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sábado, 29 de marzo de 2008

Cronopios y famas


Muchas veces me he preguntado por qué no he cuidado más mi carrera docente, sobre todo me lo cuestiono cuando soy testigo de la fiebre desatada en Cataluña por parte de muchos profesores para alcanzar la condición de catedrático mediante un concurso de méritos y la propuesta de un proyecto de innovación educativa. Me lo pregunto cuando veo a mis compañeros de seminario reuniendo los justificantes de cursillos pedagógicos llevados a cabo a lo largo de los años. Hay que recordar cualquier mérito conseguido para adjuntarlo en dicho concurso.

Recuerdo que mi desastrosa carrera docente comenzó en los años de la universidad en que suspendí el CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica). No creo conocer a nadie que incurriera en semejante desaguisado. Todos mis compañeros asistieron al ICE durante unos meses y recibieron automáticamente -sin hacer nada- el certificado. Yo no, me fui a la mili y lo hice mediante trabajos. Aprobé todos menos Psicología del aprendizaje en que tenía que resolver unos problemas desde la óptica de Piaget. Yo juraría que mi enfoque era válido pero no opinó lo mismo el profesor de la asignatura. Fui el único suspendido porque no me volví a presentar.

Cuando acabé la mili me fui a Barcelona. Trabajé un tiempo de camarero y luego conseguí trabajo en la escuela privada religiosa. La hermana monja que me contrató vio mi carita de niño bueno y pensó que había acertado en su elección. Pocos meses después, tres profesores nuevos entre los que estaba yo, revolucionamos la escuela exclusivamente femenina y las alumnas se declarararon en huelga indefinida, lo que no había sucedido nunca hasta entonces. No me renovaron el contrato y me decidí a preparar oposiciones. Las aprobé a la primera. El dichoso CAP me lo suplió la práctica docente en dos escuelas religiosas.

Saqué las opos, y me fui a cien kilómetros de Barcelona a montar una masía con dos amigos. Compartíamos nuestros ingresos económicos. Alquilamos una masía, la reparamos y compramos cabras, conejos, cerdos... Las cabras me jugaron una mala pasada. Un día se escaparon del establo y subieron por las escaleras a la vivienda. Me las encontré, cuando llegué, tumbadas en el sofá, no sé si viendo la televisión y tomando una limonada, pero lo cierto es que habían roído todo lo que por allí encontraron: el mantel, los periódicos, los cojines, y, fíjense, el título de mi licenciatura en Filología Hispánica que estaba por allí encima. Cuando lo encontré estaba roído por los cuatro costados. Fue todo un símbolo. Mi acreditación de licenciado acabó en los estómagos de aquellos cuatro rumiantes blancos llamados la Petita, la Tonta, la Meona y Georgina.

Corría el año 1984, por el mes de febrero. Habíamos vuelto mis compañeros y yo de un viaje a Alaska y Canada donde trabajamos en verano para comprar más cabras. Me llegó la noticia de la muerte de Julio Cortázar. Propuse a mis alumnos de COU la realización de un homenaje al escritor argentino. Fue un acto en la calle, en el centro de Berga. El caos que organizamos fue tan extraordinario que acudieron varios coches de la policía. Cuando me vieron allí como organizador del happening, quisieron detenerme hasta que les aclaramos que aquello era un acto cultural. Algún día lo contaré con más detalle.

Nada de esto contribuyó a que yo hiciera carrera docente. Era un provocador que se resistía a entrar en el sistema. Planteé desde todos los ángulos actividades alternativas y revolucionarias de matiz cultural. A lo largo de mis veintitantos años como docente he procurado contar con mis alumnos para desarrollar actividades innovadoras. Pero nunca me preocupé de reunir méritos mediante cursillos o publicaciones. Es más los rehuía. Ni siquiera cuando se inició la reforma asistí a los cursillos obligatorios para todos los docentes. Cursé algunos años del doctorado, cuya acreditación podría conseguir según me han dicho. También en 1996 participé en un cursillo de introducción a internet impartido por la XTEC de la Generalitat de Cataluña. Me hice internauta pero no me preocupé del título... así como también en los pocos cursillos que he seguido. De ninguno he logrado el título, dada mi alergia por el lado oficial de la docencia. Entiendo esta cultura de la titulitis -ahora tan necesaria-. Hay quienes atesoran docenas y docenas de cursos pedagógicos, que pueden añadir ahora a la antigüedad y a sus publicaciones. Yo carezco de todo excepto la antigüedad en el cuerpo. No seré catedrático ni cobraré los pluses que implica y otros beneficios anejos. No he sabido hacer carrera. Ni siquiera tengo en condiciones el título de mi licenciatura y sólo en pensar en luchar y competir por esas mil plazas inicialmente ofertadas, hay algo en mí que se rebela. Respeto a quienes lo hacen. ¡Ojalá tengan suerte y adquieran la condición de catedráticos!

