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domingo, 29 de marzo de 2009

Lorca y el amor oscuro.

Soy un apasionado lorquista y sigo con suma atención lo que se publica acerca de Lorca en el panorama nacional. Recientemente se ha publicado un libro sumamente interesante que viene a completar la visión de Lorca por parte del hispano-irlandés Ian Gibson y que continúa sus espléndidos Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca que leí fascinado cuando se publicó, o Lorca-Dalí, el amor que no pudo ser. El libro se titula Lorca y el mundo gay, y parte de la hipótesis, ya planteada en sus obras anteriores, de que la vida y obra de Lorca no son comprensibles sin tener en cuenta sus circunstancias sexuales, su homosexualidad. A estas alturas parece obvio, pero, sin embargo, durante mucho tiempo se ha orillado, escondido, o rechazado que su homosexualidad fuera un factor clave para entender su obra. En efecto la crítica académica rechazaba este punto de vista como algo que era ajeno a la calidad de su producción artística.

 Curiosamente ahora hace 25 años se publicaban por primera vez, salvo una edición minoritaria de 250 ejemplares, los sonetos del amor oscuro en el suplemento de ABC. Concretamente fue el 17 de marzo de 1984 cuando el Sábado cultural publicó Lorca, sonetos de amor, suprimiendo el adjetivo de oscuro. Fernando Lázaro Carreter hablaba sobre el adjetivo suprimido diciendo que se refería “al ímpetu indomable y a los martirios ciegos del amor, a su poder para encender cuerpos y almas, y abrasarlos como hogueras que se queman y destruyen en su propio ardimiento”. Venía a sugerir  el crítico que la homosexualidad no tenía nada que ver con la calidad de su poesía. Miguel García Posada también había arremetido contra interpretaciones que sostenían que a la hora de valorar la obra de nuestro autor había que tener en cuenta su homosexualidad. García Posada también reflexionaba sobre el adjetivo oscuro y venía a decir que no se refería al amor homosexual (no citado con este nombre por el crítico) sino al amor difícil y torturado, como el de otros grandes de la literatura española.

 La propia familia del poeta no quería saber nada del asunto e impuso que si se publicaban los sonetos habrían de titularse Sonetos de amor no Sonetos del amor oscuro, como así se hizo en el diario conservador ABC.  Francisco García Lorca, hermano del poeta,  publicó su libro Federico y su mundo en el que no había ni una sola referencia a la cuestión, como si ésta fuera vergonzante o dañara la imagen del escritor. Y es que a la altura de mediados de los años ochenta ningún crítico se atrevía a insinuar que Lorca era homosexual. El tema era tabú. Ni siquiera Vicente Aleixandre que conocía al destinatario –claramente masculino- de los sonetos quería hacer hincapié en ello.

Sin embargo, en 1985 se publicó en Londres el libro de Paul Binding titulado Lorca: The Gay Imagination y había llegado el autor a la conclusión de que para entender la obra del poeta granadino era imprescindible tener en cuenta su homosexualidad y la conflictiva relación que tuvo Lorca con la misma. Binding sostenía que fue en Nueva York en 1929 cuando el poeta empezó a aceptar la complejidad de su identidad sexual lo que propicio la grandeza de su obra posterior.

 Una tesis doctoral de Ángel Sahuquillo presentada en la universidad de Estocolmo Federico García Lorca y la cultura de la homosexualidad analizó exhaustivamente los mecanismos que regían la expresión del amor prohibido. Sahuquillo defendía que la naturaleza del amor oscuro no podía expresarse abiertamente, dado el discurso homófobo reinante en la España de su tiempo, y ello tiene dos consecuencias en la poesía y teatro de Lorca: el tratamiento que tienen en su obra el silencio, el secretismo, los sueños, las sombras, la muerte, el suicidio, y por otro lado la realidad de un “código secreto” para expresar los conflictos y los placeres del amor homosexual que llenan su obra poética.

 Durante el año de su centenario -1998- se celebraron múltiples homenajes a su obra, incluida una modesta exposición en el instituto donde yo trabajaba en aquel momento IES Jacint Verdaguer, ya desaparecido. En un acto celebrado en el instituto en aquella primavera de 1998 el poeta catalán Joan Brossa manifestó su enorme admiración hacia el poeta andaluz.

 Sin embargo, por aquel tiempo el ínclito premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, quizás envidioso de la importancia que tuvo el centenario dijo en una declaraciones: “Ojalá dentro de cien años los homenajes a Lorca sean más sólidos, menos anecdóticos y sin el apoyo de los colectivos gay. No estoy en a favor ni en contra de los homosexuales, simplemente me limitó a no tomar por el culo”. Declaraciones que fueron contestadas con suma contundencia por numerosos intelectuales. Terenci Moix le replicó entre otras cosas que su uso de la palabra maricón  para referirse a la homosexualidad, se parece mucho a la concepción que tenían los que acabaron con la vida de Federico García Lorca.

 La homofobia no ha desaparecido ni mucho menos, y siempre que explico en clase la figura de FGL hago referencia a su homosexualidad lo que hace que entre ciertos sectores de los alumnos surjan voces sarcásticas, pero veo con placer que su obra sigue admirando y gustando a los adolescentes sea en forma de teatro o de poesía. Al final se termina respetando esta circunstancia como un elemento de normalidad, lo que debe ser. Espero que el valioso libro de Gibson contribuya a una mayor y mejor comprensión de su obra ya despojada de elementos tabúes. No fue mejor Lorca por ser homosexual, pero su obra no se entiende cabalmente sin esta circunstancia. Que nunca se le oculte ya el adjetivo oscuro a sus poemas. 

miércoles, 25 de marzo de 2009

La edad de la razón

Preparando un trabajo para la escuela con mi hija pequeña, hemos leído un relato muy interesante titulado El bellaco durmiente de Dimas Mas.  A eso de las nueve de la noche teníamos una media hora para dedicarla a la lectura, al comentario y toma de notas. El libro se abre con la archifamosa cita de Bartleby el escribiente, “Preferiría no hacerlo”, esa frase misteriosa que tantas veces hemos soñado decir a alguien para negarnos a realizar algo indeseable.

El libro tiene la estructura de un relato dentro de otro relato. La abuela teje un relato oral, sinuoso y maravilloso, a lo largo de dos noches con sus nietos Elia y Luis. Les cuenta algo que tal vez sucedió a su padre, Lucas, hace mucho tiempo, algo que también el abuelo contó en un libro, un libro del que enigmáticamente también forman parte ellos que están escuchando la narración. Hay dos tiempos, pues: el del relato, esas dos noches, la del sábado y la del domingo en que la abuela les cuenta la historia que le sucedió a su padre, y el tiempo evocado que fue aquella aproximadamente una semana de acontecimientos inolvidables pero de los que no ha querido volver a hablar Lucas que en aquel momento iba a cumplir ocho años.

¿Qué le pasó a Lucas? Pues que una mañana se levantó y no quiso abrir los ojos. Sin explicación ninguna, el protagonista mantiene, con una contumacia sorprendente y sin dar ninguna explicación, la decisión de no abrir los ojos lo que no le impide "ver" de alguna otra manera, como con los ojos de dentro o el mismo corazón.  Va al colegio, pero llaman para decir a sus padres que lo vayan a recoger. De nada valen sus palabras con el niño, ni las amables ni las bruscas. El padre -el abuelo de Elia y Luis- incluso en un momento pierde los papeles y le da una bofetada, lo que ante la reacción de Lucas, provoca una honda desesperación en el abuelo y su llanto dolorido por la noche. No hay nada que hacer, Lucas no quiere abrir los ojos y ni la visita al pediatra, al psicólogo e incluso a un curandero sirven de nada para cambiar su terca decisión que aparentemente no tiene ninguna explicación lógica.

La narradora es la abuela y los receptores son los nietos. En ningún momento aparece otra voz narrativa y la novela es puro diálogo dinámico y gozoso . El lector se deja llevar por la magia del relato intentando saber qué va a pasar, lo que mantiene muy bien la intriga y la tensión de la historia. Todo parece seguir igual hasta que un día sucede algo terrible y angustioso que posteriormente se resolverá felizmente. No voy a desvelar qué es pero sí que una de las claves de la novela, lo que la hace sugerente y sumamente interesante, es la rebelión del muchacho en torno a sus ocho años que en la novela aparece caracterizada como el inicio de la edad de la razón. “Quién puede llegar a conocer las motivaciones de un niño de ocho años, ¡o de una persona de cincuenta!? Cuando se entra, como él lo está haciendo, en la edad de la razón, hay siempre un momento en que todo se vuelve turbio, como el agua a punto de romper a hervir, para que todo, después, se vuelva transparente.” Es un relato iniciático, de los de un umbral a partir del cual nada vuelve a ser igual que antes, pero en este caso no toma, como es habitual, como eje la adolescencia, sino la llamada edad de la razón de la que no suele hablarse en las nuevas teorías psicológicas acerca de la evolución de los niños. La edad de la razón es un tiempo en que el niño empieza a tomar sus decisiones y a sentirse responsable de ellas y ha de franquear dicho umbral mediante quizás un rito de transición.

