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viernes, 4 de julio de 2014

El horror al vacío



Timothy Wilson, profesor de psicología de la universidad de Virginia, acaba de publicar un artículo en la prestigiosa revista Science del que da referencia Javier Sampedro en El País de 4 de julio de 2014. El artículo expone las conclusiones de una serie de experimentos realizados con personas de todas las edades y condiciones sociales y culturales. Dicha experiencia era proponer a los sujetos estar de 6 a 15 minutos sin hacer nada, perdidos en sus pensamientos o dejando la mente en blanco. Al parecer, los seres humanos no podemos estar aunque sea un tiempo mínimo sin ninguna actividad concreta y se convierte en un estado insoportable si no es algo espontáneo y elegido. Así nuestra práctica real consiste en estar haciendo continuamente algo, manipulando algo (el móvil por ejemplo), oyendo música, mirando algo, hablando o  interactuando. Dicho de otra manera, el no hacer nada se puede convertir en la peor de las torturas según los resultados de este experimento cuyo artículo original en inglés no he podido leer porque cuesta veinte dólares comprar un artículo de Science.

Un aula es en este sentido un campo espléndido de experimentación. El profesor sabe por experiencia clara que los alumnos deben estar siempre ocupados en algo. Un veterano profesor al borde de la jubilación me confesó la mayor enseñanza de su vida:

“si ellos no están ocupados, el que estará preocupado es el profesor”

Y lo sabemos. No hay peor situación que en un momento la clase se quede en el vacío. No lo soportan. No puedo imaginar de ninguna manera que estén cinco minutos sin hacer nada en silencio. El que conozca el aula sabrá que todo se hundirá antes de concretarse esa situación. Los chavales se aburren y necesitan hacer algo aunque sea hacer el tonto, molestar, quitarle algo al de delante, esconder la mochila del compañero, manipular el móvil, escuchar música, jugar con el ordenador, dormirse, levantarse, gritar, mirar por la ventana, meter las manos en el cajón y sacar algo, mirar a alguien buscando su respuesta... Infinidad de cosas que se pueden hacer, pero todo más soportable que estar sin hacer nada.

Nuestra mente necesita la actividad constante. Un tiempo en blanco produce infinidad de pensamientos o imágenes caóticos que se van sucediendo sin orden ni concierto. La mayor parte de los participantes en estos experimentos reconocieron que era algo terrible ese espacio de tiempo vacío impuesto, y que preferían en buena parte dejar el experimento o recibir una descarga eléctrica por molesta que pudiera ser.

Según las conclusiones de este estudio, las nuevas tecnologías que ocupan ahora masivamente a la población en general no son las causantes de este horror vacui sino una expresión, precisamente, de esa aversión que tenemos a no hacer nada que antes se solucionaba con otros medios para tener la mente ocupada, fuera la lectura o cien mil ocupaciones que distraían la mente.

Algunos lectores del artículo han señalado que la meditación precisamente parte de esta observación del fluir del pensamiento en la quietud de una postura y una respiración acompasada. El que ha practicado meditación sabe de la dificultad de dejar la mente en blanco. La mente se entretiene en imágenes y pensamientos fragmentarios que acuden masivamente a entretenernos y distraernos de ese anhelado vacío mental.

Otros señalan que el no hacer nada no es tan difícil y han señalado a los ancianos sentados en los bancos en actitud quietista. Sin embargo, no es cierto que no estén ocupados mentalmente porque están mirando activamente lo que les rodea o dejándose ir por los recuerdos del pasado... Los que toman el sol en la playa aparentemente tampoco hacen nada pero sí que se puede decir que están en una actividad que es tomar el sol que les centra la mente que, a su vez divaga, por infinidad de imágenes o ensoñaciones que se apoderan del consciente o del inconsciente.

Una vez en clase propuse a mis alumnos el ejercicio de quedarnos en la oscuridad mirando una vela encendida durante unos minutos. Esperaba que esta imagen magnética de la vela les ayudara a concentrarse, pero no fue posible lograrlo porque un par o tres de ellos hicieron estallar el ejercicio con su movimiento y sus gracias que provocaban las risas y la distracción de todos.


