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sábado, 9 de junio de 2012

100.000 millones de euros



La marca España acaba de caer por los suelos. Nos acaban de rescatar con una inyección de hasta 100.000 millones de euros. Esta enorme cantidad de dinero irá para sanear el gigantesco agujero de la banca española que un tiempo no muy lejano se glosaba por parte de Zapatero como extraordinariamente bien diseñada. Nuestra economía era puramente especulativa, basada en el humo. Y a esto se prestaron los dos grandes partidos por igual. Tan culpables son PP como PSOE en esta insólita y delictiva deriva financiera. A los dos les vino muy bien dejar crecer la burbuja inmobiliaria. Suponía impuestos, suponía dinamización de la economía en multitud de sectores secundarios... Ja, ja, ja... Todo funcionaba, y la corrupción consiguiente servía para engrasar el sistema. El dinero fácil fluía, los pisos subían de precio y el que más y el que menos especulaba... Cantaban de gozo los ayuntamientos recibiendo ingentes cantidades de IBI y tasas municipales, cantaban de gozo los notarios, cantaban de gozo los bancos que no hacían más que ofrecer crédito fácil y baratas hipotecas para comprar una o las viviendas que hiciera falta. Se generó una dinámica basada en la nada en la que los principales partidos nacionales y regionales metieron el cazo. Todo parecía el mejor de los mundos posibles.

¡Qué lástima que haya llegado el despertar! Siento asco por las élites políticas y financieras de este país. Se ha roto el pacto social que establecía la confianza entre los gobernantes y los gobernados. El PSOE y el PP nos han llevado a la ruina aunque ellos se dediquen a tirarse los trastos entre ellos. Tú más, se dicen. Pero es pura basura. Ha sido una incapacidad absoluta de previsión ante lo que cualquier estudiante aventajado de la ESO se hubiera dado cuenta de que era imposible. Ahora ese agujero de cien mil millones de euros tendremos que pagarlo con nuestra sangre todos los españoles. Rajoy dijo que España no sería intervenida, y que cuando él llegara todo sería seriedad y que España sería respetada. No ha cumplido ni una sola de sus promesas. Pero tiene mayoría absoluta y el control total de RTVE. Difundirán su parte demagógico.

Los españoles estamos en la quiebra. Toda nuestra economía tendrá que utilizarse en pagar los intereses de la deuda, la que teníamos y la que ahora acabamos de contraer. Se reducirá un veinte por ciento el sueldo de los funcionarios, se subirá el IRPF, se subirá el IVA, se recortarán las pagas a los desempleados y pensionistas, se machacará la educación y la sanidad, se subirá la edad de jubilación...

Y nadie pagará por ello. Las élites financieras seguirán sin ser tocadas. ¿Cómo van a ser tocadas si son el poder? Si el PSOE amnistió a un delincuente del Santander y el PP amnistía a los defraudadores. Solo queda desnudo y solo el ciudadano común que es el que habrá de pagar esta deuda con su reducción drástica del bienestar y lo que se consideraban conquistas sociales.

Solo me sale una palabra y es "miserables".

Ahora queda la Eurocopa. Deseo que España sea eliminada para que no pueda enmascarar lo que significa esto. Rajoy reza por que España gane partidos…  

La Roja, ¡bah! Es la economía, imbécil. 

viernes, 8 de junio de 2012

¿Existe la libertad en nuestro tiempo?



Creo que tengo alguna perspectiva de la vida y de la historia, al menos ambas me han interesado mucho como vocación y como materia de estudio que me cautivaba. He vivido los últimos coletazos del franquismo estudiando en un colegio religioso en que se castigaba físicamente y se agredía en el plano personal, he participado en la revuelta política contra este sistema en organizaciones revolucionarias comunistas de estudiantes, he lanzado piedras contra la policía, realizado asambleas clandestinas, cortado calles, puesto pancartas, realizado manifestaciones relámpago en los estertores del franquismo... He vivido las limitaciones de una dictadura y a la vez mi capacidad de rebelarme contra ella, de discrepar y actuar en consecuencia. Las palabras tenían alguna dimensión en nuestros panfletos, en nuestros pasquines, en nuestro mítines, en nuestras lecturas que iban de Bakunin a Lenin, de Herman Hesse a Roger Garaudy... Éramos demagogos, éramos manipuladores, éramos revolucionarios que consideraban a las masas como un objeto que había que transformar, y así hablábamos de masas avanzadas, masas intermedias y masas retrasadas...