Pero la pregunta que me hago aquí y que transmito a los lectores es si son conscientes de este umbral del que antes, en mi niñez, se hablaba mucho, sobre todo a partir de la primera comunión como referencia. Era un tiempo nuevo en el que existía ya el concepto de responsabilidad y de toma de decisiones. Ha dejado de hablarse de él, no sé si por considerarlo obsoleto o porque este momento de maduración se ha pospuesto a otras etapas posteriores. ¿Dónde está situada ahora dicha edad de la razón? ¿A qué se debe que se haya orillado este momento importante en la evolución infantil?

He conocido otras culturas, en Indonesia por ejemplo, en que me comentaban que los niños tenían derecho a su paraíso infantil, lo que duraba aproximadamente hasta los siete años, y tras este momento se entraba en un tiempo nuevo marcado por la responsabilidad familiar y social. No sé si ahora con la superprotección que existe hacia los niños se tiende a retrasar esta maduración, a la vez que les impedimos vivir su infancia cargándolos de actividades extraescolares y proyectando sobre ellos nuestra presión de desmedidas expectativas. El caso es que cada vez existe menos un espacio para el misterio y la soledad, que también necesita la infancia, para que el niño se encuentre consigo mismo, con tiempo incluso de aburrirse -ese tiempo que no soportamos y al que continuamente queremos llenar de actividades con contenido.

A veces me pregunto si la infancia está en crisis, y como consecuencia también la maduración que sería necesaria en el momento de empezar a salir de ella. El resultado es niños que no han vivido su infancia con el gozo de la libertad -agobiados por nuestras ganas de ocupar todo su tiempo y la árida vida en las ciudades- y eternos adolescentes que no quieren crecer, acostumbrados en muchas ocasiones a que no se les diga que no porque, esa es otra, queremos darles todo. Tienen demasiadas cosas, y eso también es una enfermedad. El resultado es que soportan mal la frustración y se niegan a crecer con nuestra complicidad inconsciente.

El bellaco durmiente es una buena reflexión sobre la infancia y la maduración, que ha de buscar sus propios lectores, no necesariamente niños. En algunos sentidos la hemos leído como una novela fantástica y una fábula espléndidamente escrita. 

lunes, 23 de marzo de 2009

Lenguaje y silencio

 
Me han remitido este vídeo sobre los incidentes que tuvieron lugar en el centro de Barcelona (en la plaza de Universidad) entre los estudiantes y los mossos de esquadra. La intervención de estos es violenta y contundente pero no brutal. No sé qué pensaréis los que veáis el vídeo. Veo en el mismo a algunos estudiantes mostrando sus libros y gritando que son estudiantes y no delincuentes. Uno de ellos muestra un libro titulado Lenguaje y silencio cuyo autor es Georges Steiner. Pero los mossos no tenían ganas de sutilezas y arremeten contra ellos.

 Hay quien ha acusado a los cabecillas de los estudiantes de haber ocupado durante cuatro meses el edificio del rectorado y llenarlo de porquería, de ser unos vagos que manipulan la voz de la mayoría, de ser un conglomerado de anarquistas e independentistas que sólo buscan armar follón sin ningún interés en dialogar y que en el fondo el rector ha sido un “alma cándida” por haber permitido tantos meses de ocupación.

 Otros vemos una vena romántica en esta rebelión ante el plan de Bolonia que va a venir a transformar la universidad nadie sabe muy bien en qué dirección. Se teme la devaluación de la universidad del conocimiento en dirección de una universidad de la empresa. Nadie lo ha negado con la suficiente contundencia porque nadie sabe cuál es el alcance de la reforma que se va a aplicar. Se cree, se piensa, se opina que no va a tener lugar  esta supeditación de la universidad a los criterios mercantilistas, pero nada es seguro. Algunos afirman que tras la tremenda devaluación de los estudios de bachillerato y secundaria, ahora le toca a la universidad, y que nuevamente habrá universidades de élite y universidades para las masas.

 Se acusa a la juventud de conformismo, de consumismo, de estar sólo esperando para incorporarse a la sociedad del bienestar (vivir de sus padres, tener coche, vivir como pachás), pero en cuanto los estudiantes se rebelan contra lo que se ha decidido a nivel de gobiernos de la UE sin contar con nadie, se les califica de “antisistema”. ¿Alguien ha atendido las dudas y quejas de los estudiantes, excepto decirles que todo estaba ya decidido y que no había vuelta atrás? Ha habido un referéndum –en el que la participación ha sido  baja, cierto- pero en él se ha rechazado por inmensa mayoría el plan de Bolonia. ¿Quieren que participemos en la edificación de la sociedad? Me temo que no, en absoluto. Todo está decidido de antemano y desde arriba. No importaba nada lo que pudieran pensar los estudiantes. Entiendo a veces las posturas críticas  y las batallas campales aunque sean poco estéticas y políticamente incorrectas, porque lo políticamente correcto es votar cada cuatro años e irse a casa a ver la televisión. No hay mayor decepción que contemplar por parte de un joven a la clase política, sus trapicheos, sus martingalas, sus corrupciones, su no escuchar salvo lo que ordena su partido, su desprecio  ante lo que manifiestan los ciudadanos. No hay nada más desesperante que asistir a una sesión del parlamento español para darse cuenta de qué categoría de políticos legislan. Nadie escucha a nadie, abucheos, hablan mientras algún diputado expone algún tema, pateos… No sé quién es peor. Es posible que lo que hayan hecho algunos estudiantes sea violento pero en el fondo simpatizo con ellos.  

Recuerdo un exalumno que se preparaba para entrar a los mossos en la sección de antidisturbios. El psicólogo le recomendaba descargar agresividad  y entendió que la mejor forma -y mejor pagada- de hacerlo era repartiendo porrazos. Otros muestran el libro de Steiner, me quedo con estos. 

Bolonia con sangre entra. ¿No?

viernes, 20 de marzo de 2009

El estado y la revolución

Acababa de comenzar mi carrera de Filología y asistía maravillado a mis primeras clases y al panorama político que bullía en la universidad. Todo un mundo de cultura nuevo se abría ante mí. La historia y la filosofía me atraían poderosamente. Entré en la universidad como alumno independiente -eran los estertores del franquismo y la incierta transición, que fue una época mucho más convulsa de lo que se ha dado en creer- para terminar militando en tercero de carrera en un partido de extrema izquierda de tendencia maoísta. Los dogmas del marxismo-leninismo se imponían entre mis compañeros de universidad y de partido. Todo debía estar al servicio de la revolución. El partido era dios y su línea política representaba siempre la verdad revolucionaria. Los del Partido Comunista eran traidores y revisionistas, los troskistas eran izquierdistas y eran muy peligrosos, los anarquistas eran abominables, otro partido maoísta cercano en ideología era reformista... De hecho, en nuestras reuniones de célula se estimaba como algo impensable una relación sentimental entre un militante de nuestro partido con una muchacha troskista. Era abiertamente incompatible, igual que se criticó acremente a un candidato a militar en nuestra formación política porque era muy aficionado a la literatura, que era en realidad un vicio pequeño burgués. No se le admitió como militante, de igual modo que a otro se le criticó duramente los motivos burgueses e individualistas de su pintura.

Había libros indispensables que leí, estudié, y que aún recuerdo. De Marx: El manifiesto comunista; de Lenin: ¿Qué hacer?, El estado y la revolución, Un paso adelante, dos pasos atrás, Materialismo y empiriocriticismo, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática; de Mao Tse Tung, El libro rojo cuya posesión clandestina durante el franquismo era equiparable a una experiencia erótica cuando lo teníamos por primera vez en nuestras manos. Por supuesto estaban proscritas las lecturas de teóricos anarquistas o troskistas que eran vistos abiertamente como contrarrevolucionarios.

La militancia en el partido era claramente sectaria y el núcleo dirigente se creía en posesión de la línea política correcta. Las relaciones sentimentales entre miembros del partido formaban parte de la vida política (y eran criticables) y las parejas más que de novio y novia eran de camaradas. Hasta el orgasmo era un acto de camaradería. 

Yo disimulaba en las reuniones de célula porque a la vez que creía reconocer la utilidad de aquella militancia para dirigir a las masas hacia la revolución -me hechizó durante un tiempo la idea de revolución- siempre fui un escéptico y me gustaba la poesía, la literatura, y leía a escondidas a Kropotkin (La conquista del pan, Palabras de un rebelde) o libros de historia escritos por los socialtraidores troskistas. Recuerdo que leí horrorizado en dos noches un libro de casi mil páginas -cuyo autor no recuerdo- que era una historia de la revolución rusa y el estalinismo contados desde el troskismo. Algo no me cuadraba, ni me convencía que a nuestros compañeros de universidad los calificáramos de masas a las que había que dirigir mediante nuestras consignas . Unos eran masas atrasadas y otros, masas intermedias; otros, masas avanzadas, aquellos que estaban ya a punto de dar el paso a la militancia a una organización de masas, previa al partido.

