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jueves, 30 de marzo de 2006

Huesos de cristal


Una sesión de evaluación es un trámite solemne. Se celebran trimestralmente para evaluar el rendimiento y actitud de nuestros alumnos. La mecánica es ritual: una mesa reúne a una decena de profesores de las diferentes materias presidida por el profesor-tutor que es el que reúne la información necesaria para establecer una estimación académica provisional.

El tutor comienza dando una valoración general del rendimiento del curso. ¿Ha habido mejora? ¿Qué alumnos han destacado positiva o negativamente? ¿Cómo es el clima de trabajo en el aula? ¿Cómo es la actitud del grupo-clase? El tutor suele hacer unas estadísticas “artesanales” que permiten comprobar la evolución de la clase.

Las deliberaciones son secretas, así como la información que se comparte entre los distintos profesores. Suele asistir un miembro de la Junta Directiva y alguno del Gabinete de Orientación Pedagógica. Cruzamos la información e intentamos valorar individualmente a cada alumno.

Esto es un procedimiento que conocen todos los profesores. No descubro nada nuevo. El tutor ha ido siguiendo a sus alumnos, sus conflictos, sus temores, ha hablado con ellos, con sus padres si ha sido posible –a veces no lo es porque los padres se niegan o porque son incapaces de encontrar un momento para hablar con el tutor-, con los profesores, que le exponen sus quejas y satisfacciones.

Pero una sesión de evaluación permite conocer más en profundidad a los alumnos. Hay información confidencial sobre la situación familiar de cada uno de ellos que se sugiere, sin explicitarse, en la sesión. Todos nuestros alumnos tienen derecho a la intimidad y tampoco se trata de airear datos que mejor quedan en la sombra. Sin embargo, a veces hay que hablar de situaciones que afectan a su rendimiento, y puedo decir entonces que uno se entera de cuestiones muy delicadas y dolorosas, a veces estremecedoras.

Hablo de situaciones de abandono familiar, de separaciones traumáticas, de embarazos de adolescentes, de vidas que se están recomponiendo, de negligencia paterna hacia los hijos, de malos tratos, de muertes por enfermedades terribles que afectaron a los alumnos poco después de nacer, de alcoholismo paterno, de hambre físico, de situaciones de desahucio del hogar, de dramas sin cuento en el tema de la inmigración, de familias enfrentadas en los tribunales, de padres que ignoran a sus hijos, de padres dedicados a negocios sucios o madres a la prostitución… Podría seguir. Uno siente muchas veces compasión hacia alumnos que mantienen muchas veces actitudes díscolas, rebeldes o abiertamente provocativas para reclamar la atención. Estos alumnos en la mayoría de los casos están necesitados de una dosis enorme de afecto, pero en su actitud, en el día a día, son perturbadores en el aula y abiertamente contraproducentes para la marcha del grupo. Está claro que un clima de estabilidad emocional contribuye a un buen desarrollo y equilibrio de las personas y más en una etapa de formación como las que ellos están.

Sin embargo, a veces hay alumnos que teniendo historias terribles detrás de ellos son modelos de trabajo y comportamiento. Es como si hubieran trazado una línea de acción y se mantuvieran fieles a ella. Estos alumnos me sorprenden y me maravillan porque, teniendo todo en contra, nos dejan con la duda de si todo está determinado o hay otros factores que posibilitan la libertad y la asunción de la responsabilidad de los seres humanos. Hay personas –hablemos ahora de personas y no de únicamente adolescentes- que, a pesar de sus dramas personales, se saben sobreponer y buscar y mantener sus objetivos. Es como si del plomo supieran extraer oro. Otros se rinden o no saben sobreponerse o se dejan llevar o aplastar por las circunstancias.

Los seres humanos son muy diversos –ya sé que no es una constatación muy original- pero en un centro de enseñanza tienes un abanico extraordinariamente elevado de comportamientos. Hay quien tiene todo en contra –incluida su inteligencia- y es capaz de sobresalir. Hay otros que tienen todo a favor -o no todo en contra- y se dejan hundir.

Tantos años dedicado a la enseñanza no me permiten todavía trazar un atlas de cómo son o serán mis alumnos . Siempre son una fuente de sorpresas a veces negativas y a veces deslumbrantes, pero tenerlo todo en contra no es sinónimo de fracaso ni tenerlo todo a favor de éxito. Entre medio tenemos una amplísima gama de la naturaleza humana y no sabemos demasiado acerca de ella. ¿Quiénes saldrán adelante? ¿Quiénes se colocarán en un trabajo digno? ¿Quiénes serán felices en su vida? ¿Quiénes sucumbirán al desaliento o a la depresión? ¿Quiénes en una situación de necesidad te echarían una mano? ¿Quiénes cuando te los encuentres por la calle te recordarán con afecto a pesar de los conflictos que has podido tener con ellos? ¿Quiénes serán traidores y quiénes fieles a algo? ¿Quiénes en una situación de extrema violencia, como una guerra o un golpe de estado, serían verdugos o héroes anónimos que contribuirían a salvar vidas humanas? No sé, me pasa como al físico que fue Albert Einstein, es posible que sepa de alguna materia pero de la naturaleza humana no sé mucho...

Quiero aferrarme a los ojos claros de Abdel, un muchacho marroquí, enfermo, que va en silla de ruedas pues padece de “osteogénesis imperfecta”, la enfermedad de los huesos “de cristal”. Es un prodigio de alegría, de fe en la vida, de buen compañero, querido y apreciado por todos. Le encanta el peligro y hemos de contenerlo para que no se nos lance muletas en ristre. Todos lo queremos y él lucha con pasión por vivir en conformidad consigo mismo y con los demás. La vida, todo, es realmente sorprendente.

martes, 28 de marzo de 2006

Morir dignamente


El pasado domingo 19 de marzo las páginas centrales de El País publicaban un reportaje titulado “Yo elijo mi muerte” en que se abordaban los últimos días de una enferma terminal suiza –Josiane Chevrier- que, aquejada de tremendos padecimientos físicos y psíquicos, había decidido dejar de vivir y había pedido ayuda para hacerlo. La diferencia en este caso es la nacionalidad de la mujer, pues en Suiza no es delito la asistencia a un suicidio voluntario, aunque quienes lo practiquen no pertenezcan a la profesión médica.

La asociación Exit, que fue la que la ayudó en su suicidio asistido, tardó cuatro meses en aprobar la petición de Josiane. Antes fue necesario comprobar que la mujer reunía los requisitos que esta asociación exige a los que reclaman ayuda para suicidarse: capacidad de discernimiento, que la demanda sea seria y repetida, que padezca una enfermedad incurable y mortal y que además ésta acarree grandes sufrimientos físicos y psíquicos.

Por fin, un día, acompañada de una de sus tres hijas y una nieta –de las otras dos se había despedido la noche anterior con una cena: no quisieron asistir a una acto que veían como desgarrador- dos acompañantes de Exit, voluntarios, le preguntaron si estaba verdaderamente decidida. Josiane lo estaba. Le dispensaron dos píldoras que tienen como objetivo abrir la digestión e impedir los vómitos. Se despidió de sus familiares y amigos y posteriormente se tomó, mezclado con zumo de naranja, una dosis letal de 10 gramos de pentobarbital. La paciente lo ingirió y se quedó dormida. Poco después murió.

