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sábado, 7 de noviembre de 2015

Balance de "la clase invertida"



Llevo dos meses largos con mi planteamiento de la Clase Invertida. Los alumnos ven en casa vídeos que he grabado yo durante el verano sobre Historia de la Literatura. El programa de Lengua irá después. Las grabaciones son fruto de preparación e intuición a partes iguales. Abordo temas con rigor pero con amenidad. A veces hago el payaso para mantener la suspensión. Mediante una aplicación llamada EduCanon, puedo saber si han visto el vídeo y seguir sus respuestas a las preguntas insertadas en el mismo. Tengo una visión perfecta de su cumplimiento de las tareas y su grado de implicación. La respuesta suele ser muy buena. Ven los vídeos de forma mayoritaria. Tienen que hacer un resumen del vídeo y aquí ya no son todos quienes lo hacen ni hay homogeneidad en la calidad de los trabajos. Los hay excelentes y los hay chapuceros. Al día siguiente, al llegar a clase les planteo un Kahoot sobre el tema del vídeo. Esto me lleva mucho trabajo, tanto que es difícil imaginarlo. La animación invade el aula durante veinte minutos de duración del Kahoot en que compiten unos con otros sobre sus conocimientos. Al final uno gana y se le ve con una cara de enorme felicidad. Su nombre aparece destacado sobre la pantalla digital. En este juego se produce gran expectación. El resto de la clase es para elaborar mapas mentales sobre el contenido de los temas abordados. Un mapa mental en Mindomo a la semana. Estos mapas tienen gran complejidad y requieren de una buena comprensión del tema para establecer las jerarquías necesarias de conceptos.


Mi impresión en general es buena, pero soy consciente de que estoy pisando territorio nuevo y potencialmente resbaladizo. Cuarenta minutos de la clase son dedicados a su trabajo de ampliación, pero el ambiente es muy distendido. No dudo de que hay algunos que aprovechan el clima libre de la clase para tontear y no hacer nada. Esto me duele. Intento motivarles pero no siempre es posible. Me pregunto qué impresión tendría un observador externo de estas clases. Aparentemente son demasiado libres. El profesor va de un lado a otro intentando orientar en la tarea que están haciendo. Hay alumnos que necesitan total orientación y otros que son plenamente autónomos y hacen unos mapas mentales realmente formidables, a un nivel incluso superior a bachillerato. Están en tercero de ESO. El nivel de avance es interesantísimo. Me asombra el grado de compromiso de algunos/as de ellos/as. Es tremendo. En ese clima de desorden aparente de la clase hay esfuerzos muy superiores a lo convencional. Otros, ya digo, lo aprovechan para divertirse y trabajar muy poco. Digamos que un ochenta por ciento de la clase está firmemente comprometido con un sistema netamente distinto a lo habitual y que exige una convicción muy importante. El grado de fidelidad de buena parte del aula al sistema es elocuente. Es como si nos hubiéramos metido en una nave a un destino incierto pero convincente. Yo no sé adónde vamos a ser capaces de llegar. Lo ignoro. Este año es para mí totalmente diferente. Intuyo que vamos a llegar mucho más lejos que con cualquier otro planteamiento. Ello no quiere decir que no me asalten dudas en clases que son completamente experimentales. Es tan práctico llegar a clase, imponer un orden, y ser convencional ... A veces me pregunto por qué me cuesta tanto ser un profesor convencional. Por qué me arriesgo a enfoques tan terriblemente audaces, tanto que un alumno externo puede pensar que en clase hay un enorme desorden. Sin embargo, busco llegar más allá de lo establecido. Pero ¿es posible? ¿Acaso no será como decía en un post bastante desconcertante XARXATIC que el planteamiento de la Clase Invertida era el más absurdo y necio que se había conocido en los últimos años? ¿Por qué arriesgarme en el final de mi carrera docente a hacer algo que es abiertamente revolucionario? Y con la incertidumbre que eso genera. Hay días en que salgo confortado, y hay días en que desfallezco y me siento abatido. El trabajo es abrumador. Dar soporte a este sistema de producción de dos vídeos por semana es agotador. Dedico todo mi tiempo libre a dar consistencia a lo que estoy haciendo. ¿No hay otras formas más sencillas de trabajar? ¿Conseguiría el grado de implicación y complicidad que logro de esta manera? ¿Es todo una ilusión que necesito para confirmarme que estoy en un camino interesante? Me gusta sentir el compromiso de mis alumnos con lo que estamos haciendo. ¿Cómo lo verán ellos? No lo sé. Ignoro qué idea se llevarán sobre unas clases nítidamente a contracorriente. Es difícil evaluar con esta escasa perspectiva un proyecto que es a la vez vitalista e intelectual. No sé. Ciertamente no lo sé. A veces me da la impresión de que estoy en una película de los Hermanos Marx y otras que estamos en un filme de Bergman. Mi vivencia interior está sometida a fuerte desgaste intelectivo y emocional. ¿Es algo absurdo lo que estamos haciendo? ¿O estamos construyendo una hipótesis de lo que puede ser la escuela necesaria para un mundo como el que estamos? Nada de esto me lo han explicado en los libros de pedagogía ni en los cursillos de formación. No sé si soy un botarate o un explorador que se abre a territorios nuevos. Francamente no lo sé.  

