He sido profesor de literatura durante treinta años.
Considero que históricamente me he reconocido profesionalmente como profesor de
literatura y no otra cosa, pero este año, por primera vez en mi historia he
conseguido no impartir clase de literatura en bachillerato. Tras una larga
trayectoria entiendo que la literatura no es el lenguaje de este tiempo. No he
conseguido atraer lo más mínimo a mis alumnos de bachillerato a la comprensión
de lo que es la ideología medieval, el petrarquismo,
el dolce stil nuovo, el neoplatonismo, el barroco y su lucha entre eros
y muerte... No he conseguido hacer accesibles los textos antiguos considerados
en su valor de época. Y la impresión que tengo es que lo que yo entiendo por
literatura es algo que no interesa en los tiempos que estamos. No lo considero
una derrota en estos momentos, aunque en otros me supuso una profunda crisis
vital. Si puedo, nunca volveré a impartir literatura. En los últimos quince
años me he encontrado con algunos alumnos que se hacían sensibles a la misma,
pero en la inmensa mayoría era algo enojoso e insoportable introducirse en la
cosmovisión artística y vital de otro tiempo.
He sacado a mis alumnos a la calle hace años con un
ataúd simulado y recitando a coro las coplas de Jorge
Manrique, he sustituido el programa de todo un curso para investigar el
lenguaje teatral, he desafiado a autoridades planteando una visión viva de la
literatura entendida como la plasmación artística y existencial de los hombres
de otro tiempo que podíamos acercar a nosotros. Sé que mis alumnos de
literatura de otras épocas no olvidarán nunca la experiencia de inmersión
literaria en el mundo del Cantar de Mío
Cid, El Quijote, Shakespeare, Lope de Vega o
Samuel Beckett, Lorca o Margueritte
Duras o Hermann Melville o Boris
Vian o Charles Bukowski...
Reconozco mi fracaso, ya definitivo, en intentar hacer comprensible el arte
de la palabra, de los símbolos, de los mitos, de los modelos de otro tiempo.
Para mí, afortunadamente, la literatura se ha convertido en algo del pasado y
que no tiene vigencia en estos tiempos devorados por la actualidad, la
tecnología y el presente más rabioso.
Dicho esto, quiero observar que veo que muchos colegas
entienden por enseñanza de la literatura una colección de experiencias
superficiales que llevan a acercar textos medievales, renacentistas, barrocos o
románticos a la sociología del presente. ¿Es posible entender el Cantar de Mío Cid a la luz de la
violencia de género? ¿Es posible acercar La
Celestina en una versión adaptada que prescinda de su riqueza lingüística, su morosidad y complejidad? ¿Es deseable acercar tanto los textos literarios
para hacerlos hablar el lenguaje y los conflictos de este momento en que prima
lo políticamente correcto? ¿Es deseable hacer sociología con los textos del
pasado? ¿Es posible y deseable acercar tanto una obra literaria que la
convierta en una expresión de lo que nos está pasando ahora? ¿Es deseable
destacar la carga sentimental por encima de la existencial? ¿No es posible
hacer ver que aquellos textos fueron la expresión de otros modos de vida que no
tienen nada que ver con el nuestro? ¿No es caer en una banalización absoluta si
convertimos lo que fue expresión de las inquietudes vitales de otro tiempo en
vehículo de las ideas elaboradas por la sociología y los buenos deseos del
presente? ¿No es tomar los textos como pretexto para hacerlos decir lo que queremos que digan y que refuercen la Educación para la ciudadanía?
¿Es posible la enseñanza de la literatura haciéndola
interesante como modo de ver el mundo en otras coordenadas que las nuestras que
nos parecen tan absolutas e irrenunciables? ¿Es posible o deseable convertir
textos únicos en una especie de pastiche
sentimental y pragmático para adolescentes apresurados del siglo XXI?
Mi contestación a muchas de estas preguntas es que no. Yo no
soy capaz y no quiero desvirtuar los textos a los que reverencio. He sido
consciente de que la literatura, que incluye una belleza sin igual del lenguaje
literario, es inabordable para muchachos como los de ahora. Yo no lo he
conseguido. Los textos clásicos desde el Cantar
de Mío Cid, a La Celestina, a Doña Perfecta de Galdós o Cinco horas con Mario son opacos e
incomprensibles para el tipo de alumnos que he tenido yo, y sus conflictos y su
cosmovisión les resultan nada atractivos y alejados totalmente de su concepción
vital.
Se lee de otra manera, si es que se lee. Internet ha
modificado nuestra relación con los textos. No hay paciencia para el tempo lento, para el estilo, para las
ideas complejas. Todo ha de convertirse en una especie de yogur desnatado con
trocitos de fruta que servimos, algunos con entusiasmo, a sus alumnos, y saltamos de alegría cuando estos dicen ¡qué bonito! Y entonces se van a otra cosa. ¡Qué
bonito! La literatura es un veneno que nutre las más profundas cavernas del
alma. La literatura es ambigua y compleja. ¿En qué la estamos convirtiendo para hacerla accesible y que nuestros
alumnos digan ¡qué bonito!
No es una derrota. Simplemente me doy cuenta de que el
tiempo ha pasado y lo que era importante ya no lo es ahora. En este tiempo es
esencial la sociología, la literatura está muerta como necesidad del ser humano
salvo para especímenes extraños que necesitarán igualmente su inyección en vena
de este dulce mal. No me siento derrotado, y sé que a mis alumnos la
sociología, la actualidad, les es más necesaria que nunca. Es otro tiempo. La
literatura de verdad es para inadaptados. Y nuestros alumnos no lo son.
El presente nos devora, el carpe diem más extremo ha triunfado. Cada instante se diluye en el
vertiginoso devenir de los minutos, de los segundos, de la vida... La
literatura pertenece a otro tiempo. Quizás algún día vuelva a ser necesaria.
Pero yo ya no estaré.