Hace poco más de dos años publiqué un post titulado Lluvia en Macondo. Recomiendo leerlo para entender la dimensión de lo que voy a explicar. En él hablaba de Álex –un alumno de primero de bachillerato- y la profunda crisis que estaba pasando que le llevó durante varios años a vivir un infierno personal en un proceso complejo de readaptación a la realidad.
Vuelvo a ello por una razón. Este fin de semana se celebraba la caminata que va desde mi barrio de la Almeda (en Cornellá de Llobregat) hasta el macizo de Montserrat. Otros años eran 56 kilómetros, pero la vía de éste se había recortado en tres aunque la dificultad era aún mayor si cabe. La travesía es nocturna y por el ritmo que lleva nuestro grupo dura unas catorce horas. Era la octava edición en que participaba. Es una prueba de resistencia física y psicológica de grado medio aunque muy fuerte para un ciudadano común que no sea un atleta.
La mayor dificultad es el ascenso a Montserrat despuntado el día tras haber andado cincuenta kilómetros. Las fuerzas se agotan y uno llega al límite de su resistencia.
Caminaba con mi grupo charlando animadamente al atardecer cuando alguien se puso a mi altura y me saludó. Era Álex, el protagonista del post que he reseñado arriba. Hacía ya bastante tiempo que no lo veía. Lo vi más delgado. La medicación lo había engordado mucho y ahora aparecía esbelto y atlético. Se quitó las gafas oscuras y se unió a nuestra pandilla y el resto de la noche participó de nuestras conversaciones, bromas y desfallecimientos.
Álex está en proceso de recuperación, pero mi impresión fue magnífica en lo relativo a su terreno personal. Está luchando por readaptarse y tiene metas profesionales tras haber descarrilado en el bachillerato, pero lo más interesante es su vocación humanista y solidaria. A sus dieciocho años participa en una ONG de ayuda a un país centroamericano, trabaja también con la cruz Roja, y colabora como voluntario en su ciudad con toda causa justa que lo necesite. Estuvimos hablando durante un buen rato sobre su visión del mundo, sobre la desigualdad, la pobreza, la necesidad de educación para los países subdesarrollados, el calentamiento global, la necesidad de poner límites al crecimiento, la crisis económica, y también hablamos de su proceso evolutivo tras haber estado al borde del abismo. La terapia humanista que está recibiendo está haciéndole verse de otra manera y darse cuenta de que el pasado no tiene por qué condicionar ni el presente ni el futuro. Yo le hice observar que su crisis le había hecho más denso, más profundo, más rico humanamente frente a la frivolidad que se palpa entre los jóvenes de su generación. No había muchos en aquella marcha a Montserrat. Era el grupo de edad menos representado. De hecho había más personas mayores de sesenta años que menores de veinte.
¿Por qué hacer esta marcha demoledora? Yo tenía mis razones y desde luego no eran religiosas. Quizás es un desafío personal que te lleva a prepararte durante el año. Todos los que participamos lo entendemos como una prueba, también intuyo que Álex se lo tomaba así e incluso con una distensión muscular y vendado se puso en camino. Tres jóvenes que iban con él terminaron retirándose a mitad de trayecto, pero él siguió con nosotros charlando, guardando silencio o riéndose a mandíbula batiente con los comentarios archidivertidos de Toni, nuestro compañero más divertido.
La noche fue pasando, atravesamos bosques alumbrados con nuestras linternas, cruzamos urbanizaciones, ascendimos, hicimos descensos vertiginosos por caminos llenos de piedras, subimos tramos durísimos de escaleras y llegamos al último avituallamiento al pie de Montserrat en Collbató. Allí comenzaban dos horas terribles de ascensión hasta el monasterio. Hubo momentos en que lo pasé muy mal al límite de mis fuerzas, Toni sufrió una lipotimia y casi se desmaya, y Álex con su rodilla lesionada tuvo un problema serio con sus abductores que le hizo subir buena parte del ascenso con fortísimos dolores, tanto que tenía que impulsar sus piernas con las manos para poder seguir.
Pero llegamos a eso de las nueve de la mañana y Álex también con una cara –a pesar del dolor- de profunda satisfacción. Lo había conseguido. Esos momentos son únicos. Brindamos con cava fresquito y me comí un bocadillo de salchichón. ¡Qué manjar más exquisito me pareció! Los malos momentos desaparecieron mientras la mañana brillaba con un sol espléndido. Nos dolía todo y olíamos a tigre, pero allí estábamos de nuevo. Y no sería la última vez. ¡Qué hermosa era la vida!
Por ti, Álex.