Este reportaje me conmocionó y abrió en mí intensas reflexiones. Josiane estaba ya en un punto en que sus padecimientos eran insoportables. Tenía un tumor en el pecho que ya le había alcanzado la garganta. Consumía de forma masiva morfina. El mal había alcanzado la fase de “necrosis nauseabunda” y su cuerpo ya olía a cadáver por el estado de putrefacción que había alcanzado. Me dije que lo que había obtenido legalmente Josiane debía ser un derecho universal, amparado por la ley. Pienso en esos enfermos terminales experimentando sufrimientos horrorosos y creo que tendrían que tener derecho a acabar su vida dignamente, optando libremente, por el suicidio asistido.

No es un tema fácil, sobre todo si está implicado alguien querido. Los familiares y médicos tienden a prolongar, por encima de esperanzas reales, la vida del enfermo. Les resulta una carga insoportable tomar la decisión, no amparada por la ley en la mayoría de los países, de la eutanasia "pasiva" y ya no digamos "activa".

En España se han ido aprobando recientemente en las distintas comunidades el llamado “testamento vital” o “documento de voluntades anticipadas” en el que una persona mayor, con capacidad suficiente y libremente, expresa las instrucciones a tener en cuenta cuando las circunstancias que concurran no le permitan expresar personalmente su voluntad cara a no mantenerlo vivo artificialmente por encima de expectativas razonables. Dicho documento ha de ser firmado ante notario o ante tres testigos mayores de edad, y que al menos dos no deben tener relación de parentesco ni relacionados por relación patrimonial.

La asociación Derecho a morir dignamente, legalmente registrada en nuestro país, tiene como objetivos los siguientes:

1. Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
2. Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso.

Algunos datos:

• En 1997 una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas dice que el 67 % de la población pide la despenalización de la Eutanasia en España.
• El 65 % de los médicos y el 85 % de las enfermeras reconocen que han recibido la petición de pacientes de morir antes, mediante suicidio asistido o la eutanasia.
• En España a través del instituto IOLAW (www.iolaw.org) en el año 2002 se hace una encuesta a abogados de diferentes países. En España el 73,18% responde positivamente a la pregunta “¿Cree que la eutanasia es un derecho fundamental del la persona?”
• El 60 % de los médicos apoyan un cambio de ley “para permitir a los enfermos pedir y recibir el suicidio por un médico y/o la eutanasia activa.

Esto no es más que una pequeña muestra de datos recogidos por la web de Derecho a morir dignamente. No hay duda de que una mayoría social y profesional quiere ver reconocido un derecho que no obliga a nadie, sólo faltaría, pero que debe contemplar la posibilidad de morir pacíficamente y sin sufrimientos en el caso de enfermedades terminales o crónicas que acarreen sufrimientos insoportables.

El año pasado llevé a mis alumnos de cuarto de ESO a ver Mar adentro de Alejandro Amenábar, película que plantea dicho tema en el caso del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Posteriormente a la película realicé un debate en clase en el que se manifestaron distintas posturas: los que aprobaban el derecho del enfermo a elegir su final, y los que se oponían porque nunca harían eso con un ser querido. Pensaban en su madre o su padre. Es una cruda decisión, lo reconozco, asistir al suicidio de alguien amado. Pero ha de primar la decisión libre y voluntaria del enfermo que no quiere morir padeciendo sufrimientos horrorosos. En el caso de la enferma suiza Josiane Chevrier creo que se respetó dicha decisión y lo veo, desde mi punto de vista, como algo absolutamente lógico, razonable y profundamente humano, un derecho que debía ser amparado. Creo asimismo que si uno tuviera la opción de saber que puede poner fin a su tortura, probablemente amaría más la vida y no moriría rabiando sino en paz consigo mismo y sus seres queridos. Espero que en las sociedades occidentales se imponga el sentido común y se extienda este respaldo de la ley o que al menos no penalice a los que colaboran con el enfermo.

Hace falta también una pedagogía del saber bien morir. No creo que lo más digno sea agonizar maldiciendo la vida. Es un debate abierto y candente en todas nuestras sociedades y en cada hospital en que se lucha diariamente con esta contradicción.

sábado, 25 de marzo de 2006

Libertad creadora

Leonora Carrington

Una de las situaciones más agradables para un profesor es encontrarte con algún antiguo alumno que te recuerde con especial afecto. Esto ha pasado en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida profesional. No es mérito de éste profesor que escribe sino que a fuerza de dar clase a tantos y tantos alumnos, sin duda, hay algunos para los que en un momento u otro fuiste importante en su vida y en su formación.

Posiblemente para muchos fuiste un profesor indiferente, que te hayan olvidado o que su recuerdo se haya desvanecido porque no representaste nada trascendental. Un detalle del camino. Sin embargo, para otros, por las razones que sean, ocupas un lugar en su educación sentimental e intelectual.

Hace un par de años me encontré con uno. Nos saludamos cordialmente. Hacía diez años que había sido alumno mío. Pero me dijo algo que me emocionó. Él participaba en un grupo de teatro, una especie de cabaret musical, en que desarrollaban acciones de tipo surrealista. Todo había empezado cuando yo en clase del antiguo COU les había propuesto, como solía hacer, realizar un ejercicio de estética vanguardista. Unos tenían que expresar una acción cubista o expresionista, futurista, dadaísta o surrealista. Cada grupo formado por cinco o seis alumnos debía investigar el movimiento que había escogido y preparar una suerte de happening al que asistirían sus compañeros y el profesor en calidad de espectadores. Les dejaba un mes para prepararlo. Las clases se orientaban a la investigación del movimiento. Hay que tener en cuenta que no existía internet y la búsqueda de materiales debía ser "artesanal". Yo les facilitaba alguna documentación y les pasaba algunas películas de estética vanguardista. El resto correspondía a su imaginación...

A lo largo de los diez años que lleve a cabo este tipo de propuestas siempre me encontré una respuesta entusiasta por parte de mis alumnos. Sobrepasaban con creces con enorme audacia e imaginación lo que se pudiera esperar de ellos. Cada vez que asistía a un espectáculo vanguardista era para mí un motivo de especial gozo porque los veía implicados en su estética. Los más radicales eran los dadaístas y los surrealistas. Entre ellos rivalizaban a ver quien llevaba más lejos sus propuestas creativas. Todo valía: música, teatro, lectura de textos, imágenes proyectadas, cuerpos desnudos reales o sugeridos, baile, cabaret. Eran lo que se han llamado performances.

