A veces me quedo embobado viendo escenas de la televisión, en especial las series dirigidas a adolescentes. Las hay muy numerosas en las franjas más accesibles. En los últimos días Disney Channel ha empezado a emitir en abierto para la TDT. Un aluvión de series que tienen como protagonistas a adolescentes arrasan entre sus destinatarios. Sin embargo, cuanto más las veo, más bobas me parecen. Me resultan de una simpleza total esas películas que han tenido un éxito enorme tales como High School Musical, 1 y 2; me parecen inanes la mayoría de los productos que se dirigen a los adolescentes, incluidos algunos libros de lectura que se ofrecen como muy adecuados para ellos. Su sentido del humor con risas enlatadas me subleva, sus conflictos graciosos no me producen ninguna gracia y su música me enerva. Se diría que se quisiera ver convertidos a los adolescentes en unos tontos de capirote y permanentemente inmaduros. En este sentido no son muy diferentes de muchas series “bobas” dirigidas a los adultos en los que los seres humanos aparecen como unidimensionales, planos, carentes de ninguna dimensión misteriosa. Son series banales con un cierto ingenio plano que no estimulan lo más valioso que tienen las personas: su llamémosle espiritualidad. No soy creyente, aclaro, y no dedico en mi declaración de renta la asignación a la iglesia. Estoy en contra asimismo de que se imparta religión católica en los centros públicos. Pero también entiendo que hay dimensiones desconocidas en el ser humano que hacen de éste un ser misterioso en sus motivaciones y en su realidad. Esta realidad tiene otro lado. Hay otros mundos que quizás están en éste como sospechaban los surrealistas. Cuando contemplamos la realidad podemos tener la sospecha de que existe un más allá, otro lado del espejo. Toda la gran literatura conecta este lado visible de las cosas con la intuición de que existe una dimensión desconocida.
Así los hombres en la literatura artúrica buscaron el Grial, o salieron en persecución del honor o iniciaron viajes hacia países lejanos buscando algo que les faltaba, persiguieron sus sueños o estos se apoderaron de ellos penetrando la vida cotidiana. Pienso en Kafka, en sus alucinaciones o pesadillas entrando en la dimensión terrena de la realidad. Un día Gregorio Samsa se despertó convertido en una especie de escarabajo. ¿Qué oculta esta metamorfosis? ¿Qué oculta siempre esa dualidad de mundos entre los que nos movemos, los visibles y los invisibles? Probablemente nuestros deseos ocultos, nuestros terrores, nuestras ansias más misteriosas. Ulises hizo un largo viaje camino de Ïtaca, y todo aquel viaje era un símbolo de la existencia que aquellos hombres de hace dos mil quinientos años estaban preparados para recibir. En África, ese continente desconocido, la transmisión oral de los cuentos y leyendas prepara a los niños, a los jóvenes y los adultos para la relación con la otra dimensión, la de los dioses, la de los espíritus. El otro lado. Ese otro lado sin el que nuestra existencia no está completa.
La vida es un viaje misterioso. Pero mucho me temo que la cultura de época tiende o ensombrecer esta idea. A veces también hay esoterismo de segunda fila, pero tampoco se trata de esto, aunque detrás de determinadas ceremonias vudú celebradas en Haiti, Cuba o el Caribe, también se encubra una cierta relación con el lado misterioso de las cosas.
Leer Muerte en Venecia o La montaña mágica de Thomas Mann, o releer estos días las novelas grises de Robert Walser, o adentrarme en el universo poético de Rosalía de Castro, me reafirma en que los seres humanos necesitan símbolos más poderosos para desentrañar su vida, su pequeña vida, la única que se tiene, pero abierta a proyectos más enigmáticos. El universo es infinito, quizás; la naturaleza de la materia está por desentrañar; el cerebro está descubriendo quizás sus enigmas. La cultura de época, el mundo televisivo y literario que se ofrece a los adolescentes, objeto de nuestra enseñanza es tremendamente pobre y chato, aunque, ojo, esa unidimensionalidad frívola y lamentable es sumamente adictiva, como el kepchup, las hamburguesas del McDonalds, o los episodios de los Simpsons… Necesitamos adolescentes abiertos a otros mundos, a la idea de justicia, a la de solidaridad, a la literatura, a los sueños, a algo que está al alcance de nuestra imaginación, pero hay que hacer un esfuerzo o un salto que nos acerque al mundo de las islas lejanas o al espejo, a su otro lado.