Nadie que no haya pasado por aquello es consciente del funcionamiento de secta que era la militancia en un partido revolucionario. Nos reuníamos varias veces por semana en reuniones de a veces más de tres horas para entender la línea del partido. Acudíamos a citas de seguridad cuando había alguna acción revolucionaria que ofrecía algún peligro. Extremábamos la precaución por miedo a los seguimientos o a las delaciones. Lo importante eran la acción, el compromiso político y la disciplina dirigidos por la línea correcta de nuestro partido que era la vanguardia del proletariado. Desconfiar era el más terrible error y la más ominosa de las traiciones. Si hubiéramos estado en otra época o situación política, aquello hubiera significado la desaparición física.

Queríamos transformar el mundo, hacer la revolución, instaurar la dictadura del proletariado... Para ello todo valía. Pensábamos que para transformar al ser humano había que hacer primero la revolución dirigida por un partido auténticamente revolucionario.

No me extraña que cuando murió Franco, llegó la transición y vino la democracia el partido se despendolara y la mayor parte de los cuadros dirigentes se pusieran a follar como locos. Unos salieron del armario gozosamente, y otras apostaron por el amor libre. Un ansia lúbrica parecía dominarlo todo y olvidábamos un tanto nuestras reuniones. La revolución no parecía tan inminente, y lo que antes era contrarrevolucionario se adueñó de nuestras vidas. Empezaron a apreciarse el arte y a los artistas y los viejos libros marxistas por los que éramos perseguidos empezaron a echar telarañas en los estantes.  Los camaradas universitarios que se habían ido a trabajar al campo obrero cobraron interés sexual y se cotizaron doblemente. Yo me fui a trabajar como peón a la construcción a ver si adquiría sex appeal y algún éxito tuve.  

Comenzamos a leer a Althusser, a Foucault, a Juan Goytisolo... y la vida heterodoxa se adueñó de nosotros y cambiamos todo lo anterior por Pink Floyd,  AC/DC, Los Ramones, Los Sex Pistols, Led Zeppelin, The Clash... Aparecieron como una revelación Carlos Castaneda, Artaud, Georges Bataille, Lautremont, Cortázar, Octavio Paz, RimbaudPoe... 

Hubo un tiempo incluso que me fui a Ibiza a trabajar en la construcción de una discoteca, pero esta sería otra historia. El mundo se había puesto en movimiento y vivíamos nuestra juventud frenéticamente. ¡Qué huracán de emociones despertó el postfranquismo! Hasta las masas atrasadas que tanto despreciábamos antes se convirtieron en objeto de culto para nosotros sobre todo si eran atractivas. Un día, sin pena ni gloria, abandonamos aquel cascarón ideológico del marxismo y nos fundimos con la vida en estado puro, sin consignas ni etiquetas. 


martes, 17 de marzo de 2009

Discurso apócrifo

Seguimos con los espacios de ficción y reflexión sobre el mundo educativo. Esta vez son las anotaciones apócrifas de Jordi Altavilla, fundador del colegio Arcadia, situado en la montaña desde la que se divisa la gran ciudad y el mar. Estas notas manuscritas son el texto y el subtexto del discurso que dirigirá a los padres de los alumnos. No todo lo que está anotado podrá ser dicho en público. Es el día de apertura oficial de curso del colegio.

Entra Jordi Altavilla (Todos los padres se levantan hasta que el director se sienta y hace un gesto a los asistentes para que se puedan sentar):

"Bienvenidos a esta apertura de curso. Me alegro de que todos ustedes se hayan levantado cuando yo he entrado. No es un signo de sumisión sino de deferencia y de cortesía, de igual modo que cuando sus hijos lleguen a cierto nivel, habrán de levantarse cuando entre y salga el profesor. Es una forma de centrar la clase y ordenar el acto educativo que allí se lleva a cabo.

Educar y enseñar son complementarios. El aprendizaje requiere de un espíritu de superación que nosotros estimularemos desde la escuela. Nuestra meta es el conocimiento, preparar a sus hijos para enfrentarse a un mundo cambiante y convulso en el que hay que estar dispuestos a afrontar situaciones desafiantes e imprevistas. Desde la escuela y ya desde los primeros años de preescolar,  procederemos a ordenar y organizar la mente de sus hijos. Les introduciremos en procesos lógicos de deducción e inducción de forma gradual y escalonada. La labor de la escuela consiste en desarrollar las potencialidades de sus hijos teniendo en cuenta que la inteligencia se estimula mediante el esfuerzo, la voluntad y la lógica. Sin voluntad y esfuerzo nada tiene sentido en esta escuela. Y sin ética tampoco. El alumno de Arcadia habrá de aprender que aquí no valen las tretas o los engaños, y aquí les demandamos a ustedes que nunca mientan a sus hijos, que no piensen que con trampas se pueden conseguir objetivos,  y que los objetivos conseguidos de esa manera son inmorales.

El alumno de Arcadia respeta el conocimiento y a los profesores que son su plasmación y la vía al mismo. Jamás se permitirá el tuteo y habrán de dirigirse a ellos por el apellido y siempre como “señor” o “señora”. Dejemos para otros parámetros el coleguismo, el igualitarismo y la horizontalidad. Aquí se viene a aprender. El colegio irá poniendo las piezas necesarias para alzar el edificio coherente del aprendizaje. Todo será progresivo pero exigente. Ello no quiere decir que alumnos de inteligencias medias no puedan continuar en la escuela, porque, como hemos dicho, parte fundamental de este proceso es la voluntad y el espíritu de superación.

Las clases termirán siendo en varios idiomas, incluidos inglés y francés, así como castellano y catalán. Los alumnos de Arcadia son plurilingües y están acostumbrados desde muy pequeños a los ejercicios de disertación y exposición oral que son un instrumento básico en la escuela conducente a la ordenación del pensamiento y la expresión oral con el máximo rigor.

Desarrollaremos tanto las ciencias como las letras. No habrá alumno de letras que no sea competente en pensamiento matemático y científico, y no habrá alumno de ciencias que no sea buen dialéctico y lector. La lectura es pieza clave en la escuela. Sus hijos conocerán a los clásicos griegos y latinos así como a las últimas tendencias de pensamiento.

No nos importa que se nos califique de elitistas porque es verdad. Queremos a los mejores, a los que están dispuestos a luchar y no porque sus padres sean, como los aquí presentes, banqueros, políticos de izquierda y derecha, empresarios, profesores, jueces, fiscales, ingenieros o lo que sea. Queremos a los que tienen espíritu de superación. Pero no todos lograrán pasar el proceso. Muchos se quedarán en el camino. Una tercera parte o más sucumbirá en la selección. No estamos dispuestos a hacer de la enseñanza un entretenimiento para dar satisfacción a la idelogía dominante que no admite la frustración. Dejemos la educación como entretenimiento a otros sectores públicos que tienen que ofrecer cifras y resultados tranquilizadores a la sociedad. No nos interesa la nueva pedagogía, que es una moda, que pasará. No nos interesa la comprensividad ni la filosofía de que todos somos iguales. Repito que nos interesan todos pero sobre todo los que tienen espíritu de superación. El alumno que entra aquí habra de adaptarse a las directrices y filosofía de la escuela, y no la escuela a las necesidades del alumno, pero será atendido lógicamente en sus dificultades para que pueda superarlas. Tampoco se permitirá que la posición social de los padres interfiera en el modo de funcionamiento de la escuela. Esta institución no busca tener contentos a los padres ni inflar las notas para que sus hijos obtengan una buena plaza en la universidad. Lo harán porque el alumno de Arcadia supera todos los obstáculos. Así está educado: en el deporte, en la tarea diaria, en las letras y en las ciencias: con disciplina.

Todos sus hijos tendrán la misma letra hasta cierto nivel. La letra de Arcadia, pero luego divergirán, con una magnífica ortografía, según sus respectivas personalidades. La escuela potencia la personalidad entendiendo que esta se curte en la adversidad y no en el contentamiento y la lasitud.

Alguien ha relacionado esta escuela con la masonería, pero no tiene fundamento. Es laica, progresista y europeísta. Nos atrae, sin embargo, de la masonería su concepción de un universo arquitectónico, organizado, jerárquico, y estos adjetivos son los que mejor cuadran al desarrollo del pensamiento. Sus hijos terminarán preparados para enfrentarse a lo desconocido y a superar dificultades, si además ustedes no se dedican a satisfacer sus mínimos deseos. Es bueno desear. No den todo lo que quieran a sus hijos, dosifíquenselo, aunque puedan dárselo. No arruinen esa maravillosa facultad de anhelar, de soñar... Este es el sueño de Arcadia, una escuela realista y utópica que apunta hacia lo alto en la creencia de que el hombre que se esfuerza y lucha consigue sus metas siempre".

NOTA: el nombre del colegio y director son ficticios. He comprobado que existe un colegio con este nombre en Villanueva de la Cañada en Madrid. Es pura coincidencia. No tiene nada que ver. 

sábado, 14 de marzo de 2009

Monólogos en la oscuridad


Este post es pura ficción. Me he inspirado en un compañero bloguero, Eloi, con el que mantengo una  comunicación e intercambios respetuosos desde perspectivas distintas de la vida. He querido recrear sus puntos de vista sobre vida y educación. Él, en el último post, en sus comentarios, aludía a María Montessori. He investigado su vida y obra y he redactado una reflexión que pudiera haber escrito Eloi. No sé qué pensará él, pero los que entráis aquí podrías hilvanar una respuesta a este modo de plantearse el mundo y la educación. Es un ejercicio de argumentación que puede suponer una interesante reflexión sobre educación, libertad, orden, disciplina, solidaridad... 

