Ayer en un comentario que hice en el magnífico blog Espiritualidad y política califiqué de “soñador” al creador Cristóbal Cervantes por su esperanza en un futuro mejor que saldría de esta crisis económica y política si pasábamos de la mentalidad individualista a la solidaria, si pasamos del pensamiento aislado al pensamiento en red, si emerge una conciencia cuántica de la humanidad, si pensábamos en términos de ecología, de justicia, de redistribución, de humanidad en suma.
No voy a poner los términos exactos de mi comentario. Prefiero contarlo según lo recuerdo. Le dije que era un soñador, que el post “Los tiempos están cambiando” era la urdimbre de un sueño, y que él con sus valores humanistas y éticos proyectaba su optimismo sobre las alternativas que tiene la humanidad. Le espeté que el mundo era atroz para los que no estaban en el lado bueno, que no íbamos a renunciar a lo que nos quedara de nuestro estado de bienestar para distribuirlo entre los miles de millones de seres humanos en el mundo que pasan hambre y viven con lo mínimo. El ser humano sigue siendo lobo. Detecto mucho veneno en comentarios en la prensa digital, y mi intuición me lleva a pensar que la realidad no va a ser como la espera –o la desea- Cristóbal Cervantes.
Su amable y cálida respuesta fue una lección. Sí, era un soñador, aceptaba, siempre lo había sido. Y sostenía que el futuro de la humanidad no estaba escrito en efecto. Podía confirmar mis peores augurios, porque esta crisis parece llevarnos hacia donde yo intuía, o podía alentar y dar lugar a algo distinto. La labor de los soñadores es luchar para que esta segunda opción tenga lugar, su trabajo es crear esperanza e idear un modo diferente de enfrentarse a los problemas. Quizás nunca ha habido más conciencia planetaria que ahora, parece existir una receptividad mayor hacia nuevos paradigmas por la difusión de la sociedad en red que permite la circulación de ideas, modelos, propuestas, que discurren al margen de lo establecido. Nunca el ser humano ha tenido mayor capacidad de intervenir en su destino. El norte de África alienta numerosas esperanzas y sí es cierto que los tiempos están cambiando. Podemos hacerlos cambiar.
No sé si nuestro intercambio fue exactamente así, pero podía haber sido. Yo le había llamado “soñador” y me encontraba con la paradoja de que para poder cambiar el mundo hay que serlo, hay que soñar con que es posible otra realidad, y los hombres de esperanza tienen que difundir y alentar que nada está cerrado y que tenemos la oportunidad de intervenir, de construir un mundo más justo.
¿Y Occidente se sacrificará para crear un mundo más solidario? Hoy veía un vídeo (¡No os lo perdáis!) en que se mostraba la evolución del mundo en los últimos cincuenta años y se hacía una proyección hacia el que será en el 2050. Las desigualdades han aumentado, hay dos mil millones de personas que carecen de lo básico, pero hay otros tantos que forman parte de sociedades emergentes que se están acercando a nosotros. Los pobres se multiplican para compensar la alta tasa de mortalidad infantil que existe en una vida sin recursos, sin atención médica, sin acceso a la educación. Se tienen seis hijos para que sobrevivan cuatro. Sólo si logramos hacer disminuir esta brecha que tiende a aumentarse por la multiplicación exponencial de la natalidad, lo que agudiza la pobreza, podremos plantearnos un mundo con nueve mil millones de personas y detenernos ahí. Es prioritario detener el crecimiento demográfico y esto sólo es posible si mejora el nivel de vida de los países pobres. Este es el dilema a que nos enfrentamos. O remamos todos, o utilizamos consecuentemente la inteligencia colectiva, o creamos las circunstancias para un modo diferente de funcionar el mundo, o nos hundimos sin posibilidad de salvación. Occidente habrá de sacrificarse, pero su mérito será como el de los antiguos griegos: ser el fundamento del nuevo orden mundial basado en otros parámetros no basados en la codicia, el expolio, el consumo desmedido. Hemos de compartir y decrecer. No hay más salidas.
No hay naves que nos puedan llevar a otros mundos distintos de la tierra, ni las habrá en centenares de años. Sólo tenemos un planeta enfrentado al dilema del prisionero. Sólo colaborando podemos salvarnos pero habrá que perder algo. Si priman los intereses egoístas, todos nos hundimos y se perderá todo.
Tenía razón Cristóbal Cervantes. Hay que ser soñador. No es una cuestión de gusto o de optimismo. Es algo mucho más profundo. Gracias.