Aquellos alumnos se convertían durante la representación en artistas de la cabeza a los pies y disfrutaban con pasión de su ejercicio creador. El alumno a que me refería me vino a decir que tuvieron que parar en sus propuestas surrealistas porque les llevaban demasiado lejos. La libertad a que llevaba la naturaleza del surrealismo les abría a otros mundos arriesgados y oníricos en los que la violencia y el sexo eran fundamentales. Igual que los que participaban en los actos dadaístas que supuso la negación de todo arte preexistente. De las costillas de Dadá salió el surrealismo.

Este era un método eficaz para comprender el arte vanguardista. No se trataba de teorizarlo, sino de vivirlo desde dentro, meterse en su interior y expresarlo sin límites estéticos, morales o pedagógicos. Lo único que estaba prohibido era romper o ensuciar. Si se ensuciaba había el compromiso de limpiarlo posteriormente.

Recuerdo entre docenas de actuaciones la de diez muchachos con el torso desnudo y con antorchas en la sala de actos del centro con música de Stravinski sonando a tope en una danza frenética. Recuerdo otra actuación en que me llenaron la clase de objetos raros incluida una cabeza de cerdo iluminada con una vela y la lectura de textos surrealistas de Salvador Dalí y Lorca. Otros en su actuación imitaban el estilo de un grupo rompedor catalán llamado La fura dels Bauss que planteaban un mundo destruido en la sociedad postindustrial. De las ruinas de la civilización salían nuevos seres mutantes.

Era la imaginación al poder. Probablemente ninguno de los que participó en aquellas performances podrá olvidar su acción dramática. Como este alumno que iniciaba el post que diez años después seguía volviendo a los juegos del inconsciente que plantea el surrealismo. Lo vivido en la representación era vida pura, era participar en la esencia de la creación artística. Era romper los moldes, destruir los límites, ir más allá de la reglas racionales.

¿Qué adolescente no dejaría de ser seducido por la libertad absoluta de creación sin límites?

No es necesario que diga que hoy día esto mismo es imposible. Ya no hay ese gusto por la libertad estética y por el sentido creativo. Yo al menos no lo percibo. Por otro lado, la enseñanza ha perdido el carácter de indagación que pudo tener hace unos años y es demasiado burocrática. Faltan asimismo los espacios de tiempo necesarios para que estas propuestas sean llevadas a cabo. Pero lo que más me inquieta es que ahora no suscitarían el entusiasmo que yo viví desbordante en otras generaciones de alumnos.

miércoles, 22 de marzo de 2006

Lletraferida

Mi hija Clara está lletraferida. Esta es una hermosa palabra catalana que no tiene equivalente en castellano y que califica a una persona que cultiva las letras y que vive apasionada por la literatura. Clara tiene nueve años recién cumplidos y hasta hace poco era una lectora normalita, hasta casi diría yo que un poco perezosa. Pero desde hace un mes aproximadamente parece haber entrado en un éxtasis lector y se dedica a leer apasionadamente cualquier instante que puede arañar al tiempo: en el coche, antes de cenar, los fines de semana poniéndose el despertador a las siete de la mañana, ratitos perdidos por las tardes. Está leyendo la saga de Harry Potter. Ha acabado El prisionero de Azkaban y ha empezado El cáliz de fuego, un libro de seiscientas y pico páginas que no le arredran.

La miro leyendo y recuerdo emocionado el momento en que yo empecé a leer libros. Fue entre los diez y los once años. Hasta entonces leía tebeos que era lo único que tenía a mi alcance. Era otra época y los citados tebeos ocupaban un lugar excepcional en la formación del gusto lector. No hay equivalente ahora. Mi impresión cuando descubrí los libros fue de sentirme maravillado. Me parecían un verdadero prodigio. Comencé con libros que presentaban personajes de series famosas de televisión. Nadie me orientó en mi gusto lector. Hube de abrirme camino sin ningún maestro. En la escuela entonces no se recomendaba especialmente la lectura. Continué con libros de la colección Historias que mezclaban dibujo y texto. Recuerdo mi pasión por Julio Verne. Su novela La isla misteriosa la leí durante un verano interminable una quincena de veces. Cada vez que la terminaba sentía una enorme sensación de pena y empezaba a leerla de nuevo con la misma fruición.

A Verne le siguieron Emilio Salgari y el pirata de Mompracem; Karl May, el escritor austriaco que escribía espléndidas novelas sobre el oeste sin haber estado nunca en los Estados Unidos;Richmal Crompton, la extraordinaria creadora de uno de los mejores personajes que he conocido: Guillermo. Comparto este gusto con mi filósofo favorito, mi querido Fernando Savater que habló con gozo de él y de su banda de los Proscritos en su libro La infancia recuperada. Guillermo era un anarquista nato en la Inglaterra conservadora de la época en torno a la Segunda Guerra Mundial. Enid Blyton fue otra escritora que conformó mis años de pubertad.

Recuerdo tardes inmensas de aburrimiento atroz si no hubiera sido por los libros que me acompañaban fielmente. Podían conjurar la tristeza más terrible y convertirla en una situación luminosa. Hubo tantos personajes que se hicieron mis compañeros de viaje... Creo que como a esta edad ya no se vuelve a leer en la vida. Ocasionalmente he vuelto a encontrar esa pasión por lo que estoy leyendo en alguna obra aislada, pero no como aquellas tardes de mi infancia y primera pubertad, ni aquellas mañanas en que me despertaba tempranito para poder leer durante una hora antes de que empezara el día. Unía a mi lectura matinal un vaso de agua con azúcar y un trozo de pan duro del día anterior. Esta es la felicidad que recuerdo de aquellos años, siempre acompañado de algún libro.

Hacia los catorce años me dediqué a leer noveluchas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía o de espías o del espacio. Ya he dicho que no tenía a nadie que me aconsejara. Más adelante un amigo médico de mi familia empezó a regalarme tomos de una revista médica llamada Hora XXV. En ella se publicaban relatos de escritores como Robert Louis Stevenson, Jack London, Eça de Queiroz... Conocí la serie apasionante de Los relatos de los mares del sur o las historias de London del Gran Norte. Cuando años después llegué a Alaska y el Yukón recordaba las lecturas de mi adolescencia. Me sentía como un buscador de oro o un trampero, perdido en las highways americanas. Compré una edición de los Relatos del Gran Norte en la más aislada ciudad de aquellos pagos: Tok, donde proliferan unos mosquitos feroces y estallan unos atardeceres tan hermosos que estremecen.

Del Círculo de Lectores me llegaron otros títulos. Alguno exclusivamente recomendado “para adultos” por lo sensual de sus escenas. Recuerdo uno de estos libros. Se titulaba Los organillos de Henri François Rey. Simplemente presentaba a dos adolescentes Serge y Nadine, desnudos sobre unas rocas y bajo el sol de agosto deseándose en esa maravillosa edad que era la mía. Pero yo no era Serge ni tenía para mi desgracia a Nadine entre mis brazos. Me sentí triste, pero me quedó el mito de ese verano infinito donde se intuye la eternidad y la adolescencia como momento central de la vida. Acabo de leer La presa de Kenzaburo Oé donde vuelve a aparecer esta imagen poderosa del verano:

“Teníamos la impresión de que el verano que mostraba de aquel modo su poderosa musculatura, con un resplandor deslumbrante, el verano que, al igual que un pozo de petróleo que nos embadurnara de un pesado líquido negro, hacía manar un repentino surtidor de inacabable alegría, sería un verano que duraría eternamente, que no acabaría jamás.”