ELOI: Me temo que no estáis comprendiendo nada. Sois partidarios de la segregación, por sexo, por niveles, por raza después. María Montessori fue una revolucionaria pedagoga y psiquiatra que demostró que los niños, incluso los discapacitados, aprenden motivados por sus propias inquietudes, guiados por el maestro que es una especie de director que consigue un ambiente adecuado para la creación y el autoaprendizaje. Basta de autoritarismo, el niño y el adolescente deben desarrollar por sí mismos sus cualidades basadas en la observación, el juicio y la curiosidad innata. Aprender es un placer y son los métodos rutinarios, autoritarios, los que consiguen que el muchacho desista y desarrolle su rebeldía natural contra el sistema. El ambiente que existe en las aulas es fruto del aburrimiento frente a una pedagogía rígida que no aprovecha lo mejor de los adolescentes y sus ganas de aprender. Hay que crear una atmósfera libre, democrática, sin coacciones y sin notas, en que se aprenda por placer. El profesor es un guía que propone caminos a emprender y a desarrollar que inciten la curiosidad del alumno, que ya no es un alumno sino un colaborador en el aprendizaje. El profesor aprende tanto como él. La disciplina ya no es fruto de la imposición sino de la libertad. No hay mayor placer que aprender en libertad y el orden es el fruto de esa experimentación maravillosa de la libertad. Los hombres y las mujeres deben trabajar juntos, como sucede en la vida real. En la clase deben mezclarse los muchachos de diversas razas, religiones y niveles. El maestro o profesor ha de saber irse adaptando a los ritmos de cada uno, de modo que el muchacho o la muchacha se sientan tratados con respeto y consideración. El profesor ha de crear el clima para que salga lo mejor de cada uno y no penalizar los errores puesto que estos forman parte del aprendizaje de la vida. Sin error no hay aprendizaje. Por eso las notas son una imposición autoritaria. Sería más bien que cada alumno él mismo se autocalificara en relación a lo que ha trabajado o aprendido.

El método de aprendizaje se basaría en la autonomía del alumno de forma que se potenciara su independencia y la posibilidad de formular hipótesis propias que serían sometidas a verificación. El mismo alumno, motivado por sus descubrimientos personales, desarrollaría su propia disciplina, que le saldría de adentro y no sería efecto de la influencia de la autoridad exterior. La voluntad sale reforzada en este método que es el resultado de la libre elección. El fruto de esta metodología es el orden en el aula. Los chavales actualmente se rebelan contra los métodos autoritarios en un mundo en que no es difícil obtener información a través de la tecnología. Se pasan muchas horas inactivos en un entorno cerrado y jerárquico. Ellos son diversos y sienten como una agresión el pasar tantas horas escuchando pasivamente clase tras clase, cuando el mundo explota de vida y de posibilidades de aprender en directo en la naturaleza y la tecnología. La escuela y los institutos no deben segregar sino integrar lo mejor de las potencialidades de cada uno, de modo que esa riqueza interior de cada uno contribuya a mejorar al resto de sus compañeros, a los que hay que tratar con total respeto. Todo lo que diga cada uno es importante y hay que valorarlo como una aportación significativa. Sólo si el alumno se siente respetado, es cuando espontáneamente respeta a los demás, y sus profesores. 

La espontaneidad es fundamental. Todo ser humano es artista si se atreve a crear. Son los moldes autoritarios los que nos dicen que hay unos seres iluminados -llamados artistas- que tienen la prerrogativa de la creación. El ciudadano común, si logra escaparse de los moldes que imponen la vulgaridad a través de la televisión y la sociedad capitalista, es capaz de crear. ¿Quién define qué es el arte? La sociedad de la banalización nos ha hecho creer que Piero Manzoni, que dijo que había enlatado su propia mierda, es un artista. El niño y el adolescente son artistas natos porque tienen la fuerza vital de su lado y no están todavía marcados por el utilitarismo y el pragmatismo de la edad adulta.

En resumen, en defensa de una enseñanza libre que ponga en cuestión los criterios de autoridad y orden que no salgan del interior de cada uno. Cada ser humano, hombre o mujer, es un universo creativo que la rutina y la jerarquía logran convertir en grises, cuando la realidad de nuestras personalidades es múltiple, variada, multicolor y creativa. Sólo así se aprenderá la verdadera solidaridad y generosidad que son fruto de la libertad; sólo así surgirá el verdadero aprendizaje que es consecuencia de nuestras naturales ganas de saber.  

miércoles, 11 de marzo de 2009

De profesores y héroes

El pasado 3 de febrero del 2009, compareció en la sesión ordinaria de la Comisión de Educación y Universidades del Parlament de Catalunya la profesora de Pedagogía de la universidad de Lund (Suecia), Inger Enkvist, especialista en la comparación entre sistemas educativos  como son el nórdico, el anglosajón, el propio de los países hispánicos, Francia... Comparecía a petición de la comisión para dar su valoración sobre el proyecto de Ley de Educación de Cataluña.

Su intervención fue de altísimo interés por los temas abordados y no me cabe duda de que a todos los docentes les planteará serias reflexiones que derivan de su mirada inteligente, ajena y no partidista sobre cuestiones de la educación en España en comparación con otros modelos educativos. En el enlace da conexión a lo que fue su primera intervención de quince minutos, las réplicas posteriores de los grupos parlamentarios, y su respuesta final de cinco minutos que no tiene desperdicio. Sus intervenciones, así como las de los grupos parlamentarios son en castellano.

ENLACE A LA COMPARECENCIA DE INGER ENKVIST

Destaco, entre otras, algunas ideas apuntadas por la profesora sueca:

  • La Ley de Educación de Cataluña no corresponde ni da respuestas válidas a los problemas ni a la situación en que se encuentra dicha región europea.

  • No hace ningún hincapié ni plantea ningún entusiasmo por la calidad de los conocimientos ni por la curiosidad por un mundo futuro. ¿Dónde está ese interés por el conocimiento? Le sobra intención de controlar a los adultos y le falta amor a los niños y el conocimiento.
  • Es falso el conflicto entre escuela pública y escuela concertada. Para equilibrar esta dicotomía en favor de la enseñanza pública, hay que mejorar la calidad de la pública. 

PROPUESTAS PARA MEJORAR LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN

  • Establecer clases preparatorias para alumnos con problemas de aprendizaje o provenientes de familias desestructuradas para no empezar el curso con retraso.

  • Control de conocimientos después de cada ciclo para evaluar lo que entiende o no un alumno. Si un alumno no entiende lo que se dice en el aula, baja su rendimiento y el de los demás.

  • Es esencial la garantía del orden en el aula. Si no se garantiza la seguridad física por causa de los alumnos violentos, se pierde tiempo. Y la primera regla para la calidad de la educación es no perder tiempo.

  • Entre todos los factores importantes en la calidad de la enseñanza, el número uno por encima de cualquier otro es tener profesores inteligentes y bien formados, además de entusiasmados por su profesión. Hay que atraer y retener a los buenos profesores.

LA EDUCACIÓN DIFERENCIADA (separación de chicos y chicas):

  • En Suecia no existe, pero sí experimentalmente en el Reino Unido y en Estados Unidos.

  1. Los mejores resultados en el ranking de conocimientos entre las escuelas son los que tienen educación diferenciada.

  2. La educación diferenciada da tranquilidad al aula y se aprovecha mejor la energía de los alumnos, especialmente en barrios difíciles. Deja que las chicas trabajen en paz y fomenta que los chicos dejen de pensar que el estudio y la lectura es sólo cosas de mujeres.

  3. Evidentemente, no se trata de hacerla obligatoria pero sí que se puede contar con esa posibilidad como instrumento pedagógico. Si funciona ¿por qué no utilizarlo? Si no funciona, se descarta.

  4. Hoy día las chicas sacan mejores resultado en todo menos en deporte a diferencia de hace cuarenta años cuando comenzó la coeducación.

  5. El gran problema actualmente es el desafecto de los chicos hacia los estudios. Se ven menos exitosos y consideran que el estudio es cosa de chicas. Se interesan más por el deporte y por los juegos de ordenador. El gran reto hoy día es encarrilar la voluntad de los chicos hacia los estudios.

  6. ¿Grupo mixto? ¿Separación de sexos? Son instrumentos que no deben ser considerados ideológicamente sino en función de su eficacia.

ESCUELA IGUALITARIA

  • En Suecia se ha vivido un proceso desde una escuela de alto nivel hace treinta y cinco años. Se empezó con un alto nivel de conocimientos y entonces se dio prioridad a la igualdad, lo que implicó que se empezara a bajar dicho nivel.

  • Tras ese periodo, el hecho de dar prioridad a la igualdad por encima de los conocimientos ha perjudicado fundamentalmente a los chicos y chicas de clase obrera, así como a los inmigrantes.

PROPUESTAS DE INGER ENKVIST

  1. Una escuela con exigencias claras.

  2. Seguridad física en el aula.

  3. Profesores con excelente formación.

  4. Evaluación del resultado final.

  5. No existe una sola vía para una buena calidad. Experimentar sin prejuicios. No se deben descartar instrumentos pedagógicos.

