Uno de las estrategias para disminuir o reconducir la violencia en las aulas o en las dependencias de un centro escolar de Secundaria es el proceso llamado de Mediación. Algunos IES comienzan a aplicar en las relaciones interpersonales o de grupo dicho mecanismo que, en líneas generales, se podría explicar como el intento de reconducir enfrentamientos o conflictos entre los alumnos por la vía del diálogo.
Para ello es necesario que existan dos partes que protagonicen el litigio y que estén dispuestas a iniciar un proceso de mediación. La voluntariedad es esencial, por tanto, en el proceso. Una vez incoado el expediente que lleva un profesor coordinador de mediación, se eligen unos mediadores, formados previamente, que pueden ser alumnos, padres o personal no docente. Dichos mediadores convocan una reunión con cada una de las partes a las que hay que oír cuidadosamente y recoger sus razones por escrito.
Posteriormente se celebra una reunión con los dos bandos a los que se hace conocer los motivos de la otra parte y se escuchan sus alegaciones respectivas. Este es el proceso previo a la resolución, puesto que ambos contendientes han de ser conscientes de que deber renunciar a algo para poder establecer un pacto provisional. La conclusión es, pues, un acuerdo verbal y escrito en que ambas partes describen el conflicto y su parte de compromiso en su resolución. El mediador levanta acta y el acuerdo se sella formalmente con la firma de los dos ejes del conflicto.
El proceso de mediación tal como lo veo en mi centro levanta muchas controversias tanto entre profesores como entre alumnos. He visto rechazos frontales y animadversión entre grupos de estudiantes y reticencias llenas de escepticismo entre muchos profesores. Los mediadores han de hacer gala de un ánimo a prueba de bomba para enfrentarse a la indiferencia mayoritaria que despierta dicha vía de resolución de litigios. En el proceso de mediación no se aceptan conflictos entre partes en que una sea agresora y la otra víctima. No puede haber mediación entre un acosador y su víctima, ni entre sectores de nivel diferente, es decir, entre profesores y alumnos, aunque sé que ha habido algún proceso de mediación entre algún profesor objeto de rechazo y sus alumnos.
Pongo un ejemplo de los acuerdos a que pueden llegarse con un proceso de mediación. En mi tutoría hay un grupo de muchachas marroquíes de las que he hablado en varios posts. Son educadas y trabajadoras pero tienden a ser dejadas de lado por el resto de la clase. No son integradas en los grupos de educación física y reciben con alguna frecuencia desplantes por parte de algunos miembros de la clase. Una de ellas hace unas semanas vino a hablar conmigo como tutor para exponerme una situación de sentimiento de ser agredidas por un sector de la clase, especialmente en Educación Física. Le pregunté si estaría dispuesta a iniciar un proceso de mediación y, para mi sorpresa, me dijo que sí. Hablé con la coordinadora de Mediación y asumió el reto de establecer puentes. La parte “agresora” que me había comentado que las marroquíes se les estaban subiendo a la chepa y que se iban a encontrar su merecido si seguían así, no aceptaba en principio el proceso de mediación. Al final, tras hablar con la coordinadora, tuvo que asumirlo forzada por las circunstancias.
En el proceso entablado ambas partes expusieron sus puntos de vista. La muchacha oriunda española criticaba que las marroquíes hablaran en árabe entre ellas y que después miraran a miembros de la clase riéndose, dando la impresión de que se estaban burlando de ellas. La muchacha marroquí denunciaba un intento de aislamiento de su grupo, de solapada o abierta agresión, insultos, risas malintencionadas ante sus fallos, falta de afecto, etc…
Tras varias sesiones, ambas partes llegaron al acuerdo siguiente: las muchachas marroquíes serían integradas en los grupos y se buscaría tender puentes con ellas; a cambio, éstas no deberían hablar en árabe entre ellas durante las horas de clase, aunque sí en los pasillos o en el patio. Dicho acuerdo fue firmado delante de toda la clase, dado que era un conflicto grupal y no individual. La muchacha marroquí aceptó los términos del acuerdo en su nombre y el de su grupo, y la que había amenazado con la exclusión, pareció aceptar también el acuerdo, aunque con alguna reticencia.
Yo he favorecido el proceso pero no he participado directamente en él. Mi impresión es que ha habido una dinámica en que parece habérseles “perdonado la vida” a las muchachas marroquíes y siguen sin ser objeto de afecto por parte de la clase. Siguen pareciendo a sus compañeras un quiste extraño y demasiado diferente. El pacto se revisará dentro de un mes. El aspecto positivo ha sido que el proceso de mediación ha sido iniciado por la muchacha marroquí y ha obligado a la otra parte a ponerse en pie de igualdad y no en situación de superioridad como era el planteamiento previo desde una perspectiva claramente racista y amenazadora. Sin embargo, este pacto no dejará de tener riesgos en su cumplimiento.