Nunca creí en ello y, a escondidas de mi partido, leía libros troskistas y  a pensadores libres que me llevaban a otros parámetros que los de la revolución maoísta. En todo caso, lo que quiero reseñar es que había una profunda revisión de lo dado y una aspiración a lo inconcreto que me llevaba a disentir, a esperar algo diferente, a latir y emocionarme con lo injusto y aspirar a otro tipo de sociedad, a alguna utopía.

Sin embargo, en mi edad madura, no sé sinceramente si por efecto de ella o no y de las limitaciones que ella impone, me encuentro con una realidad sociopolítica más opresiva que la que viví en el tardofranquismo con toda su iniquidad. Vivimos un mundo y una realidad reglamentada hasta el último detalle, vivimos determinados por normativas, por cláusulas y artículos legales que nos marcan hasta el último suspiro. Creo que el ser humano no ha sido nunca tan esclavo de lo dado como lo es ahora, y ello le impide ver con dimensión, pensar utopías, creer en un mundo diferente, hacer lo que le sale de dentro porque sin duda se encontrará con algún reglamento que le dirá cómo debe mear o hacerse una paja sin que afecte al común. Creemos tener la libertad de internet, y yo la disfruto, la hago mía, la exploto y digo todo lo que me sale de dentro... pero me falta el nivel íntimo de creer en un mundo posible diferente del que estoy viviendo y observo que todo  lo que vivo como docente es objeto de una reglamentación. Si mis alumnos van a mear tienen que llevar un papelito en que se consigna la hora, el nombre del meante y la firma del profesor que lo autoriza. Sin duda es un recurso para acabar con el vandalismo que había en los lavabos públicos. Toda reglamentación (y las hay para todo) tienen una voluntad benefactora, para evitar algo negativo. Mis alumnos de la ESO ni de bachillerato que no sean mayores de edad no pueden salir del centro ni hacer huelga salvo que sea autorizada por sus padres la falta de asistencia a clase. Si un alumno se rompe la pierna no puedo llevarle a traumatología si no es en una ambulancia o en un taxi. No puedo llevarle con mi vehículo por las consecuencias que se pueden derivar. Todo, absolutamente está reglamentado, medido, organizado, milimetrado y a la hora de la verdad nuestra vida pasa por si efectivamente nos hemos ceñido al reglamento dado o no. Esto nos lleva a la cuestión legal y judicial. Todo se ha judicializado. Añoro el tiempo en que era un niño con cinco años y deambulaba solo por la plaza del Pilar libre, absolutamente libre. Era la sensación que podía sentir un niño en la época franquista: ser libre y desdichado a la vez, pero esencialmente libre. Ahora los niños están superprotegidos, enclaustrados, vigilados por profesores y padres y no se les permite jamás el licor de la libertad que conlleva inevitablemente riesgos. Hemos pretendido evitar riesgos en nuestra vida y en la vida de nuestros hijos y hemos generado la sociedad más opresiva y dictatorial que he conocido. Ya sé que todo es por nuestro bien, que he de renunciar al noventa por ciento de mi libertad para lograr seguridad en mi vida, que mis hijos han de vivir limitados sin disfrutar nunca de libertad (yo seré el principal limitador). Que todo lo que yo haga debe estar normativizado, determinado... hasta mi vejez y mi muerte en que se me hará un funeral con música tal vez que estará también totalmente ajustado a la normativa vigente.

El ser humano del siglo XXI desconoce el sentido de la libertad. La ha perdido por el camino para reforzar su seguridad. Es mejor, nos decimos, estar en una jaula y estar seguros que libres en campo abierto e inseguros. Todos nos hemos metido voluntariamente en una jaula dorada (aunque ahora empieza a revelar que sus barrotes son de latón). No hacen falta censores ni policía política, nosotros somos nuestros principales guardianes y represores. Hemos interiorizado la represión como forma esencial de vida en sociedad en aras del bien común. Ni Freud ni Jung pudieron sospechar esto: que los seres humanos aceptarían libremente vivir constreñidos y encadenados para evitar el dolor, las asechanzas del destino y la muerte. Y que serían más esclavos que nunca de los poderes económicos en medio de una supuesta sociedad democrática. 

