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viernes, 13 de marzo de 2015

Descubriendo a Balthus


Hoy me dirigía a mis alumnos de literatura de bachillerato y les preguntaba si habían encontrado alguna vez un libro que, al leerlo, sintieran profundamente que había sido escrito para ellos por la conmoción que les causa, por el grado de identificación que tienen con él. No, me han dicho. No conocían nada semejante. Esto no me ha sorprendido porque sé que mis alumnos no han leído apenas y sus inquietudes están formándose. Yo tuve a su edad algún libro que me conmocionó, aunque ahora lo recuerdo con cierta ternura por su carácter religioso. Este excurso en medio de la lectura y comentario de Luciérnagas de Ana María Matute ha venido a propósito de mi lectura febril de las Memorias del pintor Balthus (1908-2001) , cuya obra desconocía. Llevo varias noches absorbido en sus meditaciones y reflexiones acerca del sentido espiritual de su obra que pretende captar instantes de pasajes en su acercamiento a lo sagrado como experiencia humana. Les he hablado a mis alumnos de sus cuadros de ninfas púberes en estado de sueño o meditación. Me han pedido que les proyectara alguna imagen de sus pinturas. Nada más fácil cuando uno lleva un iPad a clase y puede conectarlo al cañón de proyección. Concibo la clase de literatura un obligado referente a las pruebas de selectividad pero también como un laboratorio de crear inquietudes y estimular el pensamiento. Les he proyectado imágenes de sus niñas y gatos y han quedado fascinados. Tras varias de ellas habían captado algunas claves como la presencia de niñas en estado desfalleciente, la presencia del espejo, de los gatos... Varias de mis alumnas son musulmanas y sabía que esta proyección tenía que conturbarles. He convenido con ellas que sus pinturas han sido frecuentemente asociadas a un erotismo perverso, pero que él negaba contundentemente esta consideración. Sus pinturas son totalmente inocentes, desde su punto de vista. Es la mirada culpabilizadora occidental la que proyecta sombra sobres sus niñas que están vistas en su desnudez inocente en estado de trance en ese momento mágico de la transición de su ser como ángeles a su floración. Él utilizaba modelos niñas desde los ocho años. Sus modelos han pasado a la historia del arte. Él les pedía que posaran desnudas. Mis alumnas musulmanas y latinoamericanas se estremecen y no pueden dejar de pensar que esto es perverso, abiertamente pedófilo. Alguna muchacha cree que estas modelos eran como prostitutas que vendían su cuerpo. No he querido discutir sus apreciaciones, pero sí recalcar que para Balthus, que afirma no haber dejado nunca de ser un niño y que rechaza la consideración de simbólica o surrealista su pintura, estas imágenes son la expresión pura de un rito de pasaje que expresa el misterio sagrado de la niñez y la pubertad, un terreno especialmente delicado para nuestras mentes puritanas. Balthus busca sus referentes en pintores del Trecento italiano como Simone Martini, y luego en Piero de la Francesca, Giotto, Masaccio, además de Poussin y Delacroix. Mientras sus contemporáneos encabezados por Picasso querían iniciar un tiempo nuevo alejados de influencias del pasado con sus tendencias vanguardistas ... Balthus reivindica la aristocracia, la tradición, la espiritualidad y la conexión de la pintura occidental con el arte oriental.

Sus modelos posaron para él desnudas siendo adolescentes pero recuerdan en este tiempo la actitud absolutamente absorbida y respetuosa de Balthus ante ellas como realizando un rito sagrado. El pintor de origen aristocrático polaco, hijo y hermano de artistas, orientado por Rainer María Rilke, compañero de su madre separada, plantea en sus cuadros aparentemente serenos una inquietante tensión que sugiere la violencia. Los psicoanalistas han intentado ver en ello claves simbólicas del inconsciente de Balthus, pero él niega las interpretaciones psicoanalíticas de su obra. Sostiene que sus obras son puras, que no expresan nada más que lo que están presente, que no hay nada detrás. Sin embargo, para el observador sus cuadros son enigmáticos revelando una personalidad compleja y apasionada. Mis alumnos  se han quedado en la mirada de aquí y han considerado que es posible que este hombre estuviera un poco “para allá” y que viviera en un mundo propio, consideración que estimo apropiada y sintética para un excurso de quince minutos en el interior de la clase de literatura sobre Ana María Matute. Deseo que también recuerden las clases de literatura que les imparte este profesor como enigmáticas ... Nada hay que sea más improductivo y antiliterario que forzar un curso de literatura para preparar unas pruebas con contenidos estereotipados como si se estuvieran matriculando para el examen de conducir.