Nuestra mente está programada para la actividad lo que no quiere decir que esto significa que todos seamos trabajadores o que ocupemos el tiempo en algo útil y provechoso. No, de ninguna manera. Hay muchos que son refractarios al trabajo, en el aula por ejemplo, pero no pueden soportar la quietud y necesitan actividad por disruptiva que sea como hemos señalado. Un aula es proyección precisamente de esa dificultad del ser humano en centrarse en algo mental o, peor aún, en un tiempo vacío. En el aula siempre pasan cosas. Treinta mentes inquietas adolescentes que no dejan de urdir algo para calmar la necesidad de una actividad incesante sea del tipo que sea, y, a ser posible, lo más alejada del mundo mental que intenta transmitir el profesor. Por eso, las nuevas tendencias pedagógicas llevan a que los alumnos estén siempre activos e implicados en acciones que les resulten interesantes y atractivas que no supongan, eso sí, tampoco demasiado esfuerzo mental para el que cada vez estamos peor preparados.

miércoles, 2 de julio de 2014

Diario de la playa



Me levanto a las siete de la mañana en mi segundo día de vacaciones. Me tomo mis pastillas matutinas y bajo a desayunar. Antes voy a comprar El País, periódico del que soy suscriptor aunque cada día me suscita menos interés. Compenso la flojedad del diario con la lectura de dos ediciones digitales de Infolibre y Diario.es. También me gusta leer ABC por su sección cultural. Leo y retengo algunas noticias que me llaman la atención: el independentismo catalán diseña el ejército de la nueva Cataluña con marines, unidades navales, cincuenta mil militares en activo y sesenta y cinco mil reservistas, se proponen unidades para actuar en el Índico y el Atlántico. ¡Joder! Y ni siquiera hemos votado. Es como si se supiera que el resultado de la votación solo pudiera ser uno: la independencia. No se contempla que Cataluña pueda seguir unida a España. Pienso en si emigrar de esta tierra...

Pablo Iglesias en Estrasburgo se cree el rey del mambo y ataca a la casta europea.

Descenso demográfico: miles de inmigrantes abandonan España unidos a miles de españoles que buscan posibilidades de empleo en otros países. España será un país de viejos en veinte años. La mayoría de mis ex alumnos en la década de los treinta no han tenido hijos por diversas razones. Uno de cada cuatro niños en España pasa hambre. 

Cinco mil inmigrantes africanos llegan por el Mediterráneo a territorio italiano. Una treintena mueren asfixiados en las bodegas de uno de los barcos.

La monarquía parece de papel couché. Felipe VI no concita ningún entusiasmo ni adhesión popular.

Una carta de un lector recordando a Ana María Matute.

La sanidad pública pierde 28500 empleos en dos años.

Noticias intrascendentes del mundial de fútbol. TV1 pierde por su sectarismo y manipulación informativa audiencia respecto a otras cadenas...

Es verano. Mi mente se va a unas rocas junto al mar tranquilo y azul. Es mediodía. Cuerpos desnudos adolescentes reposan bajo el sol cenital.

Estoy leyendo una biografía de Ortega y Gasset escrita por Jordi Gracia. He encargado en Amazon una novela titulada El día que Nietzsche lloró de Irvin D. Yalom. Me aferro a la lectura como un mantra. Es lo que me mantiene vivo en un mundo que no comprendo demasiado. Si un día me convierten en extranjero en Cataluña y todo esto se desborda en un maremoto nacionalista con himnos y banderas y ejércitos catalanes, yo no seré de aquí. Mi patria será la literatura.

Hoy hace veinte años que me casé por la iglesia, yo que era anarquista y joven rebelde. Fue en una capilla románica en el barrio del Raval. Leí un fragmento de El cantar de los cantares. Luego nos fuimos a hacer fotos vestidos de novios con fondo de grafitis contraculturales (porros, banderas anarquistas y comunistas...)

Juan Poz comentó en mi anterior entrada que a cierta edad queremos reconstruir nuestra vida alentando una ilusión de continuidad, de unidad, de organicidad. Nuestra tentación de querer entender nuestra vida como si fuera un relato unitario con sentido.

Tengo que volver a ver Matrix, la película más filosófica de la historia del cine, según comentó algún amigo de Facebook.