  6. Dejar cierto espacio de libertad.

Dejo a vuestra consideración la valoración de las ideas y propuestas de la profesora sueca. Sin duda que ver los vídeos es altamente interesante. Merece la pena escucharla en directo porque lo que plantea, bien entendido, es un enorme varapalo a las propuestas educativas imperantes en las líneas pedagógicas que se han impuesto en España en los últimos quince años. Más de una requiere una reflexión seria. Las intervenciones de los grupos parlamentarios (CIU, PSC, ERC, PP), son asimismo una buena posición de lo que aquí hasta ahora se han considerado las líneas maestras de la educación en Cataluña (y en España). Los grupos parlamentarios quedaron bastante sorprendidos por las propuestas de Inger Enkvist e intentaron rebatirla. Lo que más me gusta de sus ideas es la extraordinaria consideración que le merecen los profesores a los que considera como los verdaderos héroes de la construcción de la sociedad, y que las leyes deberían facilitarles la tarea y no atarles las manos, como hace la ley Educación en Cataluña y su consejero Ernest Maragall. Pero, ojo, este no es un debate que implique sólo a la educación en Cataluña. En cuanto a lo de la educación diferenciada, pienso que puede dar lugar a un interesante debate, así como los principios igualitaristas de la escuela que se han impuesto en los últimos años. ¿Qué opináis?

lunes, 9 de marzo de 2009

Contemplaciones

Pienso, como Francisco Machuca, que el tiempo libre, el tiempo dedicado a la ociosidad, el tiempo para la contemplación es una de las experiencias más enriquecedoras que existen para el ser humano. Pero está mal visto. En la vida hay que producir, no estar nunca ocioso, trabajar, llenar de actividades nuestra existencia. Sin embargo, hubo un tiempo en mi vida, antes de ser padre, que abandonaba durante unos meses la docencia mediante permisos sin sueldo y me iba a viajar durante varios meses, sin rumbo definido y sin coche. Mi objetivo era contemplar la realidad en circunstancias fuera de las vacaciones habituales y observarme a mí mismo. No llevaba cámara fotográfica y sí un cuaderno donde anotaba el fluir de mis días y de mis noches. Era un diario en que escribía mis pensamientos, mis observaciones, mis sueños nocturnos, mis tristezas y depresiones, mis gozos y mis lecturas que se iban trenzando con el devenir del viaje.

 En noviembre de 1989 emprendí un viaje a Sevilla en el tren Estrella del Mediterráneo. Viajar en un expreso era por aquel entonces –no sé si ahora- una experiencia extraordinaria. Muchas de las mejores conversaciones que he oído en mi vida han tenido lugar en un tren nocturno. La gente en la penumbra e intimidad del compartimento cuenta su vida al viajero que ha llegado por azar a aquel tren. Salen historias sorprendentes y humanas, como las que oí aquella noche y que anoté en mi diario.

 Llegué a Sevilla, deambulé por la calle de la Sierpe y visité, cerca de la Giralda, el mesón donde se inspiró Quevedo para El buscón antes de embarcarse el protagonista para las Indias. Al día siguiente partí para Arcos de la Frontera, uno de los pueblos más hermosos de España, de allí viajé en autobús a Algodonales, localidad famosa porque se construyen las mejores guitarras españolas; Zahara, Grazalema, adonde llegué caminando tras pasar el puerto y la entrada al parque Natural de la sierra.  Llevaba conmigo una pequeña biblioteca que me acompañaba. Estaba leyendo por aquel entonces El marino que perdió la gracia del mar de Yukio Mishima. Viajaba y leía deleitándome en la historia de Ryuji y Fusako. Subrayaba el libro y anotaba fragmentos en mi diario. Me atraía la concepción del adolescente hijo de Fusako, que veía llenos de atrocidad la vida y el mundo de los adultos. La tentación de suicidio impregna a los personajes como una salida honrosa. Meditaba, viajaba y escribía en bares y mesones donde no había televisión. Tomaba una copa de vino blanco y seguía escribiendo.

 Una mañana, tras los pueblecitos blancos de Cádiz, llegué a Ronda en la provincia de Málaga. Guardaba en mi memoria fragmentos de sueños eróticos que me asaltaban por la noches. Sueños y lecturas, geografía y pensamientos se unían en mí en una historia que me resultaba apasionante. Al amanecer practicaba zazén con mi zafu durante una hora. En Ronda estuvo Rainer María Rilke en 1913 trabajando sobre la Sexta elegía de Duino, castillo construido sobre un acantilado, igual que Ronda al borde del deslumbrante Tajo que me dejó boquiabierto. Visité el museo dedicado a Rilke. Me hubiera gustado quedarme dos meses como él y escribir. Admiro la vida de aquellos escritores de comienzos de siglo que viajaban y se establecían en lugares que les atraían para inspirarse. Por las tardes de Ronda leí en la pensión, con una luz mortecina, varias obras de Shakespeare y El ensayo sobre el cansancio de Peter Handke que se pasó una temporada en Linares (Jaén) trabajando sobre dicho ensayo.

 De Ronda llegué a San Roque, ciudad sin ley, donde tomé varias cervezas por la noche en compañía de algunos yonkis y traficantes que me tomaron por un etarra, pues no entendían qué estaba haciendo allí, si todos los que iban por allí lo hacían para trapichear con droga. Fue una noche maravillosa en que terminamos hablando de literatura. Al final de la noche regalé El marino que perdió la gracia del mar a Juan José, y a pesar de que me habían invitado a ver los cuadros que Pedro pintaba, pensé que lo mejor ya había acabado y que debía salir corriendo de allí. San Roque es demasiado intenso.

 De San Roque llegué a Vejer de la Frontera. Allí conocí a Manuel e Ilde en una taberna del pueblo. Manuel tenía un cortijillo en Los caños de la Meca y me lo ofreció. No tenía luz ni agua. Allí pasé seis días oyendo el rugido del mar y el silbido del viento, leyendo a Sófocles, bañándome desnudo en el Atlántico frente a África, tumbándome sobre las dunas y caminando varios kilómetros por el bosque hasta Barbate. En dicho bosque vivía un hippy en un campamento improvisado. Nos saludamos y charlamos. En Barbate me llegó la noticia de la caída del muro de Berlín. Era el once de noviembre de 1989. Lo celebré y fui consciente de que el mundo iba a cambiar. Hablamos de ello Ilde, Manuel y yo por las tarde cuando me venían a ver al cortijillo y conversábamos durante horas de sus vidas y de sus ilusiones y desesperanzas. A veces me asaltaban obsesiones y desolaciones que anotaba, igual que mis imágenes eróticas que eran especialmente poderosas cuando veía a las muchachas andaluzas que había en aquellos pueblecitos y que luego se me aparecían en los sueños. Pasé unos días densos en las cercanías del faro de Trafalgar donde vivían hippies en sus furgonetas acampados. Por la noche hubo luna llena. Caminé por la playa sintiendo el viento en mis sienes y el aullido del mar.

 Un día de viento intenso, salí con mi mochila y mi zafu (cojín para practicar zazén) andando y lleno de tristeza. El día era fantasmal. Me dirigía a Vejer, Cádiz, El puerto de Santa María y por fin Sanlúcar de Barrameda donde pasé varios días frente al coto de Doñana y el Guadalquivir. Sanlúcar es un pueblo que me pareció alegre desde que entré por sus calles. Fue un flechazo. Es concéntrico y orgulloso: el flamenco, los toros, el pescadito, la elegancia andaluza, el señoritismo y la manzanilla. Pasé varios días allí y luego volví a Sevilla y de allí rumbo a Barcelona. Había pasado un mes alejado de las aulas, pero pensé que esta inyección de vida me nutría más que algún cursillo de formación. Así lo pensé durante bastante tiempo y me escapaba a recorrer España o países lejanos y escribía sobre todo lo que vivía en aquellos días cenitales en soledad, en compañía de la mochila y de los libros. Pronto volvería, lleno de ilusión, a mi instituto. Todavía no había entrado la psicopedagogía en la enseñanza.

viernes, 6 de marzo de 2009

Controlados

Acabo de entrar a una biblioteca pública. En sus cercanías había cámaras de videovigilancia, igual que en los pasadizos del metro y en los cajeros de los bancos por cuyas proximidades he pasado. Hoy mi imagen ha sido registrada en varias cámaras de seguridad, igual que cuando entro y salgo de mi centro educativo en cuyos aledaños y vestíbulo hay instaladas cámaras de control. Nadie parece dar relevancia a este hecho cotidiano, pero ayer y hoy ha habido una noticia acerca de un colega profesor de latín en el instituto El Plà de Alicante que me ha hecho considerarle una especie de héroe. El protagonista de la noticia se llama Luis Leante. Además de profesor es novelista de cierto éxito pues su novela Mira si te querré ganó el premio Alfaguara de novela 2007, otorgado por un jurado en el que estaba Mario Vargas Llosa.