La buena interpretación de la literatura, según la entiendo yo, comienza con las preguntas que uno se hace a sí mismo y que no puede contestar, pero quedan reverberando y expandiéndose. No tengo respuestas. No me interesan, igual que no me interesan los campos acotados del arte. Pintura, fotografía, música, literatura se comunican intensamente. Todo lo que leo fascinado sobre Balthus me sirve para mi expresión fotográfica. En el fondo se trata de atrapar la luz y las sombras. Él tuvo niñas para proyectar su visión del mundo que no es otra cosa que un intento sagrado de retener un instante en busca de la eternidad.


Me gusta verme desconcertado y sediento de saber más. Y quiero que mis alumnos sientan también ese desconcierto y que se despierte en ellos esa misma ansia de hacerse preguntas porque la banalidad de la realidad en que quieren hacernos vivir no nos satisface. Hay en el ser humano una aspiración hacia la belleza y la luz de raíz neoplatónica en medio de infinidad de interferencias que nos quieren hundir en la mediocridad y la vulgaridad. Salir de eso para mí es enseñar literatura, lejos de clichés y explicaciones bienintencionadas pero absolutamente estúpidas, más cuando niegan la dualidad del mundo, esa dualidad en que también existe Lucifer como el más hermoso de los ángeles.  

lunes, 9 de marzo de 2015

Mi amigo budista


Hice esta foto durante mi caminata atravesando la sierra del Garraf. El perro me miró cuando pasaba por la Plana Novella cerca del monasterio budista. Intuyo en estos ojos una mirada intensa, no sé si llena de tristeza o de perplejidad. No sé de perros. En una caminata hay momentos que se aproximan al misticismo. Iba solo. Es una buena compañía. En algunos instantes sentí algo cercano a la felicidad, especialmente al atardecer, tras más de cuarenta kilómetros. Sé que no soy nada, que no soy nadie, pero mi ego oscila entre la disolución y la euforia de existir. Este perro me mostró su vida interior y yo la capté. Posó para mí. Hoy día prefiero este modelo antes que atractivas muchachas que posaran para mí en poses atrevidas. No me gusta la fotografía de boudoir. El arte es una vía de acceso a lo invisible, al misterio a punto de revelarse.

El profesor de secundaria deja lentamente su piel de docente. Todo lo que pasa en el insituto en el fondo le da igual. Normas, proyectos, burocracia, disciplina... Me atrae lo esencial y olvido lo anecdótico. Caminar es meditar. Ser profesor es algo que ha sido una dedicación parcial durante más de treinta y cinco años. Yo no soy eso. No dejará huella en mí. Hay vocaciones más hondas que ser profesor aunque durante diez años esta ha sido en este blog mi carta de presentación, la que ha sobrevivido. Pero soy el antiprofesor. No participo del espíritu del cuerpo. Soy un detalle en el organismo de un instituto.

Padezco fobia social. Pero me gusta como soy. Extraño. Único como cada uno de los seres de este planeta. Como este perro que me dedicó la mirada más inteligente que he percibido en los últimos días y con quien hablo en este post. A tu salud, amigo. Gracias por saludarme y despedirme. Te he contado mi vida. Poca cosa, pero radicalmente mía. Cuando muera no me iré sin la sensación plena de haber vivido a fondo. Y vivir a fondo es entregarse a los caminos, al azar de la vida y percibir la realidad trasmutada en arte, en misterio, en ceremonia litúrgica en que el cielo y la tierra brindan por la vida

miércoles, 4 de marzo de 2015

Psicología de la corrupción



Imagínense que forma parte de una institución académica de enseñanza media, vamos que es profesor, y se entera de que puede comprar leche a una cuarta parte del precio de mercado. Solo hay que encargarla en secretaría y le reservan los litros que necesite cada semana. Esta leche forma parte de excedentes de la Comunidad Europea que se ponen a ese precio para llevarlos a familias necesitadas. Esta es la segunda parte de la cuestión y uno no ha de enterarse demasiado para hacerlo. Solo tiene que reservarla y llevársela a casa los viernes.

Imagínense que le ofrecen prendas de moda a una cuarta parte de precio que otros establecimientos. Puede comprar un montón de camisetas, pantalones, blusas, accesorios, etc por poco dinero. La segunda parte de la cuestión es que estos productos a bajo precio son fabricados en países en que la mano de obra es semiesclava y recibe salarios míseros por interminables horas de trabajo a cambio de sesenta euros al mes.