lunes, 2 de noviembre de 2015

Deconstrucción del dictado


 ¿Hay algo más aburrido que un dictado? ¿Más antipático y anodino? Y, sin embargo, los profesores de lengua lo utilizamos con alguna frecuencia. No sabemos de su utilidad real y si debe prepararse de antemano. Ni siquiera tenemos clara la penalización por faltas según su gravedad pues depende de la virtualidad de nuestros alumnos. Yo tengo muchos alumnos marroquíes cuya dificultad con el lenguaje es evidentemente mayor. ¿Sirve para algo un dictado al uso? Sin duda, selecciona a alumnos con una ortografía mejor, mediana o deficiente. Luego se acostumbra a hacer copiar las palabras erróneas con corrección diez veces tal vez. Pero es un ejercicio tan gris que desconocemos si centra la atención imprescindible para retener la correcta prosodia y ortografía. Desconocemos si es realmente útil o es una herramienta tradicional cuyo uso parece avalado por la práctica inveterada aunque sin verificación empírica.

Hoy he hecho un experimento con el dictado con mis alumnos de tercero de ESO. Les había dicho que hoy trajeran auriculares a la clase. Tenía el grupo clase dividido en dos partes en horas sucesivas. Tienen portátil lo que es un gozo inenarrable.

Hay una plataforma que acabo de descubrir que ofrece interesantes recursos. Se llama Educaplay. Una de sus funciones es el dictado. Los chavales no tienen que registrarse. El profesor genera unos tickets con una clave que se les da. Entran en Educaplay con esa clave y el profesor –pillín él- ha grabado un texto compuesto por él de unas 100 palabras con dificultades habituales de los alumnos. El texto se compone de nueve unidades sonoras correspondientes a las oraciones que hay en el texto. El texto se puntúa sobre cien puntos y cualquier tipo de error, incluidos los espaciados erróneos, se penaliza con cuatro puntos. Tienen –les he dado- once minutos para escribir el texto, más que suficiente. He grabado el texto con toda  mi gracia y salero. Ellos tiene que darle al play para escuchar la primera unidad sonora y que deben copiar. Pueden oírla todas las veces que quieran. Cuando acaban, le dan a “siguiente” y escuchan la segunda y así sucesivamente hasta que completan el texto. Y es entonces cuando le dan a comprobar que emite una puntuación. Pueden hacerlo todas las veces que quieran. En la pizarra digital iban apareciendo sus puntuaciones. La reacción espontánea era no conformarse con la puntuación y hacerlo otra vez. Pueden ver sus errores pues aparece la corrección y la forma correcta del dictado. Así que lo hacían de nuevo. Se han enterado que después de punto y de coma se pone un espacio. Es algo que no suelen hacer. Han sudado tinta china para mejorar sus puntuaciones. El clima de la clase era de intensísima concentración durante más de cuarenta minutos. La exposición pública de sus nombres con la puntuación era motivadora para ellos. Recuérdese que este dictado contenía errores clásicos suyos.