La literatura puede salvarte del tantas veces intuido sinsentido de la vida o a veces puedes rastrear cómo otros se han enfrentado a la tristeza o han disfrutado del gozo de vivir. Yo no sería el mismo sin los libros que he leído. No sé muy bien quién sería pero en todo caso alguien muy diferente.

Observo a mi hija leyendo apasionadamente y me doy cuenta de que es ella la que ha de elegir su propio camino en la lectura y en la vida. No me atrae especialmente ese Harry Potter que ella ha escogido como compañero de la entrada en ese mundo lleno de maravillas de los libros. Pero es su sendero, la llave de entrada a un universo mágico que se vive irrepetiblemente y en soledad. Dejémosla leer, silencio.

lunes, 20 de marzo de 2006

Esperando a los bárbaros


El futurismo nació en 1909 con el manifiesto firmado por Filippo Tommaso Marinetti. Es uno de los primeros movimientos de vanguardia que van a jalonar el primer tercio del siglo XX. Sus postulados rendían culto a principios como la irracionalidad, la técnica, la velocidad, el belicismo, la violencia… Su praxis e ideología se acercó al fascismo italiano por su canto del patriotismo y la agresividad. Era una estética rupturista que luchaba contra el aburrimiento de museos, profesores y saber empaquetado. Como valor supremo establecía la velocidad y en consecuencia también la visión fragmentada de la realidad que también había presentado el cubismo.

El futurismo tuvo el acierto de describir los valores que iban a dominar en el mundo moderno. En el momento que nace es la época del inicio del cine, del automovilismo, de la confrontación bélica a escala planetaria, de las nuevas máquinas, de los movimientos de emancipación de la mujer. Sin duda, la historia se orientaba hacia un dinamismo y velocidad sin precedentes en el pasado.

Dicha velocidad y el fragmentarismo han sido los valores crecientes de nuestro pasado inmediato. Cada generación ha vivido a una velocidad mayor que las anteriores. Probablemente durante el siglo XX han tenido lugar hechos más trascendentales que en muchos siglos de historia anteriores. Todo cambia a una velocidad de vértigo. La tecnología es la nueva religión del tiempo actual. Cualquier máquina que tengamos queda inmediatamente anticuada, cualquier artefacto informático queda caduco en un par de años y siempre el signo es el mismo: los nuevos son exponencialmente más veloces que los anteriores.

Esto lo podemos aplicar al terreno del conocimiento y al de la enseñanza lo que es el objetivo de este post. Nuestros alumnos son hijos de un mundo donde domina absolutamente la televisión con múltiples canales que tienen como base evitar el aburrimiento y la estética del cambio permanente; son hijos de un mundo informatizado servido por internet en el que el acceso a los datos es inmediato; son poseedores de artefactos móviles que les comunican instantáneamente con miles de terminales de igual signo; dichos mecanismos hacen fotografías, reproducen música, reciben y emiten mensajes en el tiempo cero de la inmediatez; nuestros alumnos se comunican mediante chats en lenguajes que tienden a la síntesis más absoluta en cuanto a las formas y los contenidos. No hay nada que decir y se transmite en un soporte igual de banal. Sólo hay que recorrer cualquier chat para ver la sustancia comunicativa que circula.

Nuestros alumnos son hijos de un mundo vertiginoso y fragmentado. No existe idea de unidad o de totalidad en sus mentes. Sus cerebros se han adaptado y ya no perciben las estructuras continuas, la ilación de ideas, la densidad del lenguaje, una visión interior de las cosas y del mundo. La misma idea de “sentido” ha quedado obsoleta. Las cosas existen en movimiento, es absurda la pretensión de aspirar a que tengan sentido, según la escala de valores del mundo que estamos viviendo. Me muevo, chateo, envío mensajes, tengo chispas de imágenes en el cortex cerebral, luego existo podría ser la versión contemporánea del razonamiento cartesiano.

Por eso nuestros alumnos en clase están inquietos como si tuvieran lagartijas en el culo. Vamos demasiado lentos. Nuestras explicaciones son prolijas. Su ciclo de atención es muy corto. Viven en un mundo de infinitos fragmentos que se suceden y se superponen sin significar nada. ¿Para qué significar? La Edad Media, El Renacimiento, la novela del XIX ¿Y eso qué es? ¿Qué me dice a mí esa antigualla? Se trata de vivir en el más absoluto y rápido presente. Es el carpe diem aplicado a los tiempos modernos, es el aquí y el ahora de los principios budistas. El pasado está muerto como clamaban los futuristas. Nunca podremos satisfacer su extraordinaria necesidad de novedades cada vez más impresionantes y espectaculares.

Hemos debido adaptarnos a la estructura de su cerebro mutado. Los libros de texto son sucesiones de fragmentos que no constituyen una unidad. Cada tema contiene cinco o seis subtemas variados que tienen algunas ideas directrices pero que no permiten la ilación de contenidos. Los libros se han hecho semejantes a internet. Podría irse saltando de subtema a subtema de otra unidad pero eso en un libro que parece continuo les despista. Sólo son felices con tareas mecánicas en las que puedan abstraerse o frente a la pantalla de un ordenador dando saltos hipertextuales en los que se contemple algo y pueda cambiarse en décimas de segundo a otros contenidos y a otras imágenes.

¿Qué lugar queda para las grandes metáforas del pasado, para las largas historias e ideas que vertebraron el mundo durante siglos? ¿Adónde nos conduce esta inmediatez, esta transitoriedad absoluta, esta banalidad de signos vacíos? La única solución que me llega a esta pregunta compleja es que al mercado, al consumo lleno de ansiedad de etiquetas y productos nuevos, a la insatisfacción permanente: nunca estaremos llenos, siempre nos faltará algo, el mundo va demasiado lento para nuestra ansia de novedades. La escuela es un vestigio del pasado como el crucifijo y la Biblia, y la Literatura, y la Historia, y la Filosofía. ¿A quién le interesan las ideas? Vivimos en un universo de imágenes cambiantes y a creciente aceleración. Es un mundo plano, sin relieve. Pero ¿a quién le interesa el relieve o el sentido?. Sólo a los salvajes, a los bárbaros, que nuevamente vendrán a salvarnos de nuestra crisis si la historia es cíclica y algo nos enseña.

viernes, 17 de marzo de 2006

Hip hop en las aulas


Uno está acostumbrado a lidiar con adolescentes y a observar sus tendencias, aficiones y gustos. Cuando hacen un examen es una ocasión perfecta para atisbar discretamente su modo de comportarse y estar. Ves su modo de sentarse, totalmente desganado, apoyando sólo una parte del trasero y dejándose caer en cascada hasta el suelo; ves su tendencia a entrar algunos con gorras, bragas, gorritos de lana; su afición a mascar chicle; la moda de los pantalones bajos de cintura a veces con resultados espectaculares; su afición a la tecnología del movil, mp3, chat; su gusto extremado por escribir su nombre de las formas más variadas y rocambolescas.