Luis Leante fue detenido el pasado día tres de marzo después de ser identificado por la policía como el responsable de la desaparición de tres cámaras de seguridad instaladas en el interior del centro educativo. El citado profesor fue detenido a instancias de la directora del centro que interpuso la correspondiente denuncia. Luis Leante fue arrestado en el instituto y llevado a comisaría donde pasó cuarenta y ocho horas  por negarse a confesar dónde estaban las cámaras que había arrancado. Según su mujer, no fue la gamberrada de un chiquillo, sino la muestra de hartazgo de que su imagen fuera registrada incluso en el interior de sus clases que impartía en un seminario y en cuya dirección estaba enfocada una de las citadas cámaras.

Varias decenas de alumnos del centro El Plà se han manifestado a la hora del patio con pancartas alusivas al profesor con el que se solidarizan y muestran así también su oposición a que se instalen cámaras de vigilancia en el interior del instituto con la justificación de que hay peleas en los pasillos o el valor del material que existe en las dependencias del mismo.

Detrás de esta noticia ha emergido la presunta persecución del escritor por parte de la dirección del centro y que la instalación de cámaras de seguridad no ha sido comunicada al claustro de profesores, entre los que se cuentan varios detractores de la medida, aunque sí que ha sido aprobada por el Consejo Escolar.

Esta es la noticia que me da qué pensar. Tomamos en nuestra vida diaria como normal que nuestra imagen sea grabada decenas de veces en los autobuses, en los metros, en los bancos, en las cercanías de centros oficiales, bibliotecas, aparcamientos, comercios, aeropuertos, estaciones de ferrocarril, en las calles, centros educativos... Este registro de nuestra imagen es explicada por motivos de prevención de delitos y en aras de nuestra seguridad. Surgen asimismo noticias de que el número de cámaras de seguridad están en aumento en todo el mundo. Se cuentan por decenas de millones. Sólo en la terminal 4 de Barajas hay instaladas, según he rastreado, 4500 cámaras. Nuestra rutina diaria podría ser contada por el número de cámaras que nos registran, muchas veces sin cumplir la normativa y guardadas por tiempo indefinido en los discos duros de los servicios de grabación. Para más alarma, he podido saber que muchas grabaciones de estas son colgadas en internet y a ellas es muy fácil acceder desde cualquier ordenador por cualquiera que sea un poco hábil.

¿Cuál es el límite de nuestra paranoia de seguridad? ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a ceder nuestra intimidad con imágenes de nuestra vida para prevenir alguna vez ser objeto de un delito? ¿Terminaremos instalando cámaras de seguridad en el interior de nuestras viviendas para prevenir la violencia doméstica? ¿Para controlar la seguridad de nuestros hijos? ¿En el interior de las aulas para prevenir la violencia escolar? ¿Para controlar lo que dicen los profesores en clase? ¿Para mejorar la eficacia del sistema educativo?

¿Mi alarma es injustificada y es normal esta deriva en una sociedad poseída por el miedo? ¿Hay motivos para tanto miedo o éste es inducido para tenernos más controlados? ¿Cuál será el próximo hito en este orwelliano control de nuestras vidas que comienza en las huellas que dejamos en nuestra navegación por internet, en los perfiles que diseñamos, en las fotos que voluntariamente colgamos y que son almacenadas por los buscadores que conocen nuestras vidas por dentro al mínimo detalle. Por fuera se encargan las citadas cámaras que reconstruyen nuestros pasos casi como un entomólogo estudia el comportamiento de los insectos.

No puedo evitarlo. Siento simpatía por Luis Leante, este profesor de latín y novelista que ha arrancado tres cámaras de videovigilancia. Espero que no se retracte y que asuma orgullosamente su acto poético. Será inútil pero quizás nos haga reflexionar por unos momentos sobre el miedo que domina nuestras vidas y los que interesadamente se dedican a promoverlo. ¿Por qué? ¿Para qué?

lunes, 2 de marzo de 2009

Bululú

Mi hija pequeña me preguntaba que por qué ella no podía ir al entierro de una bisabuela que ha fallecido este fin de semana. Las razones estriban en que el funeral es en Galicia, pero la más importante es que los niños no van a los entierros ni a los funerales. Se considera inapropiado, salvo que el fallecido sea alguien muy directo. Me pregunto acerca de esta falta de plasticidad que tiene la muerte en los países occidentales. ¿No sería más natural que fuera en los parque públicos donde se celebraran las exequias fúnebres con el cadáver presente? Podría haber actividades para niños que jugarían entre los cadáveres (podrían celebrarse varios ritos a la vez), danzas, espectáculos de teatro, mimo, malabares, coros, jazz, sevillanas, sardanas, un poco al estilo que prefiriera el fallecido. Es importante la presencia física del cadáver. Los niños -y los adultos- no están habituados a la realidad orgánica de la muerte y se ha perdido totalmente la belleza de los ritos funerarios. Ya no hay gritos desgarradores ni música. Es como si se quisiera pasar lo más discretamente por ese trance –ya sé que doloroso-, como si no existiera, interfiriendo lo mínimo en la vida cotidiana.

 Sería indispensable un banquete funerario, con ingeniosos parlamentos y aderezado con bromas sobre el difunto. El ayuntamiento podría ofrecer sus servicios para la organización de funerales, pero sobre todo debería ir a cargo de la familia que se despediría en una especie de catarsis colectiva facilitando el duelo y la transición.

 El que esto escribe ha contemplado con fascinación ritos funerarios de los toradja en Sulawesi (Indonesia). La vida se interrumpe durante varios días. El cadáver se conserva hasta que llegan todos los familiares desde los puntos más alejados. Cuando todos están reunidos, se sacrifican varias vacas que serán asadas con especias y se asiste a festejos de todo tipo en que se entremezclan el dolor y el llanto con la risa. Al final se deposita el cadáver en unas cuevas excavadas en la roca donde lentamente se descompondrá. En Balí hay ritos hinduistas y animistas. Los primeros creman el cadáver sobre grandes piras para lo que hay que recoger dinero entre toda la familia. A veces se tarda varios años en hacerlo pero no se descansa hasta que la cremación tiene lugar. Entretanto se va al cementerio en ocasiones señaladas (el Hari Raya) y la familia se reúne ofreciendo al difunto los cigarrillos que en vida le hacían feliz o el licor de arroz que tanto le gustaba. Los niños participan gozosamente entre las tumbas, riendo y jugando. Los animistas en cambio dejan los cadáveres al aire libre a merced de los elementos y la naturaleza para que se reintegren a su origen.

 Los batak de Sumatra celebran grandes fiestas nocturnas con el cuerpo presente y los familiares y amigos danzan  alrededor del fallecido, animados por una orquesta de percusión llamada gamelán. Yo me pasé varias horas girando en torno al cuerpo de un batak, bailando, sumido en una fiesta sumamente plástica y carnal. Algunos comían tortillas de setas alucinógenas (azuladas) para mejor participar de la ceremonia.

 Siempre que participo en un funeral me doy cuenta del escándalo que supone la muerte en nuestra cultura. Se la considera obscena, como al sexo hace unas décadas. Debe ocultarse, debe disimularse en cuanto rito y en cuanto al hecho que supone. Tenemos una extraña relación con la muerte. Debería ser tan popular como la asistencia a los grandes almacenes en la época de rebajas o a los partidos del equipo preferido. Toda persona debería dejar escrito el tipo de funeral que desearía y en ello podría dejar plasmada su personalidad. Podría haber créditos a bajo interés para sufragarlos. No debería ser extraño que algún amigo te invitara el fin de semana ¿Te vienes a un funeral? Habrá cava y vino abundante y se servirá mousaka, pimientos rellenos, carne asada… Los magos y poetas de la comarca podrían ayudar a la celebración, y los niños dibujar al muerto o a la muerta para lo que tendría que haber monitores y pinturas de cera para captar los colores fascinantes que adquiere la piel tras ese tránsito tan especial. 

En la escuela y en los institutos debería darse una vez por semana una asignatura titulada: Asistencia a actos funerarios, impartida por profesores de filosofía y plástica. En ella se sugerirían reflexiones sobre el tránsito vital  y su dimensión lúdica, así como la conexión entre eros y tanathos

 Otro capítulo sería cómo ser enterrado o incinerado. Hay quienes reivindican ser enterrados bajo tierra sin féretro a dos metros y que encima se plante un árbol a elección del difunto: un  manzano, un peral, un haya, una planta de marihuana, un ficus, un rosal. Otros preferirán ser quemados, pero públicamente por supuesto. Las incineraciones municipales se llevan a cabo en lugares ocultos y sin presencia de la gente.

 Tendría que cambiar nuestra concepción de la muerte, reinvindicando su presencia pública, su plasticidad, la asistencia de niños, la fiesta y la música, el banquete… Todo menos este bodrio de ritual aburrido, siniestro y vergonzante en que todo el mundo está mirando el reloj para alejarse lo más pronto posible del contacto con el misterio de la muerte.