En algún sentido envidio a los tuaregs que son todavía hombres libres. Tal vez debería abandonar esta jaula de oro latonizado e irme al continente donde hay pobreza pero también hay libertad, esa que nosotros hemos abandonado en el camino.  

martes, 5 de junio de 2012

Así es si así os parece



Normalmente cuando escribo lo hago con libertad sabiendo que lo que yo escribo será entendido por algunos de los que me leen y otros discreparán amablemente y así me lo harán saber. Sucede cuando hablo de educación, de política, de cine, de literatura, de mis propios recuerdos... No hay reflexión que no engendre una visión crítica y antitética. Las leo, no obstante, cuando surgen, con suma atención puesto que un blog es un espacio abierto a la reflexión colectiva y no todo van a ser alabanzas, que, dicho sea de paso, ni las busco ni me gustan. Lo que más me irrita es cuando no logro ser entendido y se me atribuyen ideas o reflexiones que no son en absoluto mías. Puede ser por una deficiente o apresurada lectura o por mi impericia escribiendo. Esto me desconcierta.

Hoy, sin embargo, el tema que traigo me sume en cierta zozobra pero no puedo dejar de escribir. Cuando algo te llama, necesitas darle forma y apelar a la conciencia colectiva para comprender.  Temo ser tachado de mistagogo, de ingenuo, de dualista, de trascendentalista, de espiritista, de metafísico... Aclaro, me atraen los temas de psicología transpersonal que hacen alusión a diversos niveles de conciencia que van más allá del ego, se adentran en el terreno existencial para llegar a un nivel de unidad o cósmico. No sé si en mis escritos se percibe esta huella de lo que va más allá de lo meramente biográfico y egoico para llegar a un nivel más profundo, que yo lo cifro en lo cósmico. Mis caminatas y la experiencia del cansancio, los viajes como experiencia de muerte y renacimiento, la pedagogía como una apelación a estratos profundos del ser, el gusto por ciertas películas como El árbol de la vida que tanto rechazo suscitó... son muestras de que esto que hoy refiero no es algo improvisado sino que es plasmación de una visión orgánica que deriva de la intuición y la realidad de experiencias en mi vida a las que no hallo una fácil explicación basada simplemente en el azar. Algunas de ellas las he referido en el blog, y los que me leen saben que estuve practicando zazen varios años hasta que tomé conciencia de que la práctica de la meditación llevaba aneja la realidad de una iglesia y unos gurus que no me convencían. En todo caso, pienso volver a la práctica de zazen cuando mi vida se remanse y pueda viajar también de nuevo.

Hoy leía esta entrevista en la Contra de La Vanguardia y que recoge la experiencia del cardiólogo Pim Van Lommel que se ha dedicado a rastrear centenares de casos de personas que estuvieron en la muerte clínica y por algún azar regresaron de ella. La revista científica The lancet publicó en 2001 las referencias a 344 casos registrados en estas circunstancias. Muchos de los que regresaron contaron vivencias e imágenes de una densidad difícil de explicar en que se cruzaban los límites espacio temporales y se contemplaba la vida en su pasado, presente y futuro a una velocidad de vértigo. Algunas de estas personas cambiaron de vida tras esta experiencia que alguna vez fue ocultada para no ser tachado de alucinaciones. La idea sería que la muerte solo es un cambio de conciencia, y que, pasado, ese umbral, entraríamos en otra dimensión o universo.

No soy creyente. La idea de dios me resulta absurda e inútil. Cuando tenía veinte años dejé mis convicciones cristianas y nunca he tenido la tentación de retornar a unos parámetros que nutrieron mi adolescencia causando más dolor que otra cosa. El hecho de no ser creyente no me impide considerar que efectivamente hay experiencias transpersonales que desbordan nuestro ego y nos funden con la naturaleza, así como con nuestras capas más profundas, con la conciencia humana a través de comunicación verbal y no verbal que nos lleva a establecer hondos vínculos con personas que intuyen algo parecido aunque nunca haya sido verbalizado. Me atrae el misticismo en sus vertientes cristiana, hebrea, sufí, budista o primitiva. Creo que esa visión interior de algo que va más allá para fundirse con la totalidad o la esencia del cosmos me resulta muy válida, aunque no se puede verbalizar demasiado. 