Mi vena ácrata y mi falta de sentido práctico se niegan a participar en dicha competición. Atesoró eso sí, mil momentos de tensión creativa con mis alumnos buscando alternativas a las perspectivas oficiales de las asignaturas de lengua y literatura. En algunos momentos gozosos hemos vibrado con nuevas experiencias que pusieron a los institutos donde estaba yo al borde del caos con las juntas directivas encerradas en dirección sin saber qué salida dar a lo que estaba pasando en los pasillos. Esos, pienso yo, son mis títulos, los que guardo en mi baúl afectivo, los que me llevaré cuando abandone esta profesión. Todo aquello que implique la llegada de la imaginación a la educación. Sé que Cortázar tampoco hubiera sido catedrático y que entendería mi postura. ¡Por él y por los cronopios tan ausentes de la vida académica! Es el tiempo ahora de los famas. Están en el poder, en las tarimas y sentados en las aulas. Yo hago discretamente mutis y desaparezco. Dejo el terreno libre a los nuevos catedráticos.

martes, 25 de marzo de 2008

Najat el Hachmi


Najat el Hachmi, una escritora de veintiocho años, nacida en Nador (Marruecos) y que lleva en Cataluña dieciocho años, ha obtenido el premio Ramón Llull de narrativa con su novela L'últim patriarca en la edición de 2008. Es el premio Planeta de las letras catalanas y está dotado con 90.000 euros. La primera impresión que nos viene es la del origen de la escritora y su adaptación al medio que la educó desde los ocho años en la ciudad de Vic. Sin embargo, Najat el Hachmi se ha mostrado muy crítica con los estereotipos que quieren convertirla en un modelo de “integración”, término que ella deplora y rechaza con todas sus fuerzas.

Esta nueva narradora, admiradora de Mercé Rodoreda, no quiere ser bandera de nada y sus críticas abarcan desde los que miran con desprecio o temor a los inmigrantes como a los que exageran sus rasgos culturales en aras de un supuesto multiculturalismo. No soporta a los que hablan de la riqueza que supone la llegada de los inmigrantes de cara a la sociedad de acogida. Ella es crítica con las dos sociedades, una autoritaria -como es la marroquí- y otra -la occidental- que es incapaz de autocriticarse y reconocer sus propios errores y defectos. Lo único que se espera de los inmigrantes es que no lo parezcan, que disimulen sus costumbres y que se integren.

El ser humano puede compartir diversas identidades y roles y no ser incompatibles. Ella por ejemplo es bereber y con su familia habla amazig; con su hijo habla en catalán; es mujer, filóloga y escritora -lo que quiso ser desde que tuvo doce años- y son vertientes de una identidad, la que cada ser humano va construyendo con fragmentos. Najat asegura que en la literatura se pueden conciliar mundos que pueden parecer irreconciliables. Su primer libro se tituló Jo també sóc catalana. Algún crítico lo comparó con Els altres catalans del desaparecido Paco Candel. En esta obra, la escritora deja claro que ella es de aquí y que su identidad está construida con diferentes fragmentos, como la de todo el mundo.

L'últim patriarca, la novela ganadora del Llull, plantea las difíciles relaciones entre un padre bereber, paleta y que se convierte en pequeño empresario de la construcción, con su hija en el momento de la adolescencia. El padre tiene una visión despótica de las relaciones con su mujer y sus hijos, en especial con las que son muchachas. El retrato de dicho padre es inmisericorde. Según la autora, que no niega el carácter autobiográfico de la novela, se ha basado también en otras experiencias ajenas a ella.

Quizás, cuando vemos a alumnos con apellidos no peninsulares, tendemos a verlos como formando parte de una tradición ajena a la de la sociedad de acogida. No advertimos suficientemente el proceso de cambio que supone la entrada en el mundo educativo -el más avanzado que se da en la sociedad. Nuestros alumnos suman diversas facetas como son su origen familiar, y las tradiciones que viven en virtud del mismo, pero también se añaden sus relaciones de amistad en el instituto, su participación en equipos deportivos, la vida en las calles, su admiración por los ritmos musicales occidentales, los cantantes de moda, la tecnología... Son todos factores poliédricos que componen nuevas identidades y que deparan sorpresas en la combinación de las piezas dando lugar a nuevos hombres y mujeres que se escapan de los esterotipos al uso.

La voz de Najat da vida a algunas de esas contradiciones entre las sociedades de origen y de acogida. Su mensaje es que las identidades no se olvidan y que éstas suman y no restan. El ser inmigrante abre nuevas posibilidades al vivir en la frontera de dos o varios mundos. Sin embargo, según Najat, lo deseable no es que estos -los inmigrantes- se agrupen en sociedades culturales según los modelos étnicos, sino que participen en asociaciones de vecinos o de padres o clubes deportivos o grupos de teatro. Éste es el desafío. Éste y saber mirar con ojos abiertos lo que sucede en nuestro mundo.

Termina diciendo la escritora:

Al final aprenderás a vivir en la frontera de los dos mundos, un lugar que, aunque puede ser de división, también lo es de reunión y punto de encuentro. Un buen día te juzgarás a ti mismo afortunado por el hecho de disfrutar de dicha frontera, y descubrirás que eres más completo, más híbrido y más inmenso que cualquier otra persona.

viernes, 21 de marzo de 2008

Dinero por aprobar

Durante esta semana santa he seguido la prensa desde Galicia, y he pensado en algún post que diera continuidad a mi blog. El martes 18 de marzo El País publicaba una noticia que traerá cola y no sé si algún blogger lo ha abordado ya en estos días de cierta desconexión. Resulta, decía la noticia, que Nueva York está desarrollando un programa experimental, subvencionado de momento por entidades privadas como la fundación Rockefeller, que premia económicamente a los alumnos según su presencia y resultados en los exámenes de dos asignaturas: inglés y matemáticas.
Es un programa al que se han acogido voluntariamente 58 escuelas de zonas muy deprimidas donde predomina la población negra o hispana. Los resultados académicos allí son muy bajos. Se han probado todos los sistemas para que los niños estudien y no han funcionado. La polémica medida ha sido ideada por Robert M. Fryer, economista de la universidad de Harvard, y forma parte de un programa más amplio que bajo el título de NYC Opportunity trata de mejorar los resultados de los niños neoyorquinos.