Me gustaría ser escritor, dar salida a este magma interno que brota a borbotones de mi mismidad. Sin embargo, solo soy capaz de componer fragmentos. Soy un escribidor fragmentario, de momentos que se suceden vertiginosos y sin continuidad.

Pienso en si volver a practicar zazén.

Este verano haré la ruta del Camino de Santiago del Norte partiendo de San Juan de Luz en Francia. Me realizo caminando. Soy un caminante como lo eran Antonio Machado y Samuel Beckett.

Pienso en leer también la segunda parte de Juego de Tronos. Me mantuvo intensamente atrapado Canción de fuego y hielo. Un mundo propio creado por George R.R. Martin.

¿Qué anhelo? Ser capaz de crear también un mundo mío, inequívoco, existencialmente potente en que imágenes se repitieran magnéticas: como el día en que mi madre me echó de casa a los cinco años por no querer comer una manzana asada. Yo lloré amargamente y bajé desesperado los cincuenta y tres escalones hasta la calle. Me iba al abandono absoluto pero en la disyuntiva de comer algo que no deseaba y el abismo, elegí el abismo. De eso me enorgullezco. Cuando digo que no es no.

Mi mundo de imágenes recurrentes, de sueños eróticos algunos pedófilos para mi sorpresa al despertar.

No puedo saber muy bien quién soy. Soy algo así como un conjunto de impulsos deslavazados que se afirman en la escritura en busca del norte magnético que no existe.

Pronto me iré a correr unas vueltas por el parque. Me relaja. Sudo.

Escribir sin sentido, sin dirección, puros fragmentos que se reorganizan y dispersan en la lectura.

Pequeños poemas en prosa que bailan entre las teclas de mi MAC.

Esos cuerpos desnudos adolescentes, Serge y Nadine, él y ella, se desean en ese verano infinito frente al mar.

Poner fin al post cuando uno tiene ganas de seguir ...

Sí. Es mediodía. 




domingo, 29 de junio de 2014

Autoficción de una entrevista a Joselu.



Hola, Joselu, hace tiempo que rondas por internet, hace casi nueve años que tienes el blog Profesor en la Secundaria, un blog caótico que a veces tiene algún destello de interés para los lectores. ¿Podrías contestarnos a unas preguntas sobre tu perfil personal y profesional? Te enviamos por correo estas preguntas. Esperamos tus respuestas sinceras.

En primer lugar, ¿qué te mueve a escribir?

Tú lo has dicho, mi caos interior me lleva a plasmar por escrito mis reflexiones. En alguna forma, escribir es un modo de establecer un orden y unas prioridades. Escribiendo me fuerzo a contemplarme y desdoblarme, exige una disciplina a un señor perezoso y desorganizado incapaz de hilvanar los argumentos en su mente con rigor.

¿A quién admiras?

No admiro a nadie. Pero sí que hay personas cuya realidad y su obra me resulta sugerente, digna de ser conocida y pensada, personas que han sido coherentes en su vida personal y creativa, personas que son buenas, generosas, abiertas. No establezco una prioridad entre seres que han pasado a la historia y otros que se cruzan en mi vida como la panadera de mi barrio con la cual hablo con placer. Cada uno tiene la vida que le ha tocado o la que ha podido elegir. No creo que haya seres más grandes que otros. No se pueden comparar las vidas. Todos tenemos una existencia que es única, la única que poseemos.

¿Qué estás leyendo actualmente? ¿Qué te parece?

El proceso de Franz Kafka. Lo he leído a continuación de una biografía de Kafka de Reiner Stach sobre los años 1910-1914. No lo había leído. Mi impresión es compleja. Hay momentos que me parece apasionante y hay otros momentos en que me aburre y me suscita el bostezo, pero igual me pasaba con la biografía de Kafka. No soportaba la relación con Felice Bauer, una relación que no le aportaba nada aparente a Kafka pero a la que él daba una fuerte importancia. Desconozco si llegaron a acostarse más de una vez (que fue un fracaso) y toda se construyó por este intercambio epistolar entre ellos. Hemos conservado las cartas de Kafka pero no las de Felice Bauer. El proceso se escribió en este periodo. En algún sentido es una obra extrañamente humorística aunque revela un mundo inextricablemente complejo y diabólico por un entramado de enigmas burocráticos que rodean a ese proceso en el que el protagonista, Joseph K, está implicado. El adjetivo kafkiano cobra en este relato todo su sentido.

