plasmar algún atisbo de filosofía personal. Ahora irremediablemente me aburro y me entra el sopor antes de la hora de comer. Afortunadamente nadie tiene nada que decir y aquello acaba en un tiempo razonable. El profesorado ha ido aprendiendo a convertirse en un estamento domado y esto es bueno para la sociedad, para la administración, para todos. 

La cuestión es ser pragmáticos y evitar cualquier digresión que altere la digestión al equipo directivo y a la administración. El consejo escolar es todavía más anodino. Pero es lo que hay. Así cumplimos con los trámites legales. Menos mal que nos queda el aula.


lunes, 12 de diciembre de 2011

Buscando la comunicación entre culturas



La mayoría de mis alumnos son musulmanes. Supongo que os habéis dado cuenta por mis continuas referencias a su realidad y a las contradicciones que me supone el encuentro con su cultura y su modo de ver el mundo. Temo hacerme pesado, pero también pienso que es interesante porque esta permanente reflexión sobre un tema medular en la cultura europea contemporánea (el islam europeo), contribuye a iluminar aspectos oscuros o lo que es peor, cubiertos por los estereotipos y los prejuicios.

 No es fácil entender el mundo islámico, sobre todo cuando se hace desde presupuestos muy distantes. Los posts que publico me suponen elementos de introspección importante, que a mí me sirven -no sé si a otros- tanto por lo que yo escribo como por las reflexiones que me hacéis llegar. Lo importante es pensar, y si lo hacemos conjuntamente mejor que mejor.

Dicho esto, quiero hacer alguna detención en una situación que se me ha producido hoy en clase. Les he dicho que les iba a pasar una película muy dura, que no iba a ser fácil. Me han preguntado cuál era. En mi reflexión personal pretendía mostrar una película realizada por un musulmán de componente crítico acerca del fanatismo islámico. He pensado en varias películas con una intención clara pero no sé si honesta. Me han venido a la cabeza filmes como Kandahar de Mohsen Makhmalbaf, ambientado en el Afganistán talibán; he pensado en Osama, filmada en las calles de Kabul y dirigida por Sidgiq Barmak, director afgano y que fue ayudado por Makhmalbaf,  desarrolla una historia real de una niña que se hace pasar por niño para sobrevivir en el dominio talibán, hasta que es descubierta y es terriblemente castigada. He pensado en Buda explotó por vergüenza de la hija de Mohsen Makhmalbaf, Hana. Esta desarrolla la voluntad de una niña de estudiar en una escuela bajo el dominio talibán. Es magnífica como opera prima.

Pero muchas veces me doy cuenta de que voy retrasado. Cuando he dicho en clase que iba a pasar una película iraní, Osama (en realidad es afgana), una alumna seguidora de las noticias de Al Jazeera, ha levantado la mano para decir que las películas iranís son todas sobre los talibanes y que contaban muchas mentiras. En un comentario suyo reciente, ante una imagen de una muchacha afgana a la que su marido le había cortado las orejas y la nariz, opinó que era una cortina de humo para disimular los crímenes de los americanos en Afganistán. Esta muchacha es rapera y además lectora entusiasta de la saga de Stephanie Meyer, Crepúsculo y su posterior serie.

Ante su comentario he pensado hasta qué punto es acertado que yo les pase películas que refuerzan la imagen de un islam intolerante, opresivo, fanático, mutilador, machista... ¿Es así el Islam? No lo sé. Yo sé que mis alumnos musulmanes son muy distintos entre sí. Desde muchachas musulmanas que visten totalmente occidentalizadas y marcadamente sexys, a otras mucho más recatadas que lucen orgullosamente el hiyab pero son seguidoras de la música occidental más radical.

En los países de la primavera árabe han triunfado en las elecciones partidos de obediencia islámica contrariando la visión abierta y democrática que teníamos de la revolución tunecina y de la plaza Tahrir en El Cairo. Una reflexión alternativa sobre ello podría ser que durante muchas décadas estuvimos gobernados en Europa por partidos demócrata-cristianos en Alemania, en Italia, en Irlanda y en muchos otros países. En este país además todavía no se ha resuelto la separación entre lo religioso y lo civil en muchos elementos que todos conocemos y que no voy a detallar.

Pero es fácil, me doy cuenta, acudir a los estereotipos, y no digo que las películas de Makhmalbaf lo sean. Son magníficas. Pero ¿por qué acudir a estas cintas negras y duras cuando se puede ofrecer una imagen mucho más alegre y humana del Islam? Al menos como introducción que incite al diálogo y no al pesar.