La medida se aplica a niños de entre ocho y once años, en una etapa que ya se ha dejado de aprender a leer y se lee para aprender. El programa pretende dirigirse a las edades críticas como pueden ser los cursos finales de la primaria y la secundaria.

La noticia me ha hecho pensar. No es la primera vez que los alumnos me han replicado que yo trabajo porque me pagan, mientras que a ellos lo hacen de balde, que la cosa cambiaría si ellos también cobraran. Pero este era un comentario tangencial y nadie se hubiera imaginado que a algún economista se le ocurriera poner en práctica aquella idea acariciada por los alumnos.

Mi instituto está situado en una zona deprimida, con un alto índice de inmigración. No llega a ser una zona conflictiva pero sí que se detectan en ella bolsas de cierta pobreza. Los alumnos no tienen asumida en general la cultura del esfuerzo y viven más en la calle y en los videojuegos que en las responsabilidades académicas. Como imaginar es gratis, me planteo qué pasaría si mis alumnos cobraran por evaluación pongamos que 5 € por suficiente obtenido, 10 por el bien, 15 por el Notable y 25 por el excelente. Es una hipótesis que pienso plantearles en cuanto vuelva de vacaciones. Seguro que la idea les atraerá de inmediato. Un alumno con ocho excelentes cobraría 200 € por evaluación. ¿Serviría este sistema para atraerles hacia el trabajo y el esfuerzo necesario para la tarea escolar? ¿Se convertiría ello en un vicio que traería más inconvenientes que posibilidades? La escuela siempre se ha entendido que era un bien en sí misma y que uno no debería cobrar por aprender; más bien al contrario: se paga tradicionalmente por aprender bien. La escuela pública no obstante se ha convertido en gratuita y el pago queda para los colegios privados o concertados. ¿Qué pasaría en el caso de que se pagara por aprobar? ¿El alumno se convertiría en un mercenario y no haría nada sin cobrar? ¿Habría que pagarles también, como ha llevado a cabo Robert M. Fryer en Dallas, por leer libros? ¿Estimularía la curiosidad por aprender o sólo por el objetivo inmediato de sacar buenas notas? ¿Sería una especie de soborno encubierto bajo la buena voluntad de promover la igualdad de oportunidades? ¿A qué edad sería conveniente que comenzara? ¿Quién administraría el dinero que ganaran los alumnos? ¿Ellos mismos o los padres o tutores?

Otra hipótesis con la que se trabaja es la de premiar a los profesores cuyos alumnos mejoren sus resultados académicos respecto al curso anterior. El alcalde de Nueva York, Bloomberg, ha propuesto también pagar a los padres por llevar a sus hijos al colegio. Esta es una realidad en España dirigida a comunidades gitanas a cuyas familias se les paga una cantidad mensual por que lleven a sus hijos a la escuela.

El mundo educativo está en transformación y parece ser que los incentivos son necesarios, sean dirigidos a los alumnos, profesores o los padres. ¿Cómo aumentar la motivación tan desganada de nuestros estudiantes? ¿Cómo competir la escuela con la cultura de la falta de ganas o con otras alternativas más atractivas? ¿Cómo atraer a los jóvenes hacia la cultura del conocimiento? ¿Tiene alguna perspectiva positiva la iniciativa de la fundación Rockefeller?

jueves, 13 de marzo de 2008

Allenrok


El dúo Estopa acaba de publicar su último disco titulado Allenrok, lo que es un anagrama del nombre de su ciudad, Cornellá con K. Ya lo tengo. Me lo pongo cuando estoy cocinando o lavando los platos. Me gusta. Me da marcha su ritmo rumbero y roquero. Veo a los dos hermanos Muñoz en un anuncio de un coche que promociona su gira. Todo ello me recuerda los dos años que fui profesor de literatura de David Muñoz. En tercero de BUP y en COU. A su hermano lo conocí posteriormente en el bar que llevaban sus padres en Cornellá, La Española, un bar de culto hoy día para los que quieren acercarse al origen de este fenómeno de la música de los suburbios.

David Muñoz en el instituto era un personaje popular al que todos lo conocían por el sobrenombre de Sabina, porque cuando había alguna fiesta, cantaba canciones del que era su ídolo. A David le gustaba hablar con los profesores. No eran raras las clases en que se quedaba cuando acababa la explicación y él preguntaba sobre algo que le había interesado. Al día siguiente venía con más información sobre el objeto de la pregunta. Insistía e insistía. David se interesaba por los márgenes de la asignatura. Creo que en mi libreta de notas, que aún conservo, hay pocos aprobados en los exámenes que él realizaba. No solía estudiar lo que se consideraba contenido ortodoxo de la asignatura, pero se quedaba con aquello que le estimulaba y se dedicaba a ello apasionadamente.