¿Quién ha sido la persona más importante de tu vida? ¿Por qué?

Sin duda, mi madre. ¿Por qué? Porque era un ser singular, enferma mentalmente, que no podía reprimir su necesidad existencial de hacer daño a las personas que tenía cerca especialmente si eran seres indefensos. Tenía una potencia inenarrable de causar sufrimiento. Solo se podía huir de ella. Nunca tuvo ninguna duda sobre ser una persona extraordinariamente buena. Estuve en su poder sin ningún contrapeso toda mi infancia. De ahí proviene mi personalidad conflictiva y mi inadaptación social. Cuando murió, la acompañé al crematorio y le deseé un buen viaje. Tuve la satisfacción de verla allí por fin indefensa.

¿Qué te parece el uso que se está dando a la tecnología?

Soy un adicto a la tecnología. Mi iPad es mi tesoro personal. No me desprendo de él. Pienso que los hombres cada vez estaremos imbricados en la relación con las máquinas que se están convirtiendo en una parte importante y fundamental de nosotros. La fusión hombre-máquina está en el horizonte. Ahora google ya es una parte esencial de nuestra inteligencia, es como una extensión de nuestra memoria. Y los móviles, no es necesario subrayarlo, son un elemento que está unido a cada instante de nuestra vida especialmente para los más jóvenes. A la vez, todo esto produce espanto. No concibo mi vida sin tecnología pero añoro el tiempo de mi juventud en que no existía nada de esto y los jóvenes nos reuníamos en clubes juveniles, bailábamos con canciones de John Lennon o Adamo y editábamos revistas a multicopista escritas en clichés. Creo que hablábamos más, nos comunicábamos mejor. Éramos más densos. La tecnología en su versión popularizada hace extenderse la banalidad entre los que la utilizan. Los seres humanos, aislados en sus artefactos tecnológicos se hacen más individualistas  y egocéntricos.

¿Temes envejecer? ¿Por qué?

Hubo un tiempo en que me aterrorizaba la idea de hacerme mayor. Me obsesionaba el envejecimiento, la decrepitud, me avergonzaba de mi edad. Dilaté mi adolescencia hasta los cuarenta años. Vivía en un mundo sin compromisos duraderos. Estaba como de paso. Sin embargo, la experiencia de ser padre cambió mi perspectiva totalmente, viví una profunda crisis existencial después de vivir la euforia inicial de la paternidad. Hoy mis hijas son adolescentes y yo he vivido el arco que supone su crecimiento. Creo que vivo más reconciliado conmigo mismo, pero a esto no es ajeno la medicación que tomo para paliar mi tendencia a vivir la vida como un conjunto de estímulos negativos. Soy feliz a mi manera. No soporto a quienes quieren ofrecer modelos o recetas para vivir. A vivir solo aprende uno por sí mismo. Mi camino es mi camino, no es de nadie más. Nadie lo puede evaluar. La vejez puede ser un estadio interesante si uno sigue en el sendero de no rendirse a lo dado. El otro día leía en un blog a un bloguero que se recreaba en su ancianidad. Me espeluznó. La vida es una sucesión de estadios superpuestos pero no necesariamente sucesivos. Lo importante es que el pensamiento salvaje, no integrado, siga estando presente. No rendirse nunca. La muerte, vivida en unas circunstancias adecuadas, puede ser una experiencia muy hermosa.

¿Qué libro te gustaría haber escrito?

Habría varios, pero yo escogería Moby Dick por un lado, y Los hermanos Karamázov por el otro. Hermann Melville y Dostoievski.

¿Quién te hubiera gustado ser?

Si yo pudiera haber elegido, me hubiera gustado ser trompetista de jazz como Miles Davis. He sido totalmente negado para la música. Carezco de oído por completo. Una pena. Creo que hubiera dado salida a toda mi tristeza mediante la música. Cuando veo a quien tiene facilidad para este lenguaje artístico, soy consciente de mi limitación. Incluso cuando escribo tiene que traducirse en un lenguaje poco musical, poco armónico.

¿Qué lamentas de tu vida?