Mi reflexión sobre la actividad es muy positiva. Lógicamente pueden hacerlo en casa. No hay ningún problema. Hemos trabajado varios niveles:

* La ortografía y la prosodia con un nivel de atención insólito.
* El espaciado correcto en los textos.
* La delimitación de un texto en oraciones. Cada unidad sonora era una oración, algo que me servirá para hacer comprensible el próximo tema de sintaxis que versa sobre el concepto de oración.
* Y, por último, y no menos importante, el contenido del texto era un resumen sobre el último tema de literatura estudiado, El Lazarillo de Tormes. En él sintetizaba lo esencial de la unidad de literatura que vieron en vídeo. Lo han escuchado tres y cuatro veces cada uno. Ello supone un refuerzo importante sobre el contenido del tema anterior.

Esta actividad me ha recordado la deconstrucción culinaria de Ferrán Adrià. Convertir un plato tradicional en nuevo y sorprendente. No es que yo sea entusiasta del cocinero estrella catalán, pero sí que su concepto deconstructivo me es valioso porque expresa la posibilidad de utilizar un recurso tradicional que ha perdido buena parte de su eficacia en un potente combinado de estímulos que exigen una atención plena. Y es que el desafío para un profesor en el aula es conseguir y centrar la atención dispersa de los alumnos en temas que no les suelen interesar de entrada. Si se logra la atención es más fácil activar el mecanismo de recuerdo a corto y medio plazo. La repetición sistemática de contenidos en forma de espiral recurrente puede dar lugar a la memoria a largo plazo. En ningún caso planteo que mis alumnos estudien algo para un examen. Sé que no lo van a hacer, al menos mis alumnos, pero puedo conseguir que el tiempo en el aula sea productivo, intenso y de profunda concentración. Ello unido al proyecto de clase invertida mediante la cual los temas son expuestos en casa por el profesor mediante vídeos grabados por él y luego pasar dos test sucesivos sobre ellos. A continuación han de realizar en parejas un mapa mental –muy complejo- sobre el contenido expuesto.  Cada unidad enlaza con la anterior y las  anteriores a ella, reiterando conceptos. Todo se hace en un periodo corto y no dilatado para reforzar la conexión de conceptos. Es como el boxeador que golpea reiteradamente el hígado del contrario. Así concibo mi tarea como profesor: como un estratega de la atención y de la memoria a corto, medio y largo plazo.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Frikis del lenguaje


Utilizo con frecuencia una aplicación llamada Kubbu que es formidable para el ámbito lingüístico. Se pueden hacer todo tipo de ejercicios lingüísticos relacionando pares de palabras (sinonimia, antonimia, frases hechas, refranes, relacionar una palabra con su significado ... ) y se pueden crear crucigramas con las palabras utilizadas. Es el profesor el que construye los ejercicios creando asociaciones, algo que no lleva mucho tiempo. Es un tipo de ejercicios que encantan a los chicos y les retan. El nivel de exigencia es modulable, por supuesto, pero he observado desde que lo utilizo –es una aplicación gratuita parcialmente, pero hay un pago de unos treinta y cinco euros anualmente  para extenderlo a doscientos alumnos y cien ejercicios- , he observado –digo- que hay un perfil de chaval aparentemente desmotivado por la lengua al que le fascinan los juegos de asociaciones lingüísticas. Lo he detectado en todos los niveles a que doy clase. Y cuanto más difícil es el reto, más le motiva. Es una aplicación que es muy motivadora, aunque austera en diseño,  y que permite un seguimiento de los alumnos exhaustivo. Sabemos su nivel de aciertos, el tiempo que ha tardado en resolverlo, las veces que lo ha hecho, sus errores principales... Los ejercicios se pueden imprimir en papel y se pueden hacer diversos ejercicios con las mismas asociaciones de palabras.

Es un mecanismo para desatar la pasión por la lengua, por el aprendizaje de nuevos términos o expresiones o para resolver crucigramas, y se puede jugar con el tiempo para meter más presión. Es un sistema diabólico para promover el interés intenso por la lengua. Ya digo que chavales aparentemente desmotivados por la misma se entusiasman y concentran en la búsqueda de palabras usuales, raras o insólitas.