Su generación en Cornellá fue muy significativa. Todos en un grado u otro han destacado profesionalmente incluso en campos marginales. Los encuentro a veces y los saludo. Muchos recuerdan con agrado aquellos años de cultura y combate en las aulas. Cornellá era un laboratorio de ideas contracorriente. Góticos, siniestros, red skins, surrealistas, rumberos, diseñadores gráficos, antifascistas sobre todo, abundaban entre el alumnado. Alguno se ha dedicado a negocios inmobiliarios. David Muñoz y su hermano constituyen el fenómeno más visible de una cierta forma de ver las cosas aunando la música , el mundo obrero y la literatura.

En un principio, más que ahora, en las entrevistas que se le hacían al grupo salían inesperadamente maestros de la literatura como Dostoievski o Galdós. Son los que David había conocido en las aulas. Recuerdo que en su generación fue mítico el libro Los demonios de Dostoievski. Otros leían a Baroja. Literatura y música en las calles cuando acababan las clases. David y su guitarra...Me pasaba letras de canciones que componía. Me gustaban, pero nunca sospeché que iba a tener semejante éxito posterior. Conversar con David era siempre interesante. Se fijaba en el detalle más inesperado y le sacaba punta aunque sus resultados académicos nunca fueron excesivamente buenos.

En COU tuvo la ocasión de formar parte de un grupo surrealista que debía realizar un montaje siguiendo la estética del movimiento. Durante un mes lo fueron preparando: los cubistas, los expresionistas, los futuristas, los dadaístas y los surrealistas. Hubo algún alumno que se quedó prendado de la estética de estos movimientos de vanguardia y quince años después sigue fascinado por ella.

Otros, casi todos, se quedaron impresionados por el dramatismo de un grupo catalán futurista y alternativo llamado La fura dels Bauss. Fuimos a verlos varias veces y en clase se propusieron imitar su estética. Realizaron actos, happenings, de estética rupturista y vanguardista. David se unió a ellos y participó con entusiasmo.

Por las tarde de los miércoles llevábamos adelante un profesor de historia y yo un ciclo de cine clásico con títulos como El acorazado Potemkim, Octubre, de Eisenstein, o Olimpiada de Leni Riefenstal, la musa de Hitler. Sin tener obligación de hacerlo venían tanto profesores como alumnos a ver este ciclo de cine político. Luego surgían discusiones apasionantes, del mismo modo que asistían fascinados a las charlas dadas por supervivientes de campos de exterminio de Amical de Mathaussen, o escuchaban interesados a Fernando Savater cuando vino a nuestro instituto para conmemorar el aniversario de la muerte de Voltaire y el concepto ilustrado de tolerancia. David Muñoz estaba allí. En todo lo que se salía de la normalidad académica, estaba presente el futuro artista rumbero, sea representando obras improvisadas de agresiones nazis a homosexuales o recreando a Valle Inclán. Vivimos intensamente un momento de la historia. Por eso cuando David Muñoz y sus compañeros recuerdan su formación académica, no pueden dejar de recordar la enorme intensidad de aquellos años en que las aulas ardían en ideas y proyectos.

Hoy es otro el panorama que vivimos diariamente en las aulas, pero lo considero no menos excitante, y sin duda constituye un desafío que exige lo mejor de nosotros mismos. Eso es lo positivo que tiene la enseñanza. Estar abierta a la sociedad, a la imaginación y al romanticismo. Nos enfrentamos ahora a la cruda realidad que invade nuestras aulas, pero todo aquello que hemos vivido nos da también a veces inspiración para seguir adelante.

lunes, 10 de marzo de 2008

Jornada de puertas abiertas


Hoy diez de marzo es la jornada de Puertas abiertas de mi centro. Los padres estaban convocados a las seis y media de la tarde. Yo he sido una especie de profesor de enlace entre los padres y las distintas aulas que tenían que visitar. Ello me ha dado ocasión de hablar unos instantes con los profesores que tenían que presentar las actividades de la materia en cuestión.

He hablado con Dimas, un profesor de sesenta años de Sociales que se jubila a final de curso. Me ha contado que lleva cuarenta y tres años dando clases. Se siente quemado y que le faltan las fuerzas. Sin embargo, sus clases son prodigiosas. Utiliza toda la tecnología de última generación. Quiere que sus alumnos se encuentren en un espacio diferente cuando van a su clase. Les prepara dossieres ilustrados por él y les proyecta actividades o películas que recrean los diferentes tiempos que aborda en la asignatura. A los padres les ha proyectado la escena en que Aquiles, hijo de Peleo, vence al héroe enemigo. Es una escena impresionante representada por Brad Pitt. Le he oído hablar a los padres. Ha sido emocionante cómo él presentaba la asignatura. Daban ganas de cursarla. Los padres estaban conmovidos. Pero él me había reconocido antes que estaba quemado y cansado. También está enfermo del corazón, pero ha dejado hasta el último momento su vida en sus clases. Cada día se lleva trabajo a casa. Corrige ochenta o cien trabajos diariamente. Así está trabajando hasta las doce o la una de la madrugada. A veces se queda dormido corrigiendo hasta el último detalle. Él exige a sus alumnos, pero estos le exigen también a él y cada día ha de corregir con detalle el trabajo cotidiano de sus alumnos. Estos le respetan y lo veneran como uno de sus mejores profesores, sino el mejor. Está cansado, pero quiere retirarse recordando en sus clases cómo sentía cuando tenía más fuerzas. Oírle hablar a los padres ha sido emocionante. Parecía vibrar con la explicación. Antes me había dicho que había mucho de dramatización en ello. Cada alumno tiene más de cien notas a estas alturas de curso. Las calcula con Excel con una serie de fórmulas condicionales programadas. Todos le trabajan. Nadie suspende con él. Los peores alumnos se esfuerzan para superar la asignatura.