Rápidamente, he pensado en películas que me pudieran servir para establecer puentes. He de reconocer que no soy un especialista. No lo soy de nada. Me ha venido a la cabeza la película Halfaouine del director tunecino Ferid Boughedir, que es una gozada. Tiene por resumen lo siguiente: ¿Qué hacer para descubrir como son las mujeres cuando se vive en una sociedad que las obliga a ir tapadas hasta los ojos? Lo relevante es que Boghedir lo resuelve mediante el género cómico, mientras las películas que yo pretendía pasar lo hacen mediante el registro trágico.

Otra cinta en que he pensado es Le the au harem d'Archi Hahmed  dirigida por Mehdi Charef ambientada en París, y que revela la amistad entre un muchacho árabe y otro francés. Es un interesante documento que vi hace muchos años pero que me dejó un buen sabor de boca.

He pensado en un miniciclo de cine árabe o islámico en que se recojan diferentes registros desde la comedia hasta el drama. No es bueno trazar líneas definitivas que reflejen mundos cerrados. También nosotros tenemos extrema derecha ultracristiana pero no debe interpretarse que todos nosotros seamos así.

La idea es crear puentes. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Miguel Montes Neiro, libertad



Cuando supe la historia me llené de aflicción. No podía creer la historia de un hombre que ya lleva treinta y cuatro años en la cárcel sin haber cometido ningún delito de sangre. Este es el caso de Miguel Montes Neiro, un hombre que a sus sesenta años ha pasado la mayor parte de su vida entre rejas por un fallo colosal del sistema que le ha mantenido en prisión preventiva y que ha sancionado sus distintos intentos de fuga con agravamientos de condena desde que fue declarado prófugo en el servicio militar y fue encarcelado.

Miguel Montes Neiro no ha quemado viva a su mujer ni es autor de asesinatos masivos de personas inocentes cuyo autores han salido a la calle tras veinte años de cárcel en medio de reconocimientos sociales que parecían absolverles de sus crímenes. Muchas veces pensamos que la justicia española es laxa, excesivamente benévola, con los peores delincuentes que se ven beneficiados por atenuantes o redenciones de las penas que los ponen, después de crímenes despiadados y sin arrepentirse, en la calle. Es un país en que no existe la pena de cadena perpetua porque se piensa que debe haber siempre un resquicio para la reinserción del delincuente.

No quiero poner ejemplos de la deshonestidad de la justicia española. Probablemente todos los tenemos en la cabeza. Mencionarlos me sume ya en una repugnancia que no quiero mostrar en este post, pero todos hemos sido testigos en los últimos tiempos de las idas y venidas de asesinos confesos de alguna muchacha que murió torturada y en el desamparo y cuyo cuerpo no ha sido encontrado por la vesania e impiedad de sus ejecutores.

Para todos hay piedad o un sistema cuyos resquicios son tan grandes que permiten cualquier incoherencia. Los españoles no tenemos ninguna confianza en el sistema judicial. Sabemos que es condescendiente con los poderosos y lábil con los delitos más atroces. Por eso clama al cielo la situación de este hombre encerrado, enfermo, y sin posibilidad de salir de la cárcel hasta el año dos mil veintitantos y que ha pasado en prisión en régimen de prisión provisional la mayor parte de su vida sin que le hayan computado dichos días para la redención de su pena.

El gobierno socialista acaba de conceder un indulto a un afamado banquero, Alfredo Sáez, para evitarle una mínima sanción de tres meses de arresto por la que no hubiera entrado en prisión pero le hubiera inhabilitado para el desempeño de ser consejero delegado en el banco de Santander. Su delito fue por falsedad y llevó a algunas personas a la cárcel. Alfredo Sáez cobra 10,2 millones de euros al año. Es uno de los banqueros mejor pagados de España.

Miguel Montes Neiro ya  sabemos que no es banquero, ni es Félix Millet, ni probablemente tendrá tanta fortuna como el yerno del rey ante la justicia, pero si alguna vez ha estado justificado un indulto por la desproporción entre el delito y la pena es ahora; creo que no hay duda de que esta sería la última acción digna de un gobierno que entró con el título de socialista.

Firma la petición de indulto de Miguel Montes Neiro Ya somos casi cincuenta mil. Esta es la última opción que tiene este hombre desdichado de pasar algunos años en libertad. 

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