Este curso hemos dedicado una sesión semanal a nuestro
taller de lectura dramática y así hemos leído un par de obras de Federico García Lorca de las que he
hablado en alguna ocasión: Bodas de
sangre y La casa de Bernarda Alba.
Nos sentamos al final de la clase buscando otro espacio distinto al
habitual y nos ponemos en corro. Se reparten los ejemplares que tenemos y
leemos intentando que mis temerosos alumnos a los que espanta el ridículo y que
se rían de ellos, dramaticen a los personajes. Les gusta leer, y la lectura es
un momento en que debe afinarse la atención y la coordinación entre los
diferentes personajes y sus réplicas.
La lectura de las obras de Lorca da ocasión para reflexionar sobre la sociedad rural en que
están situadas en las que la mujer tiene un lugar especialmente ominoso. Tengo
alumnas latinoamericanas y magrebíes cuyos papeles en sus culturas son
esencialmente diferentes. Por eso me interesan sus puntos de vista sobre estos
personajes femeninos que, en La casa de
Bernarda Alba, sufren un cruel encierro que aplasta sus sentimientos más
íntimos mientras Martirio y Adela sufren por el deseo de Pepe el Romano, mozo que va a ser
marido (por convención y oportunidad) de Angustias,
la mayor y menos atractiva por lo ajada que está. Todo en la obra, habla de la
frustración, del deseo insatisfecho, del destino trágico, del poder omnímodo de
la madre que cree controlarlo todo y que nada se escapa a su dominio. Mis
alumnas asisten indignadas a los parlamentos de las mujeres.
Bernarda le dice
a Angustias sobre la relación con su
hombre cuando se case: "No le debes
preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire.
Así no tendrás disgustos" Contesta Angustias: "Yo creo,
madre, que él me oculta muchas cosas" Dice Bernarda: "No procures descubrirlas, no le
preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás".
La Poncia ha
dicho en el primer acto: "A vosotras
que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre, a los quince
días de boda, deja la cama por la mesa y luego la mesa por la tabernilla, y la
que no se conforma se pudre llorando en un rincón".
Hago hincapié en estos parlamentos porque sé que su
filosofía no está tan alejada de la que se enseñaba a las muchachas en el no
tan lejano franquismo. A estar calladas, a no preguntar, a no disfrutar de su
cuerpo, a conformarse con que el marido tenga otros intereses u otras amantes.
También ha dicho la Poncia para
explicar la relación de Pepe el Romano con
Adela (la más joven que está
locamente enamorada de él): "pero
ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre".
He vivido en alguna manera estos planteamientos que
justifican a los hombres porque son hombres, que son las mujeres las culpables,
las que pueden provocar, las que en definitiva tienen la culpa de lo que pueda
llegar a pasar.
Entiendo que me enfrento a alumnas cuya formación moral en
este sentido es muy variada. Pero me sorprende la rotundidad con que alumnas
marroquíes rechazan tajantemente este papel reservado para la mujer. Son
alumnas que llevan velo, que no conciben que ellas pudieran tener una relación
o enamorarse de un chico que no sea musulmán, que están educadas en la sumisión
a los hombres en sus casas, a sus padres y a sus hermanos varones... pero en la
lectura parecen oponerse radicalmente a esta visión que se desprende de la obra
de Lorca reivindicando un papel más
libre para la mujer. Para las alumnas latinas es diferente la cuestión. Tienen
una sensualidad muy libre, exhiben su cuerpo con desenvoltura, tienen una madurez
sexual anterior a las muchachas españolas, cuidan su hermosura o su sensualidad
en un lenguaje erótico extremadamente evidente. Pero sus concepciones sobre el
papel del hombre tienen mucho de machismo lo que es propio de sus culturas en
que la mujer está subsumida al poder de los varones, siendo ellas, por contra, las que soportan la maternidad y toda la carga
familiar en la inmigración. La idea de que un
hombre es un hombre pienso que está ampliamente asumida por ellas. Y la de
que un hombre sustituye el sexo por la comida y la taberna al poco tiempo de
estar casado, también.
Los debates son poco aventurados. Solo consigo que expresen
en algunos momentos su rebelión contra ese papel de la mujer en el mundo
dominador de los hombres, pero no hay discusión en profundidad. Tal vez porque
es un grupo en que las relaciones personales no son muy buenas y se temen unos
a otros. Ha habido otros cursos en que los debates eran mucho más afortunados y
explícitos. Aquí temen exponerse si
expresan sus opiniones abiertamente.
El subrayado sobre el papel de la mujer en el mundo de Lorca es extraordinario. Él conocía la
personalidad femenina y sus conflictos en un mundo que también para él, por su
condición, fue amenazador y agresivo. Sus obras de teatro siguen siendo 75 años
después de ser escritas espléndidamente provocadoras y promotoras de
reflexiones que nos siguen siendo vitales en un tiempo en que la condición
femenina no está tan clara como lo que se podría esperar con el supuesto avance
de los valores sobre la igualdad de sexos.
¿O es que los hombres siguen siendo hombres y las mujeres,
mujeres, en el sentido lorquiano? ¿Cómo lo veis con vuestros alumnos los que
seáis profesores, y si no, como padres, y si no como simplemente hombres y
mujeres? ¿Veis interesante el debate en el aula?