Esto último es el llamado tagging, escribir tu nombre con un solo color o con varios en diseños osados y llamativos. Están llenos de tags sus cuadernos, carpetas, hojas que pintan cuando han acabado un examen si no tienen mucho que decir… Es una epidemia que ya dura varios años y que parece ser calificada de cultura hip-hop, una especie de tendencia urbana que lucha contra lo establecido, las normas, el orden; parece ser una especie de reivindicación de la libertad pura.

El tag es una variante del graffiti que viene, como casi todo, de los Estados Unidos. Hacia los años setenta comenzó en Nueva York. Un americano de origen griego empezó a escribir su tag que era TAKI 183 en distintos lugares con un rotulador. El New York Times se hizo eco del graffitero y la moda se extendió como la pólvora. Posteriormente se utilizaron botes de aerosol para hacerlos más grandes y vistosos. En el tag no cuenta excesivamente la dimensión estética. Se valora más la audacia y la abundancia de firmas. Así se multiplicaron las pintadas en lugares prohibidos, especialmente en el metro y lugares de difícil acceso. La tendencia no se quedó ahí y salió a la superficie, y desde entonces los entornos urbanos son el escaparate de los graffiteros y taggeros de toda índole que han conformado nuestro paisaje sin dejar edificio, valla, estación, tren de cercanías sin ser decorado con muestras de este llamado arte popular.

¿Es arte el tag y el graffiti? Mi instituto imparte el bachillerato en su modalidad de Artes y para los profesores y alumnos que allí trabajan no hay ninguna duda y ésta sería una tendencia del popular art de los años pasados, presentes y venideros para desgracia del mobiliario urbano, líneas de tranporte, edificios rehabilitados, mesas de institutos, váteres, etc.

¿Qué placer hay en dejar tu propia firma en algún sitio? ¿Es una especie de reivindicación del ego que deja constancia de su existencia por doquier? ¿Es una forma de lucha contra el sistema y que impone otra estética? Los grafiteros no quieren que se les aplauda, no son amigos de que les dejen paredes para pintar. Luchan contra la censura, reivindican una libertad absoluta de creación, de estar ahí presentes, de dejar la propia firma de modo ilegal. Algunos han conseguido ser considerado artistas que han entrado en los principales museos. Por ejemplo Keith Haring, (1958-1991), hijo del pop art de Warhol, los dibujos de Disney, de la era de la televisión, del vídeo, de los robots, de la música disco, del rap, del sexo, las drogas…en el ambiente vivo artísticamente del Nueva York de los 70 y 80. Haring enlazó con la generación beat por su ideas y por su amistad con William Burroughs. En su ideología buscaba una alternativa al sistema capitalista americano. Sus acciones eran una forma de luchar contra el poder del dinero. Pintó en el metro de Nueva York, participó en un mural en 1986 con motivo del aniversario de la estatua de la Libertad en la que dibujaron 900 niños, pintó asimismo un mural en el muro de Berlín en su lado oriental, tres años antes de su caída. En pleno apogeo de su prestigio le fue diagnosticado el SIDA y muchas de sus pintadas tienen este tema por su implicación personal en la lucha solidaria contra la enfermedad. Bastantes de sus creaciones se conservan en museos pero otras se han perdido por el carácter temporal que tiene el graffiti en las paredes públicas. Murió a los 31 años considerado como un importante artista que había abierto nuevos caminos en el arte de finales del siglo XX.

Nuestros alumnos son indolentes, parecen cansados a todas horas, no tienen ganas de trabajar… pero hay algo que les motiva, que les sale de dentro y esto es fantasear con su nombre en cualquier espacio libre, en cualquier momento que tenga a su disposición.¿De dónde sale esta pasión por algo que es considerado como una tendencia contemporánea de las más importantes en los últimos treinta años? ¿Es la cultura hip hop y el rap aplicado en nuestras coordenadas? ¿Hay algo más detrás? ¿Es una forma inconsciente de protestar contra un estilo de sociedad, contra un sistema de enseñanza que les aburre solemnemente? ¿Es la suprema manifestación de la pereza y la melancolía unidas?

miércoles, 15 de marzo de 2006

Incertidumbre


Ayer tuve conocimiento de que el año que viene es posible que se incorporen al centro en el nivel de bachillerato alumnos de origen chino sin ningún conocimiento de las lenguas castellana o catalana. Se trata de introducirles en el manejo de las lenguas instrumentales de la comunidad donde resido. Nunca he tratado con alumnos chinos. Sé que son extraordinariamente disciplinados y tenaces, además de trabajadores. Por otro lado, es proverbial su discreción y su comportamiento tan educado como enigmático. Seguro que será un encuentro complejo y rico en matices, no exento de dificultades idiomáticas y de adaptación cultural. Quizás haya que empezar a informarse de las circunstancias de la llegada del nuevo año chino y otras peculiaridades del modo de sentir la vida de estos nuevos alumnos.

Me encuentro en múltiples ocasiones con alumnos magrebíes que acaban de llegar hace unos meses y desconocen por completo el castellano. Me es casi imposible comunicarme con ellos ni tengo material adecuado para su nivel de aprendizaje porque, por muy sencillo que sea, requiere la atención del profesor que, por otra parte, está atendiendo al grueso de los alumnos de la clase que bastantes y diversos problemas de aprendizaje tienen. No puedes dedicarte a controlar la evolución de los muchachos que desconocen la lengua. Los ves perdidos con la sensación de estar perdiendo el tiempo y sin que nadie se ocupe de ellos. Los que llevan un tiempo, lo que puede ser hasta siete u ocho años, no han asimilado determinadas características de la lengua de acogida y su sintaxis u ortografía suelen ser bastante enrevesadas. Es un problema que reside en el uso de las vocales, el de las mayúsculas, de organización del discurso, de modo de pensar. Hay que tener en cuenta que estos muchachos siguen hablando árabe en casa y probablemente los programas de televisión que ven son también en árabe.

Cuando llega el Ramadam o la fiesta del Cordero, el instituto ha de habituarse a estas celebraciones como cuando llegan festividades cristianas. Durante el tiempo que duran estos días has de saber que tus alumnos no pueden comer durante las horas de luz o que han de faltar para determinada fiesta. No puedes poner obstáculos.

Los alumnos hispanoamericanos tienen otro tipo de problemas como he señalado en algunos de mis posts. Véase Jóvenes latinos. Conocen la lengua castellana en su variedad ecuatoriana, boliviana, chilena, dominicana… Pero si acaban de llegar sienten un choque cultural muy fuerte en cuanto a las costumbres y modo de vivir. No acaban de hacerse aquí. Encuentran nuestras relaciones muy frías y nuestro modo de ser profesores muy poco revestido de autoridad. Es fácil que se descentren. Su modo de trabajar y de estar en sociedad es muy diferente.