Imagínense que el director general de su empresa les entrega amistosamente una tarjeta de crédito de la compañía para que haga uso de ella libremente. Todos los cargos a la tarjeta serán a costa de la empresa. No hacen falta comprobantes y se pueden utilizar para lo que se quiera. Sabe que todos sus compañeros hace uso de ella y la están utilizando para atractivos viajes a Nueva York, Cuba o Las islas Vírgenes, además de productos de moda, restaurantes de postín, discotecas ... Un privilegio inimaginable sobre el que nadie hace  preguntas, ninguna, aunque en su fuero interno alguno sospecha algo raro. Pero ¿al fin y al cabo no se la ha dado el director de la compañía, el número 1? ¿Es a cambio de algo? ¿Determinará el sentido de su voto en las reuniones que se celebren? Buena pregunta.

Imagínense que usted trabaja en una administración de fincas que gestiona multitud de comunidades de propietarios que necesitan hacer obras de reforma o mantenimiento. Usted recibe ofertas de diversos empresarios para quedarse con las obras que se han de realizar. Solo tiene que arreglar los presupuestos para que los vecinos opten por el más bajo, como sin duda harán. Para ello solo hace falta información de los otros presupuestos que se presenten. Luego sobre la marcha, ya se sabe, el presupuesto una vez aceptado variará y subirá. Y usted como empleado sabe que recibirá un detalle, una mordida que le vendrá bien para pagar algunas cosillas que siempre vienen bien.

Estas son algunas hipótesis que alguno reconocerá. Alguna la he conocido directamente y ha sucedido en mi entorno. Viene esto a propósito de un estudio de la Universidad Jaume I sobre factores acerca de la corrupción, coordinado por Aurora García-Gallego y publicado en la revista Frontiers in Behavioral Neuroscience. Dicho estudio sostiene que hay una mayor inestabilidad emocional en quien rechaza una oportunidad que va en su favor monetario que quien viola con su participación algo que se presupone contra la ética. Resumiendo: sufre más estrés quien rechaza un beneficio fácil que quien se aprovecha de él, especialmente si no hay un mecanismo de castigo en el horizonte.

Acabo de hacer un experimento con mis alumnos sobre la, llamémosle, picardía, algo a lo que muchos le ven la gracia y lo disculpan con una sonrisa: el copiar para aprobar una prueba. Todos lo hemos hecho alguna vez, se dice. Forma parte del rito escolar, etc. ¿Pudiendo copiar y sin castigo explícito, cuántos renunciarían a ello por ética personal? Con la agravante de que si tú no lo haces, otros muchos sí que lo harán y sacarán mejores notas que tú que te has esforzado y estudiado.

Me pregunto si Luis Bárcenas, el Bigotes, Francisco Camps, Ignacio González, los implicados en los ERE en Andalucía, los presidentes y directores de Cajas de Ahorros que vendieron preferentes a ancianos, los usureros que promueven el desahucio de pobres gentes, los consejeros que hacían uso de sus tarjetas Black, los concejales corruptos de tantos municipios de España, tantos y tantos políticos que se han dejado tentar, los de arriba y los intermedios, los conseguidores, los empresarios que pagaban su tres por ciento para la obtención de obras a CIU, los prohombres, jueces que reciben dádivas por asistir a reuniones ... me pregunto si copiaban cuando eran escolares. ¿Entendían que es menor el precio emocional que se paga por ceder a una posibilidad de éxito que el que se siente por rechazarla?

¿Qué porcentaje de la población es corrupta si las cosas se le ponen fáciles y no hay eventual castigo en lontananza?


Sin embargo, el estudio de la Universidad Jaume I sostiene que hay una tendencia mayoritaria en la población para actuar de forma ética, especialmente si se refuerza con la hipótesis del castigo. Empero los hay que actuarían de forma ética aun sin él. Son los que no copian aunque puedan, los que devuelven una cartera o un maletín lleno de dinero a la policía, los que no compran en determinados establecimientos, aunque sean mucho más baratos, si no responden a criterios éticos sus precios. Imaginamos que para ellos es más factor de distorsión emocional atentar contra la ética que ceder a la corrupción por leve que sea, pero algunos sospecharían de tanta perfección moral achacándolo a una rigidez personal que no cede ante la posibilidad del placer. ¿Acaso esos individuos que se mantienen en lo que se considera ética no son unos puristas totalitarios que no entienden la psicología de masas, las luces y sombras de los seres humanos. ¿Acaso no es mejor encontrarse con gente moldeable y flexible que entienda que con cierta relajación ética va mejor a todos?

lunes, 2 de marzo de 2015

Caminatas y grafittis

La última caminata que hice desde Cornellà hasta Molins de Rei, pasando por Sant Feliu y la Santa Creu D'Olorda me llevó por zonas bajo las autopistas con sus pasos subterráneos, bóvedas, pilares de sujeción... y aquello fue una mina de fotografías que tuvieron su centro en los grafittis.