Luego he ido a hablar con un profesor de Visual y Plástica también a punto de jubilarse. Podría haberlo hecho ya, pero él, artista, disfruta con sus alumnos de bachillerato artístico tan freakies. Jerónimo es un provocador y dedica a sus alumnos los peores denuestos. Estos responden y sacan su lado más creativo. Él lo registra todo en sus fotos en que sigue todos sus proyectos artísticos.

Luego he hablado con Rosa, una profesora peruana de inglés. Su aula estaba desplegada para recibir a los padres. Es un prodigio de entrega cotidiana y siempre positiva hacia sus alumnos a los que aprecia sinceramente. Siempre tiene una frase amable con ellos.

A veces se enjuicia negativamente a los profesores haciéndoles culpables de cierto fracaso educativo. Mi experiencia es que en la actualidad, la mayoría de profesores se entrega profesionalmente a su tarea, algunos con pasión y energía y otros con honestidad. Y si a alguno le falta la fuerza y el entusiasmo que se nos exige, ahí está su profesionalidad para disimular dichas carencias.

Reivindico la profesión docente en la que abunda sin duda lo positivo. Sólo los que entramos diariamente a las aulas somos conscientes de la exigencia a que estamos sometidos. Y la mayoría lo hace con convicción y profesionalidad en todos los niveles. Quizás falle el sistema que nos hace individualistas. Tal vez sea algo mediterráneo y en medio de tantos esfuerzos individuales falte la mentalidad colectiva que aglutine toda nuestra pasión para conseguir una escuela propia del frío como es la finlandesa.

A veces leo comentarios que ponen en cuestión el trabajo de los enseñantes. Pero cada día me persuado de que esto no es así. En la enseñanza que yo conozco hay muchas historias de pasión y generosidad sin límites, historias llenas de amor a la profesión y al objeto maravilloso de nuestra enseñanza: nuestros alumnos.

jueves, 6 de marzo de 2008

Delicadeza


Hoy he asistido a un acto político-pedagógico en la sede de un colegio de élite de Barcelona. Los papás participaban con su presencia y los hijos se sentaban en la sala central del vestíbulo del colegio X. Ha hablado la directora, exalumna del colegio hace ya largos años. Luego han hablado los papás que habían acompañado a los alumnos en una convivencia de ocho días en la alta montaña. Allí los niños de diez y once años se habían encontrado con la naturaleza, con las montañas, las casas del pueblo, con la Cataluña profunda en un paraje excepcional. Habían convivido ocho días trabajando intensamente. Por el día se iban a las pistas de esquí de Llesuí y por la tarde y por la noche desarrollaban el programa pedagógico de la escuela en una casita austera que no carece de nada, pero que no tiene nada en exceso. La austeridad es uno de los valores de la escuela.

Miraba a los padres, que asistían entusiasmados, a la manifestación más ideológica de la escuela privada. Los alumnos participaban asimismo de esa concepción del mundo ordenada, abierta al cambio y al tanto de las novedades últimas en educación científica y humanística. No hay que decir que entre los padres asistentes abundaban los bien situados y los que disfrutan de una estabilidad económica a prueba de crisis. El mundo está bien hecho, he extraído como mensaje. Brillaban entre la dirección, los padres y los alumnos caras de satisfacción. ¡Qué lustre da el dinero! me decía yo. ¡Qué percepción del mundo tan –me cuesta encontrar el adjetivo- sofisticada! Algunos eran progresistas y algunos de sus hijos llevan nombres de ríos de África porque en su juventud viajaron por el río Níger. Otros son conservadores y admiraron a Rajoy en el debate de TV. Algunos son creyentes y otros son agnósticos. Pero casi todos lucen un moreno excepcional, y un sentido de bienestar con la vida. Son sonrisas inequívocas. Es la clase la que allí se manifiesta. Y cuando acabe el colegio empezaran las actividades de verano en campamentos internacionales para que los niños consoliden idiomas. Es posible que de allí surja algún lider de ONG humanitaria, es posible que desde allí se origine la reproducción de las élites de la sociedad catalana, las política o las económicas o las intelectuales. De todo hay.

No hay que aclarar que en toda la escuela no había un papel tirado en el suelo, que las clases estaban impolutas y ordenadas. Había diccionarios y material de consulta en abundancia. En el horizonte se veía Barcelona a los pies en un día especialmente hermoso. La escuela está rodeada por la naturaleza en una sierra que es un paraje protegido.

En la escuela no hay ningún inmigrante. Ni ningún niño que no alcance niveles aceptables intelectualmente.

Vuelvo a mi escuela. Las clases están destrozadas y cuando acaba el día el aspecto es terrible. Papeles tirados por el suelo, mesas desordenadas y llena de grafitis… Las palabrotas son el lenguaje normal en los pasillos así como los gritos. Abundan los inmigrantes latinos o magrebíes lo que le da un aire internacional al centro. El nivel intelectual del centro es muy bajo. Los alumnos viven más en la calle que en la cultura. Este es un concepto ajeno a las aulas que son verdaderos hervideros de conflictos pero también de encuentros estimulantes.