Para ello es necesario que existan dos partes que protagonicen el litigio y que estén dispuestas a iniciar un proceso de mediación. La voluntariedad es esencial, por tanto, en el proceso. Una vez incoado el expediente que lleva un profesor coordinador de mediación, se eligen unos mediadores, formados previamente, que pueden ser alumnos, padres o personal no docente. Dichos mediadores convocan una reunión con cada una de las partes a las que hay que oír cuidadosamente y recoger sus razones por escrito.
Posteriormente se celebra una reunión con los dos bandos a los que se hace conocer los motivos de la otra parte y se escuchan sus alegaciones respectivas. Este es el proceso previo a la resolución, puesto que ambos contendientes han de ser conscientes de que deber renunciar a algo para poder establecer un pacto provisional. La conclusión es, pues, un acuerdo verbal y escrito en que ambas partes describen el conflicto y su parte de compromiso en su resolución. El mediador levanta acta y el acuerdo se sella formalmente con la firma de los dos ejes del conflicto.
El proceso de mediación tal como lo veo en mi centro levanta muchas controversias tanto entre profesores como entre alumnos. He visto rechazos frontales y animadversión entre grupos de estudiantes y reticencias llenas de escepticismo entre muchos profesores. Los mediadores han de hacer gala de un ánimo a prueba de bomba para enfrentarse a la indiferencia mayoritaria que despierta dicha vía de resolución de litigios. En el proceso de mediación no se aceptan conflictos entre partes en que una sea agresora y la otra víctima. No puede haber mediación entre un acosador y su víctima, ni entre sectores de nivel diferente, es decir, entre profesores y alumnos, aunque sé que ha habido algún proceso de mediación entre algún profesor objeto de rechazo y sus alumnos.
Pongo un ejemplo de los acuerdos a que pueden llegarse con un proceso de mediación. En mi tutoría hay un grupo de muchachas marroquíes de las que he hablado en varios posts. Son educadas y trabajadoras pero tienden a ser dejadas de lado por el resto de la clase. No son integradas en los grupos de educación física y reciben con alguna frecuencia desplantes por parte de algunos miembros de la clase. Una de ellas hace unas semanas vino a hablar conmigo como tutor para exponerme una situación de sentimiento de ser agredidas por un sector de la clase, especialmente en Educación Física. Le pregunté si estaría dispuesta a iniciar un proceso de mediación y, para mi sorpresa, me dijo que sí. Hablé con la coordinadora de Mediación y asumió el reto de establecer puentes. La parte “agresora” que me había comentado que las marroquíes se les estaban subiendo a la chepa y que se iban a encontrar su merecido si seguían así, no aceptaba en principio el proceso de mediación. Al final, tras hablar con la coordinadora, tuvo que asumirlo forzada por las circunstancias.
En el proceso entablado ambas partes expusieron sus puntos de vista. La muchacha oriunda española criticaba que las marroquíes hablaran en árabe entre ellas y que después miraran a miembros de la clase riéndose, dando la impresión de que se estaban burlando de ellas. La muchacha marroquí denunciaba un intento de aislamiento de su grupo, de solapada o abierta agresión, insultos, risas malintencionadas ante sus fallos, falta de afecto, etc…
Tras varias sesiones, ambas partes llegaron al acuerdo siguiente: las muchachas marroquíes serían integradas en los grupos y se buscaría tender puentes con ellas; a cambio, éstas no deberían hablar en árabe entre ellas durante las horas de clase, aunque sí en los pasillos o en el patio. Dicho acuerdo fue firmado delante de toda la clase, dado que era un conflicto grupal y no individual. La muchacha marroquí aceptó los términos del acuerdo en su nombre y el de su grupo, y la que había amenazado con la exclusión, pareció aceptar también el acuerdo, aunque con alguna reticencia.
Yo he favorecido el proceso pero no he participado directamente en él. Mi impresión es que ha habido una dinámica en que parece habérseles “perdonado la vida” a las muchachas marroquíes y siguen sin ser objeto de afecto por parte de la clase. Siguen pareciendo a sus compañeras un quiste extraño y demasiado diferente. El pacto se revisará dentro de un mes. El aspecto positivo ha sido que el proceso de mediación ha sido iniciado por la muchacha marroquí y ha obligado a la otra parte a ponerse en pie de igualdad y no en situación de superioridad como era el planteamiento previo desde una perspectiva claramente racista y amenazadora. Sin embargo, este pacto no dejará de tener riesgos en su cumplimiento.