Como profesor de lengua me doy cuenta de que hay herramientas extraordinarias que hacen avanzar prodigiosamente a los alumnos, pero es imprescindible que tengan un portátil en el aula. Los libros de texto son auténtica roña ante el poder generador de lenguaje que existe en internet. No entiendo que pueda existir una polémica sobre si tener o no portátiles en el aula. Un portátil es un instrumento prodigioso si se le sabe dar uso. El problema es que los portátiles están siendo utilizados nefastamente como libros de texto digitales sustituyendo a los libros de papel a los que anhelan volver algunos profesores porque no entienden qué es internet, sus posibilidades ni qué es un portátil. Esta es la polémica que existe actualmente en mi centro. Posiblemente recordarán que hace unos seis o siete años hubo un programa de implementación de la tecnología que en Cataluña con el gobierno tripartito (¡qué tiempos aquellos! –y sin crisis económica-) supuso que la administración ponía la mitad del importe de un portátil para la adquisición por el alumnado. Aquel programa se llamó 1x1. Ya pasó a la historia. Mi centro ha quedado aislado porque en él todavía se utilizan los portátiles cuando la mayoría de centros han vuelto al libro de papel canónico, esas roñas mal diseñadas, mal resueltas y llenas de errores, pero que facilitan al profesor el hecho de dar clase cuando no quiere estrujarse demasiado la cabeza. Y así se llega a clase se lee el libro de texto por parte de los alumnos siguiendo indicaciones del profesor, se subrayan algunos conceptos, el profesor explica algo en la pizarra y luego se hacen ejercicios que vienen en el libro de texto. Un panorama realmente espeluznante, según mi punto de vista porque, como he dicho, los libros de textos están hechos con apresuramiento y están repletos de errores y tienen en común la falta de imaginación, en mi caso, en el ámbito de la lengua.

Hay tantas cosas que se pueden hacer en clase de lengua, tantas que me doy cuenta de que no me llegan los días para desarrollarlas, y ninguna pasa porque yo me ponga con un libro de texto a leerlo y luego examinarlos de los elementos que intervienen en la comunicación año tras año. La lengua es el mecanismo de comunicación. Bien utilizada como instrumento de enseñanza fascina a los alumnos. Y crea verdaderos frikis del lenguaje. Alumnos de bajo nivel –aparente-, con una letra horrorosa, son verdaderos cracks del lenguaje si se aplican otros baremos de análisis y consideración de su competencia lingüística. Esta es la conclusión que saco de aplicar métodos de asociación de A y B en sus múltiples posibilidades. Me gusta descubrir fanáticos del lenguaje, y hay muchos. Aunque parezca lo contrario. Solo hay que utilizar Kubbu en las clases. El otro día se lo mostré a una profesora del área lingüística –que ansía volver al libro de texto- y me comentó ante la maravilla que le estaba enseñando que qué trabajazo ser el profesor el que tiene que relacionar A y B. Con lo cómodos - añado yo-  que son los ejercicios que vienen en los libros con el correspondiente libro de respuestas para el profesor. Hoy estoy ácido. Lo reconozco. Me di cuenta en seguida que no lo iba a utilizar. ¡Vaya trabajazo echarle imaginación a la lengua!

Es una pena que los centros de enseñanza se hayan retraído en la utilización de tecnología en el aula. Es una catástrofe, pienso yo. La única explicación es que, como decía, no se comprende qué es internet, qué hay en internet, ni qué es un ordenador, que como la misma palabra indica sirve para ordenar el pensamiento. Y lanzarse hacia el infinito.


Kubbu.

viernes, 23 de octubre de 2015

Se aprende con alegría


El desarrollo ideal de una clase de tercero de ESO en un centro de máxima complejidad social y con un alto nivel de inmigración es el siguiente: el profesor entra en el aula y los alumnos van poco a poco sentándose tras unos momentos de dispersión por el cambio de materia. El profesor se sienta a su mesa con aire cansado y espera que sus alumnos vayan sacando los materiales. Hace treinta años que explica lo mismo y sabe que lo hace bien. Los alumnos le tienen temor y se van callando. La clase se desarrolla en silencio y el profesor explica la mayor parte del tiempo. Luego les deja veinte minutos para hacer ejercicios. La clase ha acabado sin demasiado desgaste personal. El profesor les hará un par de exámenes en la evaluación y les pondrá nota. No invierte tiempo personal en sus alumnos ni en investigación. Sabe dar clases y la combinación de respeto y dominio del aula hacen lo suficiente para que nada le cueste especialmente demasiado. Tiene muy claro que la administración no recibirá nada de él que vaya más allá de lo estrictamente necesario. No le importa si sus alumnos piensan o no. El caso es que contesten al examen y hagan los deberes. No quiere corregir mucho ni preparar clases ¿para qué si ya se lo sabe todo desde hace treinta años y lo hace bien? Sus alumnos harán un buen dossier que él no se mirará. Espera jubilarse lo antes posible y si todo sigue igual, le faltan ya pocos años.