 ¡Qué bodrio de funeral vas a tener, Pepe Rubianes! En la intimidad, siguiendo los deseos de la familia. ¿No sería más lógico que hubiera fiesta por la tarde en todos los colegios y que todos los que quisieran fueran a fumar un pitillo contigo, beber una copa de vino, recitarte un romance  o una jácara delante de tu cuerpo amarillento y reseco en el parque de la Ciutadella? Una pena que un cómico como tú sea así ocultado. Tendrías que tener bailarinas etiopes que bailaran delante de tu cadáver y yo iría y te diría que te quiero a pesar de lo que dijiste un día. No me hacías reír pero como actor dramático te admiraba. Buen viaje, compañero. 

viernes, 27 de febrero de 2009

El bosque

No sé cómo lo descubrí. No sé cómo uní los dos estímulos. Debía de tener siete años y ya había hecho la primera comunión en uno de los días más ominosos que recuerdo. Hoy pienso que fue fruto de una inspiración genial. Estaba en casa de mis tías solteronas, Elda y Angelita. La primera era huraña y malhumorada mientras que la segunda siempre estaba de buen humor y tenía ganas de cantar y hacer bromas. Preparaban una de las mejores paellas que he comido en mi vida en la que el arroz tenía un color oscuro por las alcachofas que le añadían. Cuando iba a su casa, me maravillaba el aire antiguo que tenían todos los muebles, los techos altísimos, el largo e interminable pasillo, las baldosas que se movían cuando las pisabas, el cuadro de época -un hidalgo sombrío y solemne con gorguera, con la mano en el pecho, cuyo rostro me producía miedo cuando pasaba junto a él: ellas pensaban que era un cuadro valiosísimo por la antigüedad que tenía ¿siglo XVII?-, el despacho de muebles oscuros y siniestros... Todo era un espectáculo para un niño imaginativo e hipersensible.

Un día que estaba solo -mis tías habían ido al mercado y no volverían en un buen rato- me dio por beber agua. Me bebí un vaso de agua del grifo, me quedé con sed (era verano), seguí bebiendo y fueron cayendo más vasos. Ya no tenía sed pero volví a abrir el grifo y echaba más agua. Así hasta nueve o diez vasos. Aquello me produjo un fuerte mareo. ¿Habéis probado a beberos dos litros de agua sin parar? No sé por qué pero aquello me produjo un estado próximo a la ensoñación. Me puse a deambular por la casa, de un lado a otro, hasta que entré en el baño. Vi la gran bañera de metal blanca y sostenida por cuatro patas. Bebí otro vaso de agua y entonces se me ocurrió tomar el espejo que estaba encima del lavabo. Lo descolgué y lo cogí con mis dos manos a la altura del vientre. El espejo reflejaba lógicamente el techo. Comencé a caminar por la casa mirando únicamente al espejo. ¡Ohh! -exclamé- Iba andando por el techo. Tenía la impresión de haber cambiado de dimensión y moverme en un mundo aparte. Mi hinchazón por el agua y el juego del espejo reflejando el techo me transportó a un mundo distinto. Lo más sorprendente era cuando tenía que salir de una habitación y entrar en otra o al pasillo porque había de sortear el dintel de la puerta. Lo hacía con suma precaución, alzando primero un pie y luego el otro. Estaba al otro lado del espejo, en otra casa, en otro mundo que era sólo mío, era como un mundo en negativo del que estaba acostumbrado a ver cotidianamente. Aquella no era la casa de mis tías, era la casa de otras tías que estaban en otro lugar. Vi la realidad transfigurada, dotada de una nueva luz. ¡Qué sensación de sorpresa! ¿Nadie conocía aquel mundo excepto yo? Fui de una habitación a otra atravesando el pasillo en el que sorteaba las luces anticuadas del techo, la lámpara de madera oscura del despacho, los desconchados en que la pintura estaba cayendo, entraba y salía de las habitaciones con sumo cuidado de no tropezar... No sé cuánto tiempo pasé así, pero de pronto oí la voz cantarina de Angelita que llegaba por la terraza que daba a la escalera. Me llamaba. Fui caminando deprisa por el pasillo hasta el baño sin salir de mi hechizo. Volví a colgar el espejo en las dos escarpias y salí del baño confuso sin saber en qué dimensión estaba. Me costaba andar por el mundo de este lado. Angelita y Elda abrieron la puerta de la cocina y yo me quedé mirándolas extrañado de estar aquí, en este ángulo.

Podrá parecer extraño que traiga este recuerdo aquí. Volví a repetir aquello siempre que tenía ocasión. Para ello sólo hacían falta tres elementos, todos maravillosos para un niño: soledad, agua y un espejo. Hace unos días visité en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) unas instalaciones del artista brasileño Cildo Mereiles, y tuve una impresión semejante sin necesidad del agua o del espejo. El artista nos trasladaba a espacios mágicos, a otras dimensiones, a lugares cuyas imágenes no veo sino existentes en el mundo poderoso de la infancia. En una entrevista que hoy publica El Periódico de Catalunya, Cildo Mereiles dice acerca del sentido del arte: El arte es algo que te secuestra del momento y del lugar. Viajas. Quizá porque te mueve algo que procede de la infancia, un relámpago de lo que se materializó...

No me cabe duda de que yo aquel día estaba dando mi réplica personal a la experiencia reciente y sórdida de mi primera comunión. Allí estaba descubriendo mi mundo personal, extraño y enigmático. Toda mi vida he estado persiguiendo recuperar aquella sensación primigenia del sentirme aéreo, ligero, de caminar por el otro lado de las cosas. La literatura y el arte en general nos conectan con otras dimensiones, nos hacen salir fuera de nosotros mismos, como si camináramos por el techo y uno no puede sino sentirse estremecido de emoción estética. Había llevado a cabo una de mis primeras “acciones poéticas” y había tenido una reflexión artística de modo inconsciente.

A veces he hecho cerrar los ojos a mis alumnos, les he propuesto respirar hondo varias veces y he iniciado con ellos un recorrido imaginario en que iban descalzos a través de su casa y de pronto llegaban a una puerta. La abrían y salían a un bosque cubierto por el musgo. Les he descrito sensaciones en sus pies andando por el bosque y cuando encontraban un arroyo de agua helada, y han podido sentir el frío, el aire en su rostro, sus manos acariciando la corteza de los árboles, algunas suaves y otras rugosas. Entonces se desnudaban y caminaban solos por el bosque, oyendo el rumor de las hojas, el trino de los pajarillos, las irregularidades de la tierra y el musgo. De pronto pisaban una piedra, pero el dolor era agradable.

Faltaban cinco minutos de clase (en el tiempo de fuera), pero ellos estaban en otro lugar misterioso. Les hacía volver poco a poco, vestirse, y llegar de nuevo a la puerta por que habían salido. Volvían a entrar en su casa y entonces sonaba el timbre para salir al patio, y muchos daban un suspiro volviendo aquí, a este lado... Abrían los ojos, les costaba reaccionar, cogían el bocadillo de chorizo o mortadela e iban saliendo lentamente de clase al patio. El de este lado.

martes, 24 de febrero de 2009

Creatividad

Hace unos años durante un viaje de estudios de mis alumnos a Tenerife tuve una especie de visión. Mientras ellos comían en el hotel durante su día libre, yo me había ido a dar un garbeo por el Puerto de la cruz y aterricé a la hora de comer en una pizzería junto al mar. Desde ella se veía el azul de las olas que chocaban contra las rocas, junto al paseo marítimo del Puerto. Era, como dijo Borges, una espada innumerable. Estaba fascinado viendo el espectáculo del mar, pero poco a poco comencé a fijarme en los demás comensales. La pizzería estaba casi llena. La mayoría eran extranjeros y reinaba en el restaurante una especie de euforia de rostros satisfechos, algunos rojos por el sol. El vino y la pasta estaba presente en muchas mesas. Los camareros volaban sirviendo las mesas. Yo estaba contento y mi pizza Margarita parecía bastante aceptable. El mundo estaba bien hecho. Mis alumnos estaban disfrutando del viaje, que estaba resultando interesante, y todo salía a pedir de boca.

Sin embargo, a medida que comía mi pizza tuve una creciente sensación de malestar que me golpeó el estómago. Tuve la impresión de que todos los que estábamos allí disfrutando de la vida y de la comida, vivíamos en una burbuja de bienestar en un mundo terriblemente injusto. Allí en Canarias, cerca de la costa africana, el mundo era de otra forma que en la mayor parte del continente africano. Todavía no había tenido lugar el genocidio tutsi en Rwanda, pero era evidente que tu visión del mundo cambiaba sobre dónde tenías la suerte o la desgracia de haber nacido. No podía ser aquel desnivel de formas de vida. En muchos sentidos era obsceno. La imagen de la burbuja se apoderó de mí, una burbuja que flota en el aire por encima de la tierra sin apenas contaminarse viviendo una realidad aparte y nutriéndose en gran medida, por hilos comunicantes, del mundo que se hunde en la pobreza en virtud de unas reglas económicas tremendamente injustas. Para que nosotros estuviéramos plácidamente allí comiendo pizza había otros seres en algún lugar del planeta que pasaban privaciones y miseria.

Ahora la burbuja en que vivíamos está a punto de estallar. Todavía no ha estallado de verdad, sólo estamos ante los momentos anteriores a que lo haga, aunque vivimos con la ilusión de que esto es un reatraimiento cíclico y que en unos meses o un año más o menos volveremos a la situación anterior, como ha pasado en otras ocasiones. Sin embargo, hay indicios muy sólidos de que estamos en los preámbulos de un desplome general de todas las economías del planeta, de un crash financiero mundial o, lo que es lo mismo, un fallo sistémico generalizado.