En mi centro todo es inestable y altamente volátil. Los rostros que veo de los padres son de personas golpeadas por la vida, y los alumnos reflejan diferentes estados de desestructuración. La convivencia es difícil aunque abundan también experiencias en este sentido muy interesantes. Aquí no están las élites del futuro, pienso yo. Pero qué vivo me parece este centro y qué falso me parece el que he descrito en primer lugar. En uno sobresalen las sonrisas profidén y en otro los rostros marcados por las circunstancias adversas. Si viniera un realizador cinematográfico, sin duda, que encontraría historias más relevantes aquí que en el colegio X en que todo es exquisito y delicado. La vida en estado puro es extremadamente imperfecta y se percibe más sufrimiento que autosatisfacción, más gritos que susurros, más grosería que refinamiento. Hay, pienso yo, otras formas de delicadeza, que no se expresan de forma tan maravillosa y distinguida.

Me he sentido tremendamente incómodo durante todo el acto recordando las aulas que transito día a día. ¿Cuál es la realidad?

miércoles, 27 de febrero de 2008

El poeta del pueblo


Hemos dedicado en cuarto de ESO dos trimestres a la enseñanza de la Literatura Española desde el Romanticismo. El último trimestre nos centraremos en la lengua y en la sintaxis. El tiempo se hace corto. Una de las tres clases a la semana tiene como eje la lectura silenciosa, y otra la distribuimos entre el trabajo en el blog de la clase o bien en el taller de literatura dramática. Sólo nos queda una hora para trabajar la Historia de la Literatura Española. Hoy por fin hemos llegado a un tema especialmente apreciado por mí: la poesía de la generación de 1936, si es que existió algo llamado así. El conflicto bélico –terrible catástrofe en la historia de cualquier pueblo- de la Guerra Civil rompió la convivencia y dispersó a los poetas en el exilio.

Hoy quería presentarles la figura de Miguel Hernández. Para ello me he leído un par de libros, uno de ellos de Agustín Sánchez Vidal, antiguo profesor mío en la universidad de Zaragoza. Se doctoró con una tesis sobre el poeta de Orihuela. El recuerdo de mi profesor es entrañable.

La vida y la obra de Miguel Hernández está llena para mí de una intensa emoción, y quería transmitírsela. El hecho de ser un poeta auténticamente salido del pueblo, de formación autodidacta, pastor de un rebaño de cabras de su padre… me lo hacen especialmente querido. Su trágica historia comienza con los golpes que le daba su padre cuando le veía leyendo libros o escribiendo versos. Estudió hasta los catorce años. Me lo imagino con ese aspecto de patata recién salida de la tierra con que lo retrató Pablo Neruda, uno de sus maestros, cuando llegó a Madrid en noviembre de 1931. Apenas tenía dinero y vestía pobremente. Buscaba contactos en el mundo de la poesía. Escribió a Juan Ramón Jiménez para ser recibido por él, pero no sé de que lograra en este primer viaje la ansiada entrevista. No podía pagar la pensión, y hubo de dormir muchas noches en los bancos de la calle o en el metro. Seis meses pasó en Madrid, donde se empapó de las nuevas corrientes poéticas: el gongorinismo, las vanguardias, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna… Todo ello salió en un libro tan meditado como impetuoso que fue Perito en lunas (1933). Góngora total en octavas reales construyendo sorprendentes metáforas sobre los objetos o hechos menos aparentemente poéticos. Les he copiado en la pizarra su famosa octava real dedicada a la masturbación.

El ambiente en clase era festivo. Los adolescentes tienden a trivializar cualquier tema. Les he pedido un poquito de concentración. Llegábamos a su maravilloso libro de sonetos El rayo que no cesa (1936) del que les he leído su espléndida Elegía a Ramón Sijé, su maestro poeta oriolano, coautor de la revista El gallo crisis. La muerte de Sijé le dejó una honda huella, aunque hacia aquella época él ya estaba orientado más a la concepción de la poesía impura nerudiana, alejado de su neocatolicismo, de Juan Ramón Jiménez y la poesía enconsertada en composiciones clásicas.

En plena guerra civil surte torrencial Viento del pueblo que ejemplifica esa concepción de la poesía como arma de combate. Les he leído La canción del esposo soldado, aquella en que augura que su hijo nacerá envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y al final

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

El final, emocionante, la derrota plasmada en El hombre acecha y ese único y singular libro que es Cancionero y Romancero de ausencias, donde el poeta liberado de corsés estetizantes, canta con voz personal, su dolor desde la cárcel. Las palizas que sufrió, los continuos traslados de cárceles, la neumonía que no fue tratada, su condena a muerte conmutada por una pena de treinta años de cárcel, su tuberculosis final y la muerte en Alicante en 1942, alejado de su mujer y su segundo hijo. El primero había muerto a los diez meses. Su vida queda plasmada en aquel poema de las tres heridas: la de la vida, la del amor y la de la muerte, como también en aquel estremecedor poema que es las Nanas de la cebolla.

No sé muy bien quiénes me han escuchado y quiénes no. La poesía a priori no les motiva, aunque les gusta oírla. No sé si mi emoción les habrá llegado. Un alumno al final, saliendo de clase, me ha preguntado que cómo era posible que alguien que viniera de tan abajo hubiera logrado escribir una poesía de tan alta calidad, teniendo todo en contra. La voluntad, le he respondido. La vida de Miguel Hernández es un prodigioso ejercicio de voluntad, honradez y compromiso intelectual y político. Todo ello unido al genial misterio del artista del pueblo, del que no hay otro ejemplo en nuestra historia literaria.

lunes, 25 de febrero de 2008

El premio arte y pico


Lu ha tenido la generosidad de nominarme entre otros compañeros blogueros para compartir el premio Arte y pico que premia la creatividad, a tenor de lo que su promotora Eseya recoge en su blog. Parece que la cadena (Meme) se inició hace un tiempo y que ésta va multiplicando a modo de pirámide sus enlaces y blogs premiados.