Efectivamente pienso que la muerte es una transferencia de energía. Alguien se habrá sonreído y habrá pensado que ya se veía venir que Joselu tenía una vena mística que le hace desbarrar, y que todo esto es indemostrable, que en realidad nuestra conciencia son las conexiones eléctricas en nuestro cerebro, y que cuando este deja de funcionar, es decir, morimos, acaba toda percepción de conciencia. Más cuando vemos a esos enfermos de alzheimer que van perdiendo progresivamente su sentido del yo para disolverse en la nada. La conciencia no es más que conexiones eléctricas, me argumentarán. No hay nada más allá y no hay ninguna evidencia ni ninguna prueba, ni nadie que haya regresado para contarlo. La ciencia no puede basarse en ejercicios de superstición y esoterismo, y lo que demuestra es que la vida consciente desaparece con la muerte clínica.

No digo que no, pero mi convencimiento personal es otro por la percepción que tengo de mi propia existencia, por hechos inexplicables que me han sucedido y que me hacen concebir que existen otras dimensiones. Ojo, no me refiero a esos ocultistas que se comunican con los muertos. No, es algo más natural que está incorporado a mi modo de ver las cosas y que entiende que la muerte no es el final, y que la vida es pura transformación, continua transformación en que deberíamos ampliar nuestros límites perceptivos para ahondar en nuestras distintos niveles de conciencia. No hago daño a nadie, y a mí, la idea de que la muerte no es más que una pequeña broma no deja de resultarme atractiva y sugerente.

La lectura de la entrevista de La Vanguardia me ha animado a escribir sobre ello, sabiendo de antemano que habrá lecturas y opiniones totalmente opuestas, que consideran la vida simplemente como una experiencia única, en la que único que existe es el aquí y ahora (con lo que estoy de acuerdo totalmente), que la muerte es el final, que no hay rebobine de la jugada, que llega un momento en que el cerebro y el organismo se extinguen y ahí dejamos de existir y solo queda en tal caso el recuerdo que dejemos y que tal vez nos sobreviva.

Así es si así os parece, como escribió Pirandello.

Pero ciertamente no hay mayor censura que la racionalidad que excluye cualquier interpretación que se salga de ese estrecho cauce.

Ya digo que seguramente me arrepienta de haber publicado este post. Veremos. 

sábado, 2 de junio de 2012

Una anciana extasiada o el sentido último del viaje.



Me gusta viajar solo. Puede resultar sorprendente a quien lea esto, pero un viaje en solitario ofrece unas posibilidades totalmente ajenas a un viaje con acompañantes. No digo que sea mejor, pero ciertamente ofrece un índice de expectativas diferentes a un viaje en compañía en el que lo principal es la relación con la otra u otras personas. En un viaje en solitario uno es más libre para sentir y pensar en el mundo interior y exterior. También está más expuesto a la desolación y a los malos momentos que forman parte, a mi juicio, de cualquier viaje que se precie de serlo en el sentido profundo.