Mi instituto cuenta minoritariamente con alumnos rumanos, rusos o ucranianos, pero no tiene pakistaníes o indios, ni africanos, lo que dotaría al centro de una mayor amplitud cultural. En otros centros se acentúa la riqueza de culturas con la presencia de numerosos alumnos gitanos con sus características y peculiaridades.

La labor de profesor en la educación pública se ha convertido en pocos años en una labor casi antropológica, de integración cultural y de desarrollo de la inteligencia a pesar de las enormes distancias culturales. Ello supone cambios en la tarea docente. La misma autoridad del profesor depende de la adaptación a nuevos modelos que están en permanente cambio. Nuestros mismos muchachos, los que han nacido aquí, son cada vez más complicados y difíciles de encauzar. Sus coordenadas son muy distantes a las nuestras, sus valores se hayan en las antípodas de los que nos formamos nosotros.

Todo se resume en una idea que podemos denominar como desorientación. Un centro educativo pretende dar consistencia, sentido, algún símil de estructura ideológica a lo que es radicalmente diverso y contradictorio. Es necesaria una gran apertura a modelos distintos. Hay que saber adaptarnos a la complejidad cultural y en constante transformación. Los modelos educativos que nos llegan, por otra parte, están cambiando cada año desde que se aplicó la LOGSE. No hay dos años seguidos que el esquema sea el mismo. La lucha política entre los partidos mayoritarios impide una mínima paz en cuanto a los modelos de enseñanza a aplicar. ¿Es posible la asimilación de tanto cambio en un tiempo tan breve? ¿No es razonable que de esta incertidumbre emerjan como corolarios lógicos la ansiedad y la angustia en los docentes?

Nos enfrentamos a situaciones en permanente mutación que cuando llegamos a empezar a comprender ya han mutado y se han convertido en diferentes. Hay que tener muy afianzados los pies en la tierra para saber dónde se ubica uno, pero aún así no se acaba de entender. Para ello es imprescindible una extraordinaria dosis de optimismo, de fe en la naturaleza humana, de adaptación y de esperanza en que de lo diverso surja una nueva síntesis más creadora.

Se han acabado las fórmulas sencillas o las soluciones definitivas. Alvin Toffler, hace años habló del shock de futuro en el sentido de una aceleración estremecedora de la historia y de la evolución de los modelos culturales. Estamos en él. Y acaba de empezar. La educación es un buen laboratorio de pruebas de lo que será la sociedad del futuro. Según actuemos en ella, podrá tener una dirección adecuada o no.

Quizás me pase de optimista y la propia escuela sea un eslabón menos decisivo de lo que pudiera parecer en la conformación de los ciudadanos de la sociedad del futuro. Francamente no lo sé. Sólo sé que hay que intentar poner todas las piezas para que podamos construir juntos una sociedad variada y múltiple pero armoniosa; contradictoria pero no violenta ni destructora.

Sí, la escuela debe ser el territorio de la esperanza. Sin ella estamos abocados al fracaso. A pesar de nuestra incertidumbre.

domingo, 12 de marzo de 2006

Ficciones


No guardo un mal recuerdo de mi servicio militar. Acababa de terminar la carrera de Filología Hispánica y me incorporé inmediatamente. Todavía no había iniciado mi carrera profesional. Tenía por delante trece meses de incertidumbre y de vida militar. Lo primero que me viene a la cabeza de aquel año es la idea de paréntesis y de multitud de conversaciones con personas de los más variados rincones de España. Era una época de excepción para todos. Todos estábamos obligados, fuera de nuestras circunstancias habituales. Tuve mucho tiempo para pensar durante las guardias, durante los turnos inacabables de cocina, los refuerzos…

Me gustaban los turnos de guardia al amanecer entre las cinco y las siete. Me subyugaba el momento del alborada y ser consciente del despertar del día, pasar del silencio casi completo de la noche al inicio del movimiento cotidiano. Llevaba mi fusil de asalto CETME, mi fiel compañero. Es la única vez que he tenido un arma en mis manos. A veces me la apoyaba en el mentón y pensaba en lo que sería dispararla. Le daba vueltas y acariciaba el gatillo. Me di cuenta entonces de que quería vivir, la vida era un desafío que merecía ser probado. En la radio que llevaba llegaban noticias de la revolución islámica de Jomeini, o la visita del papa a Méjico o los inmisericordes y cruentos atentados de ETA tan terribles en aquellos años.

Cuando acabé el campamento me destinaron a una Caja de Reclutamiento, la 511, sita en Zaragoza. No sé por qué avatares terminé en una oficina y de ayudante del comandante médico que hacía la revisión de aquellos reclutas que querían librarse de la mili por alguna causa médica. El comandante recibía con paciencia a los muchachos que alegaban alguna enfermedad o cuestiones relativas a la falta de visión o pies planos. Los motivos eran muchas veces inventados pero en otras ocasiones eran fundados.

Recuerdo que en una ocasión tuvimos una visita muy particular. El policía nacional había llamado por su nombre a un tal Antonio López Carmona. El recluta parece que quería alegar algo. Cuando lo vimos entrar por la puerta para nuestra sorpresa era una hermosa muchacha fina y delicada. ¿Antonio López? Soy yo –nos contestó con voz meliflua-. Nos miramos desconcertados el comandante y yo, que debía tomar nota de todas las incidencias. Antonio López debió desnudarse por orden del militar. Tenía sus genitales entre las piernas y daba la impresión de ser una mujer auténtica. Pocas veces he visto un cuerpo tan bien formado, tan íntimamente femenino. El muchacho claramente no podía hacer la mili pero no había en el reglamento militar ningún apartado que recogiera su caso. Antonio López era el hijo del faraón de los gitanos, según me dijeron. Su llegada al Hospital Militar fue apoteósica pues allí todos los que estaban internados eran varones. Antonio, llamado Eva en su vida femenina, se dedicaba a provocar a los soldados con el más absoluto desparpajo y lubricidad. Terminó siendo excluida por alguna causa cuya calificación no recuerdo, creo que tenía que ver con el aparato urinario. Su estancia en el Hospital Militar fue divertidísima. No la podían haber puesto en un lugar más apetitoso para la vista y el disfrute de los sentidos.

Otra vez fuimos con una furgoneta y un soldado armado, que me acompañaba, a casa de un recluta al que debíamos llevar al Hospital. Sergio Mercader se llamaba y tenía una historia que me emocionó. El muchacho padecía leucemia en una fase ya terminal. Hacía años que había sido diagnosticada. A pesar de ello Sergio había cursado la carrera de Farmacia con excelentes notas. Sergio nos recibió con una mirada dulce y profunda. Tenía una pequeña bolsa preparada para su ingreso en el Hospital. Tendría que pasar un par de semanas allí. Recuerdo su personalidad firme y segura, su serenidad extraordinaria. Durante el trayecto estuvimos hablando de Literatura. Había visto que se llevaba un libro de Borges, Ficciones. Yo era un entusiasta del escritor argentino. Hablamos con admiración de relatos como Pierre Menard, autor del Quijote, El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes el Memorioso, y por último de El Sur, acaso el mejor cuento de Borges según él mismo. Aquel muchacho, marcado por un signo aciago, era un devorador de literatura según él me confesó. Le quedaban, según me enteré después, unos meses de vida. Lo llevamos hasta la oficina de admisión del hospital Militar y me despedí de él dándole un fuerte apretón de manos aunque me quedé con las ganas de abrazarlo. Pasé con él escasamente una hora y media, pero su imagen se me ha quedado grabada como la del símbolo de la vida que lucha y crece contra toda desesperanza. Ojalá que donde estés, Sergio, puedas seguir disfrutando de la buena literatura y que puedas tener largas y fecundas conversaciones sobre poesía.