Tantas cosas irreparables... Lamento muchas cosas. He sido un experto en meter la pata. A veces juego con mi imaginación a deshacer mi pasado y eliminar tantas y tantas cosas de que me arrepiento... No entiendo a aquellas personas que dicen, con seguridad pasmosa, que no tienen nada de que arrepentirse, ni nada de que avergonzarse, que están muy tranquilos. En este sentido me asombran los políticos. Tienen que ser de un material especial. Si a mí me dijeran un diez por ciento de lo que se tienen que oír estaría destrozado debajo de una piedra. Sí, hay muchas cosas de mí que no me gustan.

¿Has sido un buen padre?

No hay nada que deteste tanto como esos deseos que a veces se expresan diciendo “al mejor padre”, “al mejor profesor”, “al mejor abuelo”. No soy nada de eso. Ha habido cosas que he hecho bien y cosas que podían haber estado mejor. No soy ningún modelo de nada. Me deprimen los halagos generalmente inmerecidos. Procuro estar donde mis hijas puedan necesitarme pero nunca les he intentado llevar por un camino u otro. Mi padre lo intentó conmigo y fue un rotundo fracaso para él.

¿Cómo ha sido tu experiencia como profesor?

He vivido momentos de éxtasis profesional y momentos de honda depresión. Para algunos he sido un profesor motivador y para otros, especialmente en los últimos tiempos, he sido un profesor aburrido, carente de sentido del humor, que no conecta con sus inquietudes y sus necesidades. La enseñanza ha cambiado tanto... Puede que hace un tiempo yo reuniera cualidades espléndidas como profesor que, con el tiempo, se han convertido en lastre para el ejercicio de la  profesión. Una carrera docente es demasiado larga. Uno tendría que tener el derecho a cambiar de profesión cuando se da cuenta de que su tiempo ha pasado ya.  En la enseñanza he dejado buena parte de mi vida. He tenido aciertos importantes y he cometido errores lamentables. Siempre he sido un profesor que ha pretendido innovar,  pero no siempre es posible.

¿Qué es la literatura para ti?

Una tabla de salvación. En un tiempo demoledoramente triste descubrí los libros y siempre he sido fiel a ellos. No he leído para divertirme o pasar el rato. No. Siempre he leído para intentar comprenderme a mí mismo. Leer a otros que son mucho más inteligentes que han vivido algo parecido a lo que he vivido yo, me interesa y mucho. En ese diálogo implícito que se da con el libro surgen chispazos de inteligencia que me iluminan. Me atraen los autores de fuerte componente existencial, aquellos que han vivido la vida como un bosque oscuro al que han aprendido a darle sentido.

¿Cuándo conociste el amor?

A los cinco años. Ella era mi compañera y no la he olvidado nunca. Cada día me acuerdo de ella. Nunca la he vuelto a ver ni querría hacerlo. Basta saber el lugar que ha ocupado en mi vida.

¿Qué esperas de la vida?

Nada especial. Poder seguir caminando, leyendo y seguir aguantándome sin demasiado pesar. Mis hijas irán encontrando su camino. Cada una es muy singular. Han heredado la voluntad de su madre y son tenaces, tanto que me sorprende esa evolución personal y radicalmente suya que han tenido, que están teniendo. También espero seguir manteniendo mi relación de pareja que lleva ya más de un cuarto de siglo y en la que he encontrado mi estabilidad e íntima libertad.

¿Políticamente como te defines?

Me defino como conservador aunque nunca votaría a la derecha. No entiendo a los radicales que piensan que todo lo que tiene este país es una mierda y que todo es corrupción. Lo que pasa es que las buenas cosas que suceden no son noticia. Hay muchos españoles serios, responsables, honrados y eficientes que no son noticia. Hay mucho de lo que sentirse orgulloso en este país, aunque las noticias sobre corrupción en todos los niveles ocupen los titulares. No somos solo una pandilla de pícaros y tramposos. Hay mucho bueno pero siempre tendemos a desmerecernos y a depreciarnos. Es como si cada treinta años quisiéramos poner de nuevo el reloj a cero y comenzar adánicamente otra vez de nuevo. Es el carácter español que sigue considerando que somos atrasados y atávicos.

¿Cómo llevas el proceso independentista en Cataluña?

