Cuando viajo me gusta visitar los museos de arte contemporáneo que han proliferado por toda la geografía española. No he tenido ocasión de visitar ARCO, la feria de arte contemporáneo que se celebra en Madrid y que es la más importante de nuestro país. Es interesante intentar un diálogo con el arte que se está haciendo ahora. La idea de lo contemporáneo puede aplicarse a todo el siglo XX, o más restrictivamente al realizado después de la segunda guerra mundial, o incluso más reducidamente al creado tras el ataque a las torres Gemelas de Nueva York. Cuando paseo por las salas de un museo contemporáneo intento mantener una conversación con el artista que hace la propuesta. ¿Qué me está diciendo? ¿Qué pretende expresar? ¿Qué reflexión hay sobre el arte en su propuesta plástica, pictórica o literaria? No me considero un erudito en arte, mi visión es bastante simple. Me gustan los planteamientos de la modernidad que llegan a fundirse con mi visión del mundo. Mis impresiones en general suelen ser bastante decepcionantes. Hay demasiados museos de arte contemporáneo y no hay una producción de altura estética para llenarlos. El otro día paseaba por la colección del MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) y mi juicio no podía ser más pobre. Lienzos pintados totalmente en negro, esculturas con forma de caja de metal, formas inexpresivas carentes de imaginación, profundamente aburridas, una serie de cojines gigantes clasificados por colores. El bostezo me asaltó repetidamente cuando visitaba sus salas llenas de turistas que no sé muy bien qué sentirían ante aquella vaciedad e inanidad.
Hace unos meses tuve ocasión de ver la exposición conjunta de Picabia, Man Ray y Marcel Duchamp en el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña). Tuve ocasión de verla con mis hijas que se aburrieron profundamente. No tuve ocasión de verla con excesivo detalle, pero sí que llegué a la considerada obra fundamental del siglo XX, la fontana de Marcel Duchamp, un urinario puesto del revés. Imaginaba que cuando llegara a tal icono del arte dadaísta sentiría algún tipo de emoción profunda. Tantas veces había hablado de él y de la nueva concepción del arte que se derivaba de aquella fuente de la marca Mutt. Pero no fue así. Mi reacción fue fría, aquel objeto, o aquella cosa como acostumbraba a decir Marcel Duchamp, me dejo absolutamente impasible. No sentí nada, y casi me surgió de nuevo el bostezo. Fue una terrible decepción. Pensar que buena parte del arte del siglo XX derivaba de aquel objeto que ha sido considerado como el elemento artístico fundamental del siglo pasado resultaba decepcionante.
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