Las bases del premio son las siguientes:

-Nomina cinco blogs que consideres merecedores de este premio, por su creatividad, diseño, material interesante y que aporten algo a la a la Comunidad Bloguera, sin importar su idioma.
-Cada premio otorgado debe tener el nombre del autor y el enlace al blog para que todos los lectores puedan visitarlo.
-Cada premiado debe exhibir el premio y colocarlo con el nombre y enlace al blog de la persona que lo ha premiado.
-Premiado y premiador deben enlazar al blog de Arte y Pico (
Eseya) para que todos conozcan el origen de este premio.
-Publicar las reglas del premio.

Lo que más me enorgullece de este premio, no es éste en sí, que considero relativamente merecido, sino estimar la extraordinaria bloguera que me lo ha otorgado por un lado, y tener la oportunidad de premiar a cinco blogs amigos y que destaquen por su creatividad, lo que es difícil de elegir.
Mis cinco propuestos son los siguientes:
- Me encantó bailar contigo, un blog educativo surgido hace pocos meses pero denso en contenido y en ilusión. Sigo con gran interés la evolución del plan de lectura planteado por la autora a sus alumnos.
- Dalia, casos y cosas, por su sentido del humor, su ironía y su humanismo, que me hacen siempre sonreír cuando lo leo.
- El blog de Sera Sánchez, un blog que plantea el desarrollo de un taller teatral en un centro de menores. El autor –educador y profesor de teatro- ensaya ilusión y dramatización en un contexto difícil pero lleno de posibilidades imprevistas.
- Cosas que pasan en el sur, un blog que no es estrictamente educativo, aunque su autor sí que es profesor. Me sorprenden la sinceridad y autenticidad de sus reflexiones.
- Neomaestrillo: opositor y sustituto. Por su calidad, por estar escrito en lengua catalana, y por sus planteamientos novedosos que no eluden sus posicionamientos sindicales como su apoyo a la huelga del catorce de febrero en Catalunya.

Felicidades a los destinatarios del premio. Si lo relativizáis, da lo mismo. Desde mi punto de vista, es una manifestación de aprecio y consideración a vuestra tarea.

jueves, 21 de febrero de 2008

Naves más allá de Orión


Hay profesores que achacan el fracaso educativo a la falta de competencia de los profesores, a su falta de entusiasmo por las nuevas teorías educativas como las que supuso la LOGSE en esa búsqueda de la escuela social versus la escuela intelectual que propugnaba el antiguo sistema educativo. Leo sus debates con la carga de una experiencia que juega en mi contra. A mis treinta años culpaba de todos los males de la educación a un profesorado conservador, incapaz de innovar, que pensaba en su coche y en cómo pagar la hipoteca antes de llevar cada día ideas frescas al aula. Yo era un revolucionario prepotente que despreciaba a sus compañeros. Lo bueno es que mis propuestas tenían éxito y los alumnos, gozosos, acompañaban con su complicidad mis ideas que concordaban con su espíritu, con su alma. “Alma” qué palabra tan poco usada en los tiempos actuales. Desde mi tarima juvenil lanzaba diatribas contra esos profesores cansados, entregados al sistema. Odiaba al sistema tanto que algún alumno me vino a preguntar que por qué lo detestaba así, si el sistema era lo que en el fondo nos protegía, lo que me estaba a mí alimentando. Desde mi altanería me permitía juzgar lo que otros hacían y lo encontraba deplorable. No quiero contar lo que con mi prepotencia llegué a hacer. Algún día me gustaría escribir un libro como el de Frank McCourt sobre la profesión docente. Es un reto que tengo planteado.

Asisto hoy, desde mi madurez profesoral, a debates apasionantes en la red, y me resisto a entrar en ellos. Mi presente está demasiado condicionado por mi pasado. Y hoy entiendo demasiado bien a esos profesores cansados o simplemente dignos que hacen lo que pueden. Incluso llego a entender a esos profesores fracasados que no pueden permitirse poner un puesto de pipas como alternativa a su profesión que ya no puede mantenerse en pie. Hoy, despojado de tanta arrogancia, entiendo a los profesores que encontré en mi primer colegio de monjas donde di clase. Yo llegaba y ellos se iban. Teníamos verdades diferentes e incompatibles. He tenido que vivir una vida de profesor en los dos extremos para comprender las razones que asisten al otro.

Es muy fácil pontificar, decir que todo es culpa de los profesores, es de una ignorancia supina afirmar que la LOGSE fracasó porque se la boicoteó por parte de un sector del profesorado conservador. Es un error de perspectiva. Es simplemente ser joven e ignorante. Pero puedo entender ese error. Yo también lo cometí, y me ponía el mundo por montera y no vean de qué manera.