Pues mis clases no son así.

El profesor entra en el aula y poco a poco se va organizando un barullo bastante considerable. El profesor recibe en poco tiempo un montón de mensajes de sus alumnos que quieren comentar algunos aspectos sobre la materia. Llega con dificultad a su mesa y procede a conectar el ordenador al cañón digital de la clase. Cuando lo logra escribe en la pizarra las tareas y actividades para hoy y los próximos días. Es una Flipped Classroom. Los alumnos en su inmensa mayoría ven los vídeos en casa y contestan al cuestionario incorporado. Realizan un resumen del vídeo que entregan al profesor. Uno de ellos los recoge. Los alumnos saben qué va a venir a continuación. El profesor no habla mucho. Se desarrolla un Kahoot. Cada alumno con su terminal va contestando en medio de una expectación máxima las preguntas sobre el Renacimiento y el Humanismo. Pueden utilizar los móviles. Compiten entre ellos y la clasificación va variando. Tienen que ser rápidos y conocer el tema. Gana uno de ellos y eso les produce satisfacción personal y alegría.  

El resto de la clase es para elaborar mapas mentales por parejas con Mindomo. Hacen mapas conceptuales sobre cada tema, mapas muy complejos que amplían cada unidad didáctica. Algunos trabajan sobre las diferencias y semejanzas entre el mester de juglaría y clerecía y otros sobre el Petrarquismo. El sistema permite que los alumnos que avanzan más rápido puedan hacerlo y hay verdaderos especialistas en realización de mapas mentales. Hacer un mapa mental supone comprender en profundidad el tema.

El profesor no para durante la hora resolviendo dudas técnicas y metodológicas. Los alumnos no están en sepulcral silencio. Algunas muchachas se sientan sobre la mesa. Hay animación en la clase. Están pensando y resolviendo problemas. Hay risas y distensión, pero la mayoría están absorbidos por la tarea que están haciendo. Cada semana se desarrollan dos unidades y el avance es mucho mayor que mediante cualquier otro sistema. Además se desarrolla una especie de complicidad muy destacable entre el profesor y los alumnos. Les gusta trabajar así. No les gusta estar pasivos. Quieren participar y pensar. Estar activos toda la hora.

Los alumnos piden más y más. No quieren quedarse retrasados. Se implican personalmente en lo que están haciendo. El profesor tendrá más de cien notas de cada uno a lo largo de la evaluación. Semanalmente publica un Flippity (una hoja de cálculo de Excel) con los puntos acumulados de cada uno. Raramente se desentienden de la tarea. Se ven involucrados y quieren sacar buenas notas.

El profesor dedica buena parte de su tiempo de ocio a preparar clases, a grabar vídeos, a elaborar cuestionarios, a corregir, a investigar nuevos proyectos. No da nada por cerrado. La enseñanza es algo que es muy exigente y quiere que sus alumnos tengan un buen nivel y que no sean máquinas de repetir y de memorizar. Aprenden sin darse cuenta. No hay exámenes pero hay pruebas todos los días. No hay el sacrosanto dossier  que piden todos los profesores ni hay ninguna copia en su materia. Piensa que utilizar el tiempo para copiar es indignante. Pero es lo que hacen muchos de sus colegas. Entiende que sus alumnos deben estar en el aula pensando y resolviendo problemas. Tiene una opinión positiva de ellos pues se da cuenta de que les gusta pensar y que tiran mucho más de lo que se espera de ellos. Y además le gusta que haya alegría en clase, que la clase no sea una misa con un único oficiante.

Sabe que sus alumnos con esta estrategia aprenderán veinte veces más. Y de eso se trata. Ha dedicado mucho tiempo a investigar y sabe que no sabe nada. Pero esto lo gusta. Piensa en retrasar su jubilación para continuar más con estos chavales a los que no quiere abandonar.

No tiene gesto cansado sino desafiante. A él igual que a sus alumnos le gustan los retos. Y este es espectacular. No quiere que nadie se quede atrás. Las notas presumiblemente serán muy buenas. No le dolerán prendas. Alegría. Se aprende con alegría.



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