Hasta no hace mucho vivíamos en una liquidez crediticia extraordinaria. Buena parte de la sociedad vivía muy por encima de sus posibilidades, tirando del crédito, comprando y vendiendo viviendas que subían sin parar hasta límites imposibles, cambiando de coche con facilidad, cenando en restaurantes o yendo a balnearios de fin de semana. Era fácil conseguir una hipoteca que cubriera el cien por ciento del importe del piso y se concedían sin demasiadas garantías, igual que he vivido que reiteradamente me ofrecían dinero a crédito por teléfono en veinticuatro horas.

El bienestar de occidente se ha basado en la especulación, en la ingeniería financiera, en estafas piramidales de tiburones sin escrúpulos... Hay culpables, sin duda, pero también quiero hacer hincapié que ha sido todo un sistema de vida el que ha salido beneficiado. Nosotros hemos vivido en la euforia que caracterizaba antes la liquidez monetaria. Esto ha propiciado que el sistema funcionara engrasado, que hubiera dinero abundante en circulación y que el estado pudiera recaudar por mil formas diferentes más impuestos. Esto es una de las cosas que notaremos primero: el declive del estado de bienestar -por el descenso en picado de las recaudaciones en IVA, impuestos de compraventa de pisos, etc. - lo que quiere decir que el estado asistencial entrará en crisis lo que afectará a la escuela pública, a los servicios sociales, las prestaciones por desempleo, a las jubilaciones, a la seguridad social, a las ayudas sociales.

Nadie se fía de nadie. Nadie sabe qué contenido tóxico hay en cada banco. No hay créditos de los bancos ni con buenas perspectivas comerciales; las pequeñas y medianas empresas están con el agua al cuello; el consumo ha caído en picado y todos los negocios lo notan. Estamos en recesión y se agita el fantasma de la deflación. Los precios bajan y la actividad económica se contrae, lo que significa muchos más parados. ¿Cuántos? Se habla de cuatro millones como cifra cercana, pero mucho me temo que no acabará ahí. ¿Podrá sostenerlos el estado? ¿Podrá éste aguantar la seguridad social? ¿Y el sistema de pensiones? ¿No se terminará acudiendo a esos fondos para intentar amortiguar la debacle?

No soy economista, pero suelo leer aquí y allí artículos y análisis de fondo, y mucho me temo que los dirigentes políticos saben mucho más de lo que dicen, y que no lo dicen para no causar pánico social. Entretanto, la mayoría de la población espera ingenuamente que esto es un incidente que se resolverá en unos meses y que volveremos a nuestro desquiciado antiguo estilo de vida.

Como esperanza, creo que la literatura y el arte en general saldrán reforzados de esta megacrisis económica, social, humana, ecológica, espiritual y de valores que se está abriendo ante nosotros como una sima oscura. De esta crisis saldrá lo peor del espíritu humano, pero también, sin duda, surgirá lo mejor y probablemente volveremos a necesitar la literatura, la poesía, el teatro, la danza, el cine de bajo presupuesto, que digan algo al corazón atribulado del hombre. Las crisis, con el sufrimiento que llevan aparejadas, nos hacen mejores y tendremos que innovar para redefinir un estilo ecológico de vida con el planeta y construir un mundo menos insolidario. La creatividad saldrá reforzada no me cabe duda. Un día el poeta Joan Brossa me decía que vivíamos en un mundo fofo, blando e inane, pero que esto se acabaría y llegarían otros tiempos. Mucho me temo, que para bien o para mal, los tiempos están cambiando.


miércoles, 18 de febrero de 2009

Extrañeza

Caminaba apresuradamente por uno de los pasillos del metro en el intercambiador de Plaza España. Iba pensando en el último relato de Cortázar que había leído, Las armas secretas. Pierre intenta alcanzar siempre a Michèlle, pero ésta se le escapa, y siempre acude a él la misma imagen, la de una escalera y una bola de cristal al comienzo del pasamanos... Me quedaban un par de páginas que terminaría en el trasbordo que tenía que tomar. Un músico tocaba el violín y pedía unas monedas. Era joven y tenía una larga melena rubia. Me lo imaginé como un estudiante del conservatorio que no encontraría trabajo en ninguna orquesta, o que tal vez estaba buscando un auditorio para su Canción de paz del poema sinfónico Finlandia del compositor finlandés Jean Sibelius. La reconocí en seguida porque es una de mis melodías preferidas. Me quedé un rato escuchándole disfrutando de la ocasión. El muchacho me miró agradecido. Todo el mundo pasaba rápidamente y nadie parecía prestar atención.

A su izquierda, a unos tres o cuatro metros había un hombre de unos sesenta años en el cual no había reparado. Ofrecía un aspecto desaliñado, con su americana de pana verde raída, sus pantalones vaqueros y sus zapatos deteriorados. Vendía libros. Tenía una treintena de ejemplares que me llamaron poderosamente la atención porque parecían de colecciones de hace veinte años, Bruguera y Alianza, con las famosas portadas de Daniel Gil. Pero aquel señor me resultaba familiar. Lo miré con atención mientras acababa la pieza de Sibelius. Me fijé en sus manos, extraordinariamente finas y expresivas. Colocaba los libros. Me acerqué y miré los títulos. Me parecieron todos del género policiaco. Uno de ellos era Cosecha roja de Dashiell Hammet, otro era El agente de la continental del mismo autor; más allá estaba El largo adiós de Chandler junto a títulos de Ross MacDonald, Richard Stark, Jim Thomson, Chester Himes, Horace McCoy... Eran libros que mostraban la pátina del tiempo y se los veía desgastados. Había un cartel que ponía que valían dos euros cada uno. El vendedor de joyas de la novela negra llevaba un sombrero tipo gran Gatsby. Tenía un paquete de Marlboro junto a los libros y un tetrabrik marca don Simón de vino blanco barato.

Me acerqué a él y me agaché para hojear algunos de los ejemplares. Me dijo entonces que cada uno de ellos había sido leído bastantes veces y que tenían una larga historia. Su voz era profunda y musical. Le dije que los conocía, que también para mí habían sido libros importantes. Me miró con un aire próximo a la desolación y a la vez pícaro. Sacó entonces de su macuto verde un vaso de plástico y me ofreció vino del que estaba bebiendo. Me sonrió y me lo pasó. Se lo acepté, y me senté junto a él. El violinista se puso a tocar otra pieza que me recordó a Mozart. Bebí de aquel pésimo vino blanco, y estuvimos charlando sobre novela negra. Hubo un tiempo en que siendo profesor en Berga planteé a mis alumnos un ciclo de lectura de las mejores novelas policíacas. Cada uno tenía que leer tres de ellas y hacer un trabajo monográfico. Recuerdo la experiencia como magnífica. Y ahora estaba sentado con aquel individuo cuando tenía que coger el tren hacia Cornellà. Me echó otro vaso de vino, y comenzó a hablarme de otros libros, de libros que a él lo habían marcado. Su voz me resultaba conocida, y su estilo claramente pedagógico. Me preguntaba qué hacía una persona como él sentado en un pasillo del metro. Me habló de Baroja, de Azorín, de Unamuno y de Valle, de la olvidada generación del 98 que, a su juicio, fue uno de los momentos estelares de la prosa española, tras las magníficas novelas de Galdós y Clarín. Entonces sacó un libro de su bolsa verde caquí y me lo enseñó. Era La lámpara maravillosa de Valle, me lo pasó y yo inmediatamente reconocí aquel libro de la colección Austral. Lo abrí sabiendo lo que iba a encontrarme en las primeras páginas bajo el título de aquella obra de estética quietista y panteísta del autor de Las comedias bárbaras. Estaba mi nombre, Joselu, y una fecha, julio de 1982. Bebí un sorbo de vino blanco y hojeé el ejemplar archiconocido por mí, igual que también me eran cercanos todos los títulos que había allí expuestos. Sus manos estaban gastadas por la vida, y sus ojos del mismo color que los míos, cansados por la desilusión, pero mantenían todavía el orgullo y la vivacidad. Me dijo que el libro era para mí. Le respondí que no podía aceptárselo, pero él insistió. Me levanté con La lámpara maravillosa en la mano y apreté la suya con fuerza. El se levantó también. Nos miramos cogidos de la mano, cuando comenzaba a tocar una pieza irlandesa el músico de al lado. La música era alegre y vital como una catarata.  Nos pusimos a bailar y a reírnos, carcajeándonos de la vida. La gente pasaba y no entendía nada. El ritmo parecía llevarnos a los prados y colinas de Irlanda lejos de aquel metro ordenado y gris. Probablemente el vino se me había subido a la cabeza. Era la una del mediodía y no había comido nada. Bailamos y bailamos, y cuando acabó la canción, cogí el libro de Valle y mi ordenador portátil que había dejado junto a sus libros, le abracé y me fui por el pasillo rumbo a Cornellà.

  • Adiós, Joselu, -le dije.

  • Adiós, amigo, -me contestó y se sentó nuevamente agitando la mano como despedida.

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