Como la película Blade Runner, puedo decir al estilo de uno de los replicantes, que he visto naves más allá de Orión…y que mi experiencia hoy no me sirve de nada. Existe una escuela social donde el problema fundamental es aprender modelos de conducta tolerantes y democráticos, en la que se encuentran personas de ámbitos muy diferentes por su origen étnico o religioso, que son apáticos en cuanto al problema del conocimiento, que raramente se detectan inquietudes (a veces sí, amigos, por eso no pongo el puesto de pipas), que implica una dedicación admirable del profesorado enfrentado al desaliento cotidiano. Que es mentira, vamos, lo que algunos ligeros juzgadores estiman como causa del fracaso del modelo educativo: la desidia de los profesores. Cada día me admiro del tesón y la profesionalidad de mis compañeros, pese a quien pese.

En algunos colegios de élite se carcajean de nuestros postulados educativos. Tienen el alumnado que nos falta a nosotros. Sensibilidad e inteligencia unidos. Lo que antes la escuela pública podía ofrecer en cantidades ingentes. En fin, no aspiro a tener razón

lunes, 18 de febrero de 2008

Vividores del cuento


Hoy tenía guardia de cuatro a cinco de la tarde. Estaba solo y faltaba un profesor de tecnología. He subido a la clase 5.4. y me he encontrado un panorama que quiero explicar aquí. Era un curso de adaptación curricular de segundo de ESO. La mayoría eran inmigrantes marroquíes, árabes y bereberes, lo que no es lo mismo. También había alumnos latinoamericanos y algún peninsular perdido allí. Les he explicado que el profesor tal no podía impartir la clase y que yo era el profesor de guardia y que iba a estar con ellos durante la hora. Una hora complicada. Se ha armado el guirigay porque esperaban disponer con el profesor de la sala de ordenadores portátiles para poder ver vídeos de Youtube. Era clase de tecnología.

En la clase había varias alumnas con hiyab, bereberes, que se han dedicado a enseñar los números en su lengua a alumnas latinoamericanas. Les oía su pronunciación gutural cuando actuaban como profesoras. La clase ha sido intensa pero estimulante. Mi presencia ha servido para paliar en parte la falta del profesor titular, pero he tenido que estar llamando la atención continuamente a varios de ellos que se levantaban continuamente, y servir de juez en diversas disputas surgidas entre ellos. Se pasaban papelitos diciendo que Youssef era novio de Elly o algo así. La algarabía era constante. He tenido, perdiendo la compostura, que gritar que se callaran, que estábamos en clase y que todos tenían que estar haciendo alguna faena escolar. Mi autoridad ha sido relativa, muy relativa, porque apenas he conseguido que hicieran trabajos de clase. La mayor parte han estado jugando o pasándose papelitos o levantándose para tirar papeles o véte a saber qué. “Siéntate, Lassen” he repetido veinte veces.

He sido consciente de que mi autoridad era muy relativa. Tengo una edad para ser respetado por alumnos de trece años, pero no era así. Alumnos marroquíes que sin duda respetarían como a un oráculo a sus padres o a un imán, se rebelaban y jugaban con un tira y afloja desesperante con el profesor de turno; alumnas bereberes con velo, que sin duda se mantendrían calladas ante una autoridad familiar o religiosa, se rebelaban sin enfrentamiento directo con la supuesta autoridad del profesor que estaba allí, que les trataba con todo el respeto del mundo. Alumnas latinoamericanas se juergueaban sin que el profesor supusiera demasiado recato en su comportamiento.

Me he dado cuenta de que la autoridad es algo cultural y que la escuela occidental supone un ejercicio relativo de la autoridad. La edad no es respetada en sí ni la función profesoral. No se valora la autoridad del profesor por lo que pueda enseñar o lo que pueda saber. La adolescencia, esa edad conflictiva, surge en todas las culturas como rebeldía frente a la autoridad que hemos diseñado. El profesor no llega investido de autoridad o de potestad, ha de ganársela en su ejercicio de la prudencia y del pacto que ha de estar basado en el respeto y en la elocuencia. El resultado es un equilibrio inestable. Nadie va a estar callado porque sí, y los conflictos van a surgir por doquier. Es la capacidad de empatía del profesor, su habilidad para tejer equilibrios inestables y su mantenimiento de cierta armonía interior; es su propia autoestima la que está en juego.

La escuela es un ejercicio arriesgado y conflictivo de la autoridad. Esta no se da por supuesta. Es un tira y afloja constante. Esos pequeños héroes que son los profesores, personajes que no se pueden permitir estar con la moral baja o deprimidos. Es una profesión para seres ligeros y cargados de optimismo. Aun así, cada día que pasa, decimos para nosotros mismos y para quien quiera oírnos: uf.

He querido terminar la clase despidiéndome de ellos. Han subido las sillas encima de las mesas, han cerrado las persianas y recogido los papeles –no sin conflictos-. Cuando salían les daba la mano uno a uno y me despedía de ellos con un “hasta mañana”. Casi todos me han dado la mano. Una alumna bereber se ha negado en principio, no sé si por una cuestión cultural, y otra latinoamericana ha bromeado quitando la mano cuando yo se la ponía varias veces. Era una falta de respeto evidente. Al final me la ha dado. Estaba fría. La alumna bereber al final ha venido y me ha saludado. La clase había acabado con un griterío ensordecedor que no he tomado en consideración. No, no es fácil ser profesor. Por eso me molesta tanto cuando vienen gentes ajenas a las aulas, que han huido de ellas y se han dedicado a pontificar, y nos vienen explicando en cursillos cómo deben ser las cosas dentro de ellas. Contra ellos, contra esos vividores del cuento es este post.

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