Este me encantó. El artista había reflejado una mujer de ojos pintados de azul, cruzando los brazos y mostrando las ajorcas y su vestido.


Este grafiti recrea la imagen de Stan Lee (Stanley Martin Lieber, NY, 1922), creador de personajes tan populares como Los cuatro fantásticos, XMen, El hombre de hierro, Spider Man, Los vengadores, Capitán América a través de la editorial Marvel y en colaboración con los dibujantes Steve Kiko y Jack Kirby.


No podía faltar Nelson Mandela, un icono del arte popular.


Este sin duda debe ser un personaje conocido, pero yo no lo conozco. Su atuendo me es cercano. Aparece, como no, el nombre de la ciudad de New York.


Estas manos abrazando y rodeando el pilar de la autopista me gustaron mucho.


Otro pilar vegetal y con una serpiente detrás del árbol.


Dos banderas: la española y la pirata en uno de los huertos. No todo van a ser esteladas.


En el paso subterráneo de la autopista, unos tags grafiteros.


El día de mi boda totalmente convencional, fuimos mi novia y yo a hacernos un reportaje con grafittis alternativos. Siempre me he sentido muy unido a esta cultura a través de las fotos. No todos los grafittis son buenos pero son una muestra muy interesante de cultura popular.


 Me gustó saber que en Afganistán hay una joven grafitera llamada Shamsia Hassani que se enfrenta al salvajismo de los talibanes y la opresión de la mujer afgana. Tiene que hacer sus grafitis en quince minutos antes de que empiecen a insultarla y acosarla por ser una práctica no islámica.


viernes, 27 de febrero de 2015

El valor de caminar


Ha llegado un tiempo que ya anuncia la primavera. Y comienza mi temporada caminante. Cada fin de semana preveo hacer una caminata que me ocupe aproximadamente unas diez horas de travesía, lo suficiente para agotarme y sentir el placer del cansancio físico como estado espiritual. Comencé a caminar a los quince años. Un cura del colegio donde estudiaba nos habló de una marcha de cincuenta y cinco kilómetros al castillo de Javier (Navarra) partiendo de Noaín. La idea en seguida me cautivó pero me encontré con una negativa paterna y materna radical. Aquello fue origen de un conflicto bastante fuerte en el que se impuso al final mi aspiración a realizarla. La primera realidad es que comencé a andar como acto de desobediencia. La marcha fue por la noche. No estaba preparado para ella ni llevaba buen calzado. Mis pies se llenaron de ampollas. Al llegar a Javier no lo tuve como un destino religioso. Por supuesto no comulgué pero sentí un íntimo premio que me llevó a añorar de nuevo sentir las mismas sensaciones. De universitario me aficioné a excursiones por el Pirineo aragonés. Algunas de ellas tan formidables que forman parte de mi educación sentimental. Travesías de diez y doce horas que me dejaban en un estado próximo a la extenuación. En algún caso incluso me subió la fiebre. Descansaba y al día siguiente todo era nuevo. El sol salía e incendiaba los paisajes nevados llenándolos de luz y color. Mi ánimo se sentía unificado y yo, tras haber sufrido, me hallaba bien dentro de mí. Frente a la dispersión que ha sido mi vida, el caminar ha sido, he constatado, una poderosa fuerza de unificación.

Para el que sigue este blog, he referido mi estancia en Las Alpujarras de Granada un invierno-primavera de 1987. Allí pasé dos meses en una de las experiencias más ricas de mi vida. Me recluí en Los Bérchules acompañado de una gran caja de libros con el ánimo de escribir un diario de lecturas y de caminatas. Así hacía excusiones de treinta kilómetros recorriendo las Alpujarras en una dirección u otra. Lo curioso es que guardo una sensación de proximidad sentimental a aquellas caminatas que me parece estar contemplándolas desde la cercanía aunque han pasado casi treinta años. Siento el aire de las montañas en mi rostro cuando evoco aquel tiempo de desolación y ejercicio físico.