Según entiendo un viaje, tiene algo de ceremonia iniciática en que el viajero ha de nacer, vivir y morir para volver luego a renacer. He viajado algo, no todo lo que hubiera querido, y me he encontrado a veces en la otra punta del mundo con tres meses por delante en solitario, sin ningún apoyo personal excepto los que provinieran de mis propios recursos y mi imaginación. Recuerdo un inicio de viaje en Malasia en que  me hice alguna foto de modo automático con mi cámara Canon y aparezco perplejo ante la perspectiva de tres meses en soledad y mi sensación era en aquel momento que nada merecía la pena si no se podía compartir. Esto es importante. Un viaje en solitario se emprende a pesar de uno mismo. Uno parte a un destino más o menos lejano y siente un montón de sensaciones que se pueden expresar como miedo, incertidumbre, aprensión... No sabe qué se va a encontrar. No sabe con quién se va a encontrar. No sabe qué va a pasar. No hay nada organizado y hay tres meses por delante. Tres meses es la duración canónica de un viaje. Digo duración canónica porque es la única que he podido experimentar yo y en la que se permite una ruptura profunda con el universo con el que estás conectado en tu vida convencional. Un viaje ha de suponer una ruptura. Si no hay ruptura difícilmente se podrá apreciar el sentido del viaje. Ruptura y duración suficientes para que exista un proceso interior en que surja el nacimiento, la muerte y el renacimiento. Pero nada de esto está garantizado. No es que el que parta en viaje tenga asegurado nada. No hay nada asegurado. Uno parte a la aventura, se enfrenta a la incertidumbre, al miedo... Nadie garantiza nada. Pero mi experiencia como viajero me lleva a saber que cuando en el viaje se pierde toda esperanza, (esto es fundamental: perder toda esperanza) suceden cosas que no estaban en el guion. Y la esperanza se pierde no porque uno decida perder toda esperanza, no. La pierde sin más, porque se queda solo y sin fuerzas y ha de sobrevivir cada día enfrentándose a la desolación de estar radicalmente solo en la otra punta del mundo. Es entonces donde puede empezar a sentir de modo diferente. Y viva en tal caso la ligereza del viaje, el vacío del viaje, la autodestrucción y reconstrucción que supone el viaje. Que es un viaje al interior de uno mismo. Un viaje al interior sin posibilidades de retorno.

A veces he optado por llevar cámara fotográfica y otras veces he decidido no llevarla porque sin duda los recuerdos de un viaje son profundamente íntimos y los guarda uno siempre en su memoria sin poderlos compartir con nadie.

Pero ¡qué felicidad suponen los encuentros en ese viaje cuando se ha perdido toda esperanza! Son regalos maravillosos en que se encuentran seres a la deriva en la otra punta del mundo, a la deriva y extraordinariamente abiertos a los encuentros inesperados. Un viaje en solitario de una duración canónica te hace más fuerte. Te hace sumergirte en el nadir para llegar al cenit, tal vez. O no.

Tengo muchas imágenes guardadas de mis viajes de juventud. Todas son poderosas. Anhelo algún día volver a viajar en solitario. Tal vez cuando mis hijas sean independientes. Volveré a coger mi mochila azul, me calzaré mis bambas y saldré al universo infinito durante varios meses a exponerme a la soledad y la lejanía. Entonces todos los caminos están abiertos.

Hace muchos años vi a una anciana extasiada en una playa de Thailandia que miraba maravillada aquella arena blanca, aquel sol radiante y el agua clara con tonalidades verdes. En aquella imagen fugaz se cifra toda la maravilla de un viaje. Siempre he pensado que cuando sea tan mayor como ella me gustaría sentir de un modo semejante un día en una playa de Thailandia o Indonesia.

Un viajero no necesita viajar. Puede estar sin moverse de su lugar habitual y seguir siendo viajero. Es algo que se tiene o no. Por contra, se pueden visitar multitud de sitios y no experimentar nada relevante. Es el mismo horror que ver un importante museo y verlo en unas horas. Recuerdo con horror mi visita turística al museo Vaticano  para llegar a ver la capilla Sixtina antes de la restauración. Me pasé varias horas pasando descuidadamente por delante de auténticas maravillas renacentistas sin  prestarles atención porque yo solo ansiaba ver la capilla Sixtina a la que accedí entre una muchedumbre de turistas que la fotografiaban y no veían nada. Como yo.

Prefiero no viajar, no ver museos, no llevar a mis hijas a nuevos países. Pienso que el que es viajero lo descubre por uno mismo y no depende de lo que le hayan hecho viajar en su niñez. Y el que no es viajero no lo será nunca.

Me gustaría que mis hijas fueran viajeras, pero no puedo hacer nada al respecto. Ese hambre se despierta en el interior de uno mismo, sin programación. Surge, sin más. Uno simplemente, un día decide partir sin rumbo demasiado fijo y sin preparación, lamentando incluso la partida.