Recuerdo inolvidables encuentros con compañeros de armas en la cantina con infinidad de cervezas y bocadillos de atún y sardinas. La vida era sentida como un prodigio y nos encantaba charlar de lo que haríamos cuando acabáramos aquella interminable mili en la que ya nos estábamos curtiendo. Algunos tenían novias que los estaban esperando, trabajos en suspenso, carreras por terminar…

En las noches de guardia miraba el firmamento y pensaba en el sentido de la vida. El cetme era como una mujer que te acompañaba. Al menos eso era lo que nos decía el sargento. A ratos componía para mí versos que nadie escucharía, imaginaba viajes a países lejanos, lamentaba errores o me alcanzaban estados de zozobra por motivos que luego se revelarían como inconsistentes. Fue un tiempo de espera y de aprendizaje, pero también de profunda camaradería con compañeros que luego ya nunca volví a ver ni a saber de ellos. Las amistades de la mili terminaban con ella.

A veces cuando veo a mis alumnos pienso si en realidad ha sido tan buena idea la desaparición del servicio militar. Nunca en la vida se posee un periodo de excepción tan fecundo para pensar, un poco alejado de todo y en contacto con personas que no hubieras conocido de otra manera. Lo políticamente correcto nos ha llevado a su extinción, pero en mi fuero íntimo creo que, bien planteado, podría haber sido una experiencia sumamente interesante y con componentes de solidaridad. Ese es al menos mi punto de vista ya desde la distancia.

jueves, 9 de marzo de 2006

Mundos corporales


Mis alumnos de primero de bachillerato de literatura se han reducido en un cincuenta por ciento desde que comenzó el curso. En efecto, empezaron 18 y, por distintos motivos, ahora me asisten a clase unos nueve. La mayoría han sido bajas por desistimiento ante la exigencia del nivel de bachillerato. Son alumnos acostumbrados a la ESO y el nuevo ciclo les supone un cambio de cultura en cuanto al trabajo diario y al nivel de madurez necesario para afrontar los estudios. Muchos optan por rendirse y pensar en otras posibilidades. Esto hay que decirlo en demérito de la ESO que más bien deforma a los alumnos, que se acostumbran –en general- a ir pasando sin ningún esfuerzo ni especial dedicación o centramiento.

Sin embargo, he observado que en el grupo que me queda – que aún puede reducirse más- se ha experimentado un cambio de actitud: el ambiente de ligereza y frivolidad que dominaba a principio de curso ha ido evolucionando hacia una mayor implicación de los alumnos en las actividades académicas y en las discusiones de clase. En un principio la clase continuaba siendo un juego, una suerte de prolongación de la ESO. Varios meses después y tras tantas deserciones parecen haber cobrado algún interés por lo que estamos haciendo, incluso yo diría que le están tomando un cierto gusto a la tarea intelectual.

Por un lado están las clases cotidianas y el programa obligatorio. Por otro lado, intento que tengan alguna conexión con la cultura contemporánea. Este curso les he hecho investigar sobre el Premio Nobel de Literatura Harold Pinter y sobre la artista norteamericana -la fotógrafa de mundos excéntricos- Diane Arbus. La asignatura de Literatura no debe cerrarse al lenguaje más reciente. Calderón de la Barca está bien, siempre que logremos conectar su debate de ideas con el mundo que nos ha correspondido vivir. El último tema abordado ha sido el del Realismo, el intento ambicioso de captar la realidad total, de describir la sociedad y el comportamiento humano. Hemos hablado de las polémicas que suscitó el Realismo en su tiempo, de las objeciones, desde el punto de vista conservador, que merecieron los intentos de representar la realidad, especialmente en lo que tenía de oscura y tenebrosa –ambientes y tipos degradados, taras psicológicas y hereditarias-. El Naturalismo determinista de Emile Zola se llevó en España una buena parte de estas críticas feroces en el último tercio del XIX.

Sin embargo, el arte ha ido ampliando su campo de representación de la realidad y poniendo en cuestión la misma noción de realidad que alentaba y describía el Realismo. La realidad es mucho más extensa y conflictiva. Se han puesto asimismo en solfa los mismos métodos de representación de la realidad y hemos ironizado sobre el arte mismo en su incapacidad de captar el latido íntimo de una realidad compleja. Ello nos ha llevado a hablar de Marcel Duchamp y su obra Fontana, un urinario marca Mutt que muchos críticos han considerado la obra de arte más representativa del siglo XX. ¿Qué es artístico? ¿Qué es el arte? ¿Qué es la literatura? Tenemos múltiples respuestas en cuanto a los métodos a representar o evocar la realidad con minúscula porque con mayúscula ya no nos atrevemos.

Les he hablado de Gunther Von Haggens, el artista alemán que lleva por el mundo una muestra de cadáveres plastificados (actualmente está en los Estados Unidos) llamada Mundos corporales. En ella, mediante la plastination –una técnica inventada por él- ha conseguido preservar cadáveres enteros y fragmentos de ellos para ser exhibidos colorísticamente en una exposición que recorre el mundo entero. Para Von Haggens, se trata de mostrar la belleza interna del cuerpo humano. Ha recibido críticas afiladas desde distintos puntos de vista, incluido Günter Grass que lo ha comparado con los experimentos nazis del doctor Joseph Mengele. No obstante estas críticas, la muestra ha conseguido millones de visitantes en Europa y América, no sabemos si por morbo o por real interés por el experimento. Supongo que ambos aspectos se superponen.

Continúa el debate eterno sobre lo que puede ser mostrado y lo que no. Cada época ha respondido de modo diferente y los artistas han tenido que luchar contra los prejuicios y valores conservadores. ¿Dónde están los límites éticos y estéticos? Es un debate complejo y lleva a múltiples valoraciones en las que en estos días gozosamente han intervenido mis alumnos.