Con prudencia e íntima desolación. Hubo un tiempo que viví que Cataluña era un espacio abierto e interesante, con gentes no extremistas, un espacio tolerante... Pero el avance totalitario del nacionalismo ha hecho que esta tierra se convierta en simplista, ensimismada, autocomplaciente, pueril. Cataluña tiene dos almas que se complementan perfectamente. Querer negar una para afirmar la otra solo puede llevar a un resultado empobrecedor y desastroso. Si Cataluña se fuera de España pronto surgiría el sentido de la nostalgia de algo que era enriquecedor y plural.

¿Eres feliz?

A mi manera sí. Me gustaría tener algo de sentido del humor, pero el que tenía lo perdí en el camino. Soy incapaz de reírme por las cosas que se ríen mis compañeros de trabajo. Me gusta el humor absurdo en la radio de Los especialistas secundarios. Me encanta. Tengo momentos de íntima y profunda felicidad, y otros momentos de desolación y tristeza. Supongo que para que existan unos tienen que existir los otros. A cada momento feliz le corresponde uno de dolor. Es el equilibrio de la vida. No creo que la vida pueda existir como una sucesión indefinida de momentos de felicidad plena. La plenitud la he sentido en algunos instantes de mi vida, de éxtasis existencial que no se puede explicar. Supongo que todos vivimos instantes así. Por contrapartida el dolor más agudo también ha existido.

¿Crees en la magia?

Rotundamente sí. En mi cosmovisión está presente la magia. Hay muchas cosas en mi vida que nos son inexplicables sin esa realidad mágica de que hablaba Ana María Matute. La magia existe en el mismo hecho de existir. Además hay coincidencias, hay encuentros, hay constelaciones de hechos mágicos en nuestra existencia. Otra cosa es saber qué sentido tienen. Eso lo ignoro. Cuando ha surgido la magia en mi vida, lo ha hecho como un deslumbramiento cenital, pero no sé para qué ni por qué. A veces pienso que para alumbrar nuestro camino a la muerte.



Bueno, Joselu, por hoy ya hay suficiente. Tus respuestas han quedado consignadas como testimonio de una fracción de existencia. Ojalá que alguien las lea y pueda comentar algo al respecto. Buenos días.

miércoles, 25 de junio de 2014

Ana María Matute y un gin-tonic



Sobre las diez de la mañana ha llegado hasta mí la muerte de Ana María Matute (1926-2014) . Me he sentido conmocionado por la noticia que, aunque previsible, me ha afectado en mucha mayor medida que la de cualquier otro escritor. Y es que Ana María formaba parte de mi familia, de mi adolescencia, de mi faceta de profesor, de los trabajos que hicieron mis hijas de pequeñitas para el cole. Este año y el anterior, además, su novela Luciérnagas ha sido prescriptiva en bachillerato para las PAU. Me he quedado un momento en silencio y mi mente ha evocado su imagen bellísima como anciana, sus palabras cálidas, su lucidez... Y me he ido hasta ella recordando el poder de su narrativa -ella que empezó a escribir a los cinco años con faltas de ortografía-, su grave enfermedad a la misma edad, sus estancias en Mansilla de la Sierra con sus abuelos... que conformarán a alguno de sus personajes como Paulina. Me he recogido y el resto del día he ido leyendo entrevistas suyas, esas en que rechaza radicalmente hablar de política, en que habla del universo mágico en que ella vive y que se proyecta en su literatura, tanto que dice que no hay libro suyo por realista que parezca que no contenga elementos mágicos. Para ella la vida, la existencia, era mágica, y el escritor penetra en esa magia incorporándola a sus personajes, muchos niños o adolescentes que sufren el gran trauma de la pérdida de la inocencia. Porque nuestra vida es dejar atrás esa inocencia que somos cuando somos niños, pero algunos la conservan en parte, como ella, que nunca terminó de crecer del todo y, así, oírla y leerla es hablar con esa niña perversa y cruel, pero buena en el fondo.