El viaje es esencialmente incertidumbre. Esa es la dimensión auténtica del viaje. 

miércoles, 30 de mayo de 2012

¡Ay, democracia!



Probablemente lo que expresa esta viñeta que he copiado de FB es pura demagogia. En un lado de un tablón se agolpan un montón de desdichados en el precipicio al que están a punto de caer, y en el otro, alguien que se lleva montones de dinero se va y dejará caer a los que están al otro lado. La metáfora es transparente y no necesita explicación. Sabemos quiénes están a un lado y a otro, y no nos cabe duda de en qué lado estamos nosotros y quiénes son los que están abandonando el frágil equilibrio del tablón.

Probablemente sea inexacto, probablemente sea injusto, pero revela nuestros sentimientos más espontáneos acerca del sistema político en que estamos obligadamente insertos, el sistema político y el sistema económico y financiero. Unas élites que se han forrado y siguen forrándose y unos servidores públicos, que también gozan de privilegios sin fin por favorecer esta situación, están abandonando la nave por codicia, por incapacidad, por deserción, por pura incompetencia acerca de lo que está pasando y que solo tiene un destino: el hundimiento del estado del bienestar y nuestra caída a peso al precipicio.

Todavía no hemos tocado fondo. Lo de Bankia es el principio del hundimiento del sistema financiero. El PP y el PSOE están de acuerdo en algo, en no pedir una comisión de investigación sobre lo que ha pasado. Se ha mentido a unos niveles descomunales, pero ahora nadie es responsable. No hay nadie que tenga alguna responsabilidad. ¿Cómo van a buscar responsables los mismos que lo han causado? Es como el relato del detective que persigue al asesino, y se da cuenta de que fue él mismo quien asesinó. ¿Cómo va a delatarse? ¿Cómo va a perseguirse y detenerse? La maniobra es tan obscena y la transparencia tan absoluta que ya los responsables políticos parecen sentir vergüenza y miedo del torbellino que se nos está llevando. Que me perdonen pero creo distinguir en las miradas de los responsables políticos auténtico miedo. Rajoy el que tenía las ideas tan claras con una lógica de economía calcetinesca y familiar no tiene ni idea de qué hacer, y sus ministros dan manotazos sin saber a quién encomendarse mientras va subiendo el agujero de Bankia (el primero pero no el último) que habremos de sufragar nosotros (no ellos), sube la prima de riesgo a niveles estratosféricos, cae la bolsa y el crédito de España no hace sino bajar en picado.

Rajoy está totalmente turulato pero Rubalcaba no está mejor. No pide tampoco una comisión de investigación sobre el crack de Bankia. Probablemente porque terminaría pringado en ella pues hasta hace dos días él era el vicepresidente del gobierno que favoreció a los bancos, no tomó las medidas necesarias cuando eran necesarias y tuvo mucho que ver con el desastre en que estamos.

La prensa de la derecha en los últimos días ya no está tan beligerante: El Mundo, ABC, La Razón y La Gaceta encuentran una mina atacando con cargas de profundidad a los socialistas, a los sindicatos y a cualquier idea progresista que aparezca por ahí. Pero en las últimas portadas ya no saben a quién encomendarse salvo llevar a la picota a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Gobernador del Banco de España,  al que culpan de todo lo que ha pasado aquí, pero a la vez no le permiten de ninguna manera ir al Congreso a explicar qué ha pasado.  ¿Por qué? Oscilan entre la supuesta confianza en el líder Rajoy y la conciencia clara de que sus recetas nos llevan al desastre y nos hunden pues no sabe qué está pasando ni por qué. Los socialistas ya no sirven siquiera de excusa para explicarlo. Siento que tienen miedo. Igual que Artur Mas, el supremo líder de Catalunya, al que ya no se le ve tan contundente. Tenía clara una idea, una sola. Todo lo que le pasaba a Catalunya era culpa de Madrid. No hay más. Pero esto en estas tierras catalanas es algo compartido y un noventa por ciento de la población está dispuesto a creérselo con fruición. ¡Qué feliz sería Catalunya sin España que nos roba! Pero ni siquiera el Gran Timonel Artur Mas parece ya muy seguro de que este mantra sirva de algo ante la lógica económica ante la que estamos, y que vamos a recordar: estamos en el precipicio y el Estado ni es fiable ni es el garante de nuestra seguridad. Entendemos todos que el Estado es parte de lo que se nos está llevando por delante, sabemos que el Estado está en manos de los bancos, que los diputados y políticos varios son unos palanganeros que se agitan y agitan pero saben que tienen una balsa salvavidas para huir del naufragio. Nosotros no la tenemos y somos rehenes de los bancos que son los que tienen nuestros depósitos. Y los bancos se están hundiendo. No los banqueros, no. Esos no se hundirán. Tienen no solo balsas y barcos de socorro para recogerlos sino que saben perfectamente que saldrán ganando pase lo que pase. Aunque se hunda el mercado inmobiliario y financiero, ellos tendrán capital blindado y harán de nuevo pingües negocios a partir del hundimiento de la clase media.