Han opinado casi todos. Escuchaba con placer. Me paraba a comprender sus argumentos, tantos los que valoraban la obra de Marcel Duchamp, o la obra de Diane Arbus, o la de Von Haggens. En realidad no quería imponer una respuesta definitiva, -que no la hay- sino promover el debate intelectual sobre nuestros sistemas de representar la realidad y la ampliación de la misma en las distintas épocas. Mis alumnos, al margen de sus resultados académicos, parecen haber entrado en el juego y los veo interesados en sus intervenciones. Esto es esencial para promover el debate, el juego de ideas y la reflexión sobre el tiempo actual, que sólo podemos realizar si lo comparamos con el pasado del que provenimos. No son épocas históricas tan distanciadas. Seguimos teniendo debates parecidos a lo largo de toda la historia. Recordemos que no estaba permitido diseccionar cadáveres humanos en las escuelas de Medicina incluso en tiempos como el Renacimiento. Siempre hemos ido avanzado derribando muros y ampliando nuestro círculo de conocimiento. Ahí quiero ver a mis alumnos, pero esto ha llegado tras una dura adaptación al bachillerato y una fuerte criba que todavía no ha terminado.

martes, 7 de marzo de 2006

La nevada


Hace ya bastantes años, cuando no tenía una vida familiar asentada, tenía por costumbre disfrutar de tres meses de permiso por “asuntos propios”durante el curso escolar. Cada dos años hacía uso de esta posibilidad sabiendo que no cobraría durante ese periodo. La Administración me ponía un sustituto y yo iniciaba un periodo en que llevaba adelante alguna “aventura”.

En una de las ocasiones, elegí Las Alpujarras de Granada para recluirme durante varios meses entre el final del invierno y el comienzo de la primavera. Mis objetivos eran varios: por un lado, disfrutar de la lectura, para ello me llevaba un buen cajón de libros; quería asimismo conocer a fondo la vertiente sur de Sierra Nevada que va descendiendo rápidamente hasta el mar; y, por fin, llevaría un diario detallado que reflejaría mis experiencias y sentimientos durante aquella estancia.

Me asenté en una fonda familiar de un pueblecito alpujarreño llamado Los Bérchules que se halla casi a 1500 metros de altitud. Es el segundo más alto de las Alpujarras. Sus casas son blancas y cúbicas. Parecen colgadas en el vacío de las altas montañas donde domina el color verde intenso. Los pueblecitos son pintorescos y empinados pero en invierno y primavera el viajero se encuentra allí experimentando una intensa sensación de soledad y aislamiento. Uno termina encontrándose encajonado entre los valles profundos y el cielo. Es como si estuvieras fuera del mundo y el tiempo se remansara.

Mis lecturas fueron intensas: Philiph Roth, Isaac Asimov, Jane Austen, Thomas de Quincey, Lawrence Durrell, Michel Tournier, Margarita Youcernar, Gerald Brenan… Éste último fue mi guía durante los meses invernales, pues él estuvo viviendo unos veinte años en Las Alpujarras en los años 20 y 30 del siglo pasado. Me empapé de sus libros Al sur de Granada y una autobiografía sentimental que me afectó profundamente.

Al cabo de dos o tres semanas de rutina lectora y diarista, mi reclusión en la altura de las montañas comenzó a hacérseme pesada y se inició un fuerte insomnio. Sólo de madrugada lograba conciliar el sueño durante unas dos horas y era el momento en que tenía sueños muy intensos que luego reflejaba fielmente en mi diario de viaje. Pocas veces he tenido sueños tan vívidos. Es como si la vida, suspendido en la altura, mis lecturas, mi insomnio, las digestiones pesadas por el aceite de la comida de la fonda, el vino alpujarreño… me llevaran a un estado de enervamiento nervioso.

Opté por salir al exterior: realizar largas caminatas de treinta y cuarenta kilómetros por la bellísima comarca, subiendo montañas, atravesando puertos, cruzando barrancos. A veces la noche me sorprendía en algún trayecto y había de buscar un lugar protegido para dormir. Llevaba un grueso saco y siempre encontraba alguna cabaña o algún lugar abrigado. Entonces me dedicaba a observar la noche estrellada que en la altura se mostraba inmensa y enigmática. Recuerdo varias frías noches en que me dormí, apoyado en una roca, intentando distinguir las constelaciones. La belleza del firmamento no impedía el progreso de un estado de hipocondría que a medida que pasaban las semanas se iba acentuando. No sé si eran las lecturas, muchas veces de tipo pesimista y existencial; no sé si eran el insomnio, el aislamiento, mis largas excursiones o la altura… pero recuerdo aquellos meses, en que sólo hablaba con mi casera y con la tabernera del pueblo, como especialmente grabados en mi memoria. No pasó nada impresionante. Veía mi vida cotidiana a una enorme distancia. De vez en cuando me llegaba alguna carta de tipo amistoso o sentimental que me resultaba sorprendente por la situación como en el interior de una burbuja en que me hallaba. Era como si viviera intensamente en mi interior. Era mi yo más íntimo y las montañas; era mi yo y los ríos de la comarca que sonaban ininterrumpidamente: el río Grande de los Bérchules; eran las lecturas que me llevaban a navegar por las galerías de mi alma… Era todo mezclado con mis sueños existenciales o eróticos; era mi diario sistemático en que reflejaba todo lo que pasaba por mi mente; eran las escasas conversaciones que mantenía; era el silencio que me rodeaba sólo alterado por el ruido de la corriente del río que me acompañaba…

A veces me pasaba horas mirando las nubes, describía sus formas y las dibujaba; aprendía el nombre de las plantas de La Alpujarra, escuchaba leyendas de tesoros escondidos por los moros en su huida y posterior destierro de aquellas tierras…

Fueron meses intensos y alucinados en que vida, sueños y literatura se superpusieron en un estado de somnolencia y a la vez de alerta máxima, de hipocondria y claridad mental.

Una tarde comenzó a nevar. Acababa de cumplir treinta años y la vida se extendía inquietante delante de mí. Salí a las calles blancas del pueblecito. La fuente manaba imperturbable en la placita en la intersección de tres calles. El pueblo estaba en cuesta como todos de Las Alpujarras. Llegué caminando a la carretera. Cada vez nevaba más intensamente. Llevaba mi anorak granate. Sentía el viento en mi rostro. Fui bajando por una senda unos dos kilómetros hasta el siguiente pueblecito. Todos los insomnios parecieron desvanecerse, me sentí fundido con la nevada, con las montañas, con el aire helado, con el sendero. Fui consciente de que la existencia iba unida firmemente al compromiso. Vivir es comprometerse. La vida es un contrato que acababa con la muerte pero, entretanto, somos seres de acción y en esta acción firme reside nuestro compromiso. Con nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la vida misma. Hemos de estar a la altura de la vida. El pesimismo ha de ser trascendido pues la vida nos exige una respuesta clara. Hay cosas que están por encima de nosotros. En el fondo no somos tan importantes. La niebla por fin se disipaba. Estaba como transportado a otra dimensión en que las cosas adquirían sentido. Por fin, aquella estancia, aislado en la altura, adquiría significado. Lo intuí en medio de un gozo maravilloso. Estaba en el lugar justo, todo cuadraba. No había llegado allí por casualidad. Todo me había conducido a aquellos instantes de plenitud, de totalidad, de luz y de revelación que no sé describir. Sólo sé que siempre he sospechado que mi vida dio un giro en aquel momento en que parecí ser consciente del universo entero.

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