Nadie me enseño a andar. Tampoco a leer. Pero han sido dos vocaciones profundas que me han acompañado siempre. Caminar me llena de felicidad, aunque sufra. He leído libros en que relacionan el caminar con la filosofía. Me atraen los escritores que han sido caminantes, que han seguido senderos y subido montañas. Me parece una vinculación extremadamente provechosa. Caminar nos aleja de la vida burguesa. Nos devuelve a nuestra elementalidad, nos unifica con el alma. Hay incluso veces que he entrado en una especie de éxtasis en el caminar devorando los kilómetros y he cruzado valles y aldeas gallegas sin sentir ya el esfuerzo a pesar de llevar andados más de cuarenta y cinco kilómetros. He andado el camino de Santiago en múltiples ocasiones, solo y acompañado. Guardo un poderoso recuerdo de cada una de estas ocasiones. El caminar hace el mundo nuevo, me serena, me llena de vitalidad, me mantiene ágil mental y físicamente. Cuando camino solo hay que poner un pie tras el otro y ya está, es sencillo. Y dejar pasar el tiempo. Y se llega adonde sea. Puede que sea monótono pero nunca es aburrido.

Me gustaría sustituir un año mi asignatura por un travesía del Camino de Santiago junto a algunos de mis alumnos. Sé que no les gusta caminar. A ninguna de mis hijas les gusta caminar. Es algo que tiene que salir de uno mismo, no sé por qué. He hablado estos días a mis alumnos de bachillerato de mi vocación de caminante. Tal vez era bueno que lo oyeran alguna vez en un tiempo en que los jóvenes no suelen caminar. La mayoría de los senderistas son personas mayores. Suelo caminar acompañado de un GPS que me orienta por los caminos de montaña. Puede ser muy desagradable estar solo y perderse en los vericuetos de alguna sierra. En los últimos años me he enamorado de la sierra del Garraf (Barcelona). La he cruzado de una y otra forma en múltiples ocasiones. Siento, cuando entro en ella, que es un territorio metafísico: austero, sobrio, elemental, desolado. Me gusta su aridez. La siento en consonancia con mi espíritu que va apoyando uno y otro paso en la redondez de la tierra, en la firmeza del suelo que me sostiene. Mi respiración se acompasa y, aunque siento agotamiento, me encuentro en un estado próximo a una felicidad inconsciente que me hace percibir el mundo de modo armónico. El caminar da ocasión de que surjan poderosos pensamientos en la mente. Hay que dejarlos pasar. A veces son oscuros y se retuercen atormentándonos. Solo hay que concentrarse en los pasos, uno tras otro. Y mirar el paisaje que va cambiando lentamente. Tal vez detenerse para beber agua o para hacer una fotografía. No tener prisa. Todo da igual. No hay nada que hacer salvo caminar, ir hacia delante, mirar el cielo, las nubes cambiantes, el sendero. Y sentir que el mundo está bien hecho. Hay tantas veces que advertimos que no lo está... que percibir en una actividad física que existe también la armonía y el equilibrio no es baladí.


Siento emoción por la caminata que haré mañana, y luego ese cansancio muscular que me lleva a acostarme y descansar profundamente. Tal vez ver una película sintiéndome feliz de haber existido, de poder haber sido caminante y lector, mis vocaciones primigenias que nadie me enseñó. Surgieron de mí. Estaban dentro de mí.