Hasta hace poco creía en el Estado. Pensaba que era el garante de una serie de derechos que los ciudadanos habíamos conquistado. Ahora es diáfano al servicio de quién o quiénes está el Estado. En el momento del naufragio ya no se disimula. Cada uno va a los botes salvavidas que tiene a su disposición. El problema es que no hay para todos, pero esto no se puede decir. Tal vez como en la célebre historia de la balsa de la Medusa, fabriquen una balsa para los desgraciados para no decir que los han abandonado en medio de la tormenta, pero tarde o temprano romperan las amarras y los náufragos de la Medusa terminarán yendo a a la deriva sin que haya Banco Central Europeo o Banco Mundial que los socorra. En todo caso, es algo que ya sabíamos que pasaba con los desgraciados africanos o latinoamericanos. Solo que antes, mecidos en nuestro bienestar que creíamos una conquista, pensábamos que esas cosas solo pasaban a los pobres, a los que se lo habían merecido, no a nosotros que éramos prósperos y felices porque nos lo habíamos ganado por nuestros méritos. Ja. 

martes, 29 de mayo de 2012

El amanecer y una copa de cava fresquito



Participo cada año en la caminata popular que lleva desde el barrio de La Almeda (Cornellà de Llobregat) hasta la abadía de Montserrat. Son unos 54 o 56 kilómetros dependiendo del trayecto trazado. Este año era diferente. La noche del 26 al 27 de mayo me la pasaría caminando como otros años, pero esta vez iría solo. Ninguno de mis compañeros habituales participaba este año por diversas razones. Ello me daría oportunidad de enfrentarme en soledad a la noche, arropado por mis pensamientos y mi esfuerzo.

Salimos a las siete de la tarde y llegamos a las ocho de la mañana a Montserrat, lo que supone unas doce horas andando, descontada una hora para avituallamientos. Mi promedio, cuando camino sin condicionantes, es de 4,3 kilómetros por hora, pero en las primeras etapas de la caminata hube de ir mucho más rápido para no perder el tren del grueso de la marcha en que participaban más de 600 personas. Forcé mi ritmo hasta 5,4 o más kilómetros por hora, lo que me llevó a un gran cansancio físico. Suerte que a media noche, los grupos se habían distanciado y el ritmo se hizo más llevadero y se ajustó a mis pies. Se hizo poco después de la diez noche cerrada. Caminaba alumbrado por mi linterna y seguía la pista de algún grupo que iba delante de mí y que me orientaban con las lucecitas rojas de posición que llevaban en la mochila.

Caminar por la noche, tras asistir al atardecer que va cayendo lentamente, te induce un estado especial, que yo llamaría contemplativo, más yendo solo. Sentía mi camiseta totalmente empapada en sudor así como mi pelo en la nuca. Mis pies funcionaban bien y solo me dolían los dedos especialmente en las bajadas. El cansancio y el sueño en algún momento me asaltaron, pero yo me concentraba en seguir las lucecitas y me despejaba. Cuando pasaba por algún bosque, oía cantar a algunos pájaros solitarios que se saludaban unos a otros. Es una sensación extraña la de oír cantar a los pajarillos por la noche. Tiene mucho de poética, y me llevaba a recordar la retórica de la canción tradicional y los romances en que el ruiseñor acompaña a los enamorados en su canto nocturno. Así en La Celestina en el acto en que Calisto y Melibea se juntan en el huerto de la primera. El silencio de la noche me acompañaba solo contrapunteado por el viento que agitaba las copas de los árboles y el gorjeo de los pajarillos. Uno no tiene muchas ocasiones de caminar por la noche y ello supone un conjunto de percepciones singulares que te sumergen en tu intimidad. Nubes de pensamientos sobre muchas cosas me asaltaban. El instituto, el final de curso, las calificaciones, la crisis... pero todos se disolvían dando un paso tras otro y siguiendo la serie de señales puestas por la organización. Estaba solo pero a la vez me sentía acompañado por los caminantes que iban delante o detrás de mí y que me servían de referencia.