Ana María Matute era tartamuda cuando niña. La tartamudez se le curó con el miedo durante los bombardeos sobre Barcelona durante la guerra Civil, un tema que aparecerá en numerosas obras suyas. Nunca se sintió como las demás niñas ni le interesaban los temas de ellas ni de las damas de la burguesía que solo se centraban en trapos y novios. No, ella vivía en su propio mundo que salía a raudales en sus relatos protagonizados por adolescentes que debían crecer en un mundo triste y feo, que solo, por la literatura se convertía en lírico y mágico. Porque la mirada de Ana María Matute era desoladoramente triste. Esto nos ha sorprendido este año durante la lectura y comentario en clase de bachillerato de Luciérnagas. La protagonista, Sol Roda, educada en un medio social afortunado se enfrenta con el estallido de la guerra en Barcelona al hambre, el asesinato de su padre por los republicanos, la pérdida de todo lo que constituía su mundo... y ha de encontrar de nuevo sentido a su vida. Y lo encuentra en el amor, porque Sol, igual que Ana María Matute, reclama amor como fuerza esencial de la vida. No cuento el final de la novela porque animo a leerla y descubrir la tremenda precocidad narrativa de Ana María a sus veintitrés años. Mis alumnas, alguna de edad cercana a la de la autora cuando su obra fue finalista en 1949 en el Premio Nadal, se sorprendieron de la riqueza expresiva y de la potencia de su mirada sobre las circunstancias de los seres humanos a los que comprendía bien sabiendo, no obstante, que cada uno era un misterio insondable.

Sobre 1973 o 1974, Ana María Matute sufrió una profunda depresión que la aquejó durante casi quince años y dejó de escribir y publicar. Esta depresión, en un tiempo en que ella era feliz y tenía todo lo que se podía anhelar, la hundió en una sima que ella explica remitiendo a ese libro extraordinario que es Esa visible oscuridad de William Styron, libro que he leído hace años y que desarrolla desde dentro qué es una depresión, uno de las enfermedades más dolorosas que pueden afectar al ser humano.

Hacia los noventa salió de ese pozo y comenzó a recuperar su vida como escritora y, curiosamente, se descubre a una Ana María Matute más reconciliada con la realidad, más optimista, más serena, y sus libros se orientan, más que al realismo de lo circundante, hacia una Edad Media como en Olvidado Rey Gudú (1997) y Aranmanoth en que aparece un mundo más que fantástico, mágico. Siempre ha rechazado que su literatura fuera autobiográfica, pero es cierto que muchos de sus relatos evocan y recrean experiencias suyas. Llegaron los premios y el reconocimiento universal a una escritora que vivió un tiempo en que dominaba la literatura social, pero ella creo un mundo radicalmente propio que no se puede encasillar. Probablemente sea la escritora más singular de su generación. No es que ella no diera importancia a temas como la injusticia, el dolor, la opresión, la falta de libertad. Sí que se los dio, pero entiende que el compromiso del escritor se da en su obra y en ella como artista. Entró en la Real Academia de la Lengua, recibió hace tres años el premio Cervantes, el último del ámbito hispánico que le faltaba y tuvo que leer un discurso en el paraninfo de la universidad de Alcalá de Henares a toda la élite política y cultural que estaba allí presente, y no quiero pensar el esfuerzo que tuvo que hacer para no salir de allí corriendo.

En los vídeos en que se la ve en los últimos años de su vida había perdido ya esa frescura y rapidez que le era consustancial y fue tal vez retornado a ser esa niña que ella anhelaba en el tiempo mágico de la infancia, un periodo “completo, autónomo y poético” fuera de toda blandenguería donde los niños viven tal vez las experiencias más hondas de su existencia para desembocar luego en ese periodo triste de la adolescencia, o al menos así aparece como reflejada en sus novelas, ya que se abandona la niñez para siempre y se pierde la inocencia.

No he hablado demasiado de sus libros. He dejado enlaces para los que queráis saber más de ella y su obra. He preferido redactar a vuelapluma mis primeras impresiones, mi mirada cercana a su vida  y su obra. Hoy me falta alguien que hacía mi Barcelona más cálida y humana. Lástima que no la haya llegado a conocer. Y si me preguntan qué me hubiera gustado llevarle a su casa para charlar con ella, no me cabe duda de que hubiera sido una botella de buena ginebra para hacer un gin-tonic, ese combinado que le quitaron por los achaques y que ella siempre reclamaba en sus entrevistas.


Por tí, Ana María, este gin-tonic lo bebo por ti. Te deseo que encuentres al otro lado de la vida, alguien o algo esperándote como tú anhelabas.

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