martes, 24 de febrero de 2015

El abandono de la infancia

                                                        Pintura de Margaret Keane
Para Ana María Matute, autora de la que estamos leyendo en bachillerato su libro Luciérnagas (1947, finalista del premio Nadal), la infancia es un periodo cenital de nuestra vida. Y su abandono, una tragedia. Esa es la adolescencia, un periodo trágico donde se encuentran muchos de sus personajes. La autora barcelonesa dice que ella se quedó fijada en los doce años (1938), la edad que tiene Sol, la protagonista de la novela en el comienzo de la narración. Mis alumnos tienen en torno a los dieciocho años. Ya están al otro lado más bien, de esa turbulencia dolorosa que es la pubertad y la adolescencia, periodo en que uno se aleja definitivamente de la niñez. Ya no hay remisión. Probablemente ese sea uno de los aspectos más violentos y oscuros de nuestros alumnos, inmersos en un cruce de mundos e inyectados de hormonas en una especie de montaña rusa emocional. Hoy he querido hacerles reflexionar sobre ese abandono obligado de la niñez, sobre ese ser que eran cuando tenían seis años y preguntaron a su padre si él moriría también. O dos o tres años cuando descubren que existe la sombra que les persigue bajo el sol. O el instante en que advierten que el reflejo del espejo son ellos mismos. Son momentos plenamente filosóficos de una intensidad tal, en un niño todavía no marcado por los estereotipos, que raramente se vuelven a producir con la misma fuerza. Los niños son puros, incontaminados todavía por el mundo de los adultos. Cuando digo puros no quiero decir que no puedan ser malvados y crueles: hasta extremos que ya  no queremos recordar. No hay maldad que  no anide en la mente de un niño. Cuando digo puros me refiero a que su universo mental todavía está limpio de la hojarasca que tenemos los adultos: ambigüedad, medias verdades, mentiras, pragmatismo, acumulación de tópicos, rencor, envidias ... esa turbiedad que constituye el mundo moral en que hemos de debatirnos en el interior de tremendos dilemas morales. A los niños les decimos que han de ser generosos y compartir con sus amigos pero nosotros no lo hacemos. Les hablamos de justicia pero como adultos somos indiferentes a la desigualdad que existe en el mundo y a mil dramas que nos rodean. Tal vez no todos, claro está.

El caso es que es un drama salir de la infancia para adentrarse en el mundo proceloso de la adultez. Quien no recuerda poderosamente su infancia como un periodo de un magnetismo perturbador es que no vivió la infancia como tiempo mítico. Puede ser. No puedo extender a todos los que me leen lo que yo recuerdo de aquel tiempo y que me lleva a coincidir con Ana María Matute en su consideración de aquello. Ella se quedó en los doce años. Luego posteriormente arrastró una depresión de veinte años. Sus primeras novelas son tristes, llenas de pesimismo. Entiendo que el pesimismo es una demostración de inteligencia. El optimismo es, por contra, simple química del cerebro, no una conquista de la razón. Me atraen los autores pesimistas. Siempre logran alegrarme el día. Por eso el mundo de Matute me gusta especialmente en su fase realista, cuando vivía con desgarro ese proyección de su drama en sus personajes adolescentes. Tras la depresión se vio subsumida en un universo fantástico que no llegó a interesarme tanto. Fue su modo de retornar a la infancia. Siempre fue una niña, una fabuladora extraordinaria.


Mis alumnos se han sentido atraídos por la novela que empezamos a leer. Han manifestado que efectivamente les costó dejar la niñez, quién la va a querer dejar, me dicen. No son invenciones mínimas los personajes de Peter Pan de Matthew Barrie, el niño que no quería crecer o la moderna recreación de J. D. Salinger en su inolvidable El guardián entre en centeno en que el adolescente que siente náuseas por el universo adulto es Holden Caulfield. El autor de esta novela proyecta en ella la angustia y el miedo que pasó en su participación en la segunda guerra mundial pues estuvo en las batallas más duras y terribles tras el desembarco en Normandía (Las Ardenas, el bosque de Hürtgen)  y posteriormente su encuentro con el campo nazi de Dachau. Tras ese mito de la niñez como espacio mágico puede haber mucho dolor ante el hecho de crecer y descubrir la textura moral del mundo real. Para ello nos hacemos adultos y hemos de convivir con nuestras contradicciones si es que llegan a serlas. Hay muchos adultos que no tienen contradicciones. Esta claridad siempre me ha parecido temible. Igual que me inquietan todos los hombres públicos que alardean de que no tienen nada de que arrepentirse y de que se hallan muy tranquilos. Ayer Pujol en el Parlament lo hizo. Dijo que estaba muy tranquilo. Supongo que tiene motivos para saber que nada llegara a nada en la comisión de investigación. Esto es ser adulto: afirmar que no te arrepientes de nada y estar tranquilo. Yo, sin embargo, no lo veo así. A mis seis años ya me quedé fijado como persona. Y todo lo que ha venido después ha sido desarrollo de aquel boceto inicial. En ese sentido puedo entender muy bien a Ana María Matute, su personalidad, el sentido de su narrativa, su tristeza primigenia, su atracción por los adolescentes y los niños: su malestar, su búsqueda de un mundo puro, no adulterado por parte de algunos y otros ya definitivamente inmersos en la turbiedad del tiempo que inevitablemente ha de venir.

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