El momento más hermoso de la caminata es cuando llegas a Collbató ante el último avituallamiento y quedan solo seis kilómetros de subida que suponen la parte más exigente y dura pues llevas toda la noche caminando y estás al límite de tus fuerzas. Y es hermoso porque empiezas a subir de noche y asistes, maravillado, al amanecer entre las montañas y las nubes que quedan debajo a medida que vas subiendo. Un paso lleva a otro y poco a poco vas ascendiendo el formidable farallón que es Montserrat. Ves florecillas y sientes cómo los colores del día se van trasfigurando. El cansancio hace mella pero, como he dicho en algún post anterior, dicho cansancio es creativo y te induce una ligereza extraordinaria. Esta vez el camino se desviaba cerca del punto más alto hacia la Santa Cova y ello nos llevó a que hubimos de descender bastante para luego, como era previsible, tener que ascender. La majestuosidad del macizo de Montserrat me cautivaba. Me detenía a hacer fotos de los colores del amanecer, de las diferentes perspectivas de las rocas características del macizo, la Santa Cova, florecillas... La dimensión de la montaña me parecía colosal y yo me sentía pequeño, muy pequeño, pero sabía que iba a llegar hasta el final. Esa mezcla de cansancio, esfuerzo, sudor, respiración acompasada y la visión de la dimensión sobrehumana de la montaña que iba descendiendo y luego ascendiendo me confortaba y me excitaba fibras íntimas de mi ser. Estaba agotado, tenía ganas de llegar, pero vivía aquella última hora como en un rapto de alucinación que me llevaba a ver trasfigurados los colores y las formas. Me paraba y hacía fotos lo que me permitía recuperar algo de aliento, respiraba hondo, me dolía todo, pero sabía que estaba en el lugar justo en que quería estar. Era como si el universo estuviera por una vez todo en su sitio y no dudaba. Era una impresión de centralidad, acompañado de ese maravilloso sol primero de la mañana que cubre de tonalidades doradas toda la realidad. Me sabía en el centro del universo y a la vez notaba mi insignificancia en relación a la montaña que iba ascendiendo poco a poco hasta llegar a través del Vía Crucis que lleva desde la Santa Cova hasta la Abadía. Me invadían simultáneamente la tristeza y la euforia, no sé cómo explicar esa mezcla pero es real. Aquellas dos últimas horas habían sido prodigiosas viviendo el amanecer combinado con el esfuerzo último pero sabía que esta era una edición más de la caminata Almeda-Montserrat. Era mi décima y solo una vez no he conseguido llegar al destino porque me perdí en la noche. Era un año más y aquello marca inexorable el paso del tiempo. Falta un año para la siguiente.



Llegué al puesto de avituallamiento final. Me dieron un diploma con mi nombre que tiré en la primera ocasión que tuve, tomé una copita de cava fresquito y un bocadillo de salchichón con un poco de tomate, y me senté percibiendo el aire refresante que corría en la cumbre. Pocas veces siento más felicidad y paz que cuando llego arriba y me tomo esa copa de cava fresquito y me siento a mirar las rocas inmensas de Montserrat sintiendo un enorme cansancio y dolor en los músculos, a la vez que una profunda sensación de bienestar interior y ligereza que no logran alejar un ala de tristeza que me embarga. Tiene algo de sexual, estoy seguro. Los seres humanos necesitamos de estos retos, de estas profundas experiencias físicas, para sentir el hálito de la vida latiendo en nuestras venas por las que la sangre circula con alegría e ilusión renovadas. 

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